ÍNDICE

Breve introducción

1. Origen y desarrollo del Estado español
1.1 Las raíces históricas de España
1.2 La centralización de los reinos hispánicos
1.3 Hacia el Estado multinacional
1.4 El tardío despertar de la burguesía
1.5 Los conceptos de Estado y nación
1.6 España, estado multinacional
1.7 El nacionalismo en España

2. El nacionalismo reaccionario y clerical de la burguesía vasca
2.1 El origen del capitalismo en EuskalHerria
2.2 La aparición del movimiento nacionalista vasco
2.3 Un bastión del movimiento obrero
2.4 La etapa autonomista
2.5 Posición del Partido Comunista ante el problema nacional

3. Galicia: la lucha contra el feudalismo agrario
3.1 O Rexurdimento de Galicia
3.2 La liquidación del sistema foral y el regionalismo
3.3 El nacionalismo gallego y la revolución democrático-popular

4. El nacionalismo catalán en la encrucijada de la lucha de clases
4.1 Los comienzos de la industrialización y La Renaixença
4.2 La aparición del nacionalismo catalán
4.3 El radicalismo del movimiento obrero catalán
4.4 La lucha por el Estatuto de Autonomía
4.5 La resistencia antifascista y la formación del PSUC

5. Dos formas de entender la nación
5.1 El desarrollo monopolista y la nueva correlación de las fuerzas sociales
5.2 La lucha por el socialismo
5.3 El falso nacionalismo
5.4 El principio del derecho a la autodeterminación
5.5 El Partido Comunista y sus tareas generales más inmediatas

Bibliografía

 

  

Breve introducción

 

El presente trabajo, realizado en la prisión de Herrera de la Mancha por comunistas de Galicia, Euskadi y Catalunya, no persigue otro objeto que contribuir a fundamentar los principios básicos por los que hasta ahora se ha venido guiando nuestro Partido en lo referente al problema nacional, así como delimitar claramente nuestras posiciones de las sostenidas por los grupos nacionalistas.

 

 

1. Origen y desarrollo del Estado español

 

La nación moderna, tal y como la entendemos hoy, es una categoría histórica determinada por la aparición del capitalismo. Decir esto no es negar la historia de la nación o limitarla a una época concreta. Toda nación —aun antes de constituirse como tal— tiene una historia e incluso una prehistoria, un cúmulo de realidades, de hechos sucesivos que van dando lugar a su formación.

Pero es en el proceso de liquidación del feudalismo y de ascenso del capitalismo cuando los hombres se constituyen en naciones.

Ha sido Stalin quien mejor y de forma más clara ha definido el concepto de nación:

La nación sólo se forma como resultado de un conjunto de relaciones duraderas y regulares, como resultado de una vida en común de los hombres, de generación en generación. Es decir, la nación es, ante todo, una comunidad de hombres, una comunidad humana estable, históricamente formada y surgida sobre la base de la comunidad de idioma, de territorio, de vida económica y de psicología, manifestada ésta en la comunidad de cultura [...] Por lo expuesto —prosigue Stalin— es necesario subrayar que ninguno de los rasgos indicados, tomados aisladamente, es suficiente para definir la nación; basta con que falte tan sólo uno de estos rasgos, para que la nación deje de serio. Por tanto, se comprende que la nación como fenómeno histórico se halla sujeta a la ley del cambio, tiene su historia y su fin[1]. Tales son, en la concepción marxista, las bases sobre las que se asienta el nacionalismo y el desarrollo de la nación.

La aparición de la nación moderna es consecuencia de la formación de un marco económico propio, y las condiciones más idóneas para la formación de este marco se dan allí donde no existen barreras lingüísticas ni geográficas. Sin embargo, este desarrollo no va a ser igual en todos los casos. En los lugares donde la formación de las naciones coincidió con la formación de Estados centralizados, las naciones revistieron la forma estatal y se constituyeron como Estados nacionales burgueses.

