EL SOCIALISMO

Y LA LUCHA POLÍTICA

 

PREFACIO

Este folleto puede dar motivo a muchas confusiones, e incluso a manifestaciones de desagrado. Los que comparten la orientación de Zenmlia y Volia [1] y Chornii Perediel [2] (órganos en cuya redacción he tomado parte) pueden reprocharmeque haya abandonado la teoría del llamado populismo. Los adeptos de las otras fracciones de nuestro partido revolucionario tal vez sientan disgusto por mi crítica de las concepciones que sostienen entrañablemente. Por esta causa considero que es necesaria una breve explicación previa.

El afán de trabajar en el pueblo y para el pueblo, la convicción de que “la emancipación de los trabajadores debe ser obra de los trabajadores mismos”, son tendencias prácticas de nuestro populismo por las que siento el mismo entusiasmo que antes. Pero su posición teórica, efectivamente, me parece errónea en muchos aspectos. Los años transcurridos en el extranjero y el estudio cuidadoso del problema social me convencieron de que el triunfo del movimiento popular espontáneo, al estilo de la sublevación de Stenka Razin o las guerras campesinas de Alemania, no pueden dar satisfacción a las necesidades político-sociales de la Rusia contemporánea; que las antiguas formas de nuestra vida popular contienen en gran parte los gérmenes de su disgregación; que éstas no pueden “desarrollarse hacia la forma superior del comunismo” si no actúa directamente sobre ellas un partido socialista obrero, poderoso y bien organizado. Por eso pienso que, junto con la lucha contra el absolutismo, los revolucionarios rusos deben esforzarse, por lo menos, en constituir los elementos necesarios para organizar ese partido en el futuro. En esta actividad creadora deberán pasar de modo ineludible al campo del socialismo contemporáneo, puesto que los ideales de Zemlia y Volia no están de acuerdo con la posición de los obreros industriales. Y esto será muy oportuno ahora, cuando la teoría de la originalidad rusa se convierte en sinónimo del estancamiento y la reacción, mientras que los elementos progresistas de la sociedad rusa se agrupan bajo el estandarte de un sensato “occidentalismo”.

Paso a otro punto de mi explicación. Aquí debo declarar ante todo, en mi defensa, que no me he referido a las personas, sino a las ideas, y que las divergencias particulares con determinados grupos socialistas no disminuyen en absoluto mi respeto hacia todos los que luchan sinceramente por la emancipación del pueblo.

Además, el llamado movimiento terrorista inició una nueva época en el desarrollo de nuestro partido revolucionario, la época de la lucha política consciente contra el gobierno. Este cambio en la orientación de la actividad que realizan nuestros revolucionarios impone la necesidad de revisar todas las concepciones que éstos heredaron del periodo anterior. Al entrar en un nuevo terreno, la vida nos exige que volvamos a estudiar todo nuestro acervo espiritual, y considero que este folleto es, en la medida de nuestras fuerzas, una contribución a la labor crítica iniciada hace mucho tiempo en nuestra literatura revolucionaria. Es probable que el lector aún no haya olvidado la biografía de A. I. Zheliabov[3], en la cual hay una apreciación crítica rigurosa, en gran parte muy exacta, del programa y la actividad del grupo Zemlia y Volia. Es muy posible que mis tentativas de crítica resulten menos afortunadas, pero no sería correcto considerarlas menos oportunas.

                  G. P.

Ginebra, 25 de octubre de 1883

 

Toda lucha de clases es una lucha política.

