INDICE

 I. La lucha armada, problema central de la teoría revolucionaria

II. Lucha armada y huelga general

III. Conciencia proletaria, teoría revolucionaria y papel de la intelectualidad revolucionaria

IV. Vanguardia revolucionaria y clase proletaria

V. La guerrilla urbana como método de intervención revolucionaría en las metrópolis

VI. Terror contra el aparato de dominación, elemento necesario de la lucha de las masas

VII. ¡Descubrir dónde reside la fuerza «concreta» de las masas populares, vencer la resignación de las masas!

VIII. Revolución y sociedad juvenil

 IX. Creación de la organización revolucionaria del proletariado en la lucha armada y mediante la lucha armada

 X. ¡Superar el miedo al fascismo, a fin de aniquilar sus raíces!

 

«La historia nos enseña que las líneas políticas y militares correctas no surgen ni se desarrollan de una forma espontánea y pacífica, sino en la lucha. Y la lucha por estas líneas ha de ser entablada en dos frentes: por una parte, contra el oportunismo de «izquierdas», por otra, contra el de derechas.»

(Mao Tse-tung, Obras Escogidas, I, pág. 227)

 

I. La lucha armada, problema central de la teoría revolucionaria

 

Hoy día, es cada vez mayor el número de gente joven que despierta a una conciencia revolucionaria. Crece la disposición a trabajar, de forma consecuente y disciplinada, por conseguir la revolución proletaria. Y se abre paso la concepción de que dicha revolución no puede lograrse sin una teoría científica revolucionaria; pero de esto no se sacan apenas consecuencias.

La teoría revolucionaria no es una ocupación académica, no es solamente una explicación del contexto social, sino que es, ante todo, una enseñanza del actuar revolucionario. Y tiene que dar una respuesta concreta y práctica a la pregunta por las fuerzas, metas, medios y vías que llevarán a la revolución socialista. Tiene que resolver satisfactoriamente la cuestión del poder estatal; dar información de si es posible o no, en las circunstancias concretas actuales, un paso pacífico al socialismo», un traspaso no violento de poderes, de manos del capital a las organizaciones proletarias. No cuenta ni la verborrea ni los conjuros. De lo que se trata es de investigar sobre los contrapuestos intereses de clase y los medios y métodos aplicados por los poderosos con vistas a seguir conservando su poder. Hay que desarrollar la serie de pasos a dar —necesarios y posibles de dar— en dirección a la dictadura del proletariado. De lo contrario, toda teoría revolucionaria está plagada de lagunas y no puede servir en modo alguno de guía para la acción. Un gran peligro reside en el hecho de que lagunas actualmente existentes no son apercibidas a tiempo, porque los revolucionarios creen poder contestar a preguntas planteadas por el proceso revolucionario de hoy día mediante soluciones del pasado. Naturalmente que las experiencias históricas —nadie lo niega— constituyen el fundamento del socialismo científico. Este es como la quintaesencia de los conocimientos, deducidos de dichas experiencias, sobre las leyes generales del dinamismo social. Pero sólo la aplicación creativa de estos conocimientos a la situación histórica correspondiente puede hacer avanzar a la revolución. Luchas de clase con éxito del pasado no son modelos a copiar, sino ejemplos a estudiar.

La Comuna de París, de 1871, la victoria de la Revolución de Octubre y de la guerra popular en China han sido acontecimientos surgidos de condiciones históricas totalmente distintas, que no se pueden comparar con las actuales. Y sin embargo, no podremos desarrollar una teoría revolucionaria adecuada si no sabemos sacar de estas experiencias las consecuencias válidas para nuestra propia acción.

