APUNTES METODOLÓGICOS SOBRE LOS NACIONALISMOS ACTUALES

(A propósito de los artículos de José Luís y José M. Arenillas sobre Euskadi)

 

En la crisis social y política que se abre en el Estado español durante el siglo XX, la cuestión de las nacionalidades ha jugado un papel de primer orden, como factor dinamizador que en todas las coyunturas favorables ha planteado la remodelación y consiguiente transformación de las estructuras del Estado. De un Estado centralista y despótico impuesto a principios del siglo XVIII con la entronización de la dinastía de los Borbones, tras una cruenta guerra de sucesión.

Pero el «caso español», por llamarlo de alguna manera, no es único. Ciertamente, las últimas décadas del siglo XX —sobre todo a partir del final de la Segunda Guerra Mundial— están siendo testigos de la expansión de un fenómeno que supera los limites geográficos del Estado español —e incluso de Europa— y que ha obligado a un nuevo replanteamiento teórico y metodol6gico de la cuestión nacional, de acuerdo con la complejidad con que se han ido manifestando los distintos movimientos nacionalistas.

Los nacionalismos, un concepto conscientemente ambiguo que utilizamos en su acepción progresista y libertadora,[1] representan en la actualidad un abanico de fenómenos tan diferentes que parece imposible establecer una caracterización única, valida para todos ellos. El carácter nacionalista de las guerras de liberación colonial que se producen desde el inicio de la «descolonización» europea —desde las guerras del Congo hasta las últimas guerras portuguesas, pasando por Argelia o Vietnam—, contrasta abiertamente con la reivindicación nacional planteada por escoceses y galeses en Gran Bretaña o por occitanos, corsos o bretones en Francia. Y parece evidente que hay una diferencia de origen y de carácter entre estos movimientos y los que vienen desencadenando vascos y catalanes desde hace más de un siglo.

Ante esta complejidad de fenómenos, no se pueden seguir aplicando los criterios metodológicos que relacionaban el surgimiento de la nación moderna a la fase de ascenso de la burguesía, ni se puede considerar ya la cuestión nacional como un «problema» pendiente de resolución de una supuesta revolución democrático-burguesa no realizada. En el mejor de los casos, este esquema parte de una visión eurocentrista de la historia— y en este sentido sólo cabria considerarlo valido para Europa— y, además, corresponde a una fase muy concreta del desarrollo económico y político del capitalismo.[2]

Los nacionalismos europeos

 

Ciertamente, Europa conoce hoy movimientos nacionalistas, reivindicaciones nacionales, que no se hallaban presentes cuando se formaron los modernos Estados «nacionales». La unificación de Italia y Alemania, las revoluciones de 1640 y 1789 en Gran Bretaña y Francia, sentaron las bases estructurales de un nuevo Estado burgués que, al mismo tiempo que barría los particularismos y privilegios feudales, creaba un nuevo sistema de relaciones centralizadas, cuya justificación teórica e ideológica se sustentaba en la soberanía nacional. La nación, que se identificaba con el bloque de clases impulsor de la lucha contra el antiguo régimen, se convertía  así en una fuerza histórica de primer orden en el nuevo horizonte de las incipientes sociedades capitalistas. En la medida en que la lucha nacional coincidió con la lucha contra el feudalismo —una lucha que implicó a diversas clases sociales, dirigidas por la burguesía industrial y comercial—, la nación moderna se formó como producto directo de las revoluciones burguesa.[3] Y por primera vez en la historia, en todos estos países europeos se producía una identificación plena entre el «Estado» y la «nación»

Sólo en aquellos países en que la formación de un Estado centralizado y fuerte precedió al desarrollo capitalista, la aparición del capitalismo provocó el surgimiento de importantes movimientos nacionalistas que cuestionaban el Estado unitario como instrumento de coerción utilizado por las clases hegemónicas de la nacionalidad opresora sobre las nacionalidades oprimidas. Los casos del Imperio ruso, del Imperio austro-húngaro y del Estado español son los más tópicos y conocidos.[4] En este segundo caso, la lucha nacional se desarrolló paralelamente a la introducción del capitalismo y, en algunos casos, culmino tras profundas crisis generales del propio capitalismo: Rusia dejó de ser una «cárcel de pueblos» (al menos como lo había sido con el Imperio zarista) tras la revolución de 1917, y las pequeñas nacionalidades centro-europeas se reestructuraron definitivamente como naciones-estado como consecuencia de los resultados de la Primera Guerra Mundial. únicamente las nacionalidades ibéricas vieron truncado su proceso de emancipación merced al golpe militar que desencadenó la guerra civil de 1936-39 durante el periodo revolucionario abierto en los años 30 del presente siglo.

