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El conjunto de los trabajos que damos a conocer en este volumen fueron realizados por un grupo de militantes del Partido Comunista de España (reconstituido) presos en la Cárcel de Alta Seguridad de Herrera de la Mancha.

Deseábamos hacer coincidir su publicación con el Centenario de la muerte de Carlos Marx, pero nuestro traslado a la Prisión de Alcalá-Meco, y posteriormente a la de Soria, la hicieron prácticamente imposible.

Introducción

Hoy en día todos los filibusteros expertos en cátedras quieren medirse con el materialismo dialéctico, con el marxismo, no solamente en el terreno político y social, sino también en los demás terrenos que alcanza la actividad humana, entre otros los de las Ciencias Naturales. Esta es una muestra más de la gran vitalidad del marxismo. Uno de sus «críticos» más famosos en la actualidad es Mario Bunge (está considerado como uno de los autores más influyentes en España y Latinoamérica), quien se está convirtiendo nada menos que «en el patriarca de la teoría de la ciencia en lengua castellana»[1]. Bunge , además de querer «actualizar» el materialismo a la luz de «la lógica, la matemática, la ciencia y la tecnología contemporánea», pretende refutar la dialéctica por «confusa», por «estar alejada de la ciencia», por faltarle «precisión, detalle y sistematicidad» y ser «una manera primitiva de pensar».[2]

Que un monista pluralista o realista crítico (como se prefiera) no entienda la dialéctica, no debe extrañarnos (hoy, en Occidente, en el «Mundo Libre», la mayoría de los profesores de universidad no saben nada de dialéctica). Pero, ¿acaso es culpa de la dialéctica que un «realista», materialista vulgar, no la entienda? La culpa, en todo caso, es del realista y de los pontífices de universidad, los «alma mater» de nuestra sociedad. No obstante, en una cosa parecen coincidir todos estos testaferros ideológicos del capital: en rechazar la dialéctica. Ellos dicen que la refutan pero mueve a risa comprobar cómo lo consiguen.

Algo similar ocurre con el bioquímico francés, premio Nobel de Medicina, Jacques Monod, quien eleva a los altares de la ciencia la más tópica concepción sobre el azar o la casualidad que se haya visto jamás, invocando para ello el «principio de autoridad» de la física cuántica. Claro que este «experto» bioquímico arremete contra Engels porque vapuleó la insípida teoría de la «muerte térmica del universo» de manera brillante (azotaina de la que está tan necesitada la versión moderna de esta idea conocida por el nombre de «Teoría de la gran explosión»), y también porque tanto Engels como Marx, si bien admiraban la teoría darwinista por lo que significaba de progreso, no aceptaban su explicación, «la lucha por la existencia», de claro contenido malthusiano, salvo como «primera expresión, provisional e imperfecta, de una realidad recién descubierta».[3] «Toda la doctrina darwinista de la lucha por la vida — dice Engels— no es más que la transposición de la sociedad a la naturaleza animada, de la doctrina de Hobbes sobre el bellum omnium contra omnes (la guerra de todos contra todos) y de la doctrina económico-burguesa de la concurrencia, unidas a la teoría demográfica de Malthus».[4]

Los neodarwinistas están todos de acuerdo en una cosa, en el hecho de la evolución. Esta es una conquista científica, una gran verdad que nadie se atreve a negar hoy día. Pero los neodarwinistas, entre los que se encuentra Monod, no logran ponerse de acuerdo a la hora de explicar la evolución, porque parten de presupuestos unilaterales, lo que origina múltiples y disparatadas teorías. Y esto ocurre así porque menosprecian la dialéctica y se mantienen atados a las formas más ramplonas de pensamiento. De todas maneras, si bien Monod no niega la existencia de la dialéctica misma, sí niega el hecho de que sea la dialéctica objetiva de las cosas la base y la razón de aquella «dialéctica subjetiva» del pensamiento, resultando realmente duro para él tener que admitir que la contradicción dialéctica sea la ley fundamental de todo movimiento.[5] En esto coincide con M. Bunge para quien, como mucho, la contradicción dialéctica sería la base de «algunos» fenómenos...

