Categoría: WALKER Jonathan
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INDICE

     Introducción
     “Un temor no revelado”
     Yalta
     Tres pescadores
     El plan: “éxito rápido”
     El plan: “guerra total”
     Nubes de guerra
     El plan, entregado
     La fortaleza británica
     Halcones estadounidenses
     Epílogo
     Bibliografía

     Índice analítico

 

Introducción 

A las tres de la tarde del 9 de mayo de 1945, Día de la Victoria en Europa, el primer ministro Winston Churchill retransmitió para la nación británica desde la sala del Gabinete del número 10 de Downing Street. Todavía utilizaba sus habituales gesticulaciones, como si estuviera hablando en un mitin público, y su voz apenas dejaba entrever la enorme presión a la que se había visto sometido desde 1940. El discurso resonó desde unos altavoces ante una gran multitud reunida en Parliament Square,Trafalgar Square y por toda Gran Bretaña. Fue emitido inalámbricamente en toda Europa y fuera de ella. Churchill anunció que la guerra contra Alemania había terminado y recordó a sus oyentes la magnitud de la lucha que habían soportado. «Podemos permitirnos un breve periodo de alegría —advirtió—, pero no olvidemos ni por un instante el arduo trabajo y los esfuerzos que nos aguardan.» Mientras recordaba a su público que Japón era el diablo al que todavía había que derrotar, era muy consciente de otro peligro, este más impredecible, que acechaba en el Este. Más tarde recordaba:

 

Cuando en esos tumultuosos días de alegría me pidieron que hablara a la nación, había llevado la máxima responsabilidad de nuestra isla durante casi cinco años. Sin embargo, es posible que hubiera algunos corazones que soportaran más ansiedad que el mío.[1]

La causa de la agonía privada de Churchill durante los días de celebración eran Iósif Stalin y su determinación de ejercer un control total sobre Polonia y Europa del Este. No es de extrañar que Churchill titulara su crónica sobre el final de la guerra Triunfo y tragedia. En mayo de 1945 estaba sumamente preocupado, no solo por el creciente dominio de Stalin en la Europa continental, sino también por sus planes para Gran Bretaña y su imperio. Las profecías durante los últimos meses de la guerra no habían sido alentadoras.

En la primavera de 1945, el Ejército Rojo continuó su avance hacia Europa occidental; llegó al Adriático, en el Sur, y se aproximó a unos 150 kilómetros del Rin, en el Oeste. Entre tanto, Alemania había quedado destruida y Gran Bretaña y Francia, dos grandes potencias, se hallaban económicamente exhaustas. Estados Unidos ya estaba desviando su atención hacia la región del Pacífico y parecía dispuesto a abandonar Europa. Ante unas perspectivas tan funestas, Churchill vio una última posibilidad de salvar a Polonia de un dominio soviético total. Incluso la propia Gran Bretaña parecía vulnerable, y solo parecía haber una solución: hacer retroceder al imperio soviético por la fuerza. Sin demora, ordenó la preparación de la Operación «Impensable» para evaluar la posibilidad de que un contingente aliado atacara al Ejército Rojo y recuperara el terreno perdido en Europa.[2]

Churchill se sentía aislado. El difunto presidente Roosevelt, con sus asesores «progresistas», el general George Marshall, jefe del Estado Mayor, el embajador Joseph Davies, Harry Hopkins e incluso su hijo, Elliott Roosevelt, había intentado amoldarse a Stalin. De hecho, el presidente se consideraba el hombre más adecuado para tratar con él, y dijo a Churchill: «Yo puedo manejar mejor a Stalin que su Ministerio de Asuntos Exteriores o mi Departamento de Estado». Habida cuenta de la capacidad del líder soviético para mostrar una conducta taimada y brutal, aquello era una osadía, y el Estado Mayor Conjunto de EE. UU. no la apoyaba, al menos en privado. «En Occidente —reconocían— reconocían, «nadie sabe en realidad qué rumbo tomará la política soviética».[3]

