Natural de Abaurrea Alta (n. 1911), huyó con el golpe de julio de 1936 a Francia, acompañado por el secretario municipal Ciriaco Merino Arozarena, sabedores ambos de su torvo destino caso de permanecer en sus hogares. Felipe regresó a zona republicana, primero Bilbao, y con su caída, a Santander, donde es capturado y enviado a un campo de concentración y más tarde a brigadas de trabajo forzoso en tierras burgalesas hasta mayo de 1940, de donde regresará a Pamplona.

A principios de 1942 cae en Pamplona, cuando intentan reorganizar el Partido Comunista, un grupo dirigido por Julia Bea Soto, alias Matilde, quien logra escapar y queda en rebeldía. Caerá más adelante. Entre los detenidos como jefes de cédula están Jacinto Ochoa y Pablo Iriarte Ardanaz, maestro de Pamplona, y como enlaces Irene Soto Palacios y nuestro protagonista Felipe Celay. Entre los demás detenidos figuran Rafael Echarte Gracia, Iluminado Franco Urbistondo y Joaquín Ibarrola Beloso, que habían pasado por el fuerte y se encontraban en prisión atenuada en el momento de ser detenidos; el último, participante en la fuga de 1938. No será el último contacto de Julia Bea con los fugados, ya que más adelante reorganizará su vida en Francia con Marcelino Iriarte, partícipe en la misma.

Los detenidos son enviados a Madrid en mayo de 1942, pasan por las cárceles de Yeserías y Porlier, y son condenados por delito de espionaje y contra la seguridad del Estado en febrero de 1943. Jacinto y Felipe solicitan el traslado al sanatorio penitenciario de San Cristóbal para cumplir la pena en trabajos auxiliares, donde llegan en julio de 1943. La mutua elección como compañero de la nueva fuga no fue entonces casual, sino que venía fraguándose desde Madrid.

La evasión se produce el 6 de septiembre de 1944, violentando una cerradura que daba a un almacén de víveres de la cocina, y de ahí saltando cinco metros por una pequeña ventana, eludiendo la vigilancia exterior de la Guardia Civil. Una nueva intentona.

Bajaron el monte Ezkaba hacia Orrio, se adentraron por la regata de Nagiz hasta el puente de Sorauren, donde Jacinto fue capturado en la fuga de 1938. Sin dilación cruzaron al valle de Esteribar hasta Ilurdotz, población que cita, así como el probable caserío de Belzunegui, remontando las alturas que conducen al valle de Arriasgoiti. En la noche del miércoles día 6 hubo luna casi plena y claridad suficiente para alejarse del fuerte. Nos pilló la noche y estuvimos unas horas en un corral de ovejas. A la mañana siguiente otra vez a andar. Al día siguiente pasamos por el bosque de Irati, contaba Jacinto en 1978.

El paso de la muga por Irati no es el más corto, pero sí el que Felipe sentía como más seguro, por ser natural de casa Domine en Abaurrea Alta. El mapa de Zutarri atraviesa el valle de Arce: Uriz, Gorraiz y Azparren, ruta corroborada por Asterio, que confirma con otro punto intermedio, Tornuelako bidea, donde toparon con el joven Alejandro Arregi pastando las vacas, a quien Felipe conocía y sugirió: “vete a casa, antes de que se haga oscuro”, a la vez que se acomodaba a esperar la noche.

…Estando la noche cerrada, unos característicos golpes llamaron en la puerta de casa Zapatero. Luisa Arozarena, su propietaria pensó y en voz alta dijo a Francisca Iriarte, con quien convivía: “Si no supiera que Felipe Celay está preso, diría que es él” (tomado de Mikel Iriarte, publicado en el Boletín del valle de Aezkoa, 2011).

Llegaron con los pies destrozados. Se los lavaron y facilitaron calcetines y calzado, pues casa Zapatero era entonces taberna, actividad que usualmente se complementaba con comercio variado. Descansados en duermevela, partieron de madrugada. Cuenta Gabino Lorea, (n 1942), quien conoció a Felipe en una de sus visitas, que esa mañana que abandonaba su pueblo para largo tiempo, no pudo evitar arrojar piedras al paso de casa Kijo, en el camino a Abodi, como hacían de niños. Felipe conocía la frontera y no necesitaron guía. Abaurrea estaba más vinculado comercialmente con San Juan de Pie de Port, a 30 km por senderos en caballería, que con la capital Pamplona, a 70 km. Comercio ordinario y de contrabando. Añade Asterio que Abodi era ruta habitual para Felipe, cuando antes de emigrar a Chile pasaba clandestinamente a visitar a su novia Gabriela Osta en Ochagavia. “Pasamos por el bosque de Irati”, contó Jacinto. La cañada que sube a Abodi comunicaba por una línea de caseríos con el bosque de Gibelea hasta el río Irati, y de ahí, por las bordas de Orión hasta Arpea, que aparece en el mapa de Zutarri, para descender a Esterentzubi, donde sin seguridad de haber cruzado la frontera, temieron que las camisas azules de un grupo de la Resistencia francesa con el que toparon fuesen las de falangistas. En la línea de frontera, comparten queso con un pastor, figura habitual en los encuentros de todos estos escapados.

No se les concedió respiro. Su llegada en septiembre de 1944 coincide con los preparativos de la invasión guerrillera que se prepara desde Toulouse. En octubre regresan a España con la invasión del maquis. El grueso de ellos por el valle de Arán, Felipe y Jacinto por el Pirineo navarro. Una vez fracasada la intentona y después de trabajar un tiempo en Francia en una fábrica de alpargatas y en el monte en condiciones precarias, para Felipe llegó la hora de acabar con tanto sobresalto. Se alejó del escenario y emigró a Chile, donde emprendió una nueva vida, en un negocio que se repite entre los emigrantes de la zona, la panadería. Falleció en Chile a finales del siglo XX.

Jacinto se mantuvo firme. Capturado, ingresa el 6 de noviembre de 1944 en la prisión Provincial de San Sebastián. A lo largo de su vida penó un total de 27 años de cárcel, pero mantuvo su militancia tras su salida. Pocos en el periodo de la Transición –una nueva generación de activistas- en las reuniones tenían conocimiento de que ese representante del PCE contaba con tan labrado historial. Cuando su compañero Marcelino Camacho, a la salida de la cárcel de Carabanchel, pronunció su “Ni nos domaron, ni nos doblaron, ni nos van a domesticar”, seguro que incluía en ese plural a Jacinto.

El régimen franquista, temeroso de estas infiltraciones guerrilleras, pobló el Pirineo de una línea defensiva de búnkeres, la llamada Línea Pérez, construidos entre 1944 y 1957, que hoy pueden observar los montañeros que las cruzan, sin entender qué pintan esos mamotretos de hormigón entre los bosques.