Categoría: KARA-MURZA Serguei
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INDICE

 Pg.
  3.......¿Qué le ocurrió a la unión soviética?
  6.......Dificultades metodológicas
  8.......Explicación de lo ocurrido con la experiencia de diez años
10.......¿Hubo una crisis en la URSS?
12.......El mito de la agricultura
19.......Resultados reales de la "reforma"
23.......Errores de los "liberales utópicos"
27.......¿Individualismo o solidaridad?
28.......¿Por qué los trabajadores no defendieron el socialismo soviético?
33.......Las causas del debilitamiento del proyecto
38.......El problema clave del análisis teórico
42.......¿Hacia dónde empujan los liberales rusos y sus amigos de occidente?
47.......Las últimas metáforas de los liberales
 
51.......Postperestroika sin la URSS y PCUS?

 

¿QUÉ LE OCURRIÓ A LA UNIÓN SOVIÉTICA? 

 

La perestroika, es la más brillante (y por eso la más estúpida) operación de la guerra fría, arrojó el mundo al precipicio de una postmodernidad no prevista por Nietzsche, ni por Antonio Gramsci. Se produjo la alianza entre el racionalismo occidental y la pasiones, idealistas o criminales, de todo un cúmulo de sociedades tradicionales en las cuales, de pronto, "el Dios ha sido asesinado".

Veamos la parte más sencilla, la "reforma liberal". En Rusia, que es un complejo sistema étnico, cultural y confesional, se realiza un ambicioso proyecto de ingeniería social sin precedentes. Se intenta encajar este sistema en las estructuras de la economía liberal, la de libre empresa. A veces se habla, incluso, de la "vuelta a la civilización", en una especie de "parto al revés" de nuestro socialismo, de este niño nacido en traumas sangrientos y hoy declarado deforme. El niño ya está desmembrado y preparado para esta operación sin par (¡vaya suerte la de la "civilización madre"!)[1]

A la URSS los pensadores progresistas del mundo no le permitieron la transición, sino la ruptura, la revolución. Por ejemplo, Fernando Claudín afirmó que había que pensar no en una reforma sino en una «liquidación por derribo de todo un sistema económico-político- ideológico... una verdadera revolución». Él indicó también la base social de esta revolución: «científicos y técnicos, economistas y otros científicos sociales, escritores, los más variados núcleos de la intelligentsia, y también las capas más esclarecidas de la clase obrera». De manera que los intelectuales radicales deben destruir el sistema económico de la URSS (la producción ya ha bajado un 60% y sigue cayendo en picado) y derribar su sistema político (la sangre ya está corriendo, aunque todavía no ha llegado al río). ¿Y qué será de estos radicales luego? ¿Los adoptará Occidente por lo menos como taxistas, como en otros tiempos a los oficiales blancos engañados? Por ahora los jóvenes ingenieros polacos no llegan a ser taxistas sino que reemplazan a las criadas filipinas, que salen más caras.

Así, para la alegría de ex-comunistas como Fernando Claudín, en todo el bloque socialista se produjeron las revoluciones que llevaron al poder a regímenes anticomunistas. Éstas han sido revoluciones de nuevo género, de la época de la "postmodernidad política". No eran el producto de la lucha de las masas populares, de una explotación insoportable o de una grave crisis económica. Eran "revoluciones desde arriba" ideadas y preparadas por la cúpula de aquel mismo régimen que se pretendía derribar. Las acciones claves "en la plaza" fueron llevadas a cabo con la participación directa de los servicios secretos, en estrecha colaboración con el KGB soviético (son especialmente ilustrativas la "revolución de terciopelo" en Praga y la liquidación de Ceaucescu en Rumania). Pero todas estas revoluciones eran producto secundario de los que pasaba en la URSS.