Por otra parte, nos encontramos con los Estados integrados por varias nacionalidades, es decir, Estados multinacionales. Este modo peculiar de formación de Estados, como también subraya Stalin, sólo podía tener lugar en las condiciones de un feudalismo todavía sin liquidar, en las condiciones de un capitalismo débilmente desarrollado. Cuando el capitalismo comienza a desarrollarse en estas naciones postergadas, que despiertan a una vida propia, ya no se constituyen en Estados nacionales independientes: tropiezan con la poderosísima resistencia que les oponen las capas dirigentes de las naciones dominantes, las cuales se hallan desde hace largo tiempo a la cabeza del Estado.

Este es el caso de los letones, ucranianos, georgianos, etc, en la Rusia zarista. Y es el caso también de los vascos, catalanes y gallegos en la España actual.

El Estado multinacional, que se ha originado en base al dominio de la clase dirigente de la nación hegemónica sobre las naciones más débiles, constituye, por tanto, la base histórica de la opresión nacional y de los movimientos nacionales.

Aunque más adelante hablaremos ampliamente de España como Estado multinacional, conviene adelantar que el concepto de España, desde su misma aparición en la historia, designa una realidad político-administrativa, y no la denominación que adopta una sola nación. Durante la Edad Media, existirán distintos Reinos en la Península Ibérica, y será más tarde, con la unificación estatal de la mayor parte de ellos, cuando se adoptará la denominación española. Sin embargo, hoy está universalmente admitido que esa misma denominación agrupa a cuatro naciones bien diferenciadas: la castellana, la vasca, la gallega y la catalana. España es, pues, un concepto de Estado, un concepto que designa una realidad estatal multinacional, y no una sola nación. Y así ha sido siempre, desde los comienzos mismos de nuestra historia.

 

1.1 Las raíces históricas de España

Con la conquista de la Península Ibérica por los romanos y su inclusión como provincia del Imperio, con el nombre de Hispania, se puede decir que los primitivos pobladores peninsulares entran en la historia. La romanización transformó completamente las formas de vida y organización social en todo el territorio, a excepción del norte, poblado por diferentes ramificaciones de tribus cántabras, astures, galaicas y vasconas.

El diferente grado de desarrollo de los pueblos hispanos hizo que la cultura romana fuera asimilada con mayor o menor resistencia, con mayor o menor facilidad. En aquellas zonas donde eran ya escasos o nulos los restos del régimen gentilicio, y la propiedad privada estaba presente en todas las esferas de la vida social, las formas jurídico-sociales romanas se asimilaron con facilidad. Serían los pueblos del Norte, más atrasados con relación a los habitantes de las regiones mediterráneas y del Sur, los que mantendrían una resistencia permanente. Sus formas sociales radicalmente opuestas a las romanas —vida rural, administración de la tierra por la comunidad como principal forma de organización social, existencia de lazos gentilicios, diferencia mínima en cuanto a posesiones privadas, etc.— fueron factores decisivos para la oposición a Roma, que jamás pudo imponerse, hasta el punto de que los romanos tuvieron que establecer una frontera entre los pueblos del Norte y el resto de Hispania. La existencia de este límite, con fortificaciones y ejércitos permanentes, revela la preocupación de los romanos ante la amenaza constante que suponían las continuas rebeliones e intentos de expansión de los pueblos septentrionales.

A pesar de ello, la prolongada dominación romana en la Península aceleró la evolución natural de las tribus del norte. Cántabro-astures y galaicos recibieron las influencias de la cultura y formas sociales romanas, aceptaron el latín como lengua y, junto a él, múltiples aspectos de la vida romana. Los vascones se mantuvieron más reacios a estas influencias.

Tras la caída del Imperio Romano y la fijación definitiva de los visigodos en la Península, la totalidad de Hispania es incluida en la administración estatal visigoda. Sin embargo, cántabro-astures y vascones mantienen su oposición, persistiendo las diferencias entre una y otra cultura, entre unas formas y otras de organización social. Las mismas fronteras fortificadas que establecieron los romanos para combatir a estos pueblos continuaron con los visigodos. Estos se habían erigido en defensores de Roma; pasaron de ser bárbaros a defensores de la civilización; de feroces opositores, se transformaron poco a poco en paladines de todo lo que significaba la vieja Roma. Pertenecía al pasado la vitalidad que les dio la victoria sobre el Imperio Romano. Ahora, los visigodos eran incapaces de abatir la resistencia de los pueblos nor-peninsulares que por necesidades de supervivencia se enfrentaban persistentemente a su poder. En el año 711, cuando los musulmanes iniciaron su andadura por Hispania, Rodrigo, rey de los godos, se hallaba combatiendo las revueltas del norte.

