Índice

BREVE HISTORIA DE LAS RELIGIONES

Algunas cuestiones de método

Cómo nace la religión

Del tótem al dios personal

Antropomorfismo, animismo y fetichismo

Ritos y cultos tribales y gentiles

Las religiones de la antigua sociedad esclavista: Egipto

Babilonia y Asiria

Las dos religiones de Grecia

Orígenes y desarrollo del judaísmo

Aspectos religiosos de las grandes revueltas de esclavos

El mito de la salvación

En el umbral del cristianismo

La comunidad del «Nuevo Testamento»

Jesús el Cristo: mito y realidad

Buda, Confucio y Mahoma

Elementos de una verdadera historia del cristianismo

Ambrogio Donini

Breve historia de las religiones

Edición íntegra

Prefacio de la nueva edición

 

Este volumen, que aparece hoy en una nueva edición y en una serie de libros de bolsillo de amplia difusión, tiene una larga vida a sus espaldas. Publicado en 1959 por Editori Riuniti, ha tenido una docena de ediciones (con una tirada total de más de ciento cincuenta mil ejemplares) y ha sido traducido a once idiomas. Aunque la disposición general de la obra no ha cambiado, el libro se ha reescrito por completo a partir del primer borrador. El texto se ha revisado y en algunas partes reelaborado, se han añadido algunos capítulos y se han tratado nuevos temas, se han racionalizado las notas y se han actualizado las indicaciones bibliográficas y los datos estadísticos.

Breve historia de las religiones no es un simple libro de texto expositivo, como casi todos los tratados de este género; se trata más bien de un amplio ensayo metodológico que aborda el problema de la aparición y el desarrollo de la ideología religiosa en las sucesivas etapas de la sociedad humana, desde la comunidad primitiva hasta la comunidad tribal, pasando por la economía esclavista y los albores de las edades medieval y moderna.

El libro aborda también, por primera vez en Italia, la importante cuestión de los manuscritos hebreos descubiertos hace poco menos de medio siglo en el desierto de Judá, al borde del Mar Muerto, en un territorio disputado hoy entre árabes e israelíes, textos que revolucionaron e innovaron profundamente el problema del origen del cristianismo.

AMBROGIO DONINI

 

Breve historia de las religiones

 

 

Algunas cuestiones de método

 

La primera cátedra de historia de las religiones se creó en la Universidad de Leiden, en Holanda, en 1876; pero tuvieron que pasar casi veinticinco años más para que se convocara el primer Congreso Internacional de Historia de las Religiones en París, en 1900, bajo la presidencia de Albert Réville, profesor del Colegio de Francia.

Si, por tanto, estos estudios, abordados con rigor crítico y como materia propia, sólo empezaron a tomar forma, fuera de Italia, hacia finales del siglo XIX, hay que remontarse algunas décadas más para ver cómo también nuestras universidades se abren a esta nueva línea de investigación, aunque entre muchas dificultades e incertidumbres, que reviste una importancia fundamental para comprender mejor la historia del hombre y de la sociedad.

En 1914, en vísperas de la Primera Guerra Mundial, se concedió una plaza universitaria de historia de las religiones a Raffaele Pettazzoni, con mucho el mayor estudioso de este campo en la primera mitad de nuestro siglo. Pocos meses después, en 1925, se publicaron en Roma dos revistas del más alto compromiso en este campo: Studi e materiali di storia delle religioni, que él dirigía, y Ricerche religiose, de Ernesto Buonaiuti, sacerdote católico excomulgado por la Iglesia por sus posiciones "modernistas", titular de la cátedra de historia del cristianismo en la misma universidad romana, perseguido por el fascismo y prematuramente fallecido en 1946.

