CONTENIDO

1. La dialéctica del sexo

2. El feminismo americano

        I. El movimiento en pro de los derechos de la mujer, en América

        II. Los cincuenta años de ridículo

       III. El movimiento de liberación de la mujer[13]

3. El freudismo: un feminismo descarriado

       I. Comunidad de raíces entre Freudismo y feminismo

       II. El Freudismo reemplaza al feminismo

4. Suprimamos la niñez

        I. El mito de la niñez

        II. Nuestra época: crece el mito

5. El racismo o el sexismo de la familia humana

        I. La familia racial: Edipo/Electra, el eterno triangulo, el «burdel entre bastidores»

        II. La «virilidad negra»

6. Amor

1        I

        II

7. La cultura del romance amoroso

8. Cultura (masculina)

9. Dialéctica de la historia de la cultura

        I. Las dos modalidades de la historia de la cultura

        II. Las dos culturas en la actualidad

     Conclusión: La revolución de la anticultura

10. Feminismo y ecología

      Conclusión: La revolución definitiva

        I. Imperativos estructurales

       II. Miedos y consideraciones

       III. La lenta agonía de la familia

        IV. Alternativas

 

1. La dialéctica del sexo

 

La división estanca derivada del sexo es tan profunda que resulta imperceptible. Caso de ser percibida, puede serlo bajo una capa de desigualdad superficial, susceptible de abolición mediante unas pocas reformas o mediante la plena integración de la mujer en el estamento laboral. Es, sin embargo, la reacción del varón, la mujer o el niño corrientes la que más se acerca a la verdad:

—¡Qué dices! Pero ¡si esto no se puede cambiar! ¡Tú estás loco! Pues bien, hasta ahí exactamente ahondamos en la realidad. Esta reacción espontánea —la suposición de que, aunque inconscientemente, las feministas están hablando de cambiar un estado biológico fundamental— es una reacción sincera. El que un cambio tan profundo no encaje fácilmente en las categorías mentales tradicionales —las «políticas», por ejemplo— no se debe a la irrelevancia de dichas categorías, sino a su estrechez congénita; el feminismo, radical las arrolla. Si existiera un vocablo de contenido más amplio que el de revolución, lo utilizaríamos aquí.

Hasta que no se alcanzó un cierto nivel evolutivo y la técnica consiguió su actual estadio de sofisticación, poner en cuarentena un estado biológico fundamental parecía cosa de locos. ¿Qué razones podían existir para que una mujer renunciará a su preciado asiento en el vagón-cuadra por una lucha sangrienta que no podía tener esperanzas de ganar? Sin embargo, en algunos países por vez primera, se dan las condiciones previas para una revolución feminista; es más, las circunstancias empiezan a exigir dicha revolución.  

Las pioneras están intentando evitar la masacre y, avanzando a tientas, empiezan a encontrarse unas a otras. Su primera actuación táctica consiste en una cuidadosa observación conjunta, en la resensibilización de una conciencia fraccionada. Es una labor penosa. Poco importan los niveles de conciencia que se dejen atrás; el problema queda siempre a mayor profundidad. Está en todas partes. El dualismo yin-yang[1]impregna todo el curso de la cultura, de la historia, de la economía e incluso de la naturaleza misma; las versiones occidentales de la discriminación sexual no constituyen más que su última floración. Potenciar hasta este punto la propia sensibilidad con respecto al sexismo conlleva problemas mucho más graves que cuantos puedan derivarse de la perceptibilidad recién adquirida por el militante negro: frente al racismo las militantes feministas se ven en la necesidad de poner en tela de juicio no sólo la totalidad de la cultura occidental, sino la organización misma de la cultura y, más allá, la de la propia naturaleza. Muchas mujeres —perdida la esperanza—, abandonan la lucha, porque, si es cierto que la profundidad del problema alcanza estos niveles, prefieren seguir ignorándolo. Otras siguen engrosando las filas de este movimiento y prestándole su apoyo; su dolorosa reactibilidad a la opresión de la mujer tiene un objetivo que le otorga razón de existencia: su eventual eliminación.

Antes de proceder al intento de modificar una determinada situación, debemos, no obstante, esclarecer su origen y evolución, así como las instituciones a través de las cuales actúa. Recordemos el aviso de Engels: «(Debemos) examinar la sucesión histórica de los hechos de los que deriva el antagonismo, a fin de descubrir en el complejo de las circunstancias por ellos creadas los medios que nos permitan poner fin al conflicto». Antes de proceder a la revolución feminista, precisaremos de un análisis de la dinámica de la guerra de los sexos tan exhaustivo como resultó ser el análisis que Marx y Engels hicieron del antagonismo de clases, previo a la revolución económica. Más exhaustivo aún, porque nos enfrentamos a un problema de mayores proporciones, a una opresión que se remonta más allá de todo testimonio escrito hasta penetrar en los mismísimos umbrales del reino animal.

En la gestación de un análisis de tal naturaleza, podemos obtener información valiosísima a través de Marx y Engels. No me refiero a la recopilación literal de sus opiniones sobre las mujeres (apenas tienen idea del estado de la mujer como clase oprimida, hecho que sólo reconocen cuando roza la cuestión económica), sino a su método analítico.

