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Eduardo Aparicio Zamarreño (Salinas de Leniz, 1916).

 

Miembro de la Juventudes Socialistas, al inicio de Guerra Civil ingresa en el PCE. Tras la derrota, pasa a Francia. Desde 1941 organiza el PCE en la Legión Extranjera. En 1943 se encuentra en el África Francesa.

En 1943 se estaban preparando grupos para desembarcar en la Sierra de Ronda. El primero lo mandaba Ramón Vía, el segundo, Robles y en el tercero debía pasar yo. También teníamos contactos con oficiales españoles del ejército americano (5). Pero al final me mandaron a realizar un trabajo político, trabajando para el Partido en Argelia. En diciembre de 1945 fui al pleno de Toulouse como delegado del norte de África, llevando naranjas y limones para “Pasionaria”. Carrillo, como había nacido en el País Vasco, decidió mandarme a Guipúzcoa para reorganizar el Partido. Si acepté volver fue porque quería participar “in situ” en la lucha por la democracia y pensaba que, tal como estaban las cosas, podía llegar tarde para asistir a la caída del franquismo.

Me instalaron en una villa que había en la carretera de España. Allí nos daban charlas los miembros del Buró Político, Claudín, Carrillo, Gallego, Líster, Claudín, Azcárate y otros. Porque en esta época, de lo bueno y de lo malo que haya pasado, tan responsable es Claudín como Carrillo, pese a lo que luego se haya escrito. Nos hacían leer mucha prensa española, para que conociésemos todo lo referente al momento – el fútbol, el cine, la política... - y que no pareciese que llevábamos años fuera del país. En nuestro tiempo libre jugábamos a balonvolea con Carrillo, Núñez, Soroa... todos menos Líster, que siempre estaba muy serio. En mayo del 46 salimos de Olorón un grupo de cinco: Francisco García Rabadán que iba a Bilbao, un operador de radio catalán, dos guías armados y yo. Al tercer día llegamos a Pamplona. Esa noche, serían los nervios, al ver el crucifijo sobre la cama, empecé a jurar por primera vez en mi vida.

Fui a Bilbao para entrevistarme con la Dirección Nacional de Euskadi. Iba con desconfianza de que los documentos que había elaborado el equipo de Domingo Malagón parecieran auténticos. Me pidieron la documentación en el tren. Antes de enseñar el salvoconducto, entregué el carnet de Falange, a nombre de Antonio Mendizábal. El policía lo mostró a todos y dijo: “¡Con este carnet, camarada, no necesitas pase!”. Con eso cogí bastante confianza y en lo sucesivo iba a un local de Falange en Bilbao para que me pusiesen el sello de que estaba al corriente de las cuotas. Los otros miembros de la Dirección Nacional también venían del exterior: García Rabadán, Clemente Ruiz, “El aldeano” y Valentín Gual. Éste era un “duro”, siempre con la misma frase en la boca: “Esto, ¡con mil pares de cojones!”. Cuando nos encontramos a los años, se emocionó y me dijo: “Al final, vosotros os habéis comportado mejor que nosotros”. “El aldeano” me advirtió que no dejase el cuello de la camisa por fuera de la chaqueta, porque en eso se veía que venía de Francia.

Me instalé en Pasajes. Me habían aleccionado contra el Comité Provincial existente, porque “eran agentes de la policía y había que empezar desde cero”. Pero los camaradas que habían sido dejados al margen resultó que eran buenos. Establecí contacto con ellos y reorganizamos el Provincial. Uno de los expulsados, “Andrés”, me pasó la multicopista y se reincorporó al Partido, entrando en la guerrilla. Unos meses después me dijeron que había volado la estatua de Mola. Empezamos a reorganizar el PCE por toda Guipúzcoa: en San Sebastián, Echenique organizó el comité local, con células en casi todos los barrios; en Eibar, Ortiz de Zárate organizó el Partido; Cabezón, el comité de Pasajes Arruabarrena, el de Vergara y Arriarán, el de Mondragón. En Irún, Rojo se encargaba de los pasos a Francia. Incluso constituimos un grupo en Zarautz, donde nunca habíamos tenido afiliados. En Rentería era donde peor lo teníamos porque, aunque casi todos los hinchas del Touring eran de la JSU, los camaradas más veteranos siempre estaban en la tasca. Ahora puede parecer increíble, pero entre PCE, la JSU y la UGT de la Directiva Nacional (comunista), acabamos teniendo más de 1000 cotizantes. Creo que nunca, ni antes ni después, hemos tenido tantos. En 1947 incluso comenzamos a organizarnos en Vitoria. Además existía una pequeña organización paralela, de eso me he enterado treinta años después, con casas y enlaces que dependían directamente de Toulouse.

