INDICE

Introducción
Hombre y naturaleza
Comunismo primitivo
Mujeres en el comunismo primitivo (en defensa de Engels)
Los inicios del cultivo
La Revolución Neolítica
El papel de las ideas
Un mundo nuevo
La comuna de la aldea
El crecimiento del excedente
La Revolución Urbana
La primera sociedad de clase
Escritura y dinero
El nacimiento del Estado
El papel de la fuerza
Desarrollo desigual y combinado
El papel del individuo
En defensa del progreso

 

INTRODUCCIÓN

 

Durante cientos de miles de años los seres humanos habitaron la tierra sin propiedad privada, clases, estados, ni ninguno de los elementos que componen la sociedad de clases tal y como la conocemos. Y sin embargo se nos enseña que la división de clases es una condición natural y universal de la existencia humana. Como Josh Holroyd y Laurie O’Connel explican en el siguiente artículo, la arqueología moderna proporciona una plétora de evidencias que confirman que la división de la sociedad en clases es un desarrollo relativamente reciente en la historia humana. Y de la misma manera que surgió, los marxistas entendemos que eventualmente desaparecerá. 

 

Cuando miramos el mundo de hoy y vemos los miles de millones de vidas atormentadas por la pobreza, la esclavitud y la opresión, es fácil asumir que estos horrores han acompañado a la humanidad durante toda su existencia. Después de todo, durante miles de años, reyes, filósofos y sacerdotes nos han dicho que siempre ha estado en la naturaleza de los seres humanos sufrir estos males. Sin embargo, un estudio serio de nuestro pasado lejano demuestra lo contrario. Durante casi toda nuestra existencia como especie, vivimos en bandas comunistas de cazadores-recolectores, sin señores ni amos de ningún tipo.

Para los defensores del orden actual, este simple hecho plantea una refutación demoledora a toda su visión del mundo. Muchos historiadores y filósofos burgueses tienden, por tanto, a ignorar el tema por completo. Aquellos que recogen el guante contra nuestro pasado comunista, explican los orígenes de la desigualdad como la afirmación de nuestra naturaleza codiciosa y opresiva después de miles de años latente. Debemos entender esto por lo que es: la falsa imposición de la moral capitalista sobre toda la historia humana. En realidad, como señala Marx en La miseria de la filosofía: «toda la historia no es otra cosa que una transformación continua de la naturaleza humana».

Si queremos adoptar un enfoque genuinamente científico en relación al desarrollo de la sociedad, debemos entender el nacimiento de la sociedad de clases, no como un accidente infeliz, ni como el despertar de alguna “naturaleza humana” suprahistórica hasta ahora dormida, sino como una etapa necesaria en la evolución continua de la sociedad, producida en última instancia por quizás la mayor revolución en las fuerzas productivas de la humanidad jamás conocida. Y esta no es de ninguna manera una cuestión académica. Comprendiendo el nacimiento de la sociedad de clases, podemos captar la naturaleza real de sus instituciones y descubrir los medios por los cuales podemos derrocarlas.

 

Hombre y naturaleza

 

Marx explicó que el rasgo más básico de toda sociedad es la relación entre los seres humanos y la naturaleza. Este no es un ideal abstracto, sino un reconocimiento totalmente práctico del hecho de que para que los humanos sobrevivan, siempre hemos necesitado recursos, que provienen del mundo que nos rodea. 

Nuestra relación con el mundo natural está mediada por el trabajo, que realizamos socialmente. A través de este proceso extraemos recursos y encontramos fuentes de alimento y refugio. Siempre ha sido el caso, a pesar de la vergüenza de muchos arqueólogos modernos, que los humanos han tenido que trabajar para sobrevivir. Como explica Marx:  

“Como creador de valores de uso, como trabajo útil, pues, el trabajo es, … condición de la existencia humana, necesidad natural y eterna de mediar el metabolismo que se da entre el hombre y la naturaleza”.

