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1. Presentación

 

En las anteriores entregas −Herri Kultur Taldea I, Donostia, capital cultural de Europa, del 23 de octubre de 2015; y Herri Kultur Taldea II, Durango y la culturilla donostiarra, del 10 de diciembre de 2015 a disposición en internet y firmadas por Euri Iparragirre− nuestro colectivo advirtió sobre los objetivos económicos, políticos y culturales de la Capital Europea de la Cultura durante el año 2016.

Ahora se nos anuncia el programa Tratados de paz de la Capital Cultural Europea a celebrar en la segunda mitad de este mes de junio en dieciséis localidades. Programa avalado por muchas instituciones, museos, colectivos y festivales que versará sobre las relaciones entre el arte, el derecho y la paz: «exposiciones, laboratorios, publicaciones y formatos en torno a la representación de la paz, construcciones que pertenecen al imaginario común de las gentes y a las formas políticas que ha legado el Arte y el Derecho».[1]

Según la versión oficial avalada por instituciones vascas y el Estado español, con la transnacional Telefónica como patrocinadora general, este programa «toma como punto de partida la figura emblemática de Francisco de Vitoria, inspirador de la primera escuela del derecho internacional, la Escuela de Salamanca, en el nuevo marco del siglo XVI, época marcada por las guerras contra los “herejes”, la expulsión de moriscos y judíos y la colonización del continente americano. Y concluye con el ciclo de acuerdos de paz que tienen lugar tras las sucesivas guerras del siglo pasado hasta la actualidad. Tratado de paz analiza la relación entre la guerra y la paz para entender los trasvases simbólicos que suceden entre ambas con el fin de conocer el mundo y sus leyes, no para someterlo, sino para hacerlo más habitable».[2]

 

2. Fracaso del imperialismo pacífico

 

Estamos ante un programa de revisión reformista de parte de las atrocidades inhumanas esenciales para el desarrollo del capitalismo desde ese siglo XVI; programa que busca, en vez de hacer «otro» mundo, solo reformar el actual hasta hacerlo «más habitable». Revisión reformista porque no se cuestionan las raíces verdaderas, los intereses de clase y de grandes potencias que provocaban esas guerras y sus paces. Frente a la visión reformista del período que se inicia en el siglo XVI, la visión crítica demuestra que la represión de«herejes», judíos y moriscos, fue vital en la formación del Imperio español en su fase de «contrarrevolución y teocracia»:

Puede decirse que Castilla vigila al Papa para que no se salga del papismo. En el Concilio de Trento los teólogos castellanos son considerados como «martillo de herejes». Esta obsesión por guardar la ortodoxia en teología, primaba lógicamente porque en la época, con la aplastante presencia de la religión, la ideología, cualquiera que fuese, había de pasar por el campo teológico. Los primeros revolucionarios, Cromwell, Lutero, Hus, tuvieron que, para elaborar una ideología revolucionaria, revolucionar primero la teología. De ahí el cuidado con que la monarquía absolutista de Castilla perseguía toda desviación teológica. La ortodoxia teocrática y su mantenimiento a sangre y fuego eran las premisas de la contrarrevolución a escala europea, que era casi tanto como decir mundial. De esta guerra entre las emergentes potencias «protestantes» y la Monarquía Hispánica, dependía la marcha de la civilización por una vía de progreso o del estancamiento y despotismo. Si hubiese vencido en esta guerra mundial Castilla (junto a sus países satélites), quizás hoy los regímenes más prominentes que conoceríamos serían los habituales de Latinoamérica.[3]

La Monarquía Hispánica estaba convencida de que su poder terrenal venía de Dios[4]y que debía mantenerlo y ampliarlo mediante todos los métodos posibles. En muchos casos, como en las guerras para derrotar la emancipación nacional burguesa de los Países Bajos, la brutalidad aplicada era estremecedora. En América, «las prioridades de los españoles durante el siglo XVI en el continente americano [...] no era otro que saqueo, adquisición por la fuerza de riqueza que pertenece a otros para transferirla a la propiedad de los saqueadores».[5]Lógicamente, la ocupación española era contestada desde el norte de México con una nueva sublevación de los chichimecas, hasta el sur de Chile con las resistencias araucanas, pasando por la lucha inca en la peruana zona de Vilcabamba. En 1566, Felipe II tomó medidas de largo alcance para derrotar a las naciones indias y en 1570 en México, tras crear una línea de fortines, llevaron la guerra «a sangre y fuego» contra los chichimecas; en Perú en 1572 atacaron en Vilcabamba a los incas sublevados, reprimiendo con especial saña la religión inca por «idolatría» hasta que pacificaron la zona en 1575; y en Chile prestaron apoyo material y económico a los pobladores blancos para la contraofensiva contra los araucanos en 1573.[6]

