HASIERA

Prefacio
Diez años después
Un pequeño dato llega a la Organización
El segundo comando. Su vida cotidiana. Estudio para un secuestro
En la zona. El plan de acción
El secuestro... imaginario. La crisis del plan
Regreso a Madrid. ¿Ejecución en vez de secuestro? Otra vez la vida cotidiana Percances y otros episodios. El asalto a la armería. Acción sobre capitanía general. Un ejercicio "gimnástico”. Se renuncia al secuestro
Formas para una ejecución. Dos disparos domésticos. Una decisión en la práctica. Manos a la obra. El problema de la fecha. Sobre el marco económico y social de la acción
Se construye un túnel en condiciones un poco desfavorables. Se fija una fecha que luego habrá que cambiar. Un pequeño episodio en la calle de Hermanos Bécquer
3 últimos días. Peripecias en torno a escalera. Kissinger no es invulnerable. El 20, fecha decisiva. Unos empleados de la hidroeléctrica se mojan. Una cama que no resiste más. El complicado sistema óptico dice: "Ahora”
Fragmento de una cinta magnetofónica
Fragmento de una cinta magnetofónica
Documento del comando «Txikia»
Boletín informativo 7/74

 

Prefacio

 

Lo que sigue es un documento verdaderamente excepcional. Mis relaciones de solidaridad militante con la Organización revolucionaria vasca ETA (Euskadi Ta Askatasuna) hicieron posible el que yo lo recogiera. Fue mi "contacto” el que vino a verme con una decisión muy concreta: La Dirección ordenaba al Comando Txikia, responsable de la ejecución de Carrero Blanco, hacer un libro y había pensado en mí como redactor. Ni que decir tiene que acepté encantado.

Concertamos una cita y a los tres días me recogía un militante en un punto de Gipuzkoa y. según creo, me trasladaba a otro punto de Bizkaia, pero eso ya son suposiciones mías porque la realidad es que no podría, por mucho que lo intentara, decir nada al respecto. Desde que monté en aquel coche y el compañero me indicó que, por razones de seguridad para todos, era necesario que me pusiera las gafas —unas gafas oscuras, opacas, ajustadísimas— perdí la noción del espacio en que me moví. Dando tumbos por caminos y carreteras de segundo orden, sentado junto a un desconocido chófer que me hablaba amablemente, durante más de una hora tuve la impresión de ser un extraño secuestrado camino de algún segurísimo refugio.

Oscurecía cuando llegamos y, efectivamente, se percibía que en aquel lugar no corríamos ningún peligro. Desde el momento en que fui presentado al Comando comprendí que la convivencia iba a ser fácil, cómoda y que aquella corriente de simpatía mutua, llena de calor humano, iba a simplificar las cosas.

Durante ocho intensos días y gran parte de sus noches, grabamos, discutimos y terminé siendo uno más en la participación de los problemas que surgieron. Se comprenderá que todo este material ha sido imposible recogerlo aquí. En una Organización viva como la nuestra, en continua efervescencia, que busca y aprende sobre la práctica, son muchos los problemas que se plantean sus militantes y grande la tentación de dejar testimonio de ellos. Pero se trataba de dar lo más claramente posible el cómo y el por qué de la "Operación Ogro" y no de hacer un voluminoso trabajo teórico... Me limité pues a lo grabado en las cintas, al testimonio vivo de su actitud ante el hecho, el testimonio de unos militantes entregados a la lucha, contentos de hacerlo —porque así lo han elegido— y nada "extraordinarios”: unos hombres conscientes de que hay que liberar a nuestro pueblo y consecuentes con lo que piensan. He creído importante señalar ese aspecto sorprendente e inédito, que rompe el mito; ”no somos ni dioses ni héroes... hombres normales... que hacen las cosas... ” dijo en cierta ocasión Jon. Tenía razón, hombres normales que, por supuesto, quieren ganar esa libertad. Libertad y alegría, yo diría que esos dos signos presidieron los ocho días inolvidables que pasamos juntos... Estamos tan acostumbrados a que al hablar de la revolución se adopten actitudes graves, trascendentales, heroicas a veces y sacrificadas otras, que la sencillez y la humanidad de los compañeros me reconcilió con muchas cosas. Y el día que nos separamos, que cada uno volvimos a nuestros respectivos trabajos, yo tuve la certeza de que había aprendido una gran lección revolucionaria.

