ÍNDICE Tomo 1

A manera de prólogo
Capítulo I. Infancia y adolescencia
Capítulo II. El servicio militar
Capítulo III. Mi participación en la guerra civil
Capítulo IV. Jefe de regimiento y de brigada
Capítulo V. En la inspección de caballería del Ejército Rojo, mando la división montada
Capítulo VI. En el mando del 3er. cuerpo de caballería y 6° de cosacos
Capítulo VII. La guerra no declarada en Jaljin-Gol
Capítulo VIII. En la región militar especial de Kiev
Capítulo IX. En vísperas de la Gran Guerra Patria
Capítulo X. La guerra

 

MARISCAL DE LA UNION SOVIETICA

G. K. ZHUKOV

Tomo I

 

DEDICO ESTE LIBRO

AL SOLDADO SOVIÉTICO

 

 

A manera de prólogo

 

He trabajado varios años en el libro Memorias y meditaciones. Ha sido mi propósito seleccionar del copioso material de mi vida —de entre la espesa gama de acontecimientos y encuentros— lo más esencial y trascendente, aquello que pudiera descubrir en su cabal dimensión la grandeza de las obras y gestas de nuestro pueblo.

Aunque han transcurrido muchos años desde los sucesos descritos, probablemente todavía hoy no pueda decirse con exactitud cuáles de ellos llevan impreso el sello de la eternidad...

Que me perdonen mis compañeros de armas si no he sabido rendirles el homenaje merecido. Todavía hay tiempo, y muchos escribirán y hablarán de ellos. Me sentiré muy obligado ante los que me envíen sus observaciones y juicios susceptibles de ser considerados en la posterior labor sobre el libro.

En la preparación de la presente edición me han ayudado varios camaradas. Quisiera expresar mi gratitud a los generales y oficiales de la Dirección Científico-Militar del Estado Mayor General de las Fuerzas Armadas Soviéticas y del Instituto de Historia Militar, a los jefes de sección del Ministerio de Defensa de la URSS coronel Nikita Efimovich Teréschenko y coronel Piotr Yakovlevich Dobrovolski, a los redactores de la Editorial de la APN Anua Davidovna Mirkina y Viktor Alexandrovich Erojin y a todos los que han preparado mi manuscrito para su publicación.

Quiero testimoniar especialmente mi reconocimiento por su valiosa colaboración literaria a Vadim Guerasimovich Komolov.

G. ZHUKOV.

10 de febrero de 1969.

 

Capítulo 1

Infancia y adolescencia

 

Al declinar de los años no es tan fácil recordar todo lo vivido. La procesión de los días, el trabajo y los acontecimientos disipan muchos recuerdos, principalmente en lo que toca a la niñez y la adolescencia. La memoria sólo retiene lo que es imposible olvidar.

La casa en que yo nací el 19 de noviembre de 1896, en Strelkovka (provincia de Kaluga), estaba en el centro de la aldea. De tan vetusta que era, tenía un ángulo medio hundido en la tierra; los muros y el tejado, recubiertos de hierba y musgo. Por junto, una habitación con dos ventanas.

Mis padres no sabían por quién y cuándo había sido construida aquella casa. Los ancianos del lugar recuerdan que en ella vivió una viuda sin hijos, Anna Zhukova. Para mitigar su soledad, sacó del hospicio a un niño de dos años: mi padre. Quiénes fueron sus progenitores, nadie lo supo, y mi padre tampoco se preocupó luego de averiguarlo. Lo único que se logró saber es que una mujer le dejó a los tres meses en el umbral de la inclusa con una nota: «Pongan a mi hijo el nombre de Konstantin». ¿Qué obligó a la pobre mujer a abandonar a su hijo?, nadie puede decirlo. No lo haría por falta de amor maternal, sino más bien arrastrada por la desesperación.

Al fallecer su madre adoptiva, mi padre, que apenas había cumplido ocho años, entró de aprendiz de zapatero en un pueblo grande: Ugodski Zavod. Después nos contó que su aprendizaje consistía principalmente en hacer las faenas de la casa. Cuidaba a los niños, pacía el ganado. A los tres años de «aprendizaje», se marchó en busca de otro empleo. Fue andando hasta Moscú, en donde al fin y a la postre se colocó en el taller de zapatería de Weiss, que también tenía una tienda de calzado fino.