Pero la rentabilidad del saqueo tendía a la baja y con ella la de los beneficios expoliados y trasladados a Europa, donde eran vitales para sufragar los crecientes gastos de la guerra mundial que Castilla libraba contra las burguesías en ascenso: «Se ha calculado que entre 1519 y 1595 se redujo la población nativa del centro de México en un 55-96 por 100, debido sobre todo a las epidemias (viruela, sarampión y tal vez tifus y gripe) que actuaba entre una gente cuya resistencia se había visto también debilitada por las migraciones forzadas, la esclavitud, los impuestos aplastantes y el exceso de trabajo. Entre 1532 y 1609, según otros cálculos, la población nativa del centro de México cayó de los dieciséis millones novecientos mil habitantes a tan solo un millón. En Perú, los indicios parecen indicar que el número de almas de la civilización inca se redujo a la mitad entre 1572 y 1620».[7]

Fue en este contexto y una vez aniquilada con las peores violencias la resistencia de los pueblos invadidos, como la captura y muerte Túpac Amaru en 1572, último emperador Inca, se pretendió aplicar un «imperialismo pacífico»[8] en base a las tesis de Francisco de Vitoria. En realidad, se trataba de maximizar la eficacia de la explotación mediante un amago de algo parecido a lo que ahora se llama «normalización democrática», pero manteniendo activos los sistemas de explotación, lo que hizo que para finales del siglo XVI el «imperialismo pacífico» de Felipe II fuera un fracaso[9]porque al margen de las buenas intenciones de algunas personas, la ciega lógica de la nueva civilización del dinero imponía objetivamente la ferocidad implacable de la represión material y religiosa, y el saqueo sistemático. Estas fueron las causas para que desde el norte hasta el sur, una y otra vez resurgieran las desesperadas violencias defensivas.

En el norte, aunque se establecieron las Leyes de Indias en 1542 que les garantizaban la propiedad de sus tierras,[10]se sucedieron las invasiones para dominarlos. En 1598, una expedición española atacó Nuevo México iniciándose un período de guerras y masacres en el que jesuitas y franciscanos, tras años de oposiciones, lograron aplicar el muy duro sistema de encomiendas para civilizarlos y cristianizarlos mediante «una vida miserable».[11]Las encomiendas y el «imperialismo pacífico» eran tácticas insertas en la estrategia de dominación: la última resistencia de los indios pueblo se realizó en 1728 aunque otros, como los comanches, continuaron irreductibles. En 1751 se sublevaron los indios papagos y pimas, pero los españoles les derrotaron gracias a la ayuda de los indios opatas.[12]Con el tiempo, se instauró la «paz» gracias al desarraigo y pérdida de identidad indígena, a la nueva civilidad cristiana, al hambre y a la mortandad por epidemias, a la carencia de armas y a la superioridad militar española que violaban sistemáticamente los flamantes «tratados de paz» que imponían a los pueblos indios.

Otro tanto ocurría en el sur, en donde pueblos como los huarpes, que habían recibido muy bien a Pedro del Castillo, padecieron tan mansamente sus casi inmediatos atropellos y vejaciones que los españoles decían de ellos que eran «mui quitados de cosas de guerra», pero se hartaron de tanto sufrimiento. Se sublevaron en 1632 en alianza con otras tribus; lo volvieron a hacer en 1661 en alianza con puelches, pehuenches y mapuches, y también en 1667 cuando cercaron la importante ciudad de Mendoza que tuvo que fortificarse y se salvó a costa de grandes bajas entre los defensores; y volvieron a la guerra en 1712 en unión con los pehuenches, saqueando y destruyendo la ciudad de San Luis: «el poco brío se había transformado en ferocidad».[13]La piedad moralista de Francisco de Vitoria y del católico «imperialismo pacífico» no sirvió para nada, aunque ahora sí sirve para camuflar el actual imperialismo en nuestra América, y el imperialismo cultural contra Euskal Herria.