Había en esta revolución en la URSS mentiras fantásticas, traiciones y provocaciones a escala singular, "estética de lo feo" -extraños brotes de repugnante masoquismo político. Pero hubo un hecho indiscutible: la élite criada en condiciones del "socialismo" se volvió anticomunista, y las masas populares por el momento la apoyaron (como en Checoslovaquia o Hungría) o mostraron apatía (como en la LÍRSS). Y eso a pesar de que la nueva ideología propuesta por esta élite es al extremo antisocial y agresiva. La posibilidad de implantarla en la conciencia social es muy baja. Se trata de revoluciones que aprovecharon una ola coyuntural de anti-ideología y de anti-ideales. Evidentemente, se trata de un fenómeno que por su importancia sobrepasa el marco del movimiento comunista o la confrontación de bloques geopolíticos. Es una manifestación muy aguda de la crisis global de la civilización industrial moderna. La perestroika, los disturbios en Los Angeles y el "agujero de ozono" no son más que síntomas de una misma enfermedad.[2]

Es amargo ver la reacción de la izquierda europea ante la crisis en la URSS. En todos estos años no hubo intentos de ayudar a superar esta crisis (ni un solo comunista o socialista eminente escribió ningún artículo en la prensa soviética, ellos ni siquiera se prestaron a escuchar diferentes puntos de vista en el PCUS). Fue oficialmente admitido el modelo formulado por Reagan y Bush: Gorbachev es un demócrata progresista contra el que luchan los conservadores estalinistas y la nomenclatura[3]. Cuando este "demócrata" realizó con éxito su proyecto, fue anunciado el "derrumbe del socialismo”. Y lo más sorprendente es que muchos desde la izquierda hablaban de este derrumbe con alegría e incluso con goce maligno. ¡Ellos se sintieron engañados! Los rusos les dieron un bonito juguete ideológico y éste reventó. ¡Qué paguen por el fraude! Algunos incluso empezaron a rechazar el nombre de comunista. ¿Por qué? Por el stalinismo (¡ay! ¿cómo Íbamos a saber?). Imagínense a un católico que hoy llamase a disolver la Iglesia por los excesos de la Inquisición, sería considerado loco por todo el mundo[4].

La verdad incómoda consiste en que muchos europeos de izquierda realmente buscaban en el socialismo soviético un fetiche, una banderita. Ellos admiraban en él lo que no merecía admiración, repetían tras la propaganda oficial soviética mentiras pomposas sobre la URSS, veían portadores del socialismo en aquella nomenclatura con la que hacían brindis en las reuniones y los balnearios. Ellos no conocían (o temían conocer) a aquellos quienes realmente construían el socialismo, incluso quejándose de la sosa "ideología socialista" oficial. Rechazaban la oportunidad de conocer y transmitir los tesoros espirituales y hallazgos filosóficos del pueblo soviético que realmente podrían dar un nuevo impulso a la ideología de izquierda. Y durante siete años ellos estaban ayudando a sus "camaradas progresistas" de la nomenclatura traidora a destruir estos tesoros y torturar espiritualmente a los portadores de la idea socialista. Lo que pasó, pasó. Pero las lecciones, aunque tardías, que se puede sacar de la experiencia soviética, ayudarán al trabajo constructivo de hoy y mañana.

 

 

DIFICULTADES METODOLÓGICAS

 

No es fácil explicar esta experiencia, incluso lo que ya hemos entendido con cierta seguridad (muchos más enigmas quedan por resolver). No es fácil porque estamos ya hablando en diferentes idiomas, tenemos diferentes bases factológicas y partimos de distintas bases axiomáticas. Los modelos y el aparato conceptual de Occidente son intrínsecamente mecanicistas y deterministas. Son difícilmente aplicables a la sociedad tradicional (no "moderna"). Y son absolutamente inaplicables a las situaciones del conflicto en su fase postumbral e, incluso, al equilibrio inestable. En estas situaciones todo es nolinealidad, sinergia, irreversibilidad y procesos en cadena. Aplicar el molde determinista, que es muy corto incluso para el estado de equilibrio, es impedir no sólo la comprensión sino la descripción del problema.