No conozco los pormenores, mas por los relatos de mi padre infiero que él y otros muchos obreros fueron despedidos y deportados de Moscú por ir a las manifestaciones cuando los sucesos de 1905. Desde entonces vivió en su pueblo, sin salir de él, donde ejerció el oficio de zapatero trabajando también en el campo hasta su muerte, en 1921.

Mi madre, Ustinia Artemievna, nació y vivió en la aldea vecina de Chernaia Griaz. Era pobrísima su familia.

Cuando se casó con mi padre tenía treinta y cinco años. El padre, cincuenta. Los dos habían quedado viudos desde muy jóvenes. Mi madre era una mujer muy fuerte: cargaba con facilidad sacos de trigo de 80 kilos y los llevaba a considerable distancia. La gente decía que había heredado la fuerza física de su padre —mi abuelo Artiom— el cual se metía debajo del caballo y lo levantaba en alto o lo agarraba de la cola y lo hacía sentarse de un tirón.

Las necesidades que pasábamos, ya que mi padre ganaba una miseria en su oficio, obligaron a mi madre a procurarse el sustento como acarreadora. En la primavera, el verano y a principios del otoño se ocupaba de las faenas agrícolas. Ya avanzado el otoño, marchaba a la ciudad de Maloyaroslavets para llevar comestibles a los comerciantes de Ugodski Zavod. Cada viaje le reportaba como máximo un rublo y veinte kopeks. Mas, ¿qué ganancias eran ésas? Si se descuenta el pienso del caballo, el hospedaje, la comida, el desgaste del calzado, etc., no le quedaba apenas nada. Creo que un mendigo sacaría más en el mismo tiempo.

No había salida, era el sino del pobre, y mi madre trabajaba sin protestar. Muchas mujeres de nuestras aldeas hacían lo mismo para no morirse de inanición. Por intransitables lodazales o bajo rigurosísimas heladas traían mercancías de Maloyaroslavets, Serpujov y otros puntos, dejando a sus criaturas al cuidado de abuelos y abuelas que apenas podían arrastrar los pies.

La mayor parte de los campesinos de nuestras aldeas eran paupérrimos: tenían poca tierra y mala. Los, trabajos del campo corrían principalmente a cargo de las mujeres, los ancianos y los niños. Los hombres trabajaban como temporeros en Moscú, San Petersburgo y otras ciudades y ganaban muy poco. Rarísimo era el hombre que llegaba a la aldea con algún dinero en el bolsillo.

Por supuesto, en los pueblos había también campesinos ricos, los kulaks, que no tenían de qué quejarse. Sus casas eran grandes, claras, confortables; abundante ganado en los establos y muchas aves en el corral; en los graneros, grandes reservas de harina y de trigo. Sus hijos vestían bien, comían hasta hartarse y estudiaban en los mejores colegios. Para esas gentes doblaban la espalda los aldeanos pobres, frecuentemente, por sólo un poco de trigo, pienso o simientes.

Los hijos de los pobres veíamos las calamidades que pasaban nuestras madres y sentíamos el sabor amargo de sus lágrimas. ¡Qué alegría cuando nos traían de Maloyaoslavets una rosquilla o un dulce! Y si se podían economizar unas monedas para un pastel relleno de Navidad o para las Pascuas, nuestro gozo rebasaba todos los límites. Cuando yo cumplí cinco años y mi hermana pasaba de seis, mi madre dio a luz otro hijo, al que llamaron Alexei. Era muy endeble y todos temían por su vida. Mi madre decía llorando:

—Cómo puede ser fuerte, si estamos a pan y agua.

A los pocos meses del parto decidió mi madre ir nuevamente a la ciudad a ganarse un jornal. Los vecinos la disuadían, aconsejándola cuidar al pequeñuelo, débil y necesitado de la lactancia materna. Pero como el hambre agobiaba a toda la familia, no tuvo más remedio que marchar. Alexei quedó a cargo nuestro. No había cumplido el año cuando murió. En otoño lo enterraron en el cementerio de Ugodski Zavod. Mi hermana y yo, sin hablar ya de los padres, sentimos mucho la muerte del pequeñín y visitábamos- a menudo su tumba...........................

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