Por desgracia, esta última es una posición mucho más extendida de lo que a primera vista pudiera parecer. También para muchos filósofos oficialistas de la URSS como Burlatski: «en una serie de casos, los opuestos no reflejan la unidad real y lucha de los contrarios».[6] En sustitución de la ley de la contradicción, la más importante de la dialéctica, Konstantinov, por su parte, ha introducido, al parecer sin ningún esfuerzo, la «interacción universal» (que hoy sirve de fuente inagotable de inspiración a los círculos científicos soviéticos), adobada con buena dosis de agnosticismo kantista y humista.

Varias son las circunstancias que han contribuido a que el materialismo dialéctico no haya penetrado del todo en el terreno de las ciencias naturales de manera consciente, consecuente y profunda; entre ellas podemos resumir las siguientes: 1.°) Su carácter de clase, ya que el materialismo dialéctico no es una filosofía especulativa que sirva a la burguesía en sus intereses y objetivos, sino que es la filosofía del proletariado, de la clase más avanzada y revolucionaria de la sociedad capitalista; 2.°) El hecho reconocido de que, hasta hace muy poco, la investigación haya sido un reducto de privilegiados con intereses egoístas de dominio y explotación, y donde prima la individualidad, aunque en honor a la verdad tengamos que admitir que cada día es mayor el número de científicos serios, honestos, responsables y comprometidos con la lucha liberadora de las masas oprimidas de todo el mundo, y 3.°) Si bien la experiencia histórica de la URSS es alentadora en muchos aspectos, en general se puede decir que allí el revisionismo ha despojado al materialismo dialéctico de su contenido esencial, vivo, revolucionario, convirtiéndolo en una escolástica metafísica.

Con la irrupción del revisionismo político en la URSS, se dio rienda suelta a todas las filosofías burguesas especulativas, retrocediendo en todas las cuestiones de importancia ante el positivismo y adoptando posiciones eclécticas, confusas o vacilantes ante los problemas más serios que tienen planteados la filosofía y las ciencias contemporáneas.

Fue en estas circunstancias de debilitamientos del materialismo dialéctico en la URSS y en otros países, cuando el positivismo aparentó tener larga vida y buena salud, complacido ante el ataque desenfrenado abierto de los revisionistas contra las verdaderas posiciones del marxismo en filosofía, representadas y defendidas por Mao Zedong. La arremetida soviética contra las posiciones filosóficas de Mao Zedong, hecha con el peor espíritu y la mayor arrogancia, no tardó en confirmar dos hechos importantes: 1.°) Que Mao tenía razón, y 2.°) Que en aquella lucha contra Mao la dialéctica soviética llegó a tocar fondo. De manera que desde entonces en adelante sólo se podían esperar dos cosas: o positivismo idealista franco y abierto (como en Occidente) o, por el contrario, la vuelta a la situación abandonada y en la dirección de la crítica que le hiciera Mao Zedong. La salida de este atolladero aún no se ha producido, pero es de esperar que no tardará en producirse por una u otra vía. El febril desarrollo de las Ciencias de la Naturaleza durante los siglos XVIII y XIX en Europa permitió y facilitó en gran medida la aparición y el progreso más avanzados del materialismo francés, primero, y de la dialéctica alemana, después, posibilitando la creación de la filosofía científica, el materialismo dialéctico o filosofía marxista. Es cierto que el materialismo dialéctico nace vinculado a la ciencia social, económica y política, y ya, desde sus orígenes, al proletariado, a los nombres de Marx y Engels y a la I Internacional. Como reconoce su mismo autor y todo el movimiento marxista posterior, «El Capital», la obra cumbre de Marx, es ejemplo del uso del método dialéctico. Ahora bien, esto no es óbice para que el pensamiento más avanzado recorra ahora el camino inverso al que en un principio le dio origen.