                 Marx [4]

 

Desde que el movimiento revolucionario ruso emprendió definitivamente el camino de la lucha abierta contra el absolutismo, el problema de las tareas políticas de los socialistas se convirtió en el más agudo y apremiante para nuestro partido. A causa de este problema surgieron divergencias entre hombres vinculados por una actividad práctica desarrollada durante muchos años, se disgregaron círculos y organizaciones enteras. Incluso se puede afirmar que todos los socialistas rusos se dividieron transitoriamente en dos campos, con ideas diametralmente opuestas sobre la “política”. Como ocurre siempre en tales casos, se llegó a extremos. Para algunos, la lucha política era poco menos que una traición a la causa del pueblo, la manifestación de los instintos burgueses entre nuestros intelectuales revolucionarios profanaba la pureza delprograma socialista. Otros no sólo reconocían la necesidad de esta lucha, sino que, en aras de los supuestos intereses de la misma, estaban dispuestos a entrar en acuerdos con los elementos de la oposición liberal de nuestra sociedad. Algunos llegaban a sostener que actualmente era nociva toda manifestación de antagonismo de clases en Rusia. Estas eran las ideas, por ejemplo, de Zheliabov, para quien “la revolución rusa [según su biógrafo] no significaba exclusivamente la emancipación de los campesinos o incluso de la clase obrera (¿ ?), sino también, el renacimiento de todo el pueblo ruso en general”. Enotras palabras, el movimiento revolucionario contra la monarquía absoluta, de acuerdo con su concepción, se confundía conel movimiento socialrevolucionario de la clase obrera que procuraba su emancipación económica; la tarea particular, específicamente rusa del presente comprendía la tarea general de la clase obrera de todos los países civilizados. Esta divergencia no podía seguir, y la ruptura se tornó inevitable.

El tiempo, sin embargo, limó las esperezas y resolvió gran parte de las controversias de manera satisfactoria para ambos sectores. Poco a poco, todos o casi todos, reconocieron que la lucha política comenzada debía proseguir hasta que el amplio movimiento liberador del pueblo y la sociedad destruya la estructura del absolutismo, así como el terremoto derriba el gallinero, si se puede emplear aquí la enérgica expresión de Marx. Pero para muchísimos socialistas nuestros, esta lucha es hasta ahora una especie de compromiso forzoso, un triunfo transitorio de la “práctica” sobre la “teoría”, una burla de la vida al pensamiento omnipotente. Los mismos “políticos” se justificaban ante los reproches que llovían sobre ellos, evitaban apelar a los principios básicos del socialismo, y sólo se referían a las irrefutables exigencias de la realidad.

En lo profundo de su alma ellos mismos creían, por lo visto, que las tendencias políticas eran impropias de ellos, pero seconsolaban pensando que sólo en un estado libre podían dejar que los muertos entierren a sus muertos y que, después de haber ajustado todas sus cuentas con la política, se consagrarían por entero a la causa del socialismo. En algunas ocasiones, esta confusa idea dio origen a sorprendentes equívocos. Al analizar el discurso del “huésped ruso” en el congreso de Jura[5]e intentando justificarse por el imaginario reproche de politiquería, Noródnaia Volia señalaba que, por lo demás, sus partidarios no eran socialistas ni radicales políticos, sino tan sólo “adherentes de Noródnaia Volia.[6] El órgano de los terroristas suponía que “en Occidente”, la atención de los radicales se concentraba de manera exclusiva en los problemaspolíticos, mientras que los socialistas, por el contrario, no querían saber de “política”. El que está familiarizado con los programas de los socialistas de Europa occidental comprende, por cierto, cuán errónea es esta concepción en lo que respecta a la inmensa mayoría de los mismos. Es sabido que la democracia social de Europa y América jamás adoptó el principio de la “abstención” política. Sus partidarios no ignoran la “política”. Sólo que no conciben las tareas de la revolución socialista como “la regeneración de todo el pueblo en general”. Intentan organizar a los obreros en un partido especial, a fin de separar en esta forma a los explotados de los explotadores y dar expresión política al antagonismo económico ¿De dónde, pues, hemos extraído la convicción de que el socialismo determina la indiferencia política, convicción que está en contradicción completa con la realidad? En la obra de Schiller, Wallenstein dice a Max Piccolominini que el espíritu humano es amplio, mientras que el mundo es estrecho, y que por eso las ideas se entienden bien en el primero, mientras que las cosas chocan ásperamente entre sí en el segundo”[7]. ¿Deberíamos afirmar, por nuestra parte, que en nuestra mente, por el contrario, no pueden coexistir de modo armónico los conceptos sobre cosas que no sólo se avienen magníficamente en la práctica, sino que además son inconcebibles desde todo punto de vista fuera de su nexo recíproco? Para responder a este interrogante hay que esclarecer ante todo las concepciones sobre el socialismo que sustentaban nuestros revolucionarios cuando surgieron en su medio las tendencias políticas. Luego de comprobar que estas concepciones eran erróneas o atrasadas, veremos cuál es el sitio que asigna a la lucha política la doctrina que aun sus enemigos burgueses convienen en llamar socialismo científico. Luego sólo nos restará efectuar algunas correcciones en nuestras conclusiones generales, inevitables en vista de ciertas particularidades que presenta el actual estado de cosas en Rusia, y nuestro tema estará concluido; la lucha política de la clase obrera contra los enemigos pertenecientes a diversas formaciones históricas nos revelará en forma definitiva nuestra relación con las tareas generales del socialismo.

