INDICE

LA GUARDIA LENINISTA DEL PLANETA

A los lectores.

PAUL VAILLANT-COUTURIER

            Soy un racimo de su cepa.  Por LIDIA FOMENKO

WILLIAM GALLACHER

            Un escocés combativo. “Por LIUBOV ZHAK

ANTONIO GRAMSCI

            No se llora a los combatientes. Por RAFAIL JIGUEROV

DAVID IVON JONES

            Un delegado del Transvaal. Por ATOLON DAVIDSON

GEORGY DIMITROV

            Sobre terreno duro como el granito. Por BORIS KOSTIUKOVSKI

KATAYAMA 

            Katayama nos exhorta. Por NIKOLAI VELENGURIN

MARCEL CACHIN

            La recompensa de toda la vida. Por GUEORGUI MIRONOV

BÉLA KUN 

            Un excelente y leal revolucionario. Por LIEV DAVYDOV

OTTO KUUSINEN

            El pino rojo del Norte. Por ARMAS ÁIKIÄ

FEDERICO PLATTEN

            Un corazón fiel. Por ARSENI RUTKO

JOHN REED

            Un poeta y cronista de la revolución de Octubre. Por ELIZAVETA DRABKINA

ERNESTO THAELMAN

            Símbolo de victoria. Por EVGUENI RIABCHIKOV

PALMIRO TOGLIATTI

            Tenemos un mismo corazón. Por ALEXANDR GOLEMBA

MAURICE THOREZ

            Hijo del pueblo. Por ALEXANDR ISBAJ

ELIZABETH GURLEY FLYNN

             Una lady obrera. Por KARL NEPOMNIASCHI

CLARA ZETKIN

            Por el derecho de diputado de más edad. Por CALINA SEREBRIAKOVA

 

A LOS LECTORES

 

Vladímir Ilich Lenin, genial pensador y científico, fundador del Partido Comunista de la Unión Soviética y del primer Estado Socialista del mundo, fue también un organizador infatigable y el jefe del movimiento comunista y obrero internacional.

Desde los albores de su actividad política, Lenin aspiró a la unión de todas las fuerzas revolucionarias de Rusia y del mundo entero. Procuró continuar la gran causa de sus sabios precursores Carlos Marx y Federico Engels, organizadores e inspiradores de la I Internacional.

Lenin enseñó siempre a los comunistas de todos los partidos fraternos a seguir la consigna combativa del Manifiesto de Marx y Engels: “¡Proletarios de todos os países, uníos!” Abogó por la máxima ampliación de os vínculos entre los obreros de todos los continentes e hizo cuanto pudo por consolidar el internacionalismo proletario.

Las narraciones de este libro reflejan la influencia de las ideas de Lenin en el desarrollo de la historia universal, Muestran cómo estas ideas prendieron y prenden en las masas, se hacen victoriosas, llegan a predominar y coadyuvan a {a práctica revolucionaria, a la lucha de todos los pueblos por la paz y el socialismo. Cada una de las narraciones constituye una obra de argumento acabado y parece como si prosiguiera o completara las otras: pone en conocimiento de los lectores algún pormenor, rasgo característico o detalle curioso y aporta una enjundiosa contribución al retrato colectivo que los escritores hacen de Lenin. Lenin figura en todas las narraciones, si bien ninguna de ellas le está dedicada especialmente. Así ha sido concebida esta compilación.

La lectura de estas páginas pondrá en conocimiento de usted los difíciles caminos, a veces abruptos e intrincados, que llevaron a uno u otro revolucionario a Lenin, las circunstancias en que se entrevistaron, pormenores de sus conversaciones, correspondencia y discusiones, y cómo todo ello se reflejó en la vida posterior de quienes siguieron tras de Lenin y se hicieron vehículos de sus ideas en sus países y en el ámbito internacional.

Nuestro único deseo es adelantarnos a los posibles reproches de que el libro es incompleto y de que en él faltan muchos nombres de amigos, colaboradores y fieles seguidores extranjeros de Lenin. Estamos seguros de que ninguna vida esplendorosa de revolucionario leninista de cualquier país o continente podrá quedar olvidada, pues es digna de memoria eterna. Es de lamentar que el volumen del libro, fijado de antemano, nos haya obligado a limitar el número de narraciones. Se necesitarán muchos tomos más para cumplir por completo esta importantísima y honrosa misión literaria.

Por todo el mundo
                          se extiende el andar
de las ideas,
                           los dichos
                                        y hechos de Ilich.
                                                                V. Mayakovski

 

Lidia Fomenko

“SOY UN RACIMO DE SU CEPA...”