Los fundadores del marxismo no pudieron ir más allá de donde fueron en este terreno de las Ciencias de la Naturaleza, entre otras razones porque otros proyectos absorbían su atención. Es conocido el esfuerzo que hizo Engels en este sentido en su inacabada obra «Dialéctica de la Naturaleza». También son conocidos los constantes intercambios de opiniones entre Marx y Engels relativos a las investigaciones científicas y técnicas, a todo lo que supusiera una rápida transformación de las fuerzas productivas y les sirviera para matizar y corroborar en su medio la dialéctica natural, sus leyes, su unidad con la dialéctica en general, con la social y económica, etcétera.[7]

Pero no estamos ya en los tiempos en que Engels hablara de los dos posibles caminos para que el materialismo dialéctico conquistara las ciencias naturales; hoy en día no es necesario seguir por aquellos senderos (aunque el estudio de la historia del pensamiento humano reportará siempre enormes enseñanzas). No solamente —como proponía Engels a los naturalistas— disponemos de la obra cumbre de Hegel, «Ciencia de la Lógica», cuyo estudio se debe abordar de manera materialista, y los trabajos de Marx y Engels, sino que el estudio y posterior reelaboración de la dialéctica por Lenin, y más recientemente por Mao Zedong, brinda enormes posibilidades teóricas y prácticas que todo científico materialista debería no sólo conocer, sino también estudiar y aplicar conscientemente, uniendo las verdades más universales del materialismo dialéctico con su ciencia particular. De esta unión nacerían infinidad de resultados positivos, de los que saldría igualmente beneficiada la dialéctica, mejorada e incluso transformada.

Hoy atravesamos un período en el que el progreso social, impulsado principalmente por las revoluciones socialistas y liberadoras de todo el mundo, ha estimulado de tal manera el desarrollo de la filosofía científica materialista dialéctica, que las necesarias generalizaciones y globalizaciones de los aspectos fundamentales y más importantes de las Ciencias Naturales, así como la más audaz concepción global de la naturaleza, de las ciencias y de su desarrollo, no pueden realizarse si no es tomando como base los logros superiores del pensamiento humano, las conquistas que en poco más de un siglo ha realizado la filosofía marxista, que es la única que permite desbrozar un camino más prometedor para la humanidad.

Durante el último siglo, los aportes más sólidos y esplendorosos en la gran obra del pensamiento del hombre los ha hecho el materialismo dialéctico, el cual, si bien es cierto que ha estado íntimamente unido a la ciencia política, social y económica, no es menos cierto que también lo ha estado a las Ciencias de la Naturaleza, principalmente en la URSS, aunque con las connotaciones antes señaladas.

Los problemas, ya viejos, de la continuidad y la discontinuidad en la mecánica cuántica, y la teoría de la relatividad del tiempo y del espacio; los problemas de la división y la composición (que con tanto recelo mirara Heisenberg); los problemas del azar y la necesidad, de las probabilidades y la estadística; el problema del desarrollo, y otros muchos como la relación mente-cuerpo, están íntimamente unidos al problema fundamental de la dialéctica que el materialismo dialéctico chino sintetizó en la expresión: «uno se divide en dos», y no «dos forman uno», que consideraremos en otro lugar.

La dialéctica de los contrarios es el fundamento del pensamiento dialéctico y del movimiento en la naturaleza y la sociedad humana. En este trabajo que ofrecemos al lector intentamos demostrar no solamente la actualidad de la dialéctica marxista, sino también la imprescindible necesidad de su estudio, así como algunos de sus logros más importantes, al tiempo que presentamos por nuestra parte algunos enfoques particulares a determinadas cuestiones concretas.

 

Capítulo I.  Bunge y el materialismo antidialéctico

 

En el campo de la teoría de la ciencia de nuestro país, salió a la luz recientemente un librito del físico y filósofo argentino mencionado más arriba, Mario Bunge. Dicho librito, según declara su propio autor, tiene como principal objetivo demostrar el carácter «anticientífico» de la dialéctica. Veamos exactamente lo que dice Bunge: «Una de las tesis centrales de este libro es que, a la par que el materialismo es verdadero aunque subdesarrollado, la dialéctica es confusa y está alejada de la ciencia» ([8]). La crítica de Bunge a la dialéctica abarca más de veinticuatro páginas, aunque en realidad, como acabamos de comprobar, su diatriba antidialéctica se extiende por todo el libro, como «una de las tesis centrales». Nos hallamos, pues, ante una de las obras antimarxistas más características de estos tiempos que corren.

Detengámonos a indagar las argumentaciones de nuestro filósofo sobre el materialismo dialéctico —en realidad, contra el materialismo dialéctico.