 

I

La propaganda socialista ejerció poderosa influencia sobre todo el curso del desarrollo espiritual en los países civilizados. Prácticamente no hay rama de las ciencias sociales en la que esta propaganda no se haya manifestado en uno u otro sentido. En parte destruyó antiguos prejuicios científicos, en parte convirtió el extravío ingenuo en sofisma. Como es natural, la influencia de la propaganda socialista se debió reflejar con intensidad aun mayor entre los mismos partidarios de la nueva doctrina. Todas las tradiciones de los revolucionarios “políticos” anteriores fueron sometidas a una crítica implacable, todoslos métodos de la actividad social fueron analizados desde el punto de vista del “nuevo evangelio”. Pero puesto que la empresa de fundamentar de modo científico el socialismo sólo concluyó con la aparición de El capital,[8] es evidente que los resultados de esta crítica no fueron satisfactorios en muchos casos. Y como, por otra parte, en el socialismo utópico existían varias escuelas, de influencia casi equivalente, poco a poco se fue elaborando una especie de socialismo mediocre, que tenía sus adeptos entre los que no pretendían fundar una nueva escuela, ni tampoco estaban entre los partidarios demasiado celosos de las escuelas anteriores. Este socialismo ecléctico (dice Engels) es “Una mescolanza extraordinariamente abigarrada y llena de matices, compuesta de los desahogos críticos, las doctrinas económicas y las imágenes sociales del porvenir menos discutibles de los diversos fundadores de sectas, mescolanza tanto más fácil de componer cuanto más los ingredientes individuales habían ido perdiendo, en el torrente de la discusión, sus contornos perfilados y agudos, como los guijarros lamidos por la corriente de un río.”[9]. Este socialismo mediocre (señala el mismo autor) es el que sigue imperando entre casi todos los obreros socialistas de Francia e Inglaterra[10]. Nosotros los rusos podríamos agregar que esta misma mezcolanza predominaba en la mente de nuestros socialistas a mediados de la década del setenta, y constituía el fondo sobreel cual se destacaban las dos tendencias extremas: los llamados “vperiedovtze” y los “bakuninistas”.[11] Los primeros se inclinaban hacia la socialdemocracia alemana, y los segundos representaban la versión rusa de la fracción anarquista de la Internacional.[12] A pesar de que disentían en mucho, casi en todo, las dos tendencias se parecían (por extraño que parezca) en su actitud negativa hacia la “política”. Y es preciso reconocer que los anarquistas eran a este respecto más consecuentes que los socialdemócratas rusos de aquella época.