En un país como el nuestro, en el que gran parte de la enseñanza pública está aún bajo la influencia, y no pocas veces el control, de las autoridades eclesiásticas, el desarrollo y la difusión de estos estudios se han visto siempre obstaculizados, en primer lugar, por las preocupaciones y la hostilidad preconcebida de las escuelas teológicas, que ven en la religión un hecho "revelado", desde los orígenes más remotos de la humanidad, y en la historia de las religiones un grado de mayor o menor distanciamiento de esta intervención inicial de orden sobrenatural, hasta el advenimiento de la plena "revelación" cristiana. Pero también hay que atribuir una gran responsabilidad al predominio, en nuestra vida cultural posterior a la unificación, de una ideología abstractamente positivista, que en las creencias de las masas sólo denunciaba un problema de ignorancia, una especie de trampa tendida más o menos conscientemente por las castas sacerdotales en la conciencia de las masas, traspasando así no pocas veces el anticlericalismo más banal.

La situación tampoco mejoró con el predominio de las corrientes de pensamiento que se inspiraron en el idealismo crociano. La actitud presuntuosa y despreciativa de los representantes de esta escuela hacia las clases subalternas, consideradas incapaces de pasar del estadio ingenuo de la fe al estadio superior de la reflexión filosófica, se tradujo, en la práctica, en un intento de desalentar cualquier investigación sistemática en el terreno de los problemas religiosos: tales investigaciones entrarían, como mucho, dentro del estudio de las experiencias infantiles del hombre. Ya Antonio Gramsci, desde la cárcel, en uno de sus ensayos más incisivos,[1] había observado agudamente que Benedetto Croce había llegado a aprobar, en 1908, convirtiéndose así en "un valioso aliado de los jesuitas", la represión vaticana del "modernismo", un movimiento católico que, en medio de mucha confusión y contradicción, todavía se esforzaba por allanar el camino a una investigación más concreta sobre la evolución religiosa de la humanidad. A pesar del tiempo transcurrido y de los pasos adelante dados en las últimas décadas tras la caída del fascismo, la situación que se había creado en el ámbito de estos estudios sigue pesando sobre el conjunto de nuestra cultura oficial, agravando el monopolio de hecho ejercido por la Iglesia en el campo de la historia de las religiones y especialmente de la historia del cristianismo, coto de caza de los grupos confesionales más reaccionarios.

La historia de las religiones, por otra parte, es uno de los aspectos más ricos y convincentes bajo los que se presenta la propia historia de la sociedad. Y, como tal, no pudo empezar a revestir los rasgos de la ciencia hasta que el estudio de la vida social y su desarrollo no adquirió también un carácter científico.

 

Marxismo y religión

 

La crítica de la religión, leemos en Marx, es "el presupuesto de toda otra crítica".[2] A través de la religión, en la imposibilidad de seguir dándose una explicación racional de la naturaleza y la sociedad, los hombres se han puesto sin embargo en contacto, aunque de forma distorsionada, con la realidad que les rodea. La religión "no es más que el reflejo imaginario, en la cabeza de los hombres, de esas fuerzas exteriores que dominan su existencia cotidiana", advertía Engels ya en 1878, invitando al mismo tiempo a la clase obrera a no dejarse arrastrar al terreno de una polémica genérica antirreligiosa a partir de este análisis correcto.[3] De hecho, sería ingenuo y engañoso extraer del pensamiento de Marx y Engels la conclusión de que todos y cada uno de los aspectos de la ideología, y en particular de la ideología religiosa —mito, ritual, dogma, orden sacerdotal—, no son sino un reflejo inmediato de las condiciones materiales de la vida humana y de los fundamentos económicos sobre los que descansa la sociedad. Una vez nacidas de una estructura determinada, las ideas también actúan y reaccionan sobre la realidad ambiental de la que proceden, de un modo que puede parecer, en un examen superficial, incluso "autónomo". En la conciencia humana, ninguna ideología parece estar directamente vinculada a los datos materiales del desarrollo histórico y social que la condicionan; pero lo cierto es que sin un examen minucioso y bien documentado de esos fundamentos objetivos, ninguna ideología, y mucho menos la religiosa, podría encontrar su propia explicación.[4]

Son ante todo los fenómenos de la naturaleza, cuyas leyes el hombre aún desconoce, los que se le presentan como fuerzas ciegas, misteriosas y poderosas, sobre las que intenta influir con gestos, rituales y plegarias, y que poco a poco acaba personalizando, dándoles atributos concretos a su imagen y semejanza.