En el Comité Provincial estaban los camaradas que me parecieron más decididos: Merino, Echenique y “Juan”, antiguo alcalde de Izquierda Republicana que ingresó entonces en el Partido. Nos reuníamos en sidrerías y allá nos pasábamos horas discutiendo y organizando. Políticamente dependíamos del Comité Central de Toulouse, que nos daba la línea oficial a seguir, que nosotros aplicábamos según las circunstancias. Pero intentábamos no separarnos de esta línea y, si teníamos dudas, leíamos “Principios del Leninismo” y otros materiales que llevábamos camuflados en las “Obras escogidas de Cervantes” para saber qué decisión tomar. El Partido se organizaba en células de tres personas, para que una detención no provocase grandes caídas. Incluso teníamos una célula con un millonario. Era un camarada magnífico, procedente de Acción Vasca, llamado Lumi y tenía una finca donde ocultaba a los camaradas en peligro. Nos solía dar mil pesetas para “Euskadi Roja”. En su célula estaba “Carlos”, director de una agencia de transportes y un brigada de la Guardia Civil, que nos pasaba la situación de los controles. Dinero no nos faltaba en Guipúzcoa, tanto que financiábamos en gran parte a Vizcaya

En Bilbao se imprimía “Euskadi Roja” y nosotros hacíamos dos periódicos: “Aurrera” de la UGT y “Gastien” de la JSU. El periódico de la JSU resulto una novedad, porque “Euskadi Roja” utilizaba una jerga política muy anticuada, mientras que “Gastien” tenía un lenguaje joven y directo, con versos irónicos: “Dichosos los tiempos liberales/ una docena de huevos valía doce reales/ preciso fue que llegara este “Orden Nuevo”/ para que doce reales valga un huevo”. Uno de nuestros mejores lectores era un cura de los de sotana, que nos solía dar cinco duros. Hacíamos pasquines, que se pegaban en las paredes o se tiraban en las calles y en los vestuarios de los talleres. Yo lo tenía prohibido, pero alguna vez me daba la satisfacción de pegar alguno en un túnel. Algunos materiales venían en motora de Francia. Recuerdo unos miles de informes de “Pasionaria” que, aunque estaban en papel cebolla, desriñonaban a cualquiera.

Nuestra política era crear conflictos sociales allí donde fuese posible. Para ello hacía falta captar militantes en los lugares de trabajo. Los intentos de organizar huelgas en la zona de Eibar chocaban con los pasquines de un “comité fantasma” del PSOE y la UGT, que sólo aparecía para desautorizarnos. El obstáculo mayor era que no podíamos combinar el trabajo legal con el ilegal. En muchas empresas nuestros camaradas eran elegidos delegados por sus compañeros, pero no podían actuar desde la legalidad del Sindicato Vertical porque era contrario a la línea del Partido. Organizamos un comité de enlace UGT-Solidarios Vascos en la zona de Vergara y Mondragón que fue el primer organismo unitario que hubo en el País Vasco.