La transnacional Telefónica extrae gigantescos beneficios de América Latina, y junto al Estado español tienen especial interés en la muy rentable industria cultural española, de la que hemos ofrecido algunas cifras en otro texto[14]. Una de las fuentes de acumulación originaria de capital en Gipuzkoa y Euskal Herria fue la Real Compañía Guipuzcoana de Caracas que organizaba y abarataba el transporte comercial, aumentando las ganancias del imperialismo vasco- español hasta finales del siglo XVIII. Ninguna de las instituciones y empresas que dirigen el evento están interesadas en un debate histórico-crítico sobre el verdadero contenido de las paces negociadas y/o impuestas militarmente, y el fracaso de Francisco de Vitoria y del «imperialismo pacífico».

Teniendo esto en cuenta, vamos a ofrecer una sucinta e imprescindible bibliografía para aportar algo de luz al debate. Con su implacable rigor teórico y una brillantez literaria que confirma la unidad entre el arte y la teoría, Marx describió el proceso de acumulación originaria de capital[15], sin la cual no se entiende nada de las guerras y de las paces habidas desde el siglo XV. En su imprescindible compendio, M. Beaud parte del siglo XVI como el momento en el que el pillaje colonial y la riqueza del Príncipe[16]aseguran la base económica del capitalismo, la que luego, en el siglo XVII, permitirá a la burguesía empezar a tomar el poder político mediante salvajes y sangrientas revoluciones.

R. Wolf llama «gente sin historia» a los pueblos exterminados y empobrecidos por la expansión europea, dando especial importancia al tráfico de esclavos desde medio siglo antes de la invasión de América[17]. De la misma forma en que Engels mostró que el barco de guerra acorazado era la síntesis del capitalismo del último tercio del siglo XIX, M. Rediker sostiene que los barcos de esclavos fueron la expresión material y simbólica del «reino de la paz»[18]burguesa basada en una perversa y eficaz interacción de terror, horror, egoísmo y ganancia Y por no extendernos C. Túpac muestra que la identidad esencial entre terror y capital ya venía anunciada por el terror inherente a las formas de propiedad privada anterior a la burguesa, concretamente desde el terrorismo patriarcal, como veremos.

 

 

 

[1]J. M. Alonso: El arte y el derecho «firman» la paz, 13 de abril de 2016 (www.elmundo.es).

[2]Tratado de paz. Faro de paz (www.dss2016.eu.es).

[3]Alberto Arana: El problema español, Hiru Argitaletxe, Hondarribia 1997, pp. 41-42.

[4]Henry Kamen: Felipe de España, Siglo XXI, Madrid 1998, p. 239.

[5]Peter Jay: La riqueza del hombre, Crítica, Barcelona 2002, p. 133.

[6]Geoffrey Parker: Felipe II, Alianza Editorial, Madrid 1998, pp. 141-142.

[7]Peter Jay: La riqueza del hombre, Crítica, Barcelona 2002, pp. 131-132.

[8]Henry Kamen: Felipe de España, Siglo XXI, Madrid 1998, p. 143.

[9]Henry Kamen: Felipe de España, Siglo XXI, Madrid 1998, p. 158.

[10]Hugo Néstor Peña Pupo: Vindicación del piel roja, Ciencias Sociales, La Habana 2014, p. 34.

[11]Hugo Néstor Peña Pupo: Vindicación del piel roja, Ciencias Sociales, La Habana 2014, pp. 35- 36.

[12]Hugo Néstor Peña Pupo: Vindicación del piel roja, Ciencias Sociales, La Habana 2014, p. 35.

[13]Pacho O’Donnell: El Rey Blanco. La historia argentina que no nos contaron, Edit. Bolsillo, Buenos Aires 1999, pp. 80-81.

[14]Iñaki Gil de San Vicente: «El problema español y el nacionalismo del Partido Comunista de España», El nacionalismo imperialista del Partido Comunista Español, Boltxe Liburuak, Bilbo 1915, pp. 17 y ss.

[15]K. Marx: El capital, FCE, México, 1973, vol. I, pp. 607-649.

[16]Michael Beaud: Historia del capitalismo, Ariel, Barcelona 1986, pp. 21-30.

[17]Eric R. Wolf: Europa y la gente sin historia, FCE, México 1987, p, 240.

[18]Markus Rediker: El barco de esclavos, Imagen Contemporánea, La Habana 2014, pp. 179- 207.

 

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