Marx y Engels fueron superiores a sus antecesores socialistas por haber desarrollado un método de análisis a la vez dialéctico y materialista. Fueron los primeros —tras largos siglos de cultura— en concebir la historia dialécticamente, en contemplar el mundo como proceso —flujo natural de acción y reacción, de contrarios que, sin embargo, resultan inseparables y se penetran mutuamente. Al poder captar la historia como secuencia y no como instantánea, intentaron evitar caer en la estática perspectiva «metafísica» que había seducido a tantas mentes poderosas. (Este mismo tipo de análisis puede ser producto de la división sexual, como veremos en le Capítulo 9). Combinaron esta visión de la dinámica interactiva de las fuerzas históricas con una interpretación materialista; es decir intentaron —por vez primera— asentar el proceso de cambio histórico y cultural sobre una base real, atribuir la evolución de los estamentos económicos a causas orgánicas. Pensaron enseñar a los hombres cómo dominar la historia por medio de la comprensión plena de su mecánica interna.

Los pensadores socialistas anteriores a Marx y Engels —como Fourier, Owen y Bebel— no pudieron ir más allá del discurso moralizante acerca de las desigualdades sociales de la época, exponiendo un mundo ideal en el que no existirían ni la explotación ni los privilegios de clase (al igual que los primeros pensadores feministas se limitaron a la exposición de un mundo en el que no debía existir ni la explotación ni los privilegios del macho) apoyándose en la simple base de la buena voluntad. En ambos casos, el hecho de que estos pensadores adelantados desconocieran el modo en cómo había evolucionado, se había mantenido y era susceptible de eliminación la injusticia social, hacía que sus ideas existieran en un medio cultural sintético, utópico. Marx y Engels, en cambio, intentaron un enfoque científico de la historia. Analizaron el conflicto de clases hasta dar con sus orígenes económicos auténticos y proyectaron una solución económica sobre la base de unas precondiciones económicas objetivas ya existentes: la incautación de los medios de producción por parte del proletariado iba a conducir a un comunismo del que desaparecía la función gubernativa, al no necesitar ya reprimir a la clase inferior en beneficio de la superior. En una sociedad sin clases los intereses individuales iban a identificarse con los del conjunto social.

Aun concediendo que la doctrina del materialismo histórico supuso un brillante avance sobre los análisis históricos precedentes, los acontecimientos se encargaron de demostrar que no constituía la respuesta definitiva. La razón estriba en que, si bien Marx y Engels basaron su teoría en la realidad, tratábase únicamente de una realidad parcial Veamos la definición —estrictamente económica— que Engels nos da del materialismo histórico en su Socialism: Utopian or Scientific:

«El materialismo histórico encarna aquella concepción del curso histórico, que busca la causa última y la gran fuerza motriz de todos los acontecimientos en el desarrollo económico de la sociedad, en las variaciones habidas en los sistemas de producción e intercambio, en la división subsiguiente de la sociedad en clases diferenciadas y en las luchas de dichos estamentos entre sí» (La cursiva es mía).

Más adelante alega

«… que toda la historia del pasado, salvo la de sus estadios más primitivos, no fue más que la historia de las luchas de clase; que dichos estamentos conflictivos de la sociedad son siempre resultado de los sistemas de producción e intercambio —en una palabra, de las circunstancias económicas de la época—; que la estructura económica de una sociedad proporciona siempre la base real que nos sirve de punto de partida para encontrar la explicación última de toda la superestructura de las instituciones jurídicas y políticas, así como de las ideas religiosas, filosóficas, etcétera, de un período histórico dado». (La cursiva es mía).

Sería un error intentar explicar la opresión de la mujer a partir de esta interpretación estrictamente económica. El análisis de clases constituye una labor ingeniosa, pero de alcance limitado; correcta en sentido lineal, no alcanza suficiente profundidad. Existe todo un sustrato sexual en la dialéctica histórica, que Engels entrevé de vez en cuando; pero, al percibir la sexualidad sólo a través de una impregnación económica y reducir a ella toda realidad, se incapacita a sí mismo para una actividad evaluadora autóctona.

Es cierto que Engels captó que la división original del trabajo se daba ya entre hombre y mujer, siendo su objetivo la crianza de los hijos; que en el seno de la familia el marido era el patrono, la mujer los medios de producción y los hijos el trabajo; y que la reproducción de la especie humana constituía un importante sistema económico diferenciado de los medios de producción[2].

Sin embargo, se ha otorgado a Engels un mérito excesivo por haber reconocido de forma tan esporádica la opresión de la mujer como clase. La verdad es que tan sólo afirmó el sistema de clases sexuales en aquellos puntos en que se entrecruzaba con los montantes de su estructura económica y podía contribuir a iluminaria. Tampoco en este aspecto se desenvolvió tan bien como se cree. Marx resultó aún peor: cada vez se comprende con mayor claridad la predisposición de Marx en contra de las mujeres (predisposición cultural compartida por Freud al igual que por todos los hombres cultos), peligrosa si se intenta forzar la entrada del feminismo en una estructura marxista ortodoxa dando consistencia de dogma a lo que tan sólo constituían intuiciones esporádicas de Marx y Engels sobre los estamentos del sexo. Lo que debemos hacer, en cambio, es ampliar el materialismo histórico hasta..............................

 

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