A juicio de Stalin, tras los enormes sacrificios de su pueblo, la Unión Soviética se merecía los botines de guerra. Durante «la Gran Guerra Patria», tal como conocían los soviéticos a la segunda guerra mundial, habían perecido más de 8,5 millones de soldados del Ejército Rojo y más de diecisiete millones de civiles. Este cálculo total de más de veinticinco millones de muertos empequeñecía las pérdidas sufridas por cualquier otra potencia participante, y la guerra también costó a la Unión Soviética alrededor de un 30% de su riqueza natural.[4] Aunque la aportación del país al éxito de los Aliados era irrefutable, sus motivos y su agenda futura en Europa no estaban tan claros. A Churchill le preocupaban sobremanera las intenciones soviéticas y, si bien esa angustia no era compartida por muchos, incluso una mirada somera a la historia rusa debería haber alarmado a sus colegas. Al fin y al cabo, Stalin era el portaestandarte del marxismo y un enemigo declarado de las naciones pequeñas. Se aferraba a la vieja creencia de que Rusia era una «madre patria» a la que le había sido encomendada la protección de las naciones eslavas de Europa del Este. Asimismo, la victoria de la Unión Soviética en la segunda guerra mundial infundió al pueblo la confianza de que podía conseguir cualquier cosa por medio del sacrificio, una confianza que acentuó el despiadado rechazo por parte de Stalin de la ayuda aliada a través de la Ley de Préstamo y Arriendo o los convoyes del ártico. El gran número de artículos pro soviéticos aparecidos en la prensa británica durante la guerra debió de fortalecer aún más la confianza de Stalin. Así pues, a medida que crecía esa confianza, Stalin creía que no había futuro en una asociación de posguerra con Occidente y, si bien no le complacía esa posibilidad, no veía más alternativa que un conflicto con sus antiguos aliados.[5]

Si había que poner freno a las ambiciones de Stalin y la diplomacia no lo lograba, Occidente tal vez habría de recurrir a medios militares. La fuerza militar anglo-estadounidense se hallaba en su cúspide en mayo de 1945, pero disminuiría rápidamente debido a la desmovilización general y al despliegue de fuerzas en Extremo Oriente. Churchill creía que debía actuar con rapidez y determinación para combatir la amenaza soviética. El 12 de mayo de 1945, envió un telegrama al presidente Truman, el sucesor de Roosevelt:

 

Estoy sumamente preocupado por la situación europea, tal como resumo en mi nº 41. Se me ha notificado que la mitad de las Fuerzas Aéreas estadounidenses en Europa han iniciado la movilización hacia el escenario del Pacífico. En los periódicos hay numerosas publicaciones sobre la salida de Europa de los ejércitos estadounidenses. Nuestros ejércitos también se encuentran realizando los preparativos previos para la que probablemente será una reducción marcada. El ejército canadiense sin duda partirá. Los franceses son débiles y es difícil tratar con ellos. Cualquiera se dará cuenta de que, en un corto espacio de tiempo, nuestro poder armado en el continente habrá desaparecido, a excepción de fuerzas moderadas para contener a Alemania.

Entre tanto, ¿qué pasará con Rusia? Siempre he trabajado por mantener una amistad con Rusia, pero, al igual que usted, siento una profunda ansiedad por su errónea interpretación de las decisiones de Yalta, su actitud hacia Polonia, su abrumadora influencia en los Balcanes, a excepción de Grecia, las dificultades que causan con Viena, la combinación de poder ruso y los territorios bajo su control u ocupados, sumados a la técnica comunista en tantos otros países y, por encima de todo, su poder para mantener ejércitos muy numerosos sobre el terreno durante mucho tiempo. ¿Cuál será la posición en un año o dos, cuando los ejércitos británico y estadounidense se hayan fusionado y el francés todavía no se haya formado a gran escala, cuando tal vez tengamos un puñado de divisiones, en su mayoría francesas, y cuando Rusia quizá decida mantener doscientas o trescientas en servicio activo?

En su frente han tendido un telón de acero. No sabemos qué está sucediendo detrás. No cabe duda de que todas las regiones situadas al este de la línea de Lübeck-Trieste-Corfú pronto estarán completamente en sus manos. A ello cabe añadir esa zona enorme conquistada por los ejércitos estadounidenses entre Eisenach y el Elba, que supongo que en unas semanas estará ocupada por el poder ruso cuando los estadounidenses se retiren. El general Eisenhower deberá tomar todo tipo de medidas para impedir otra huida masiva de la población alemana hacia el Oeste mientras se produce este enorme avance moscovita hacia el centro de Europa. Y, entonces, gran parte del telón, s i no todo, volverá a descender. De ese modo, una franja de muchos centenares de kilómetros de territorio ocupado por los rusos nos aislará de Polonia.

Mientras tanto, nuestro pueblo estará infligiendo rigores a Alemania, que está arruinada y postrada y, si así lo decidieran, quedaría abierta a los rusos en un corto espacio de tiempo y podrían avanzar hacia las aguas del mar del Norte y el Atlántico.[6]

Churchill se mostraba siempre de lo más elocuente e ingenioso cuando hacía frente a una situación grave. Tal como observaba su médico, Lord Moran: «En la adversidad, Winston se vuelve amable, paciente y valeroso». Aunque los acontecimientos no le favorezcan, «no se pasará el resto de sus días preocupándose por el pasado. Suceda lo que suceda, nada puede contener por mucho tiempo la avalancha de ideas que se arremolinan en su cabeza».[7] Una de esas ideas fue la Operación «Impensable».

