1.- PRESENTACIÓN:

 

A lo largo del año transcurrido desde el último seminario internacional, organizado por el PT de México, en 2007, se han ido agudizando todas las contradicciones irreconciliables que minan al capitalismo a escala mundial, se han agudizado también las expresiones regionales que estas contradicciones estructurales adquieren en el continente de las Américas y, sobre todo, y como efecto de lo anterior, se han fortalecido y aumentado en intensidad y en extensión las dinámicas represivas, autoritarias, neofascistas y fascistas de la burguesía latinoamericana y especialmente del imperialismo yanqui. Debemos decir que en marzo de 2008 la situación latinoamericana y mundial, comparada con la situación en marzo de 2007, se caracteriza por la aceleración de la dialéctica de la lucha entre el Capital y el Trabajo en todas sus formas de expresión. Tengamos en cuenta que por Capital entendemos la totalidad de las relaciones sociales que impulsan la acumulación ampliada de propiedad privada de las fuerzas productivas en manos de la burguesía, y que por Trabajo entendemos su contrario antagónico e irreconciliable, unido esencial y vitalmente al Capital pero enfrentado a muerte con él en los decisivo, a saber: la totalidad de relaciones sociales que luchan por instaurar la propiedad colectiva de las fuerzas productivas en manos de la humanidad trabajadora.

Pues bien, esta dialéctica de lucha de clases en sus contenidos básicos se ha agudizado a escala planetaria y latinoamericana en este último año. Desde luego que en esta corta ponencia no podemos --ni tampoco queremos-- extendernos en un análisis detallado de todas las múltiples y diversas formas, expresiones y manifestaciones externas y particulares en y con las que se expresan las contradicciones inherentes al modo de producción capitalista. Los pueblos de las Américas son, debido a sus propias resistencias, luchas y avances, muy amplios, complejos y profundos como para intentar expresar en pocas palabras esa riqueza impresionante, riqueza que se multiplica exponencialmente, además, conforme estos pueblos, sus clases trabajadoras, sus fracciones de clase, etc., profundizan y extienden las interacciones mutuas entre ellos, creando realidades nuevas parcial o totalmente inimaginables hace una década y media. Como veremos más adelante, una de las razones que impulsan a los EEUU y a las burguesías colaboracionistas a mejorar sus doctrinas, paradigmas, sistemas y estrategias represivas es precisamente, además de otras razones obvias, esta innegable dinámica hacia la mayor interacción de las oprimidas y oprimidos en continente en planes que superan la fase de resistencia más o menos pasiva y defensiva, y han entrado ya, o lo están haciendo, en la fase de construcción consciente y planificada de alternativas colectivas, ofensivas y creativas, frente a los proyectos imperialistas.

De entre todos los matices, componentes y particularidades que lógicamente esta tendencia hacia la construcción consciente de un modelo propio, con sus innegables e inevitables resistencias y problemas internos, nosotros vamos a detenernos sólo en uno de ellos, uno que pensamos fundamental y que no es otro que el del avance de la militarización capitalista en las Américas. La militarización ha sido y es de hecho una de las decisivas tendencias que más han evolucionado negativamente, desde la perspectiva de los pueblos explotados, durante este último año, como se demostró en los detenidos debates al respecto habidos en el reciente II Congreso de la Coordinadora Continental Bolivariana celebrado en Quito, así como en parte de las reflexiones teóricas debatidas en el II Seminario Internacional celebrado un día antes en esta misma ciudad. No es casualidad alguna el que ambos eventos dedicaran atención especial a las nuevas formas del militarismo capitalista, especialmente al yanqui por su amenazante presencia dentro mismo del continente latinoamericano, en el Caribe y en Centroamérica. Sus pueblos sufren a diarios los efectos de la militarización, de la presencia permanente y creciente de tropas de ocupación yanqui.

Aunque la militarización del modo de producción capitalista es una tendencia inherente a su esencia genético-estructural, como demostraron de forma brillante los textos del “último” Engels y algo más tarde la exuberancia analítica de Rosa Luxemburgo y, por no extendernos, el conjunto de marxistas que elaboraron la teoría del imperialismo al comienzo del siglo XX; siendo esto cierto, no lo es menos que en la actualidad y en su plasmación histórico-genética, la militarización capitalista ha entrado en una nueva fase que corresponde a las nuevas necesidades de dominación, explotación y opresión creadas por la nueva forma que ha adquirido el imperialismo.