De todos los movimientos nacionales que existen hoy día en Europa, los que se enmarcan en el Estado español, particularmente el vasco y el Catalán, quizá sean, junto al caso irlandés, los que poseen una mayor continuidad histórica, y también son los que enlazan de forma más clara la problemática histórica que plantearon los movimientos de liberación nacional en una etapa de expansión creciente del capitalismo, con los nuevos problemas surgidos de la internacionalización del capitalismo y al mismo tiempo de la crisis del imperialismo. Porque es evidente que la permanencia de un pleito histórico, como el que representan Catalunya y Euzkadi, no puede explicarse sólo por unas razones de carácter histórico, sino que va íntimamente relacionado con la realidad viva y actual del presente y de toda su compleja problemática.

El presente muestra, efectivamente, movimientos nacionalistas en aquellos países que se habían situado en la vanguardia de las revoluciones burguesas, nuevos movimientos cuya tradición histórica es muy reciente y que plantean una remodelación en profundidad del mapa nacionalista europeo. ¿Cómo explicar el surgimiento de estos nuevos movimientos nacionales?

Tom Nairn, en un reciente estudio sobre los nacionalismos periféricos en Gran Bretaña, un fenómeno que aparece con importancia creciente a partir de la década de los años 60 del siglo XX, ha destacado como causa desencadenante de los nuevos nacionalismos la crisis sufrida por el imperialismo británico después de la Segunda Guerra Mundial, con la consiguiente crisis sufrida por el Estado británico, un Estado definido como anacrónico y arcaico en la medida en que surgió como una forma transitoria entre el Estado absoluto y el constitucionalismo moderno, pero sin llegar a constituirse como Estado constitucional. Un Estado que, por otra parte, solo tenía razón de ser en función del magno imperio que articulaba. Perdido el Imperio, la lenta crisis del Estado desencadenó la aparición de unos neonacionalismos que buscan sus fundamentos ideológicos más que en características étnico-lingüísticas, en el desarrollo desigual que el capitalismo impuso en las Islas Británicas durante los siglos XIX y XX.[5]

EI esquema teórico-metodológico utilizado por Nairn no posee, parece evidente, validez universal para explicar los nuevos nacionalismos emergentes en Europa en la situación actual del capitalismo. Y aun algunos aspectos de su argumentación —como la subvaloración de las características étnico-lingüísticas en la configuración de los nacionalismos— son, cuanto menos, discutibles. En efecto, muchos han sido los autores que, retomando la tradición teórica de Otto Bauer y de la escuela austro-marxista han subrayado de nuevo la importancia de la componente étnico-lingüística, y por consiguiente cultural, para explicar las causas, el desarrollo y los objetivos de los nacionalismos, en este caso, de los nuevos y de los viejos nacionalismos.

Yves Person, en la introducción a un compendio de estudios sobre las minorías nacionales en Francia,[6] puso de relieve que para Marx la lengua no era, ni mucho menos, un elemento secundario, ni la simple expresión de la conciencia, sino que era la conciencia misma. En la misma medida en que la lengua no forma parte de los aspectos materiales de la cultura, y por tanto es una realidad externa a la superestructura, para Marx la lengua —como la ciencia— se hallaría en relación dialéctica directa con las fuerzas productivas.[7] Así, la lengua, concepto y realidad vertebrador de la cultura, será un elemento básico en la configuración de la nacionalidad y de los nacionalismos que en ella se fundamentan.[8]
Otto Bauer había destacado como elemento de definición de la nación la existencia de una comunidad de carácter, de una conciencia nacional, vinculada a las condiciones concretas de la vida social, en la medida en que Bauer interpretaba la conciencia nacional como la condensación de toda la historia de la nación, la historia de los antepasados, las condiciones de su lucha por la existencia, las fuerzas de producción, etc.[9]

