Las organizaciones obreras frente a la cuestión nacional

 

La cuestión nacional fue clave en el proceso de la revolución y contrarrevolución en los años treinta de cuyas enseñanzas se pueden extraer importantes lecciones.

Hoy en día la cuestión nacional en el Estado español continúa sin resolverse. La burguesía ha sido históricamente incapaz de llevar a cabo con éxito la tarea de la revolución democrático-burguesa de la unificación nacional. Por el contrario, cuarenta años de horrible centralismo ejercido por la dictadura franquista exacerbaron las tendencias centrífugas. Al caer ésta, estas tendencias se agudizaron aún más.

La represión brutal que el franquismo ejerció contra los derechos democráticos, la lengua y la cultura de las nacionalidades históricas (Euskadi, Catalunya, Galicia ...) ha permitido a la burguesía de estas nacionalidades aparecer como víctimas de dicha represión junto a las masas. ¿Pero qué papel jugó la cuestión nacional en los años treinta? ¿Qué hicieron la burguesía nacionalista vasca y catalana durante la guerra civil? ¿Qué lecciones se pueden extraer?

 

El Estado español: ‘un conglomerado de repúblicas mal regidas con un soberano nominal al frente’

 

La debilidad de la burguesía española que se refleja hoy día en una enorme atomización de la derecha, con una importante variedad de partidos regionalistas por toda la geografía española: Unidad Valenciana, Unidad Alavesa, Partido Aragonés Regionalista, Coalición Canaria etc. junto a la existencia de fuertes nacionalismos en Euskadi, Catalunya y Galicia tiene sus orígenes históricos en el peculiar desarrollo del capitalismo en el Estado español.

Debido al carácter parasitario de la oligarquía, las formidables riquezas coloniales que España poseía, dificultaron su desarrollo capitalista, pues, alimentando las necesidades de la Monarquía, la Iglesia, las castas militares y a toda la burocracia feudal del Estado que mantenía contacto con las colonias, no hicieron sino consolidar el régimen feudal. En lugar de sacar sus ingresos del desarrollo de las fuerzas productivas del país, la clase dominante española dio preferencia a la explotación semifeudal de sus colonias.

Así, la penuria económica que se produjo tras la pérdida del imperio colonial durante los siglos XVII y XVIII no tuvo otro efecto que el de potenciar las tendencias centrífugas en todo el Estado. La merma de la vida comercial e industrial de las ciudades provocó una disminución de los intercambios internos y de las relaciones entre los habitantes de las distintas provincias, los medios de comunicación se fueron descuidando y los caminos reales abandonando. Estos factores tuvieron el efecto de acentuar los particularismos locales. Por ello, tras la pérdida de las colonias, la oligarquía española, predominantemente agraria, intentó por todos los medios, continuar su explotación parasitaria de las zonas más ricas e industrializadas del Estado: el País Vasco y Catalunya. La posibilidad de saquear y oprimir a otros pueblos fue una de las causas del estancamiento económico de España. Los gigantescos beneficios extraídos del robo y la expoliación de las colonias lejos de ser una ventaja para crear una potencia industrial en el Estado español supuso, por el contrario, un elemento de atraso. Así, si bien es cierto que la unidad en el Estado español se dio pronto, sin embargo, siguió siendo como lo definió Marx "un conglomerado de repúblicas mal regidas con un soberano nominal al frente".[1]*

La burguesía española fue incapaz de liderar a las masas oprimidas contra el atraso feudal. La oleada revolucionaria que se dio en Europa tras la Revolución Francesa de 1789 pilló a la débil burguesía española con el paso cambiado. Asustados por la irrupción revolucionaria de las masas, la burguesía liberal, en el Estado español, llegó incluso a apostar a favor de la intervención de los ejércitos de Napoleón. Algunos sectores de las clases privilegiadas consideraban a Napoleón el "regenerador providencial de España"; otros, "el único baluarte posible contra la revolución". Las clases dominantes de la época no creían en la posibilidad de una resistencia nacional y adoptaron una actitud pasiva o de colaboración frente al invasor. Las masas se vieron así liberadas de su liderazgo pudiendo hacer brillar toda su iniciativa para combatir la invasión extranjera y la tiranía de Napoleón. Es una paradoja histórica que para lograr la independencia nacional, el pueblo español hubiese de combatir los símbolos de la revolución francesa. La intervención de las masas organizándose por Juntas Provinciales, acentuó aún más si cabe los particularismos locales.[2]

En cualquier intentona de la burguesía: en 1812[3], 1820, 1843, 1854 y 1868, ésta fue incapaz de llevar a cabo sus tareas históricas. Por temor a la acción independiente de las masas y por los estrechos lazos que la ligaban a los nobles y terratenientes, acabó una y otra vez echándose en manos de la reacción. En el Estado español la lucha entre la vieja sociedad feudal y la nueva sociedad burguesa adquirió la forma de luchas dinásticas. Las guerras civiles que en el siglo XIX enfrentaron a carlistas y liberales formaban parte del largo conflicto por el derrocamiento del absolutismo y la consolidación de un Estado burgués. Estas guerras se libraron de modo intermitente durante un período de más de cuarenta años. Se contraponía la pasada unidad católica de España a una futura unificación capitalista del mercado nacional. Se contraponía una monarquía católica tradicional a una monarquía constitucional.