"El miedo creó a los dioses": así suena un fragmento muy citado de un antiguo poeta latino, habitualmente identificado con Lucrecio.[5] En esta suposición, que viene de lejos y por su vigor expresivo parece bien digna del autor del De rerum natura(el poema "Sobre la naturaleza"), hay sin duda un elemento de verdad, su fragmentado por toda una serie de datos sobre la psicología de los primitivos. En tiempos cercanos a nosotros, el concepto ha sido retomado sustancialmente por Rudolf Otto, el teórico de la idea de lo "sagrado", quien, para dar un valor autónomo a lo irracional, en la historia de las religiones, ha recurrido precisamente a las categorías de lo "tremendo", lo "fascinante", lo "numinoso", es decir, lo divino, que definió como primordial y vinculado a los fenómenos naturales.[6]

Tales consideraciones también pueden aceptarse, en sus grandes líneas, ya que antes de la aparición del miedo, del miedo sagrado, ninguna hipótesis de trascendencia podría haber sido elaborada por el hombre. Pero el miedo a un amo humano precedió históricamente al miedo a los amos celestes. Sólo entonces, junto a las fuerzas de la naturaleza, entraron en juego nuevas relaciones sociales, que parecen dominar al hombre desde su nacimiento con la misma aparente necesidad e incomprensibilidad que los fenómenos atmosféricos. El miedo ante la dura realidad de la opresión, la explotación, la pobreza: éstas son las verdaderas raíces sociales de la religión, estudiadas en su desarrollo histórico.

El pensamiento marxista, sin embargo, desde sus primeros enunciados, vio en la religión no sólo el reflejo, en el terreno de la ideología, de las condiciones subalternas en que los hombres han vivido siempre, y en gran medida siguen viviendo; sino también la expresión de su protesta contra esa miseria real, que no podrá desaparecer hasta que no hayan logrado transferir a sus relaciones sociales esa misma racionalidad que pretenden aplicar en sus relaciones con la naturaleza. La idea de la religión como "suspiro de la criatura oprimida" está ya en el joven Marx y llega a su plena madurez, a través de un amplio espacio de tiempo, hasta los últimos escritos de Engels sobre los orígenes del cristianismo, publicados, entre 1882 y 1895, en algunas revistas alemanas e inglesas.[7]

En las creencias religiosas de las masas se expresa a menudo una necesidad elemental de justicia, bondad y felicidad en la tierra. En los movimientos religiosos más impresionantes, como en el mesianismo y el profetismo judíos, en los cultos de "salvación" de los mundos oriental y grecorromano, en el cristianismo de los primeros siglos, en las "herejías" medievales, en los resurgimientos recurrentes del Islam, en muchas de las sectas protestantes surgidas a raíz de la Reforma, y en los movimientos de libertad y redención de pueblos antiguamente coloniales, hoy en desarrollo, se reflejan verdaderas corrientes revolucionarias, cuya eficacia persiste, incluso cuando las aspiraciones de las masas se desvían hacia soluciones de otro mundo, ilusorias o incluso reaccionarias.

Por lo tanto, parece superfluo subrayar que el marxismo no pretende "suprimir" la religión, como se afirma ingenua o interesadamente en las polémicas actuales, sino que se esfuerza por explicarla en sus orígenes y en su desarrollo, bien consciente de la función real que siempre ha tenido y sigue teniendo en la historia de la sociedad.

Los marxistas no "abolimos" la religión, la ley, la moral ni ningún otro requisito de la vida espiritual.

Constatan simplemente que no existen "verdades eternas", en abstracto;

 

 

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