La concepción de Bauer, rechazada duramente en su día por Stalin y considerada como idealista, ha sido nuevamente recuperada como elemento metodológico clave en la definición y estudio de las realidades nacionales. Samir Amin ha escrito que la «nación» supone la «etnia» y que esta «supone una comunidad lingüística y cultural y una homogeneidad del territorio geográfico y, sobre todo, la conciencia de esta homogeneidad cultural».[10] A otro nivel, Emmanuelle Terray hace una propuesta en el sentido de reintroducir en la definición de nación «la distinción de los factores objetivos y de los factores subjetivos» y «caracterizar de forma dialéctica la interacción de estos factores».[11] Así, afirma que «la reunión de un determinado numero de particularidades objetivas —en el piano de la lengua, la cultura, las instituciones —sólo engendra lo que podríamos llamar instinto nacional, un vago sentimiento de copertenencia al mismo conjunto. Para que este sentimiento se convierta en conciencia nacional, es necesario que el grupo como tal emprenda luchas donde se forjen a la vez su unidad y su identidad».[12] El análisis histórico de la pervivencia de una conciencia idiomática, tanto en el terreno escrito como en el hablado, y de los elementos que configuran la conciencia psicológica de pertenecer a un determinado núcleo nacional arrojaría, siguiendo las propuestas metodológicas de Termes,[13] mucha luz para el estudio de la formación de los movimientos nacionales. No en vano la mayoría de los nacionalismos han iniciado c así siempre sus reivindicaciones partiendo del hecho diferencial de la lengua. Si este hecho esta claro para muchos nacionalismos históricos, no menos evidente aparece para los nuevos nacionalismos, muchos de los cuales —como es el caso occitano, bretón o Catalán en Francia— se han visto obligados a desencadenar una intensa campana de culturalización para recuperar, como vehículo de comunicación y de cultura, la propia lengua de la nacionalidad, que había sido desplazada progresivamente por el idioma oficial del Estado.

Pero queda aún por determinar la causa desencadenante de los nuevos nacionalismos europeos, las razones históricas que han motivado que los nuevos nacionalismos aparecieran precisamente en esta coyuntura histórica y no en otras. En el caso británico las razones de Nairn aparecían suficientemente claras y convincentes. Uno de los elementos de su argumentación parece valido también para el resto de casos: se trata de la existencia de un desarrollo económico-social desigual, que a excepción de los casos vasco y Catalán, perjudica siempre la periferia de donde parten los nacionalismos. Pero existe también una razón más genérica que surge de la naturaleza misma de las relaciones sociales y culturales impuestas por el capitalismo en su actual fase de desarrollo: la masificación de la civilización actual en un momento en que se esta produciendo la superación de los estados bajo el capitalismo monopolistas de Estado, solo podía provocar la reanimación de los movimientos de emancipación nacional, el despertar de nacionalidades sometidas por los propios estados cuya independencia se pone cada vez más en entredicho. El objetivo de los nuevos nacionalismos no seria otro que el de evitar su propia destrucción y la despersonalización que se esta operando. Se trataría, en suma, de un fenómeno de supervivencia que empuja a las nacionalidades en vías de extinción a la autoafirmación de su existencia, como una necesidad inevitable de su propio desarrollo.[14]
En este contexto Yves Person, refiriéndose al caso francés, ha señalado la lógica del despertar, después de mayo de 1968, de las nacionalidades que ya se creían muertas y desaparecidas, y ha remarcado también que este resurgimiento sólo podía manifestarse como un fenómeno revolucionario en la medida en que se enfrenta desde el primer momento con el orden político establecido. [15]

 

Los nacionalismos no europeos

 

Si nos apartamos del caso europeo, los fenómenos nacionalistas crecen en heterogeneidad. Después de la Segunda Guerra Mundial la lucha anticolonialista cobró nuevos bríos, pero tanto su resultado final como sus características han tornado una naturaleza diferente, de acuerdo con las condiciones especificas en que se desarrollaba en cada país, condiciones que en buena medida dependían del tipo de dependencia existente entre la colonía y el país colonizador.