El estudio de las enseñanzas históricas sólo será provechoso si sabemos entender correctamente la relación que tiene lugar, bajo las apariencias y manifestaciones, entre lo particular y lo universal. Lo general existe ya en lo particular, lo mismo que lo particular accede a lo general. El desenvolvimiento y transcurso de la sublevación de marzo en el París de 1871, de la Revolución de Octubre, de la guerra popular china y de la caída del régimen de Batista en Cuba nos muestran que la lucha de clase entre burguesía y proletariado por ver quién configura las relaciones sociales de producción se agudiza hasta el grado de conflicto armado, de guerra civil.

La lucha armada como forma más alta de la lucha de clases es algo que resulta del hecho de que las clases poseedoras han logrado asegurarse muy bien su influencia, decisiva, sobre las palancas del poder estatal; consiguiendo un monopolio del Estado sobre los instrumentos del poder que deciden en última instancia: policía y ejército. Y esta constatación sirve tanto para la forma abierta como para la parlamentaria de dictadura de la burguesía. Todo el potencial de poderío social se ha convertido, en gran parte, en instrumento de dominación en manos de las clases poseedoras; en un arma para la defensa de sus privilegios, ante las aspiraciones de la inmensa mayoría de la sociedad, de los productores explotados. Nunca una clase poseedora ha renunciado voluntariamente a sus privilegios, a su propiedad de los medios productivos. Y no hay indicio alguno de que esto pudiera haber cambiado en la actualidad. Los nombres de Auschwitz, Sétif, Vietnam, Indonesia, Ammán evidencian el que las matanzas en masa no son, en absoluto, cosas de sistemas de dominación pertenecientes al pasado y que han sido superadas, sino que, más bien, siguen formando parte de los instrumentos manipulados por los poderosos. Los cuales identifican toda su existencia, física y social, con su posición de poder como clase explotadora, no pudiendo imaginarse tener otra clase de existencia. Luchan, con la energía de su instinto de conservación, con uñas y dientes, hasta las últimas consecuencias, por la conservación de su posición de dominación. Dondequiera que el capitalismo disponga de poder real se empleará a fondo en la prolongación de su existencia.

Carece de todo fundamento material el esperar una transición pacífica del capitalismo al socialismo en las metrópolis. Las enseñanzas que se pueden sacar de las sublevaciones sociales del pasado y de la actualidad fundamentan suficientemente la opinión de que la lucha revolucionaria del proletariado contra la dominación del capital lleva, en su estadio más alto y decisivo, a la guerra civil armada, y que la lucha armada es el grado supremo de la lucha de clases. Mao Tsé-tung ha formulado así esta idea en 1938:

«La tarea fundamental de la revolución, su forma más alta, es la toma armada del poder, es la solución del problema mediante la guerra. Este principio revolucionario del marxismo-leninismo es de validez general; vale tanto para China como para el extranjero.»

(Obras Escogidas, II, pág. 285.)[1]

Si en las condiciones sociales dadas en la actualidad se hace inevitable la fase armada de la lucha de clases, entonces una teoría revolucionaria tiene que reflejar el aspecto militar de la misma, de una forma adecuada, dando una serie de directivas concretas para la acción armada.

La primacía de la política en la revolución socialista no puede ni debe significar que se hace una consideración aislada del lado político de la lucha de clases, abandonando otros aspectos fundamentales. Esto sería reflexionar solamente sobre una parte de la realidad social, falseando, por lo tanto, al todo social. Sigue siendo verdad, sin discusión, el primado de la política.

Lo cual, sin embargo, sólo puede significar que las formas militares de la lucha están subordinadas a las finalidades políticas de la revolución. Lenin ha desarrollado de manera justa toda una teoría militar sobre la sublevación armada en las condiciones de una guerra imperialista mundial. Y Marx y Engels habían sacado de las revoluciones surgidas de 1848 a 1850 y de la Comuna de París principios importantes para la fase militar de la lucha de clases, principios que tienen todavía hoy día su importancia.

En conjunto, se puede decir que los clásicos de la teoría revolucionaria no han desechado la eventualidad de una fase militar de la lucha, sino......................... 

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