Nota: Texto elaborado tras el debate realizado en Marin, Pontevedra, el pasado 23 de Julio, sobre el tema Soberanía nacional contra a opresión do capital, organizado por el PCPG y CN do Marin.

1. EL SUJETO, LA CLASE Y EL PUEBLO

 

  1. Hablar de la soberanía nacional de un pueblo oprimido exige definir quién es el sujeto que construye y conquista esa soberanía. A la vez, fijar conceptualmente el sujeto exige precisar qué independencia quiere y necesita ese sujeto: es el mismo debate pero con dos áreas unidas. El proyecto social y el colectivo que quiere construirlo, o viceversa, el colectivo y el proyecto que lo materializa con su lucha. La teoría del sujeto es parte de la teoría de las clases sociales, pero también la transciende para entrar en otras áreas del marxismo, como la filosófica, la ética, la política, etc., aunque en el debate sobre las clases también debemos recurrir a estas áreas y a otras, como la crítica de la economía política. Ahora, aquí, no podemos extendernos sobre el sujeto en general, sólo sobre el que practica la lucha independentista y socialista. Nos centramos, por tanto, en la clase obrera o mejor, en la nación trabajadora gallega.
  2. ¿Por qué utilizamos el concepto de «nación trabajadora» en vez del de nación a secas? Porque expresa mejor el contenido teórico y político del marxismo originario, dialéctico, y porque en el capitalismo actual, es más necesario recurrir a él que a mediados del siglo XIX. En la literatura marxista abundan conceptos como «nación trabajadora», «pueblo trabajador», «pueblo obrero», e incluso «pueblo militante», «pueblo revolucionario», etc., cuando el simple análisis teórico general y abstracto debe avanzar hacia lo concreto, hacia las sociedades específicas en las que se libra la lucha de clases real, cuando la teoría general y común debe enriquecerse con lo particular de las luchas concretas en las que intervienen activa y conscientemente amplias franjas explotadas lideradas por la clase obrera, por el proletariado.
  3. Cometemos un error profundo cuando hablamos de «teoría de las clases» porque para ser fieles al método marxista siempre tenemos que hablar de la «teoría de la lucha de clases» ya que en ella lo históricamente decisivo es la lucha política de clases. Pues bien, la teoría marxista de la lucha de clases relaciona cinco niveles insertos en la totalidad de la lucha: Uno, el que sostiene que nunca se puede definir a la clase obrera sin definir a la vez, en el mismo acto, a la clase burguesa, porque nunca existe explotado sin explotador; es decir, es imposible saber qué es una clase social sin saber cual es su opuesta y cómo luchan entre ellas. Sin embargo, la mayoría de debates, discusiones y «teorías» sólo tratan el problema de la existencia o no de la clase obrera, pero apenas se niega la existencia de la burguesía y de su conciencia política.
  4. Dos, el que sostiene que existe una clase trabajadora objetiva aunque no tenga conciencia de ser explotada, aunque no haya desarrollado conciencia-para-sí, sino que durante períodos más o menos largos sólo tiene un sentimiento difuso y muy débil de clase-en-sí, objeto pasivo en manos de la clase capitalista, que sí tiene conciencia de clase-para-sí. La existencia objetiva de la clase obrera no significa que exista sociopolíticamente, como fuerza social consciente con objetivos políticos precisos. Sectores más o menos amplios del pueblo y de la clase trabajadora han apoyado y apoyan abierta o solapadamente a su burguesía imperialista.
  5. Tres, el que explica que ambas clases fundamentales se dividen en fracciones, en franjas y en grupos, que varían y cambian al son de los cambios del sistema y de la lucha de clases en su interior; y además, que entre ambas dos clases decisivas -el Trabajo y el Capital, con mayúsculas- existen otras clases, fracciones, castas, élites, etc., intermedias en permanente cambio. La pequeña burguesa vieja y nueva, las llamadas «clases medias», «autónomos», etc., son los fundamentales colectivos intermedios entre el Trabajo y el Capital.
  6. Cuatro, el que explica que la definición básica y general de las clases obrera y burguesa sólo sirve a nivel abstracto, siendo necesario a la vez concretar esas abstracciones en las formas particulares que adquieren en cada sociedad, en cada pueblo y en cada momento histórico: siempre hay que utilizar la dialéctica entre lo genético-estructural y lo histórico-genético. En unos momentos deberemos hablar sólo de dos grandes clases unidas a muerte en una lucha descarada, latente o invisible; pero otras muchas veces deberemos precisar con minuciosa sofisticación varias clases, subclases, fracciones de clase, alianzas de clase, etc. Lo más frecuente y lo óptimo en el plano de la praxis, es que siempre desarrollemos esta dialéctica de los múltiples niveles internos de la realidad.
  7. Y cinco, el que explica que la extrema y creciente complejidad de las formas de explotación directa o indirecta, de salario oficial u oculto, en la economía sumergida, del trabajo doméstico no mercantilizado pero vital para el capitalismo, de trabajo precario, a tiempo parcial o a destajo, o con el tiempo fijado por convenio, etc., esta realidad actual que nos recuerda al capitalismo manufacturero y de la primera industrialización pero con las condiciones de control, vigilancia y represión de comienzos del siglo XXI, integra obligatoriamente a las mujeres, a la juventud y cada vez más a la tercera edad, a las culturas, pueblos y naciones, a los grupos autoidentificados por su especificidad sexual, cultural y vivencial propia. Y los integra porque son parte objetiva de la fuerza social del trabajo explotada por el Capital, aunque no tenga conciencia de ello, produzcan directamente valor o no.