 

PAUL VAILLANT-COUTURIER y los tipógrafos del periódico 'L'Humanité' en 1936

 

“Lenin fue y sigue siendo la personificación de la acción ininterrumpida y, al mismo tiempo, un marxista de pies a cabeza. El trato con él producía la impresión del torbellino que irrumpe en una habitación viciada; refrescaba el cerebro recargado de prejuicios y doctrinas formalistas”.

Estas palabras son del escritor comunista y uno de los fundadores del Partido Comunista Francés Paul Vaillant-Couturier. Vio a Lenin en el III Congreso de la Internacional Comunista en 1921. Pero había oído hablar de él mucho antes.

“A esta verdad se llega desde lejos”, escribió Vaillant-Couturier de su evolución hacia el comunismo, la única verdad genuina del siglo. “Desde lejos” significaba para él desde otra clase, del medio de la intelectualidad burguesa. Por eso Vaillant-Couturier hizo especial hincapié en el rasgo del gran dirigente que dejó honda huella en él:

“Lenin era un intelectual que sabía pensar como un obrero. Un orador que hablaba sin frases hueras ni rimbombantes. Un hombre que había estremecido a todo el mundo y en cuya conciencia se reelaboraba todo cuanto constituía la vida y el aire que respiraba este mundo. Un hombre que conservó hasta el fin de su vida consciente la asombrosa capacidad de sentir y pensar como un coolí chino, como un mozo de cuerda negro. Comprendía a un anamita o hindú oprimido tan bien como a un metalúrgico petrogradense, como a un tejedor parisino o como a un minero de Nueva Virginia. Lenin era para nosotros el prototipo del futuro.

Así me pareció Lenin desde los primeros días que lo vi”.

Paul Vaillant-Couturier cruzó una vida llena de búsquedas, luchas y realizaciones en su camino hacia el encuentro con Lenin.

 

I

— Raymond, viejo amigo, ¿hace mucho que estás en las trincheras?

— ¡Oh, Paul, querido Paul! ¿De dónde vienes?

Estas exclamaciones se oyeron lejos, en medio del silencio. Los soldados estaban muertos de cansancio. La marcha por la fangosa estepa había durado más de dos días con sus noches. Cuando llegaron a la aldehuela, se durmieron con profundo sueño. Allí no había combates; dijérase que todo se había paralizado, como congelado. Sólo de tiempo en tiempo los centinelas daban señales de vida.

Y los poetas también. No podían dormir, pues alguna vez tenían que verse a solas con sus imágenes.

Paul Vaillant-Couturier, recién ascendido a oficial, jefe de un tanque ligero, excitado por los sucesos del día y torturado por las dudas e inquietud, se paseaba entre los arbustos fuera ya de la aldea. Para él no había nada más importante que aquellos minutos de plena soledad, cuando se podía entregar a sus pensamientos. Las estrofas salían solas.

Paul tenía por naturaleza un carácter alegre y jovial. Su voz sonora se oía lejos y la conocían sus compañeros de sección. En los campamentos cantaba arias y romanzas; en las marchas canturreaba siempre cancioncillas, y se decía que incluso las componía él mismo.

Pero, desde hacía algún tiempo, Paul andaba algo pensativo. Eso se lo habían enseñado el frente, la maldita sarracina de la guerra y las penas y sufrimientos de los soldados, que no sabían por qué peleaban. En los momentos de soledad le acudían preguntas deprimentes. En un momento de ésos Paul vio a un soldado de pie en lo alto de un cerro. A la luz de la luna podíanse distinguir los contornos de un perfil típico: frente despejada y abombada, nariz como el pico de un monstruoso pájaro y barbilla redondeada. No cabía duda. ¡Era Lefebvre!

Tenían casi la misma edad. Paul le llevaba un año. Se conocieron en el Liceo Janson de París. Ellos dos y otros dos alumnos del Liceo, el pintor Jean d’Espouy y el poeta Guy de la Batut, formaron la peña “Entre nosotros”, una sociedad de jóvenes intelectuales amantes de la poesía, del arte y de las ciencias clásicas. Luego se fueron viendo más de tarde en tarde y terminaron por dejarse de ver.

Y de pronto, aquel encuentro en el frente.

 — ¡Anda, si eres oficial! —articuló Raymond Lefebvre con cierto desagrado en la voz.

— ¿Qué importancia puede tener? —interrumpiolo Paul—. ¡Estás a mi lado, y esto ha sido una suerte diabólica!

Paul llevó a su amigo hacia un ancho almiar.

— Aquí se está muy bien, ¿verdad? —interrogó precipitadamente Paul, acomodándose en el oloroso y blando heno.

Raymond limitose a sonreír irónico y miró en silencio, absorto, con.............. [...........]

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