Este señor, catedrático en el Canadá, se ofrece para asesorar a los dialécticos sobre las principales tareas de depuración de la dialéctica que tienen pendientes de acometer. «Los principios de la dialéctica —afirma Bunge—, tales como se formulan en la literatura existente a la fecha, son ambiguos e imprecisos. El estudioso de la dialéctica (que según este buen señor es «vaga», «oscura» y «metafórica», y cuando menos «ininteligible» y «depurable») tiene el deber intelectual y moral de dilucidar las nociones clave de la dialéctica y de reformular los principios de ésta de manera clara y coherente» ([9]). No podemos alegar por nuestra parte, después de leer este párrafo, que Mario Bunge sea un neófito que desconoce por completo la dialéctica, aunque hemos de tener presente que «últimamente no está al corriente de ella» ([10]). Pasaremos por alto esa atrevida pretensión suya de corregir la dialéctica a pesar de haberse quedado retrasado en su conocimiento. Esto no tiene mayor importancia, habida cuenta de que no pensamos mantener con él- una polémica sobre las novísimas ideas «dialécticas» que se están cociendo en la actualidad en la olla escolástica de la filosofía oficial.

A nosotros nos bastan, para demostrar que Bunge no ha comprendido la dialéctica y que la tergiversa descaradamente, los escritos clásicos del marxismo, a algunas de cuyas obras se refiere nuestro catedrático, con lo que demuestra, al menos, conocer su existencia. Son estas obras: el «Anti-Dühring» y «Dialéctica de la Naturaleza», de F. Engels, y «Cuadernos filosóficos» de Lenin. Añadiremos por nuestra cuenta algunas otras de reconocido valor, de las que «se olvida» nuestro escritor. Estamos hablando de la conocida obra de Lenin «Materialismo y empiriocriticismo» y de las « Tesis filosóficas» de Mao Zedong. A este último autor tampoco lo nombra para nada nuestro profesor. Y esta omisión da mucho que pensar... Una de dos: o la ignora intencionadamente o da por buenas las «críticas» escolásticas oficiales soviéticas hechas a la obra del gran revolucionario y pensador dialéctico chino. Tanto en un caso como en el otro, la posición de Bunge sería verdaderamente desairada y muy corta de miras, porque, vamos a ver, ¿cómo un autor de «reconocida fama internacional» como él puede aparentar que ignora los grandes debates filosóficos que durante lustros tuvieron lugar en la República Popular China? ¿Acaso considera que los libelos anti-Mao tipo Konstantinov y cía. han zanjado la polémica? Dejamos estas preguntas y las posibles respuestas a la consideración del lector. Nosotros vamos a pasar ya sin más preámbulos a considerar los «exactísimos» argumentos antidialécticos de nuestro «crítico» monista pluralista M. Bunge.

La idea que tiene Bunge de la dialéctica está viciada desde su origen. Para él la dialéctica es sólo lucha, conflicto. Esta es, desde luego, una idea muy distorsionada, como podrá apreciar cualquier lector mínimamente familiarizado con los temas que tratamos; y es una idea distorsionada de la dialéctica aun cuando se exponga desde fuera de la misma, ya que afecta a su núcleo, a su germen esencial. La concepción fundamental de la dialéctica como unidad y lucha de contrarios —no sólo como lucha, como arguye nuestro realista— es al menos tan vieja como Heráclito. Bunge falsifica desde el comienzo de su «crítica» la ley más fundamental de la dialéctica, y no ocurre de manera casual o inconsciente, sino que lo hace intencionadamente. Dice nuestro autor: «Heráclito subrayó el conflicto a costa de la cooperación, e inició toda una familia de antologías dialécticas, cada una de ellas confirmada por un sinnúmero de ejemplos y refutadas por otros tantos» (subrayados nuestros)([11]). Esto es totalmente falso, como ahora vamos a ver.

En la actualidad, en muchos diccionarios de historia de la filosofía se acostumbra a recordar del gran Heráclito la manida y vapuleada frase (pero no por ello menos verdadera) de que «nadie se baña dos veces en el mismo río», dejando de lado otra mucho más importante que para Filón de Alejandría (un opositor suyo del s. I de n.E.) no pasó tan desapercibida. Dice Filón: «Porque el Uno es lo que está compuesto de dos contrarios, de modo que cuando se lo divide en dos aparecen los contrarios. ¿No es esta la proposición que los griegos dicen que su grande y famoso Heráclito ubicó a la cabeza de su filosofía y de la que se jactó como de un nuevo descubrimiento?» ([12]).