En este sentido, el sociólogo argentino Sebreli ha establecido tres características diferentes de pueblos según el grado de dependencia en que se hallaban.[16] Los países colonizados, países sin independencia y cuyo gobierno se hallaba en manos de una potencia extranjera, desencadenaron una guerra que en muchas ocasiones arrancaba de principios del siglo, para constituir su propio Estado y conseguir la plena soberanía jurídica. El proceso de descolonización, iniciado vergonzantemente desde las Naciones Unidas, favoreció enormemente la progresiva desaparición de la dependencia formal de tipo colonialista, que se había generalizado por Asia y África a lo largo del siglo XIX. El colonialismo clásico, existente en América en la etapa de acumulación de capital que precedió los origen es del capitalismo industrial, había entrado en crisis ya a finales del siglo xviii. Después de las últimas descolonizaciones importantes, que tuvieron lugar en las antiguas colonias portuguesas de África, en 1974, el fenómeno colonial ha pasado a ser un fenómeno eminentemente residual.

Pero la descolonización dio paso en numerosas ocasiones, y sobre todo en África, a la existencia de países semicoloniales, países que formalmente conservaron su independencia política, pero que en la realidad dependían de la política extranjera y no poseían un poder real de decisión. Ni que decir tiene que su dependencia económica era total. Muchos países Africanos, tras su independencia formal, sufrieron este tipo de dependencia y no fueron pocos los que conocieron convulsiones profundas o la continuidad de la lucha anticolonialista.[17]

Finalmente, en su tipología, Sebreli había de los países dependientes, países políticamente independientes, pero que a través de prestamos, de inversiones de capital o por el control del comercio exterior están subordinados económicamente a una o a varias potencias imperialistas. En esta situación se hallaron la mayoría de países de Asia, África y América tras la descolonización. Y en todos ellos la lucha nacional, la lucha por la autentica autodeterminación nacional ha quedado superada o superpuesta por la problemática social. Como ha destacado Pierre Vilar, en relación a las luchas nacionales de América Latina, tanto los movimientos de emancipación nacional como las tomas de conciencia popular a lo largo del siglo XX se producen sobre todo en el aspecto social, de tal manera que los movimientos de emancipación nacional plantean sus objetivos en el doble aspecto social y nacional.[18]

Vilar, como para Sebreli, ello es fruto del tipo de dependencia existente en América Latina durante el siglo XX, un tipo de dependencia que se sitúa más en el terreno económico que en el político.

Las luchas coloniales y las luchas contra la nueva dependencia neocolonial que se vienen desarrollando tras la Segunda Guerra Mundial en Asia, África y América Latina, se han producido con caracteres sumamente complejos, e incluso a veces contradictorias. Pero en todos los casos la lucha anticolonial ha adoptado la forma de lucha armada, ha arrastrado tras si a numerosos sectores populares de la población y en la mayoría de los casos ha ido acompañada de una reivindicación de la propia cultura y de la propia historia.

Sobre el primer punto, Amílcar Cabral, teórico de la revolución Africana y líder guineano asesinado en enero de 1973 por agentes del gobierno portugués, afirmó tajantemente que para responder a la violencia criminal de los agentes del imperialismo y para conseguir la autentica liberación nacional, era imprescindible el uso de la violencia libertadora por parte de las fuerzas nacionalistas.[19]

Desde la revolución china de 1949 hasta la revolución nicaragüense, victoriosa en 1979, los países colonizados han precisado la lucha armada para romper el yugo de su dependencia. Ningún imperialismo —fuera el francos, el ingles o el norteamericano— cedió voluntariamente en su afán devastador del país sojuzgado, si no fue a través de derrotas que, en la mayoría de los casos, se produjeron en el terreno militar.