Avanzado el 46 iniciamos una huelga en el puerto de Pasajes. Fue la primera huelga total en la España de Franco, que mereció un número especial del periódico “Nuestra Bandera”. Pedíamos una mejora salarial bastante fuerte y el puerto quedó totalmente paralizado. Las autoridades reaccionaron trayendo trabajadores extremeños y los instalaron en una escuelas. Arrojamos unas octavillas y la reacción fue fulminante: los extremeños se plantearon que los habían engañado, porque nadie les dijo que había una huelga y dejaron de trabajar. Ganamos y aumentaron los sueldos. Con la huelga del 1 de mayo del 47 hubo un gran fallo, porque nadie nos avisó y no la iniciamos hasta el día 4 en Mondragón, Eibar, Vergara y algún taller del mismo San Sebastián.

También conmemorábamos fechas. Los chicos de la JSU colocaban banderas republicanas e ikurriñas en los cables de alta tensión y en chimeneas, serrando luego los escalones para que no se pudiesen quitar. En esta época, sólo nos movíamos nosotros y por eso había tantos afiliados: quien quería hacer algo contra la Dictadura, tenía que estar con nosotros. Aun así, estábamos por la unidad de acción y el CC nos mandó que enviáramos un camarada a la reunión en Madrid de la Alianza Nacional de Fuerzas Democráticas, una asociación que acogimos muy bien. Pero fue detenido, mientras que de los demás no cayó nadie.

Mi detención se produjo a raíz del referéndum de 1947. Como garantía de unidad, el Gobierno Vasco nos pidió que no repartiésemos propaganda partidista, sólo la suya. Pero la propaganda no llegaba y únicamente faltaban dos días cuando nos avisaron que venía. Fuimos a recogerla Blas la Cueva, Carmen Eixach y yo. Cuando me acerqué al hombre que tenía la contraseña - la “Gaceta del Norte” y un cigarrillo apagado en la boca - media docena de policías se vinieron por mi pistola en mano. Yo llevaba en el bolsillo, en papeles de cigarrillo, el lugar y la hora de las citas para distribuir esta propaganda. Pero pude tirarlos a tiempo.

Nos llevaron a Blas y a mí al Gobierno Civil. Allí nos pusieron corrientes eléctricas y me preguntaron por la mujer que había logrado escapar. Por aquella electricidad he estado marcado muchos años. No podía tocar una bombilla ni pasar por el raíl de un tranvía. Por la noche nos llevaron en coche celular a Bilbao. Allí nos tomaron dos policías armadas y nos dijeron: “Vais a ir a la comisaría de Achuri. Allí no se andan con paños calientes. Os van a pegar. Pero vosotros no digáis nada, porque si habláis, no os vais salvar. Van a pensar que sabéis más y os van a seguir dando”. Pensé que aquello era un truco psicológico, pero luego vi que eran dos antiguos guardias de asalto y que el consejo era bueno.

En efecto, la policía sólo entendía el “garrotazo y tentetieso” pero, inteligencia, poca. Vino a interrogarnos un comisario de Madrid – al que creo que sabotearon un tanto los policías de Bilbao – que me ofreció un cigarrillo y me dijo: “Mira, vas a tener que hablar. Porque si no, de aquí no sales. Por mis manos ha pasado Cristino García, Zapiráin, Santiago Álvarez y muchos otros”. Yo le dije: “Pues tendrá que empezar y que sea lo que sea, porque yo no conozco nada, así que nunca podré decir nada y como no me vais a creer...”. Él me respondió: “No, si ya sabemos cómo trabajáis los comunistas. Sabemos que no os conocéis unos a otros”. Y con eso él mismo me dio una puerta de salida si lograba aguantar los golpes.

Estuve más de un mes en la comisaría. Me metieron en una celda de cuatro pies y medio, como un armario. Me pegaron y fuerte. El comisario De Diego no me tocó y un policía homosexual tampoco, pero había uno maño, siempre borracho, que sólo sabía pegar. Ellos buscaban a un tal “Carlos”, un personaje ficticio, al que yo describí con todo detalle. También di el nombre de Cabezón, porque ellos ya le conocían y estaba a salvo en Francia. No dije más. De una y media a tres de la madrugada me sacaban, me esposaban a una silla y me daban puñetazos y patadas. Empecé a sangrar por las orejas. Un día me asusté, porque oí la voz de Carmen. La habían detenido.