Esta idea no era para Heráclito una idea más, sino que la colocó nada menos que a la cabeza de su filosofía, de modo que, como se ve, queda terminantemente claro que el «Uno», la unidad de las cosas, es el que está «compuesto de dos contrarios». Aquí vemos admirablemente expuesta la idea fundamental de la dialéctica, la lucha en la unidad, el hecho de que ambas son inseparables. ¿Dónde se encuentra ese «a costa» del que hablara Bunge'? En ninguna parte. No se encuentra ni en Heráclito ni en el gran idealista dialéctico que fue Hegel, quien decía de aquél: «Aquí tocamos tierra; no hay proposición de Heráclito que yo no hubiera adoptado en mi lógica...» ([13]).

Lenin recoge esta concepción en sus «Cuadernos filosóficos» y dice: «La división de un todo y el conocimiento de sus partes contradictorias (...) es la esencia (uno de los «esenciales», una de las principales, si no la principal característica o rasgo) de la dialéctica. Precisamente así formula también Hegel el asunto», aclarando a continuación qué se entiende por unidad y qué por contradictorio de esta manera: «la identidad de los contrarios (quizá fuese más correcto decir su 'unidad'—aunque la diferencia entre los términos identidad y unidad no tiene aquí una importancia particular—. En cierto sentido ambos son correctos) es el reconocimiento (descubrimiento) de las tendencias contradictorias, mutuamente excluyentes, opuestas, de todos los fenómenos y procesos de la naturaleza (incluso el espíritu y la sociedad)».[14] ¿No conocía acaso Bunge los «Cuadernos filosóficos»? Entonces, ¿cómo se pueden manipular, falsificar y distorsionar de esa manera los textos?

Para mayor abundancia, por si a nuestro filósofo «crítico» aún no le ha quedado suficientemente claro qué entienden los grandes pensadores materialistas dialécticos por unidad y lucha de contrarios, traigamos a la palestra la rigurosidad y claridad expositiva de Mao Zedong, para quien «identidad, unidad, coincidencia, interpenetración, impregnación recíproca, interdependencia (o mutua dependencia para existir), interconexión o cooperación — todos estos variados términos significan lo mismo y se refieren a los dos puntos siguientes: primero, la existencia de cada uno de los dos aspectos de una contradicción en el proceso de desarrollo de una cosa presupone la existencia de su contrario, y ambos aspectos coexisten en un todo único; segundo, sobre la base de determinadas condiciones, cada uno de los dos aspectos contradictorios se transforma en su contrario—. Esto es lo que se entiende por identidad».[15]

Ya con esto basta para comprobar cabalmente en qué consiste la treta utilizada por Bunge para atacar la dialéctica. Este autor «materialista» ignora a sabiendas el desarrollo moderno de la dialéctica.

 

[1] A. Hidalgo, revista «El Basilisco» nº 14

[2] M. Bunge: «Materialismo y ciencia», págs. 57, 58, 67, 68.

[3] K. Marx y F. Engels: «Cartas sobre las ciencias de la naturaleza y las matemáticas

[4] K. Marx y F. Engels: Ídem, pág. 85

[5] J. Monod: «El azar y la necesidad», pág. 48

[6] Burlatski: «Materialismo dialéctico», pág. 64

[7] K. Marx, F. Engels: «Cartas...»

[8] M. Bunge: «Materialismo y ciencia», pág. 57.

[9] M. Bunge: Idem, pág. 80.

[10] M. Bunge: citado por A. Hidalgo; «El Basilisco», n.° 14.

[11] M. Bunge: «Materialismo y ciencia», pág. 54 (a partir de ahora, citaremos en el texto sólo la página correspondiente de este libro).

[12] Lenin: «Cuadernos filosóficos», pág. 336.

[13] Lenin: Idem, pág. 247.

[14] Lenin: Idem, pág. 345.

[15] Mao Zedong: Obras escogidas, Tomo I, pág. 360.

 

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