Desde el punto de vista anarquista, el problema político es la piedra de toque de todo programa obrero. Los anarquistas no sólo niegan cualquier tipo de acuerdo con el estado contemporáneo, sino que excluyen de sus concepciones sobre la “sociedad futura” todo lo que recuerde de una u otra manera la idea estatal. “La autonomía de la persona en la autonomía de la comunidad”: tal fue y es la divisa que sostienen todos los adeptos consecuentes de esta orientación. Es sabido que su fundador, Proudhon, se planteó en su órgano La voix du peuple,[13] la tarea muy poco modesta de “realizar respecto a la idea del gobierno (que confundía con la del estado) lo mismo que realizó Kant con relación a la idea religiosa”[14], y en su fervor antiestatal llegó a declarar al mismo Aristóteles “escéptico en el problema del estado”[15]. La solución de la tarea que él mismo se planteara fue muy simple, y se puede decir que derivaba en forma absolutamente lógica de las doctrinaseconómicas del Kant francés. Proudhon jamás pudo representarse la estructura económica del futuro en una forma que no fuera la producción mercantil, corregida y perfeccionada mediante una forma nueva, “justa” de cambio, sobre los principios del “valor constituido”. A pesar de toda su “equidad”, esta nueva forma no excluye, por cierto, la compra, ni la venta, ni las obligaciones del deudor, que van unidas a la producción y cambio mercantiles. Todas estas transacciones implican, como es natural, diversos convenios, mediante los cuales se determinan las relaciones mutuas de las partes que efectúan el cambio. Pero en la sociedad contemporánea los “convenios” se fundamentan en las normas jurídicas universales, que son obligatorias para todos los ciudadanos y por las cuales vela el estado.

En la “sociedad futura” la cuestión debía ser algo diferente. La revolución, según Proudhon, destruiría las “leyes”, dejando sólo los “acuerdos”. “No hacen falta leyes votadas por mayoría o unanimidad [afirma en su Idee générale de la Révolution au xix siécle]: cada ciudadano, cada comuna y corporación establecerán sus propias leyes” (pág. 259). Con esta concepción, el programa político del proletariado se simplificaba hasta el extremo. El estado que reconoce únicamente lasleyes generales y obligatorias para todos los ciudadanos, ni siquiera podía ser el medio para alcanzar los ideales socialistas. Al utilizarlo para sus fines, los socialistas no hacen más que consolidar los males, con cuya eliminación debe comenzar la “liquidación social”. El estado debe “disgregarse”, con lo cual “cada ciudadano, cada comuna y corporación” adquieren completa libertad para dictar “sus propias leyes” y concertar los “convenios” que sean necesarios. Pero si los anarquistas no perderán tiempo en el período anterior a la “liquidación”, estos “convenios” se han de celebrar de acuerdo con el espíritu del Sistema de las contradicciones económicas,[16] y el triunfo de la “Revolución” quedará asegurado.

La tarea de los anarquistas rusos se simplificaba aún más. “La destrucción del estado” (que en el programa anarquista iba ocupando poco a poco el lugar de su “disgregación”, recomendada por Proudhon) debía desbrozar el camino para que se desarrollaran los “ideales” del pueblo ruso. Y puesto que la propiedad agraria comunal y la organización de las industrias en arteles aparecen en primer término entre estos “ideales”, se sobrentendía que los rusos “autónomos” de origen democráticoconcertarán sus “convenios”, ya no según el espíritu de la reciprocidad proudhoniana, sino de acuerdo con el comunismo agrario. Como “socialista nato”, el pueblo ruso no tardará en comprender que la propiedad comunal de la tierra y los instrumentos de trabajo no basta por sí misma para garantizar la anhelada “igualdad”, y se verá obligado a organizar “comunas autónomas”, sobre bases totalmente comunistas.

