Nació, en 1924, Bizkaia pujaba con su industria y, gracias a ello, su padre Bernardo, palentino con raíces alavesas, conoció a su madre, perteneciente a una conocida familia de Balmaseda, pues el norte de Castilla acababa de quedar unido a Bizkaia gracias al ferrocarril de La Robla.

Y así se precipitó todo. Su tío, primer alcalde democrático de Barruelo, fue asesinado en 1934, en la Revolución de Octubre, y su padre, por su parte, perseguido tras la Guerra Civil y encarcelado durante ocho años. Regresados ya a Balmaseda su familia fue acosada, amenazada, pasó hambre y necesidades. Y así nació su profunda conciencia política, en paralelo a su profundo amor por el arte.

Sus primeros pasos en el arte los dio de la mano de Rodet Villa y su aprendizaje continuó en la Asociación Artística Vizcaína y en las tertulias artísticas y antifranquistas que se celebraban en el gran Bilbao. Rápidamente convirtió su nuevo hogar de Portugalete en casa de reuniones antifranquistas. Allí se citaban Agustín Ibarrola y su hermano, Blas de Otero, Gabriel Celaya, Jiménez Pericas, en ocasiones Gabriel Aresti y otros muchos.

Pintaba al óleo, con materiales pobres. Temáticas que retrataban el mundo obrero, de trabajo, el de los hogares y también el de la familia. Colaboró en actividades antifranquistas junto a su marido Gonzalo e, imbuida de una profunda conciencia social, decidió realizar (junto a Fidalgo e Ibarrola) exposiciones itinerantes por los pueblos de Bizkaia, una enorme modernidad para su época, con el objetivo de acercar el arte al pueblo. Y sin olvidar que era una mujer. Una mujer que opinaba de política, que tomaba partido, que hacía arte con mayúsculas… en una época en la que la publicidad del régimen impulsaba una mujer servicial, supeditada al hombre. Y eso le da más mérito a todo si cabe.

Poco después creó, junto a Ibarrola y Dionisio Blanco, Estampa Popular de Bizkaia. Aquí, a través del grabado, creó obras duras, impactantes, políticamente comprometidas y con una alta carga social. Obreros, mineros, arrantzales, mujeres trabajadoras… todo ello y más se reflejaba en grabados que intentaba vender entre las clases populares.

Pero su acentuada lucha antifranquista la llevó a la cárcel al igual que a su marido, tan comprometido como ella, y a otros artistas e intelectuales de la época. Fue en 1962 y estuvo encarcelada dos años, época que relató en su libro ¡Sr. Juez. ¡Soy presa de Franco!

A su salida se instaló en Santurtzi. Allí siguió pintando y luchando. Su casa volvió a convertirse en un lugar de artistas y antifranquistas. Apoyó a todos aquellos que luchaban contra Franco y que querían destacar en el arte. Se daban cita gentes de diversas ideologías que querían acabar con el régimen. Se integró en el Grupo Emen, sección vizcaína del importante movimiento artístico llamado Movimiento de la Escuela Vasca, posteriormente creó el Grupo artístico Indar y fundó una galería de arte en Santurtzi, una modernidad para la época, la Galería Arteta. Y siguió pintando y grabando. Y también tallando madera.

Pero en 1974, con toda su familia, se trasladó a un entorno rural, a la aldea de Nava, situada en el valle de Mena (Burgos), a menos de diez kilómetros de su Balmaseda natal. Allí siguió pintando, pero su obra evolucionó. La presencia de la mujer en su obra se hizo aún más palpable pues su conciencia feminista era cada vez más clara. Creía en la igualdad entre el hombre y la mujer en una época en la que los derechos de la mujer estaban bajo mínimos. Y también se desarrolla su enorme relación con la naturaleza. Mari Dapena, en los años 70, cree en el ecologismo. Sus obras se llenan de naturaleza, de mujeres que se metamorfosean con plantas, que protagonizan los cuadros… y también aparece lo onírico, la representación de sueños. Y sigue apoyando al ámbito cultural que la rodea. Los jóvenes balmasedanos de los 80 que buscan un soplo de aire fresco van a la casa de Mari a hablar de arte, cultura y política.

Mari Dapena muere en 1995. Aunque no dejó escuela influyó a un número enorme de artistas y personas relacionadas con la cultura. Participó en todos los grandes movimientos artísticos desde la postguerra hasta los años 70. Fue una de las impulsoras del arte del grabado en Bizkaia. Cultivó la talla en madera. Y fue una abanderada en la lucha antifranquista algo que pagó, como su marido, con años de cárcel. Reivindicó el ecologismo y la igualdad entre el hombre y la mujer. Una mujer que desarrolló, junto a otras, la base sobre la que pivotan los movimientos feministas actuales. En definitiva… fue una artista absolutamente relevante, ejemplo de una época, de la que ahora queremos rescatar su historia y su obra.

La Asociación Harresi Kulturala Elkartea, de Balmaseda, ha colaborado activamente con el Museo de las Encartaciones / Enkarterrietako Museoa, para llevar a buen término esta magnífica exposición en homenaje a una excelente pintora balmasedana y rescatarla del olvido.

 

 

 

 

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