Si bien los pueblos con Estado propio padecen la amenaza directa del militarismo imperialista, la situación es ya peor que alarmante para las naciones oprimidas y ocupadas por dicha militarización, como es el caso de Euskal Herria entre otros más. Para estos pueblos nacionalmente oprimidos, el debate colectivo y el enriquecimiento teórico sobre qué es, cómo actúa y en qué ha mejorado y ampliado su efectividad el militarismo contemporáneo, este debate es decisivo. Sobre todo cuando gracias a él se descubre que la militarización está pudriendo y destruyendo el interior mismo de las sacrosantas áreas supuestamente civiles de la democracia burguesa, como son, entre otras, la universidad y su autonomía imaginaria, el parlamento, la libertad de prensa, etc. En el Estado español, por ejemplo, recientes leyes dictadas por PSOE instauran la presencia del militarismo en el interior de las universidades. También en el Estado español, el sistema constitucional impuesto por el post franquismo y rechazado mayoritariamente por el Pueblo Vasco, sanciona la supremacía del Ejército por encima del Parlamento en las cuestiones esenciales para la dictadura de clase de la burguesía española. Podríamos seguir analizando el creciente militarismo español, pero vamos a acabar refiriéndonos a los lazos irrompibles que unen al militarismo francés con las grandes industrias político-mediáticas en ese Estado, como expusimos en un texto sobre la prensa como arma de contrainsurgencia, a libre disposición en Internet.

 

2.- MEXICO COMO EJEMPLO PERTINENTE:

 

La alarmante experiencia mejicana, que entra dentro del proceso más amplio, general incluso que recorre abierta o solapadamente a Latinoamérica y que encuentra en Colombia una muestra terrible, extendiéndose a Perú y en menor medida a otros Estados burgueses peones fieles de los EEUU, esta experiencia alarmante debe servirnos como preámbulo. La reciente aceptación por la Cámara de Diputados de la popularmente denominada “ley Gestapo”, terriblemente represora y antidemocrática, muestra no sólo la velocidad del avance de la militarización generalizada del Estado mejicano, sino sobre todo las nuevas formas que adquiere esta militarización en las Américas, forma nueva que no niega la esencia del militarismo sino que confirma la capacidad de la clase burguesa para readecuar sus sistemas represivos a las nuevas necesidades. El hecho de que únicamente 6 diputados rechazaran la ley frente a 462 que la aceptaron, y la pasividad de 2 que se abstuvieron, estas abrumadoras cifras indican el grado de integración de la llamada “clase política” en los intereses geoestratégicos de imperialismo yanqui. No es ningún consuelo el pensar que semejante harakiri institucional en lo referente a los derechos democráticos, sociales y humanos, podía haber sido peor si también se hubiera anulado el artículo 16 de la Constitución que, pese a todo, garantiza nominalmente derechos básicos y elementales.

Y decimos que no es ningún consuelo porque en realidad se trata de una pequeña victoria defensiva y aislada frente a una avalancha reaccionaria que llega a paso de carga, como un tsunami que arrasa con el supuesto “Estado de derecho”. Las izquierdas parlamentarias mexicanas deberán redoblar sus luchas y pasar a una clara ofensiva para recuperar los significativos e importantes derechos perdidos. Lo peor es que el avance reaccionario ya venía siendo denunciado por multitud de colectivos y entidades de toda índole. No se puede decir, por tanto, que la izquierda parlamentaria ha sido cogida por sorpresa. Un somero repaso de estas denuncias, y de las instituciones mexicanas e internacionales que las avalan, rebela la gravedad creciente del problema. Por ejemplo, las advertencias de la Comisión Civil Internacional de observación de los Derechos Humanos (CCIODH); de Amnistía Internacional; de la Alta Comisaría para los Derechos Humanos de la ONU en voz de su representante Louise Arbour; de la Comisión Nacional de los Derechos Humanos (CNDH), y de la Human Rights Watch (HRW), semejantes sendos estudios críticos y premonitores sobre el sistemático recorte en la práctica cotidiana de las libertades concretas, estaban a disposición de los diputados de la izquierda parlamentaria con la suficiente antelación. En estos informes se estudian diferentes ataques prácticos contra diferentes libertades y derechos democráticos, formando todos ellos un corpus argumentativo demoledor por su carga crítica, al margen ahora de consideraciones nuestras que no vienen a cuento en esta ponencia. Pero no han servido para nada, excepto, tal vez y como victoria pírrica, para salvar por ahora de la catástrofe al ya mencionado artículo 16 de la Constitución.

La razón de la marcha triunfal de esta destructiva masacre de las libertades debe buscarse, sobre todo, en la imbricación del nuevo militarismo capitalista en el interior de los Estados burgueses en proceso de licuación interna ante el avance imperialista. Ambos, el militarismo y la licuación interna de Estados burgueses, responden básicamente a las exigencias burguesas en las cada vez más difíciles condiciones de acumulación ampliada de capital. En México se venía dando un avance lento pero imparable, y a veces incluso rápido, de las nuevas características de la militarización que vamos a exponer a continuación. Pero antes de proceder a ello tenemos que decir, primero, que dichas novedades se presentan en todas las sociedades capitalistas al margen de que sean imperialistas y dominantes, ocupen niveles intermedios o sufran dominación imperialista y no puedan romper ya las cadenas de la expoliación, el intercambio desigual y el saqueo generalizado; y segundo, que el derretimiento del Estado mexicano venía produciéndose con bastante antelación. Veámoslo.

