INDICE

Capítulo I. La crisis del etnocentrismo
Capítulo II. Las fracciones pequeño-burguesas: una clase clave
Capítulo III. Sociedades internacionales, capitalismo y cuestión nacional
Capítulo IV La burguesía nacional, su existencia y sus límites
Capítulo V. Cuestiones relacionadas con la clase obrera
          I. El proletariado como clase nacional
        II. La cuestión de los emigrantes
Capítulo VI. Factores colectivos de formación de la conciencia nacional

 

INTRODUCCION

 

La primera parte de mi estudio sobre el nacionalismo vasco («El nacionalismo vasco», Hendaye 1974) se refería a una época ciertamente cercana, pero ya histórica: el examen de los hechos se detenía en 1937. La exposición sigue en él un orden cronológico, y en general, se le puede calificar de libro de historia.

Por el contrario, al estudiar la situación actual y sus antecedentes más cercanos, la propia realidad a investigar me ha impuesto una metodología y un modo de exposición muy diferentes; ya no hay un orden cronológico, sino un acercamiento que podría calificarse de «sociológico».

En el fondo, el tema tratado es el mismo: las relaciones entre la cuestión nacional y el nacionalismo de una parte, y las diversas clases sociales del País Vasco, de otra. Y la motivación para estudiar estos problemas tampoco ha cambiado: se trata de aportar al terreno de la práctica una suma de informaciones que permitan a los militantes una clarificación de sus juicios y de sus posturas. Por ello, he intentado sobre todo hacer una exposición veraz con un fin político; no se trata de libros de historia ni de sociología, sino de trabajos ligados a una reflexión política sobre el momento que está atravesando el pueblo vasco.

Como el lector verá por sí mismo, la tesis fundamental del libro radica en la afirmación de que el contenido último y auténtico del nacionalismo político está en función de los intereses de clase del grupo social que lo vehicule. En el fenómeno nacional hay que distinguir dos aspectos: el primero, la afiliación a un grupo humano con unas u otras características diferenciales tales que le hagan autoconsiderarse como una nación; el segundo, la política de construcción de un sistema nacional, es decir, hoy en día el ligado a conseguir, reforzar o extender una nación-estado. Bakunin distinguía muy bien ambos fenómenos, hablando de la nacionalidad como «un hecho a la vez natural y social, fisiológico e histórico al mismo tiempo», tan respetable y tan básico como la individualidad; por el contrario, calificaba al patriotismo político, al amor del Estado, como una expresión injusta del hecho nacional, como «una expresión desnaturalizada por medio de una abstracción engañosa y siempre en provecho de una minoría explotadora» (ver el tomo VI de BAKOUNINE, Oeuvres, publicado por Jacques Guillaume, Stock, París 1913, pág. 394). En el caso vasco hay una confusión muy grande entre ambos aspectos de la cuestión. Dos son las fuentes de esta confusión: la primera, los largos años de represión sufridos no sólo por cualquier forma de nacionalismo político, sino incluso por las más inocentes manifestaciones de la peculiaridad vasca, desde los nombres de pila hasta el folklore; la segunda, la política deliberada del nacionalismo burgués y pequeño-burgués, que trata de capitalizar en función de unos intereses precisos y egoístas de clase el conjunto de la afirmación patriótica vasca. El primer aspecto, la represión, está siendo cada vez más denunciado y combatido; es probable que hoy sea el País Vasco Peninsular (con Cataluña) la zona europea donde una nación minorizada tenga las mayores posibilidades de éxito para conseguir, en plazo breve, un sistema de gobierno más o menos autónomo, pero liquidador, desde luego, de las formas violentas y groseras de opresión nacional. Pero la alienación del hecho nacional a la política nacionalista de las clases explotadoras locales se está convirtiendo en una temible posibilidad: ante la transformación del régimen español en un sentido demócrata-burgués con colaboración social-demócrata, los burgueses nacionalistas y los cuadros de la pequeña-burguesía tecnocrática han encontrado un terreno abonado para pactar con el sistema controlado por la oligarquía. Los términos del pacto son claros: la concesión por la oligarquía de una autonomía a Euskadi Sur controlada por la alianza burguesía local-social democracia y, a cambio de ella, el freno y la contención del movimiento revolucionario vasco.