Pero, al mismo tiempo, la liberación nacional de los países colonizados, supuso necesariamente la incorporación a la lucha anticolonial de sectores populares muy numerosos. El protagonismo de las masas populares en la lucha de emancipación nacional se presenta y se explica a través del vinculo existente entre las reivindicaciones nacionales y las propiamente sociales. La revolución cubana triunfo en 1959 merced a la confluencia de objetivos entre obreros y campesinos contra el régimen de Batista impuesto por los USA, y en la lucha participaron indios, mestizos y negros.[20]

Amílcar Cabral ha puesto de relieve que la lucha anticolonial en África sólo ha sido asumida consecuentemente por los sectores populares, tanto en la  primera fase de oposición a la ocupación extranjera, como en la fase definitiva de lucha para liquidar la dominación colonial. En los países de dependencia neocolonial la existencia de una estructura social sumamente jerarquizada empujó a la burguesía nacional a identificarse plenamente con los intereses del imperialismo, mientras en el centro de la pirámide social sectores importantes de la pequeña burguesía han fluctuado entre una progresiva desnacionalización y una búsqueda de su propia identidad que, en muchas ocasiones, les empujó a aliarse con los sectores populares.[21] Así, la lucha nacional precisa de alianzas para la realización de sus objetivos y se presenta con un marcado carácter interclasista.

Que la lucha nacional, con todos sus componentes más puros, se ha planteado con toda su crudeza en los movimientos anticoloniales, parece una realidad fuera de toda duda, hasta el extremo que el concepto de «Patria» se ha convertido en un concepto revolucionario de primer orden. El slogan revolucionario «Patria o Muerte», popularizado por la revolución cubana, sitúa en sus justos términos el objetivo más importante de las revoluciones anticoloniales en América, Asia o África. Ser patriota en estos continentes representa ser revolucionario, antiimperialista y luchar al mismo tiempo contra la explotación social y nacional.[22]

La redefinición de este patriotismo, en esta vertiente necesariamente progresista y libertadora, surge de la existencia de una conciencia nacional que no sólo se explica a través de factores más o menos objetivos, sino que busca su afirmación en particularidades culturales y en la propia historia. En América Latina las luchas de liberación contra el colonialismo español representan referencias históricas importantes en las actuales luchas. La historia —y en muchos casos incluso la historia del periodo precolombino, con todo su legado cultural— es asumida como peculiaridad nacional y signo de diferenciación

En África, continente por excelencia de los mal llamados «pueblos sin historia», la reivindicación de la propia cultura y de la propia historia no son tampoco factores ajenos a la lucha nacional. Cabral rechaza como universalmente valida la teoría de la lucha de clases como motor de la historia, puesto que ello comportaría «considerar que muchos grupos humanos de África, Asia y América vivían sin historia, o fuera de la historia, en el momento en que fueron sometidos al yugo del imperialismo».[23]

Para Nyerere, presidente tanzano y dirigente de la Unión Nacional Tanzano-Africana (TANU), el futuro de África debe afirmarse en su propio Africanismo y debe configurarse a partir de muchos elementos utiles del pasado.[24] El presidente Kaunda, de Zambia, no duda en reivindicar la comunidad tradicional Africana por sus características de solidaridad que la definían.[25] Desde esta perspectiva, si «el fundamento de la liberación nacional (...) reside en el derecho inalienable de cada pueblo a poseer su propia historia»,[26] lo que supone una reivindicación de futuro, la recuperación del pasado se convierte en uno de los argumentos más importantes en la configuración teórica e ideológica de la lucha anticolonial.

Y reivindicar el pasado conlleva, necesariamente, la reivindicación de la propia cultura nacional. Es de nuevo Amílcar Cabral quien sitúa las aspiraciones del «regreso a las fuentes», que siente la pequeña burguesía autóctona como necesidad para descubrir su identidad, en la base de gestación de los movimientos independentistas.[27] vindicación cultural jugara un papel importantísimo no sólo en la base argumental del movimiento, sino en el propio desarrollo y en los objetivos de la lucha. Si «la practica de la dominación imperialista exige, como factor de seguridad, la opresión cultural y la tentativa de liquidación, directa o indirecta, de los datos esenciales de la cultura del pueblo dominado»,[28] la lucha antiimperialista necesita retomar las rutas ascendentes de su propia cultura, puesto que es en el conocimiento de la realidad cultural, «que se fundan la elección, la estructuración y el desarrollo de los métodos más adecuados para la lucha».[29] Así, «la lucha de liberación es, ante todo, un acto de cultura».[30]

 La cultura, como «síntesis dinámica, en el nivel de la conciencia del individuo o de la colectividad, de la realidad histórica, material y espiritual de una sociedad o grupo humano, de las relaciones existentes tanto entre el hombre y la naturaleza como entre los hombres y entre las categorías sociales»,[31] desempeña, pues, en numerosos países Africanos o asiáticos un papel dinamizador de primer orden que se halla en la base de configuración de numerosas revoluciones y de numerosos Estados nuevos.