Así es, por ejemplo, la relación causal básica del modelo de conflictos étnicos en la URSS: la democratización destapó los odios interétnicos acumulados y los conflictos eran inevitables. Es lo mismo que decir: esta casa ardió porque era de madera (y eso que un revolucionario, a quién no le gustaba esta casa, le echó gasolina y prendió fuego, es cosa secundaria). Y cuando me contestan que todas las casas de madera deben arder (y en ellas vive un 85 por ciento de la Humanidad), yo empiezo a creer que la civilización occidental realmente eligió el camino indicado por Nietzsche y aceptó su grito «¡Dios ha muerto!». Entonces, la Guerra del Golfo realmente ha sido un ritual.

Pondré un ejemplo más sencillo. En buenas comidas "culturales" que suelen darse después de las conferencias a que me invitan, es típico ver cómo, al acabar con su chuletón, se entristece el buen liberal y humanista. Limpia su boca y suspira: «Pobres bosnios. Se van a morir miles este invierno...». Y de repente, sus ojos brillan, y tira la servilleta: «Pero ¡hombre! es mejor que vivir bajo el régimen comunista que ellos tenían en Yugoslavia». ¿Cómo adaptarse a esta lógica rota y absoluta inconmensurabilidad de las partes de un silogismo? ¿Por qué es mejor morir que vivir en próspera Yugoslavia de cuyo comunismo hace tiempo que se quedó solamente el nombre y la segura paz nacional? Pero ésta es la lógica paradigmática del mensaje ideológico de la social-democracia de hoy. Recuérdense la famosa frase de un líder socialista de que «él preferiría ser asesinado en el metro de Nueva York que morirse de aburrimiento en Moscú». El aforismo tuvo eco considerable durante la perestroika en la URSS. Valdría la pena hacer una práctica metodológica con esta afirmación, porque es una tesis riquísima de contenido y pone de relieve un vacío metafísico inesperado. En realidad, significa abandono de toda la utopía central de la social-democracia europea.

En estos modelos y aforismos hay, al menos, una coherencia ideológica, es decir, una lógica deformada, pero lógica. Otro hecho, más grave, que destruye la comunicación, es la ruptura con toda lógica. Hablando en sus artículos de las «catástrofes producidas por la industrialización acelerada» en la URSS, Luís Ángel Rojo las olvida en seguida cuando quiere demostrar la ineficacia del sistema de planificación desde el lado opuesto, a través del bajo nivel de consumo en comparación con la occidental. De modo que un mismo economista en un mismo artículo ve el defecto del sistema soviético en que éste emprendió la industrialización acelerada y, simultáneamente, en que dicha industrialización no fue suficientemente acelerada para llevar el país al nivel de los EE.UU. ¡Vaya dialéctica! A veces esta descomposición de la lógica ya roza por la desemantización, la pérdida del sentido de la palabra. He aquí un ejemplo de tal desemantización[5]. En un número de 1990 El País dedicó todo un artículo al rublo soviético, demostrando lo mala que era la economía de la URSS. Se dijo: «El rublo ha perdido completamente su valor y se cambia en el mercado negro diez rublos por un dólar». Pero ¿por qué el valor se mide en el mercado negro en que circulaban sumas míseras, microscópicas en relación con el tamaño de la economía? Evidentemente, hay medidas absolutas, con que se comparan las unidades de recursos independientes del lugar, el orden económico o la ideología. Estas medidas expresan el valor de la moneda en el lugar donde ésta funciona. Sabía muy bien el corresponsal de El País estas medidas y el volumen de rublos fluidos en cada una de estas vertientes. He aquí algunas: 1 viaje en metro de Moscú valía 0,05 rublo, y en Nueva York. 1,5 dólares. Esto significa que la misma suma de recursos "absolutos" (maquinaria, construcción, energía, mano de obra, etc.) necesarios para proporcionar 20 viajes en metro se pagaba por 1 rublo o por 30 dólares. Es decir, en términos de transporte el valor de 1 rublo era equivalente al de 30 dólares. En términos de pan, un rublo valía lo mismo que 12 dólares. En comunicaciones (teléfono), unos 20 dólares, en término de medicinas, 30 dólares y en la compra de vivienda, 15 dólares. Éste era el valor real del rublo como medio de pagar los bienes................................

 

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