Por lo demás, los anarquistas rusos (por lo menos, los anarquistas del matiz “insurreccional”) reflexionaban poco sobre las consecuencias económicas de la revolución popular preconizada por ellos. Consideraban que su obligación era eliminar lascondiciones sociales que impedían, según su opinión, el desarrollo normal de la vida popular; pero no se preguntaban qué camino seguiría ese desarrollo, al liberarse de los obstáculos exteriores. Ni los “insurgentes”, ni los “populistas” que aparecieron después, sospecharon que esta modificación, al estilo revolucionario, de la célebre divisa de la escuela de Mánchester (laissez faire, laissez passer) descartaba toda posibilidad de valorar seriamente el estado actual de nuestra vida económico-social y anulaba cualquier criterio con el que se pudiera determinar el concepto mismo sobre el curso “normal”de su desarrollo. Por lo demás, esta apreciación habría sido una tentativa inútil en todo sentido mientras el punto de partida para las reflexiones de nuestros revolucionarios siguiera siendo la doctrina de Proudhon. La parte más débil de estas doctrinas, el punto de su incoherencia lógica, es el concepto sobre la mercancía y el valor de cambio, es decir, precisamente las premisas que constituyen la única base sobre las cuales se puede formular una conclusión correcta con respecto a las relaciones mutuas de los productores en la organización económica del futuro. Desde el punto de vista de las teorías proudhonianas no tiene importancia alguna el hecho que la actual propiedad comunal de la tierra en Rusia no excluya en modo alguno la producción mercantil. El proudhoniano no tiene la menor idea sobre “la dialéctica interna, inevitable”, que transforma la producción mercantil, al llegar a cierto estadio de su desarrollo, en capitalista[17]. Por eso, su primo ruso ni por asomo tuvo la idea de preguntarse si eran suficientes los esfuerzos aislados de los individuos, comunas y corporaciones “autónomos” para luchar contra esta tendencia de la producción mercantil, que amenazaba proveer un buen día de capitales “adquiridos” a cierta parte de los comunistas “innatos”, trastornándolos en explotadores de la masa restante de la población. El anarquista niega el papel creador del estado en la revolución social precisamente porque no comprende las tareas y condiciones de esta revolución.

Aquí no podemos entrar en el análisis detallado del anarquismo en general, ni del “bakuninismo” en particular[1]. Sólo queremos señalar al lector la circunstancia de que tanto Proudhon como los anarquistas rusos tenían toda la razón desde su punto de vista, al erigir la “no injerencia política” en dogma fundamental de su programa práctico. Al parecer, la conformación político-social de la vida rusa justificaba en especial la negación de la “política”, obligatoria para todos los anarquistas. Antes de entrar en el campo de la agitación política, el “habitante” ruso debe convertirse en ciudadano, es decir, adquirir por lo menos ciertos derechos políticos, y en primer lugar, por supuesto, el derecho de pensar lo que quiera y decir lo que piensa. Esto se reduce en la práctica a la “revolución política”, y la experiencia de la Europa occidental “mostró” claramente que tales revoluciones no han sido, no son, ni pueden ser de utilidad alguna para el pueblo. Ya no correspondían las consideraciones sobre la necesidad de educar políticamente al pueblo mediante su participación en la vida social de su país, porque losanarquistas piensan, como vimos, que esa participación no educa, sino que corrompe a las masas populares: desarrolla en ellas la “fe en el estado”, y por consiguiente, la tendencia hacia el estatismo, o, como dijera el difunto M. A. Bakunin, “lo envenenacon la ponzoña social oficial y. de todos modos, lo distrae aunque sea por poco tiempo de lo que es hoy día la única empresa útil y salvadora: la insurrección”[2]. Por lo demás, según la filosofía de la historia de nuestros “insurgentes”, resultaría que el pueblo ruso, mediante diversos movimientos de mayor o menor importancia, ha demostrado su tendencia antiestatal, por lo cual se lo puede considerar suficientemente maduro en el aspecto político. Por eso, ¡fuera toda politiquería! ¡Ayudemos al pueblo en su lucha antiestatal, unamos en un solo torrente sus esfuerzos aislados, y entonces la pesada estructura del estado se hará añicos, iniciando con su caída una nueva era de libertad social e igualdad económica! En estas pocas palabras se expresaba todo el programa de nuestros “insurgentes”................

 

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