 

[1] Los términos «nacionalismo», «nacional», «nacionalista», etcétera, han sido usados históricamente tanto para designar movimientos políticos integristas y conservadores como los movimientos de liberación que surgen de nacionalidades sin Estado y persiguen la plena realización de su autogobierno. Es en este último sentido que nosotros utilizamos el termino «nacionalismo» concepto que si bien puede englobar opciones políticas e ideológicas diferentes, tiene como objetivo la emancipación nacional y la consiguiente desmembración del Estado opresor.

[2] Este ha sido, quizás, uno de los puntos más débiles en que se ha fundamentado la teoría marxista de las nacionalidades. Desde Marx y Engels se ha considerado a la nación moderna como categoría histórica ligada al modo de producción capitalista, en su fase ascendente, hasta el extremo de que Stalin, cuando formulo su teoría sobre las nacionalidades, considero que la lucha de la burguesía por la construcción del mercado nacional fue el factor determinante de la construcción de los Estados-naciones. De esta manera la nación quedaba definida principalmente por una realidad económica como era el mercado nacional. Como han señalado Georges Haupt y Claudie Weill (Marx y Engels frente al problema de las naciones, Ed. Fontamara, Barcelona, 1978) Marx y Engels fueron siempre conscientes de que situar el origen de las ES modernas en la primera fase de desarrollo del capitalismo era un planteamiento valido únicamente para Europa, sobre todo para las sociedades más desarrolladas. Por esta razón, contrariamente a Stalin y a muchos otros marxistas posteriores, jamás elaboraron una teoría de la nación de validez universal.

[3] Emmanuel TERRAY: La idea de nación y las transformaciones del capitalismo, en STALIN: El marxismo y la cuestión nacional Ed. Anagrama, Barcelona, 1977, pp. 151-173.

[4] Andreu Nra: El marxismo y los movimientos nacionalistas, «Leviatan», nº 5, septiembre de 1934, pp. 39-47. El artículo ha sido publicado recientemente en A. NIN: La cuestión nacional en el Estado español Ed. Fontamara, Barcelona, 1979, pp. 4W3. La referencia, en las pp. 50-51

[5] Tom NAIRN: The Break-Up of Britain. Ed. NLB, Londres, 1977. Existe reciente traducción castellana en Península, Barcelona, 1979, bajo el titulo Los nuevos nacionalismos en Europa. La desintegración de la Gran Bretaña. Todas las citas se referirán a esta última edición. Nairn expone su tesis sobre la crisis del Imperio británico y sus relaciones con el surgimiento de los neonacionalismos en el artículo El ocaso del Estado británico, pp. 13-80

[6] Se trata de la Presentación a Minorités nacionales en France, «Les Temps Modemes», nº 324-326, agosto-septiembre de 1973.

[7] En La ideología alemana, obra escrita por Marx y Engels entre la primavera de 1845 y el otoño de 1846, los autores escriben: «EI lenguaje es tan antiguo como la conciencia, el lenguaje es la conciencia real, practica, existente también para otros hombres, existente, pues, entonces también solo para ml mismo; y, como la conciencia, el lenguaje solo aparece con la necesidad de relación con otros hombres», pp. 31-32 de la edición catalana publicada por Edicions 62, Barcelona, 1969. Una década más tarde, entre 1857 y 1858, Marx escribió los Grundisse, donde público sobre la lengua: «En relación con el individuo, es p. ej. claro que el mismo se comporta con respecto a la lengua como con su propia lengua sólo en cuanto miembro natural de una comunidad humana. La lengua como producto de un individuo es un absurdo. (...) La lengua misma es tanto el producto de una entidad comunitaria, como desde otro punto de vista, es ella misma la existencia de la entidad comunitaria y la existencia de esa comunidad en cuanto ella misma hablante», Elementos fundamentales para la critica de la economía política (Borrador), 1857-1858. Ed. Siglo XXI, Madrid, 1976, vol. I, pp. 450451