Esta es la esencia del reformismo nacionalista. Y ésta es la base de la concepción completamente diferente de la política nacionalista por los explotadores y por los explotados. El fondo de toda opción política se encuentra en la actitud con respecto al régimen de la propiedad, lo que en nuestros días quiere decir la postura con respecto a la revolución social. Para las clases explotadoras (o, como ciertos sectores pequeño-burgueses, beneficiarios de la explotación), la construcción de un sistema nacional significa la creación de una base propia para participar más ventajosamente en la explotación de sus propios trabajadores y en el reparto imperialista del mundo: de aquí su deseo de naciones-estado (o de naciones-región autónoma, según la fuerza de la burguesía local), con legislaciones egoístas en lo local y en lo internacional. Por el contrario, los trabajadores, los explotados (con la clase obrera como grupo sustancial, al menos en el caso vasco) tienen interés en la construcción de un sistema nacional donde cesen tanto la explotación del hombre por el hombre a nivel local, como la explotación de una nación por otra y la expoliación del tercer mundo por las metrópolis desarrolladas. Es más que probable que la forma última de esa nueva organización nacional, CUYA BASE ES LA REVOLUCION SOCIAL, sea completamente diferente de la nación-estado. Pero, sin entrar en el terreno de la profecía, lo que sí se puede decir desde hoy es lo siguiente; que la base de afiliación nacional en el sentido cultural o natural de la palabra se traduce en políticas nacionales diferenciadas y enfrentadas en función de la lucha de clases. Hoy, en el País Vasco Peninsular, dos políticas se dibujan claramente: la política burguesa y reformista, que a nivel interno vasco preconiza la unidad de clases y a nivel peninsular el pacto «realista» con la burguesía y el reformismo centralista; y, frente a ella, la política nacional de los explotados, que defiende la unidad de la clase obrera a nivel local y peninsular, así como la dirección de la lucha en Euskadi por la clase obrera patriótica, organizada de manera autónoma y en lucha por la revolución social.

Este libro está terminado de redactar en abril de 1976: desde entonces, estas políticas se han perfilado aún más. La vieja lucha, de años, contra el «españolismo», es decir, contra la política que negaba a la clase obrera vasca la necesidad y la posibilidad de organizarse en forma estratégicamente diferenciada con respecto a la clase obrera española, está perdiendo su anterior protagonismo. Hoy en día hay cosas evidentes: en primer lugar, la solidaridad real de toda la clase obrera de Euskadi Peninsular con el derecho del pueblo vasco a la liberación nacional; en segundo lugar, la participación creciente en la vida política de una clase obrera vasca nacionalmente diferenciada, con formas de lucha propias, justificando ampliamente la necesidad de una organización autónoma vasca. Hoy en día está clara la unidad, a nivel de los intereses obreros, de las cuestiones nacional y social, por emplear una vieja terminología. Aunque grandes esfuerzos queden por hacer, tanto a nivel de la autoorganización del proletariado patriótico como a nivel del internacionalismo real y eficaz, la cuestión ha cogido su verdadero camino y en marcha ascendente.

Queda, sin embargo, un fuerte relente oportunista en las actuaciones de los grupos que, hasta hace poco, han combatido contra este derecho y esta necesidad de la autoorganización del proletariado vasco en un partido propio independentista. En su evolución reciente hay, probablemente, una actitud contradictoria: de una parte, están analizando correctamente la penetración de la reivindicación patriótica en las masas y están adoptando unas posturas claramente favorables a la liberación nacional; de otra parte, se observa una tendencia a limitar la lucha patriótica dentro de cuadros fijados de institucionalización más o menos federal, como si los viejos fantasmas unitarios y centralistas influyeran constantemente con el fin de reducir a límites «aceptables» la actual revitalización de lo vasco. Sin duda, son los partidos que están cayendo por la pendiente del reformismo y del compromiso quienes más tienden a reducir la cuestión nacional a soluciones autonómicas institucionalizadas paralelas (o casi idénticas) a las propuestas por la burguesía nacional: el apoyo a la legitimidad del Gobierno Vasco y del Estatuto como base de esta construcción autonómica es, entre las piedras de toque, una de las más significativas. Ahora bien, la evolución de estos últimos años revela que, bajo la presión de las luchas de las masas, el «españolismo» ha dejado de ser el obstáculo principal al desarrollo de la política nacional por parte de los explotados vascos.