La explicación a esta actitud hay que buscarla en el miedo visceral de la burguesía a las masas. "Cuando las clases medias emprenden la batalla contra el despotismo, entran en escena los obreros, producto de la moderna organización del trabajo, y entran dispuestos a reclamar la parte que les corresponde de los frutos de la victoria. Asustadas por las consecuencias de una alianza que se le ha venido encima, de este modo, contra su deseo, las clases medias retroceden para ponerse, de nuevo, bajo la protección de las baterías del odiado despotismo"[4]. La burguesía en el Estado español optó en cada situación revolucionaria por unir estrechamente sus lazos con la nobleza y los terratenientes frente a las masas.

En definitiva, al finalizar el siglo XIX España era un país prototipo de desarrollo "desigual y combinado" como lo definió Trotsky. Un Estado que, habiendo perdido sus colonias, se vio ella misma "colonizada" por el capital extranjero y sin haber dejado de ser un Estado predominantemente atrasado y agrario experimentó el desarrollo rápido, en sus litorales, de una floreciente industria moderna. España en lugar de ser un país era más bien una serie de países y regiones señalados por su desigual desarrollo histórico.

El desarrollo desigual y combinado implica la coexistencia de zonas muy atrasadas, con medios de producción arcaicos y escasos medios de comunicación con zonas industriales que pueden estar en la vanguardia del desarrollo capitalista, con grandes industrias que incorporan la tecnología más moderna de la época e importantes núcleos de concentración obrera.

 

 

El desarrollo de la cuestión nacional en Euskadi y Catalunya

 

El desarrollo de la industria en algunas zonas, principalmente Euskadi y Catalunya, acrecentaba el peso de la clase obrera que, a través de su particular proceso de toma de conciencia, se enfrentaba con unos patronos cada vez más intransigentes. Paralelamente, el particular desarrollo y los problemas de la industria de bienes de consumo de Catalunya y Euskadi, enfrentaba a sus respectivas burguesías con los grandes propietarios agrarios de Andalucía y Castilla, que hegemonizaban el poder político.

Mientras las clases dominantes en España se sostenían en una economía principalmente agraria y atrasada, en las costas se producía un rápido desarrollo económico. El incremento de la demanda de mineral de hierro por parte de Inglaterra a lo largo del siglo XIX como consecuencia del desarrollo de la industria siderúrgica, los medios de transporte y las comunicaciones, estimularon ésta industria en el País Vasco, la segunda región más industrializada después de Catalunya y la primera en el sector minero-metalúrgico

Mientras que el incremento del capital comercial supuso en España el fortalecimiento del feudalismo agonizante, no ocurrió lo mismo con el capital comercial vasco que, espoleado por la afluencia de nuevos capitales, muchos de ellos procedentes de los vascos que emigraron a América y por una serie de factores como el constante acicate de la concurrencia extranjera, la apertura de nuevos mercados, el descubrimiento de nuevos yacimientos de mineral de hierro y las condiciones propias de su litoral, le permitió surgir como una fuerza perfectamente articulada con su base de producción, dando lugar a nuevas relaciones sociales que permitían la creación de un nuevo régimen. El estrecho contacto establecido entre la producción interior y el comercio exterior le valió a Euskadi su potente predominio en la península y determinó la rápida transfusión del capital comercial a la industria.[5]

Con el desarrollo del capitalismo en Euskadi se desarrolló la conciencia de clase de la burguesía vasca que, por su potencial económico, se colocó en cabeza de la sociedad, postergando y destruyendo la importancia social de los restos feudales que quedaban. La burguesía industrial y financiera fueron desplazando a la burguesía comercial hostil a las reivindicaciones nacionalistas vinculada al régimen feudal y la monarquía absoluta.

A partir del primer decenio del siglo XX, el desarrollo industrial se realizó bajo el dominio de la gran banca o de capitales extranjeros, apoyados por un fuerte proteccionismo. En manos de unas cuantas familias, las de la vieja aristocracia y las de los capitalistas enriquecidos en el siglo XIX (con frecuencia unidos luego por lazos de familia) estaban la siderurgia, la naciente industria de energía eléctrica, las navieras, compartiendo con empresas extranjeras las minas, los ferrocarriles, la industria química, etc.

 

[1] La revolución en España. Escritos de Marx y Engels, editorial Progreso

[2] La revolución en España. Escritos de Marx y Engels, editorial Progreso

[3] Revista Comunismo. Órgano teórico de la Oposición Internacional en España,  1931-1934. E. Fontamara.

[4] La revolución en España. Escritos de Marx y Engels, editorial Progreso

[5] Revista Comunismo. Órgano teórico de la Oposición Internacional en España,  1931-1934. E. Fontamara.

 

 

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