  8. La teoría marxista de la lucha de clases es una teoría relacional, de interacción de realidades móviles, y del papel central de la conciencia política en el conocimiento de las clases en lucha. Es una teoría de relaciones múltiples entre niveles cambiantes que aparecen y desaparecen al son de la evolución general de la lucha de clases en su globalidad, lucha que nunca puede ser reducida esquemáticamente a la lucha fabril, economicista, sino que abarca a la totalidad de conflictos sociales por muy distantes que parezcan estar de esa estricta lucha fabril. La lucha de clases no se libra sólo en el área de la producción, sea en una fábrica mugrienta o en su laboratorio desinfectado, sino también en la de la circulación y realización, y en el entero proceso de la reproducción del capital, lo que quiere decir que las clases sociales también están presentes en estas áreas y en la reproducción en su conjunto.
  9. Sintéticamente hablando, todos los conflictos sociales terminan remitiéndonos en último análisis a la lógica burguesa del máximo beneficio que internamente estructura todas las formas diferentes de explotación, opresión y dominación en lo cultural, étnico, nacional, etc.; en lo patriarcal, sexo-género, reproducción biológica, etc.; en la mercantilización de la naturaleza, en lo socioecológico, etc.; de la permanente aparición, cambio y desaparición de formas de explotación, opresión y dominación en la realidad extra-fabril, cotidiana, interpersonal, que generan «nuevos sujetos», «movimientos sociales», en las realidades de las esferas no sólo de la producción, sino también y sobre todo de la circulación y realización del beneficio, no sólo de la producción sino especialmente en la reproducción del capitalismo.
  10. Los conceptos de «pueblo trabajador», de «nación trabajadora», etc., son especialmente válidos en estos niveles particulares porque integran en una totalidad concreta precisa y diferenciada de las circundantes, a todas las clases y franjas sociales explotadas, oprimidas y dominadas en situaciones históricas de larga duración, con estructuras políticas y sociales en las que los factores lingüístico-culturales, de memoria popular, de identidad reprimida, etc., juegan un decisivo papel aglutinador y provocador de la conciencia crítica. Estos conceptos sintetizan en un todo a la gran mayoría de la población sometida a dos explotaciones: una, la que sufre por parte de su propia burguesía, y otra la que sufre por parte del Estado ocupante. Ambas, la burguesa autóctona y la extranjera, forman una unidad económico-política pactada a lo largo de la historia. Por ejemplo, el colaboracionismo de la burguesía vasca con los Estados español y francés, o de la galega con el español, sin extendernos más ahora.
  11. La evolución del capitalismo está reafirmando la valía de estos conceptos abarcadores e integradores también para los pueblos que oficialmente no sufren opresión nacional porque disponen de su propio Estado reconocido internacionalmente, pero que sí la sufren en la práctica debido a la traición de sus «burguesías nacionales» que aceptan y cumplen las feroces exigencias socioeconómicas y políticas de Estados más poderosos, y de los poderes imperialistas transnacionales. Esta «nueva» opresión nacional cada día más descarada e innegable, ya en germen durante el tránsito del siglo XIX al XX precisamente por las deudas financieras de imperios debilitados y Estados en crisis, descarga sobre los pueblos obreros, sobre las naciones trabajadoras los sacrificios impuestos por poderes extranjeros y por las «burguesías nacionales» oficialmente «independientes», pero que prefieren obedecer al exterior para mantener parte de sus beneficios, que arruinarse defendiendo a sus propios pueblos.
  12. Desde luego que existe una diferencia fundamental e insalvable entre las «viejas» y «nuevas» opresiones nacionales: las primeras son cualitativamente más duras e insoportables que las segundas, que las «nuevas», porque las naciones trabajadoras que sufren las «viejas» opresiones ni siquiera tienen un Estado propio en el que reforzar su lucha de clases contra el capital «nacional» y transnacional, una lucha mixta, defensiva en unas cuestiones y ofensiva en otras, pero imprescindible. Los pueblos ocupados por Estados extranjeros están cualitativamente más indefensos que los pueblos que al menos tienen su Estado aunque vendido a poderes transnacionales. Esta diferencia es decisiva para entender la teoría marxista de la autodeterminación de los pueblos, que en el capitalismo mundializado actual, pasa por la conquista del poder independiente y la construcción de un Estado de la nación trabajadora que impulse el internacionalismo socialista contra la uniformidad imperialista.
  13. Veamos algunos ejemplos recientes que muestran la idoneidad de estos conceptos: uno, la imposición de la UE contra las ayudas a la industria naval en el Estado español; otro, los aplausos de la UE a la medida del Estado español de anular la vigencia de los convenios colectivos; además, la exigencia implacable de la UE de que los pueblos del Estado español paguen la llamada «deuda»; y por no extendernos, los sistemáticos recortes de derechos y libertades especialmente 

 

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