Pero si bien el hecho de que trabajamos permanece inalterado a lo largo de la historia, la forma en que trabajamos y las necesidades o deseos que nos esforzamos por satisfacer han cambiado mucho. Durante millones de años, la humanidad ha desarrollado herramientas y técnicas para lograr mejor sus fines. Pero el desarrollo de los medios para satisfacer incluso nuestras necesidades más básicas conduce necesariamente a la creación de nuevas necesidades, nuevas relaciones sociales y formas de vida totalmente nuevas. Esta interacción constante ha decidido muchas cosas por nosotros, ya sea que nos mudemos o nos quedemos en un lugar, si trabajamos todo el año o por temporadas, e incluso ha afectado nuestra fisiología y evolución. Por tanto, en todos los sentidos, al cambiar nuestro entorno, nos cambiamos a nosotros mismos. En esto radica la base de todo progreso humano.

Fue este principio fundamental del materialismo histórico el que Engels resumió en su discurso junto a la tumba de Marx:

Así como Darwin descubrió la ley del desarrollo de la naturaleza orgánica, Marx descubrió la ley del desarrollo de la historia humana: el hecho, tan sencillo, pero oculto bajo la maleza ideológica, de que el hombre necesita, en primer lugar, comer, beber, tener un techo y vestirse antes de poder hacer política, ciencia, arte, religión, etc.; que, por tanto, la producción de los medios de vida inmediatos, materiales, y por consiguiente, la correspondiente fase económica de desarrollo de un pueblo o una época es la base a partir de la cual se han desarrollado las instituciones políticas, las concepciones jurídicas, las ideas artísticas e incluso las ideas religiosas de los hombres y con arreglo a la cual deben, por tanto, explicarse, y no al revés, como hasta entonces se había venido haciendo.

Marx escribe en El Capital vol. 1: “El uso y la creación de medios de trabajo, aunque en germen se presenten en ciertas especies animales, caracterizan el proceso específicamente humano de trabajoEsto se puede observar arqueológicamente durante el tiempo que los humanos modernos han estado en este planeta, e incluso antes. Algunos de nuestros primeros antepasados homínidos, el Homo habilis y el Homo ergaster, fabricaron herramientas de piedra. El complejo de herramientas Olduvayense, descubierto en la Garganta de Olduvai en Tanzania, se remonta a 2,6 millones de años. A lo largo del período Paleolítico (que abarca aproximadamente hasta el 10.000 a. C.), vemos la aparición de un nuevo complejo de herramientas tras otro: Achelenses, Musterienses, Chatelperronienses, etc. Incluso podemos rastrear, junto con la producción de estas herramientas, el desarrollo de la conciencia y el pensamiento complejo. En general, cada complejo de herramientas es más simétrico y requiere una planificación más avanzada que el anterior, lo que impulsa el desarrollo del cerebro de los humanos modernos a nuevas alturas. 

Es una confirmación más del método materialista el que incluso los arqueólogos no marxistas se vean obligados a periodizar el pasado en términos de la cultura material que prevaleció en cada época. No en vano hablamos del Paleolítico (del griego antiguo para «piedra vieja»), Neolítico («piedra nueva»), Edad del Bronce, etc. Todas estas denominaciones se refieren a los materiales utilizados para fabricar las herramientas de las que dependía la producción en ese momento. Como señala Marx en El Capital vol. 1:

La misma importancia que posee la estructura de los huesos fósiles para conocer la organización de especies animales extinguidas, la tienen los vestigios de medios de trabajo para formarse un juicio acerca de formaciones económico-sociales perimidas [obsoletas]. Lo que diferencia unas épocas de otras no es lo que se hace, sino cómo, con qué medios de trabajo se hace. Los medios de trabajo no sólo son escalas graduadas que señalan el desarrollo alcanzado por la fuerza de trabajo humana, sino también indicadores de las relaciones sociales bajo las cuales se efectúa ese trabajo».

Esta idea simple pero revolucionaria no es aceptada de ninguna manera por la academia. De hecho, este principio fundamental del materialismo histórico encuentra en la facultad universitaria el mismo horror e indignación que la teoría de la selección natural de Darwin encontró en los salones victorianos.

El resultado es que la academia moderna está muy por detrás incluso .............. [...........]

  

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