Lo sorprendente de ese plan es que era único. Churchill, que se hallaba solo entre los líderes occidentales, estaba dispuesto a plantearse un ataque preventivo contra las fuerzas soviéticas en el verano de 1945. El presidente Roosevelt y su sucesor, Truman, al principio no contemplaron la amenaza soviética, y ni siquiera cuando fue imposible ignorarla apoyaron el uso de las armas contra la Unión Soviética.

Lo más alarmante de la actitud de los líderes nacionales en Occidente durante los trepidantes acontecimientos de la primavera y el verano de 1945 era su capacidad para cambiar drásticamente de talante. Churchill, Roosevelt y Truman se turnaron para presionar o ser conciliadores con Stalin mientras él se mantenía inamovible en sus exigencias.[8] Por ello, lo que parecía un proceder inevitable y lógico para los aliados occidentales una semana podía ser descartado a la siguiente. La Operación «Impensable» nacería a la luz de esta atmósfera aterradoramente volátil. En su discurso del Día de la Victoria en Europa, Churchill exhortó «Adelante Britania», pero si en efecto avanzaba, ¿tendría Polonia alguna posibilidad de recuperar su libertad en 1945? ¿Y hasta qué punto estuvo cerca el mundo de una tercera guerra mundial?

  

NOTA SOBRE USO TERMINOLÓGICO

 

En el texto se utiliza siempre el término «Unión Soviética» en lugar de «Rusia», que es la palabra que se encuentra habitualmente en los documentos contemporáneos, y puede aparecer entrecomillado. Rusia era solo una de las quince repúblicas socialistas que constituían la URSS (Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas), existente entre 1922 y 1991. Desde la disgregación de la Unión Soviética, cada una de las repúblicas se ha convertido en un estado independiente, de los que Rusia sigue siendo el más fuerte.

 

 

«Un temor no revelado»

  

WINSTON CHURCHILL, 23 DE FEBRERO DE 1945

Churchill no aceptó el reto de convertirse en el principal escéptico con respecto a Stalin hasta estadios posteriores de la guerra. Antes fueron los polacos quienes advirtieron en vano a Occidente de sus ambiciones, que habían sufrido en sus carnes. La anexión del este de Polonia por parte de Stalin en 1939 fue un acto manifiesto de duplicidad, además de una agresión brutal. Más tarde, la necesidad de una alianza contra Hitler había llevado a los polacos a aceptar a los soviéticos como aliados, pero esa agresiva relación se desmoronó finalmente en 1943, cuando la Unión Soviética rompió relaciones con el gobierno polaco en el exilio, instalado en Londres. Esta crisis estalló después de que los polacos exigieran una investigación de la Cruz Roja sobre la masacre de Katyn, donde, por orden de Stalin, fueron ejecutados más de 21.000 miembros de la élite polaca, entre ellos mandos militares, profesores y escritores.[9] Pese a las presiones de los Aliados occidentales, Stalin se negó a retomar las relaciones con los polacos de Londres en 1944, afirmando que habían rechazado sus peticiones de cesión del territorio polaco oriental. Alegó incluso que, en 1944, la intransigencia polaca le había obligado a crear un «Comité Nacional de Liberación» en Lublin que incluía a polacos comunistas y de izquierdas. Ese comité, también conocido como PKWN (Polski Komitet Wyzwolenia Narodowego) pronto se convertiría en el ejecutivo polaco patrocinado por Stalin, lo cual acabó con las esperanzas occidentales de un gobierno democrático.

Cuando 1944 tocaba a su fin, la estrategia de Stalin para la dominación de Polonia estaba tomando forma. La resistencia polaca, encarnada en el Ejército Nacional, había quedado prácticamente destruida en el levantamiento de Varsovia y, si bien su espíritu no se vio socavado, su estructura de mando y sus operaciones quedaron gravemente diezmadas a finales de año.[10] Para entonces, las fuerzas soviéticas habían invadido Rumania, Bulgaria, los estados bálticos y grandes extensiones de Hungría. Se habían adentrado en Prusia Oriental y ocupado una amplia franja de Polonia hasta el río Vístula. Stalin imaginaba que pronto dominaría casi toda Europa del Este y que entonces gozaría de poder para dictar sus condiciones a los Aliados. Entre tanto, Churchill, y sobre todo Roosevelt, estaban desesperados.............................

 

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