La rápida implantación del Islam en la Península obedece a la descomposición del endeble Estado Visigodo, en proceso de feudalización y minado por continuas luchas de banderías entre sectores de la nobleza. El régimen social musulmán, que aún conservaba formas democráticas junto con las peculiaridades feudales que lo animaban — combinación de la propiedad estatal sobre la tierra con la propiedad privada de artesanos y comerciantes—, es aceptado con regocijo por la mayoría de la población hispana. Únicamente en el norte de la Península Ibérica, la oposición al avance musulmán fue rotunda y no lograron someter a sus pobladores. Como anteriormente los romanos y visigodos, los árabes se limitaron a acciones de castigo y control militar, sin llegar en ningún momento a implantarse permanentemente en estas regiones septentrionales.

Precisamente entre esos pueblos se iniciaría el fenómeno mal llamado de la Reconquista. Este movimiento de expansión no se debió —como afirman los historiadores burgueses más reaccionarios y patrioteros— a que la nacionalidad española existiera ya. Su fuerza motriz no fue ninguna idea de restauración nacional o las motivaciones religiosas congénitas al espíritu español. La prueba más palpable de tal mixtificación es que la Reconquista se inició, concretamente, desde las zonas que habían ofrecido más tenaz resistencia a los sucesivos pueblos que dominaban la Península —romanos, visigodos y, ahora, musulmanes—, es decir, desde los pueblos menos hispánicos. Estos pueblos habían alcanzado al fin suficiente grado de maduración histórica como para hacer su expansión irrefrenable, en un momento en que Al-Andalus atravesaba una profunda crisis que terminó por fragmentarlo en varios Estados (taifas) independientes y enfrentados entre sí. Se trató, por tanto, de una conquista y no de una reconquista.

La expansión del primitivo reino astur fue resultado de la aparición en el mismo de nuevas y superiores formas sociales y económicas. Las peculiaridades históricas que confluyeron en la formación del reino astur caracterizaban su vitalidad. Una organización social marcadamente jerarquizada convivía con rasgos de la sociedad gentilicia. Y ello fue posible porque habíase formado en pugna con el Estado Visigodo. Fueron, pues, las necesidades militares, de defensa, las que dieron origen al reino astur. Lo constituyeron unos pueblos que, a la vez que alcanzaron formas de desarrollo económico y social superiores, se dotaron de un Estado de tipo feudal, producto de las guerras, conservando en buena medida las viejas formas gentilicias. Esta síntesis, aparentemente contradictoria, fue la causa de su irrefrenable avance sobre los territorios de Al-Andalus. Las mismas o parecidas razones confluirían al poco en los otros principales focos de este movimiento: Navarra, Aragón y Catalunya.

Será tras la expansión inicial del reino astur y con la progresiva asimilación cultural de las formas económicas y sociales predominantes en las tierras conquistadas —León y Galicia—, cuando la nobleza y la Iglesia se atribuyan la continuidad con el reino visigodo. A partir de este momento surgirá la idea de la Reconquista, que no es otra cosa que una coartada ideológica pura y simple para justificar las guerras de rapiña emprendidas. Desde entonces, la Historia oficial de España va a ser una Historia muy peculiar, falseada desde sus albores para justificar los intereses de las sucesivas castas dominantes.

Con los movimientos de expansión de los pueblos del norte se inicia una larga época de luchas, aparición, fusión y desaparición de pequeños estados que culminaría en el siglo XIII con la conquista de los reinos de Valencia, Mallorca, Murcia y la mayor parte de la cuenca del Guadalquivir. En este siglo acaba la Reconquista para la mayoría de los reinos que se han consolidado políticamente durante los últimos trescientos años en la Península. Navarra, vuelve ahora su mirada hacia Francia, Aragón inicia su expansión por el Mediterráneo, y Portugal muy pronto comenzará también su aventura africana y atlántica. Únicamente Castilla mantiene la lucha contra el reino de Granada, con acciones militares qu..............................

 

 

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