[8] Yves PERSON: Présentacion, en Minorités nacionales..., citado

[9] Otto BAUER: La cuestión de las nacionalidades y la socialdemocracia, su obra más importante, fue publicada en alemán en 1907. La primera traducción integra de esta obra en castellano ha sido realizada por Siglo XXI, México, 1979. Sobre el sentido que Bauer da al carácter nacional, ver Máxime Rodinson: Sobre la cuestión nacional. Ed. Anagrama, Barcelona, 1975, en el artículo El marxismo y la nación, p. 25.

[10] Samir AMIN: El desarrollo desigual. Ensayo sobre las formaciones sociales del capitalismo periférico. E. Fontanella, Barcelona, 1977, p. 25. Del mismo autor puede consultarse también Clases y naciones en et materialismo histórico. Un estudio sistemático sobre el papel de las naciones y las clases en el desarrollo desigual de las sociedades. Ed. El Viejo Topo, Barcelona, 1979.

[11] Emmanuelle TERRAY: La idea de nación y las transformaciones..., p. 155.

[12] Ibid, pp. 155-156

[13] Josep TERMES: El nacionalisme catalá. Problemes d'interpretació, en Colloqui d'historiadors. Barcelona, 3-4 de maig 1974. Ed. CEHI-Fundaci6 Bofill, Barcelona, 1974, pp. 4647.

[14] Yves PERSON: Présentation, a Minorités nationales... El sociólogo marxista griego Nicos Poulantzas había escrito respecto al resurgimiento de los nacionalismos europeos que ellos eran la demostración de que «la internacionalización del capital conduce más a una fragmentación del Estado tal como esta constituido históricamente que a un Estado supranacional», en L'lnternationalisatión des rapports capitalistes et I'état-nation, «Les temps modernes», n.° 319, febrero 1973, pp. 1492-1493.

[15] Présentation, citada.

[16] SEBRELI: Tercer Mundo, mito burgués. Siglo Veinte, Buenos Aires, 1975, pp. 22-23.

[17] Ver los capítulos dedicados a la emancipación de los territorios colonizados en la obra de Pierre BERTAUX: África. Desde la prehistoria hasta los Estados actuales. Ed. Siglo XXI, Madrid, 1971.

[18] Pierre VILAR: Movimientos nacionales de Independencia y clases populares en América Latina, en Independencia y revolución en América Latina. Ed. Anagrama, Barcelona, 1976, pp. 542.

[19] Amílcar CABRAL: Unité et lutte, vol. I: L'arme de la théorie, Ed. Francois Maspero, Paris, 1975. Consultar el artículo Fondaments et objectifs de la libératión nationale et structure sociale, p. 300.

[20] Pierre VILAR: Movimientos nacionales de Independencia..., pp. 5-42

[21] Amílcar CABRAL: Units et lutte, vol. I: L'arme de la thedrie, en el artículo Le róle de la culture dans la lutte pour I'indépendance, pp. 348-50

[22] Son interesantes las consideraciones al respecto de Eli Lobel en la presentación al dossier sobre Le Domaine Nacional, publicado en «Partisans», n." 59-60, mayo-agosto 1971, pp. 24.

[23] Amílcar CABRAL: Unité et lutte..., en el artículo Fondaments et objectifs..., p. 288.

[24]C. L. R. JAMES: La société" contemporaine et les Noirs, en Le Domaine National (I), «Partisans», n° 59-60, mayo-agosto, 1971, pp. 90-110. La referencia a Nyérere en p. 100.

[25] Ibid., p. 101.

[26] Amílcar CABRAL: Uniti et lutte..., en el artículo Fondaments et objectifs..., p. 296.

[27] Amílcar CABRAL: Ibid., en el artículo Le rôle de la culture..., pp. 341-344.

[28] Amílcar CABRAL: Ibid., ibid,, p. 339.

[29] Amilcar CABRAL: Ibid., ibid., p. 352.

[30] Amilcar CABRAL: Ibid., ibid., p. 351.

[31] Amilcar CABRAL: Ibid., ibid., p. 351.

 

 

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