Por el contrario, la derecha y el reformismo vascos están levantando cabeza a un ritmo acelerado. Durante años, este tipo de fuerzas han estado en silencio o han trabajado en sordina, dejando a los revolucionarios el duro trabajo de batirse por Euskadi y soportar una durísima represión; desde que el gobierno de Madrid ha abierto los cauces al reformismo, han caído muchas máscaras y se han levantado muchas cabezas. La reorganización económica y política de la burguesía nacional es indiscutible: la obtención de nuevos datos sobre el «Banco Industrial de Guipúzcoa» me ha llevado a convencerme de que, a través de él, se están poniendo los cimientos de la banca de inversión industrial que le faltaba a nuestra burguesía; la constitución del sindicato patronal «Einkor» es un hecho nuevo y de gran significación, en cuanto que realmente es un instrumento político y social de primer orden para la burguesía patriota vasca.

Todo esto no impide que los juicios sobre la debilidad estructural de esta burguesía, que el lector encontrará en los capítulos correspondientes del libro, sigan siendo reales: pero también lo es que, aunque sea incapaz de sostener una política de creación de un estado-nación, esta clase social está perfectamente dotada para ser la base del reformismo autonomista, es decir, de la contención de la sed de libertad del pueblo vasco en los límites de la democracia burguesa. Otro hecho de gran importancia es la constitución de un nuevo partido, E.S.B., a quien, con riesgo de equivocarme, pero, creo, con grandes posibilidades de acertar, me atrevería a calificar como órgano de la pequeña-burguesía tecnocrática. Su socialismo estaría dirigido a obtener para los cuadros bilingües patriotas el control de las actividades económicas, culturales, sanitarias y otras que estén bajo el control del gobierno autonómico vasco; pero más significativo es el otro aspecto de su política, la lucha contra el «sucursalismo», claramente orientada contra la política de unidad de clase a nivel de Euskadi y de internacionalismo obrero con la clase obrera española. El principal obstáculo contra esa autonomía reformista no viene ya del régimen, quien es, precisamente, el interlocutor válido del reformismo vasco, sino de la posibilidad del triunfo de la opción proletaria, de la revolución social: luchar contra la unidad obrera en nombre de la unidad vasca es la quintaesencia de la alienación del hecho nacional en función de los intereses de clase de los explotadores y sus aliados.

Espero que este libro sirva para entender las relaciones entre cuestión nacional y lucha de clases, espero sobre todo que sea útil en este momento tan importante para la vida de nuestro pueblo. Me hubiera gustado dedicarlo plenamente al País, haciendo un análisis profundo y amplio; no ha podido ser así, en parte por falta de materiales, en parte por otras razones.

En principio, esta segunda parte estaba concebida como un análisis de la situación de las diversas clases sociales (y de sus fracciones) en el País, de los conflictos más significativos, y de las raíces de clase y las posturas de las organizaciones patrióticas o relacionadas con la cuestión nacional. La tela de fondo y el término de comparación para analizar la realidad local iba a estar formada por un análisis de situaciones similares, es decir, de los problemas nacionales en el mundo capitalista y desarrollado de hoy. Concretamente, los casos en Gran Bretaña, Francia, España y el Québec. Metodológicamente, empecé por el estudio de estos casos y de la cuestión nacional en general, para ganar así amplitud de miras; y, poco a poco, los materiales se me fueron acumulando, hasta formar un volumen respetable, no sólo en cantidad, sino en informaciones que me parecían necesarias para entender nuestro proprio problema. Estas informaciones se han convertido así en claves ............[..............]

  

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