1. Es urgente ampliar e intensificar un antiguo debate que se mantuvo entre pequeños núcleos comunistas internacionales a raíz de la Primera Guerra Mundial y en especial de la oleada revolucionaria iniciada en 1917: ¿Ha entrado el modo de producción capitalista en una fase de declive histórico o por el contrario mantiene todavía fuerzas expansivas sustanciales como las que tenía en el siglo XIX? Nótese que aquí hablamos de modo de producción y no de formaciones económico-sociales, es decir, aquí y por ahora, nos mantenemos en el plano de lo genético-estructural del modo de producción, o si se quiere, de su esencia básica permanente a pesar de los cambios formales por importantes que sean. Nótese también que no hablamos de la tesis estalinista de la «Crisis General» del capitalismo precisamente cuando este estaba iniciando una fase expansiva en una parte del mundo, fase conocida como keynesiana y taylor-fordista, y que ahora, una vez concluida, se le ha denominado como los «Treinta Gloriosos».
  2. Hablamos del debate que va cobrando fuerza y rigor sobre el agotamiento interno del modo capitalista de producción, agotamiento que impedirá otra larga fase expansiva mundial de la misma fuerza que la finiquitada, o de zonas importantes aunque tal vez puede permitir estabilizaciones locales transitorias y hasta fugaces repuntes al alza muy localizados, que serán armas de lucha ideológica propagandística a nivel mundial. Ahora mismo se emplean varios términos para referirse a la misma problemática: capitalismo senil, declinante, decadente, etc.; incluso el debate sobre las fases u ondas largas conduce a la misma interrogante: ¿se están acortando las fases entre las crisis a la vez que aumenta su gravedad, intensidad y extensión? ¿Cómo serán las siguientes crisis y sus inter-fases, y las fases inter-crisis? En definitiva ¿se ha agotado la fuerza expansiva del capitalismo y de ser cierto, qué consecuencias globales acarrea su decadencia constrictiva y cómo afrontarlas?
  3. Un modo de producción es históricamente expansivo en la medida en que sus fuerzas productivas son superiores a sus fuerzas destructivas, es decir, en la medida en que su impacto objetivo sobre la naturaleza no impide todavía su capacidad de carga, de regeneración y de reproducción en la zona afectada por ese modo de producción, y en la medida en que la especie humana puede mejorar relativamente sus condiciones de existencia en comparación a las alcanzadas en el anterior modo de producción. La obtención y uso racionales de la energía es uno de los baremos objetivos en su relatividad sociohistórica para medir con alguna fiabilidad el ascenso y declive de un modo de producción. Dicho a grandes rasgos, la ley del ahorro de energía, o ley del mínimo esfuerzo, explica muchas cosas decisivas en la evolución biológica, y la ley de la productividad del trabajo las explica en la antropogenia. En los modos injustos y explotadores, los constreñidos por la propiedad privada de las fuerzas productivas, la ley del valor-trabajo va mostrando la irracionalidad global inherente a la propiedad privada. Un ejemplo lo tenemos en la continuidad de fondo y en los cambios de forma de la propiedad patriarcal de las mujeres por su exclusiva capacidad de instrumento de producción sexo-económico y sexo-afectivo para reproducir fuerza de trabajo humana que, en el modo capitalista, es una mercancía.
  4. Hay que tener en cuenta que junto al modo de producción dominante coexisten otros modos anteriores, subsumidos, superados ya o todavía declinantes, coexistencia que si bien dificulta la medición de las potencialidades del modo de producción dominante, no la anulan totalmente, de manera que siempre es posible calibrar a grandes rasgos los avances potenciales y reales del nuevo y dominante con respecto a los superados. Aquí debemos volver a la ley de la productividad del trabajo, que consiste en que con la misma unidad de tiempo y/o energía puede realizarse más producto de trabajo que otro colectivo o persona, o lo que es lo mismo pero a la inversa, que el mismo producto de trabajo se ha realizado con menos gasto de energía y/o menos tiempo que otro colectivo o persona.
  5. El ahorro de tiempo y energía, o sea, la productividad sociohistórica media, es la base objetiva, materialista, que permite valorar con alguna fiabilidad el menor o mayor desarrollo contradictorio y relativo de cada modo de producción comparado con el precedente y con el posterior. Desarrollo relativo y contradictorio. Según evolucionen estas dinámicas, puede llegar el momento en el que el crecimiento de las fuerzas productivas choque con las relaciones sociales de producción, abriéndose una fase revolucionaria que puede terminar con la victoria de uno de los bandos en conflicto o con el hundimiento del sistema en su conjunto. Existen varios posibles futuros, y el resultante último depende de la evolución de la lucha de clases a nivel mundial.
  6. ¿Cómo saber que un modo de producción llega al límite de sus fuerzas expansivas y entra en su fase declinante? Ahora sólo vamos a sugerir cuatro evaluadores. Uno, el incremento de las crisis socio-económicas, la reducción de los tiempos entre crisis y crisis, el aumento de su gravedad e interacción, y el retroceso en las condiciones de vida y trabajo de los pueblos. Dos, la dificultad creciente en la obtención de energías hasta entrar en la fase de agotamiento, con su sinergia negativa. Tres, el aumento de las resistencias a la explotación y consiguientemente el aumento de las represiones y de las violencias opresoras para contener no sólo las luchas al alza, sino el mismo deterioro del sistema en su globalidad. Y cuatro, el debilitamiento de la legitimidad de la clase dominante, el reforzamiento de la legitimidad de las clases dominadas y la aparición de alternativas al sistema, que no sólo al poder. Exceptuando el del comunismo primitivo, cada modo de producción tiene sus formas específicas de interacción sinérgica de esos cuatro puntos y de otros que no hemos expuesto; cada modo tiene sus ritmos de crecimiento y desaparición. No podemos trasladar nuestro pensamiento y coordenadas mentales al pasado.
  7. En el capitalismo las crisis socioeconómicas se acortan en el tiempo, se hacen más devastadoras, y se propagan por el mundo casi a la velocidad de la luz. Se inician como subcrisis parciales, y aunque las subcrisis financieras son las detonantes por lo general, también hay subcrisis en el capital industrial y en el de servicios. Pero la razón de fondo es el accionar lento y oscilante de la tendencia a la caída de los beneficios medios como contradicción subterránea que impulsa al resto. En la medida en que los beneficios tienden a caer, en especial en el capital industrial y en menor cuantía en el de servicios, entonces los capitalistas apenas reinvierten en la poco rentable industria volcándose en el financiero, que se agiganta y se hace ingobernable.

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