Como en el resto de burguesías latinoamericanas, la mexicana también formaba y forma a sus futuros dirigentes en los EEUU. Muchos imperios precapitalistas --Roma, Inca, Azteca...-- exigían a los pueblos que explotaban que hijos y familiares de sus castas o clases dominantes vivieran y se formasen en la capital del imperio, no sólo para tenerlos como rehenes a los que asesinar si sus pueblos se sublevaba, sino también para desnacionalizados, reeducarlos en las ideas del imperio opresor y luego, ya asimilados y convertidos, usarlos en un primer momento como muy efectivos y conscientes instrumentos de control y vigilancia de su pueblo, y sobre todo, y a medio plazo, como fuerzas de desnacionalización y desintegración como pueblo con identidad propia. El imperialismo capitalista también recurre a este método pero lo hace no por la fuerza directa de las armas, sino por la fuerza directa del dinero. Las burguesías de América Latina aceptaron esta imposición no sólo con respecto a sus hijos, sino también para con sus militares, y recordemos la tétrica e inhumana Escuela de las Américas. Para comienzos de los ’70 el grueso de la juventud de la alta burguesía latinoamericana estaba definitivamente envenenada por la ideología neoliberal más extremista, y su primera experiencia práctica fue precisamente en Chile inmediatamente después del golpe fascista de Pinochet.

En México fue durante el transcurso de la década de 1980 cuando el PRI aceptó plenamente las exigencias neoliberales mediante la influencia imparable de los equipos de los presidentes De la Madrid y Salinas, formados en los EEUU. Para la mitad de esta década había retrocedido tanto la capacidad de compra de las masas debido a las medidas gubernamentales que la delincuencia social se generalizó, que las luchas obreras, populares y campesinas se multiplicaron. El final de esta década fue el de la represión generalizada, con intervención de fuerzas militares, represión que se endurecería aún más cuando entraron en lucha las naciones indias, los pueblos originarios en defensa de sus tierras comunales ancestrales. Recordemos que en 1991 la burguesía privatizó las tierras comunales, hasta entonces y desde 1917 constitucionalmente reconocidas como propiedad inalienable de los pueblos indios. La sublevación zapatista en Chiapas de 1994 respondió a este ataque destructor de la esencia misma de la civilización prehispana. El capitalismo mexicano pudo así acabar con uno de los pocos restos que le estorbaban desde 1917 en adelante: acelerar la privatización de todas las tierras y de sus recursos. Por otra parte, siguiendo con la mercantilización de todo lo existente, para el comienzo del siglo XXI de nuestra era, casi el 75% de la banca mexicana había sido vendida al capital extranjero. A la vez, los resortes estatales habían sido cedidos progresivamente al control de tecnócratas privados de ideología fanáticamente neoliberal que directa o indirectamente trabajaban para las grandes corporaciones mexicanas y transnacionales, mayormente yanquis. Junto a esta destrucción de las estructuras y relaciones sociales, se produjo el consiguiente debilitamiento de las organizaciones y partidos a ellas correspondientes.

Fue durante esta involución reaccionaria cuando se desarrollaron los ochos procesos que vamos a presentar muy resumidamente: Primero, el aumento de los cuerpos represivos privados, a manos de fracciones de la burguesía, de modo que una parte del bloque de clases dominante empieza ya a disponer de sus instrumentos de control, vigilancia y represión propios. Segundo, un estrechamiento de la operatividad y de los objetivos de estos ejércitos privados con el oficial, bien mediante sistemas alegales bien mediante sistemas ilegales, pero también mediante las propias leyes que facilitan la proliferación de dichos cuerpos armados privados. Tercero, la deriva o transformación cualitativa de algunos o buena parte de tales grupos en fuerzas paramilitares en sentido estricto. Cuarto, el asentamiento de organizaciones fascistas o neofascistas como el Yunque, y fundamentalistas católicas como Los Legionarios de Cristo, u otras menores o menos conocidas. Quinto, la corrupción generalizada en la policía y en otros instrumentos oficiales del orden legal. Sexto, la penetración paulatina de la narcopolítica en estas nuevas realidades. Séptimo, la dependencia que tiene el Ejército mexicano hacia los EEUU, y que ha destruido de facto la independencia nacional mexicana. Y octavo y último, la desintegración interna del Estado mexicano al debilitarse el aparato funcionarial clásico e imponerse la nueva casta de tecnócratas neoliberales que aplican despiadadamente los intereses de la gran burguesía mexicana y yanqui. Como resumen, síntesis y expresión legal de todo este proceso de militarización social tenemos el Plan Mérida o Plan México, como se quiera. 

 

 

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