Los nombres con que los miembros del Comando figuran en este documento, son imaginarios, pero eso es lo único imaginario de ellos. Por otra parte, todos los datos que pudieran ser utilizados por la Policía han sido, naturalmente, "maquillados”, pero en todo el libro resplandece, como se dice en la jerga judicial, la verdad y nada más que la verdad, aunque no —por razones obvias— toda la verdad... Al final se incluyen una serie de documentos que ilustran o esclarecen lo que se habla en el texto. He creído importante incluir también una declaración ampliamente difundida en Euskadi lo mismo que en sectores politizados del Estado español por el Comando Txikia, en la que se exponen una serie de razones que muchos desconocen.

Nos despedimos. El coche se puso en marcha. Volvió el compañero a darme las gafas y empezó a silbar una de nuestras canciones. Me había recogido las cintas, las había guardado y decía que me las entregaría en lugar seguro. Con los ojos tapados, lo mismo que a la ida, sentía una alegría especial muy distinta a la inquietud o al temor del primer encuentro. Como si la alegría del Comando me hubiera comunicado valor para afrontar empresas más difíciles. Una alegría especial, liberadora, tal vez la alegría que sólo pueden sentir los que luchan por la liberación de su pueblo. Entre salto y salto, a través de los caminos tortuosos, recordaba que Txabi había dicho una noche que un militante debe ser un hombre completo, que la especialización deformaba, restaba posibilidades... Y yo pensaba en un intercambio de frentes, en que tal vez fuera el momento de salirme por algún tiempo del frente de la cultura y pasar a aprender algo en el de las armas... Pensaba también en lo necesitado que está el movimiento revolucionario de humor, de distensión, de libertad... -¿No tendrás miedo ahora? -dijo riendo el compañero-. Estamos llegando ya. Puedes quitarte las gafas...

Recobré el paisaje. Nos abrazamos fuerte y nos despedimos.

A la hora empezaba a escribir este reportaje del Comando Txikia.

Julen Agirre

mayo de 1974

En un lugar de Euskadi Sur.

 

 

Diez años después

 

Se van a cumplir diez años de la muerte de Carrero Blanco.

Diez años es mucho tiempo o poco, según se mire y desde dónde. Para el observador que se sitúa fuera con ánimo de recoger el fenómeno global en su amplio contexto histórico es un pequeño periodo que apenas si le permite tomar distancia para la perspectiva. Por el contrario, para quienes están dentro, inmersos en esa historia y les ha tocado participar en ella, viviéndola día a día, a través de múltiples luchas, diez años son una buena parte de su vida en los que le han ocurrido tantas cosas que hasta puede que aquella noticia extraordinaria, que una mañana se propagó como un reguero de pólvora y conmovió al país, sea un recuerdo lejanísimo. Pero unos y otros, por distintos que sean sus ritmos de vida, han sido de alguna manera testigos de un mismo acontecimiento histórico y han recibido un impacto que les ha dejado huella. Si les preguntáramos por aquello descubriríamos que la mayoría de las personas, como si el tiempo se les hubiera parado unos instantes y fijado la escena, podrían describir con gran minuciosidad qué estaban haciendo y lo que sintieron cuando les llegó la noticia. Hay una especie de memoria colectiva que les une a todos en ese punto: el día en que mataron a Carrero. Ocurre siempre así con los grandes acontecimientos de la Historia.

Pero diez años son, además de un tiempo subjetivo, un trayecto de la vida humana y en ese espacio recorrido la memoria colectiva se desplaza también dejando un hueco a los que llegan. Los que pasaron por esa experiencia inolvidable han sido ya empujados por las ,nuevas generaciones que nada tienen que recordar porque, de aquello, lo ignoran casi todo -puede que los que tenían seis, ocho, diez años a la muerte de Carrero, conserven aún vagas impresiones. Pero es seguro que en los que vengan una década después esa muerte encontrará pocos ecos. Pasados treinta años será como cuando a nosotros nos hablaban de la guerra de Cuba, algo remotísimo.

Para estos recién llegados, el punto de referencia respecto a aquella acción ya no es el hecho mismo, recogido en el momento de ocurrir, con toda la riqueza de matices y de emociones, sino el relato del hecho y lo que cada cual reconstruye en su imaginación. Se produce así un corte —un abismo a veces para la comunicación— entre los que han vivido el acontecimiento y están aún deslumbrados por él y los que se incorporan ajenos a esa vivencia y escuchan el cuento con curiosidad.

Demasiado pronto aún para encontrar serios análisis sobre aquella parcela de la reciente historia y demasiado tarde para que el impacto del suceso les haya alcanzado, los que llegan en esa etapa de transición se encuentran en un terreno movedizo, un tanto perdidos en una zona por la que circulan todo tipo de bulos, de mentiras, una abundante literatura de consumo impregnada de ideología del Poder y que no hace sino confundir, tergiversar, manipular datos para intoxicar y ocultar la Historia. Tendrán que  ...........................................

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