Categoría: BLUM William
Visitas: 1491

 

    

                              CONTENIDO

INTRODUCCIÓN
Breve historia de la Guerra Fría y el anticomunismo
1. CHINA. DE 1945 HASTA LOS AÑOS 60
2. ITALIA 1947-1948
3. GRECIA, DE 1947 HASTA INICIOS DE LA DÉCADA DE 1950
4. FILIPINAS. DÉCADAS DE 1940 Y 1950
5. COREA 1945-1953
6. ALBANIA 1949-1953
7. EUROPA DEL ESTE 1948-1956
8. ALEMANIA. DÉCADA DE 1950
9. IRÁN 1953
10. GUATEMALA 1953-1954
11. COSTA RICA. MEDIADOS DE LOS 50
12. SIRIA 1956-1957
13. MEDIO ORIENTE 1957-1958
14. INDONESIA 1957-1958
15. EUROPA OCCIDENTAL. DÉCADAS DE 1950 Y 1960
16. GUAYANA BRITÁNICA 1953-1964
17. UNIÓN SOVIÉTICA. FINES DE LOS 40 A LOS 60
18. ITALIA. AÑOS 50 A LOS 70
19. VIETNAM 1950-1973
20. CAMBOYA 1955-1973
21. LAOS 1957-1973
22. HAITÍ 1959-1963
23. GUATEMALA 1960
24. FRANCIA-ARGELIA. AÑOS 60
25. ECUADOR 1960-1963
26. EL CONGO 1960-1964
27. BRASIL 1961-1964
28. PERÚ 1960-1965
29. REPÚBLICA DOMINICANA 1960-1966
30. CUBA. 1959 HASTA LOS AÑOS OCHENTA
31. INDONESIA 1965
32. GHANA 1966
33. URUGUAY 1964-1970
34. CHILE 1964-1973
35. CRECIA 1964-1974
36. BOLIVIA 1964-1975
37. GUATEMALA. 1962 HASTA LOS 80
38. COSTA RICA 1970-1971
39. IRAQ 1972-1975
40. AUSTRALIA 1973-1975
41. ANGOLA. 1975 HASTA LOS AÑOS 80
42. ZAIRE 1975-1978
43. JAMAICA 1976-1980
44. SEYCHELLES 1979-1981
45. GRANADA 1979-1984
46. MARRUECOS 1983
47. SURINAM 1982-1984
48. LIBIA 1981-1989
49. NICARAGUA 1978-1990
50. PANAMÁ 1969-1991
51. BULGARIA 1990-ALBANIA 1991
52. IRAQ 1990-1991
53. AFGANISTÁN 1979-1992
54. EL SALVADOR 1980-1994
55. HAITÍ 1986-1994
56. EL IMPERIO NORTEAMERICANO DESDE 1992 HASTA EL PRESENTE
ANEXO 1 Ali es como circula el dinero
ANEXO 2 Casos de utilización de las Fuerzas Armadas de Estados Unidos en el extranjero desde 1798 hasta 1945
ANEXO 3 Planes de atentados elaborados por el Gobierno de Estados Unidos

 

INTRODUCCIÓN

Breve historia de la Guerra Fría y el anticomunismo

 

Nuestro temor a que el comunismo pueda algún día dominar la mayor parte del mundo nos ha impedido ver que el anticomunismo ya lo ha logrado.

Michael Parenti

 

Durante los primeros días de la guerra en Vietnam, un oficial vietnamita dijo a su prisionero estadounidense: “Después de la Segunda Guerra Mundial ustedes eran héroes para nosotros. Leíamos libros norteamericanos y veíamos películas norteamericanas y era muy común en esos días decir que se era ‘tan rico y tan sabio como un americano’. ¿Qué fue lo que pasó?”

 La misma pregunta podía haber sido hecha por un guatemalteco, un indonesio o un cubano durante la década anterior, o por un uruguayo, un chileno o un griego en la década siguiente. La credibilidad y admiración que inspiraron los Estados Unidos al finalizar la Segunda Guerra Mundial se fue desvaneciendo país por país, intervención por intervención. La oportunidad de construir un mundo nuevo sobre las ruinas de la guerra, de establecer cimientos para la paz, la prosperidad y la justicia, se desplomó bajo el peso infame del anticomunismo.

Ese peso llevaba acumulándose algún tiempo; en verdad, desde el primer día de la revolución bolchevique. Hacia el verano de 1918, unos trece mil soldados estadounidenses se encontraban en el recién nacido Estado, la futura Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas. Después de dos años y miles de bajas, las tropas norteamericanas se retiraron sin haber podido cumplir su misión de “estrangular en su mismo nacimiento” el Estado bolchevique, tal como lo expresó Winston Churchill.

El joven Churchill era el ministro británico de Guerra y Aire en aquel momento. Fue él quien dirigió la invasión de la Unión Soviética por parte de los Aliados (Gran Bretaña, Estados Unidos, Francia, Japón y varias otras naciones), en apoyo al “Ejército Blanco” contrarrevolucionario. Años después, en papel de historiador, Churchill dejaría anotado su punto de vista sobre este episodio singular para la posteridad:

¿Estaban [los aliados] en guerra con la Rusia soviética? Con certeza no, pero les disparaban a los soviéticos apenas los veían. Permanecieron como invasores en territorio ruso. Dieron armas a los enemigos del Gobierno soviético. Bloquearon sus puertos y hundieron sus buques de guerra. Deseaban sinceramente la caída de este gobierno y elaboraron planes para lograrlo. Pero ¿guerra? ¡Perturbante! ¿Interferencia? ¡Vergonzoso! Les era por completo indiferente, repetían, la forma en que los rusos resolviesen sus propios asuntos internos. Ellos eran imparciales. ¡Bang!

 

¿Qué ocurrió con esta revolución bolchevique que alarmó tanto a las mayores potencias del mundo? ¿Qué las llevó a invadir una tierra cuyos soldados habían combatido junio a ellas por más de tres años y había sufrido más bajas que ningún otro país en parte alguna durante la Primera Guerra Mundial?

Los bolcheviques tuvieron la audacia de hacer la paz por separado con Alemania, a fin de terminar con una guerra que consideraban imperialista y que de ningún modo estaba en sus propósitos, y para tratar de reconstruir una Rusia agotada y devastada. Pero los bolcheviques habían demostrado su mayor audacia al derrocar un sistema capitalista feudal y proclamar el primer estado socialista en la historia mundial. Esto constituía una increíble arrogancia. Este era el crimen que los Aliados debían castigar, un virus que tenía que ser erradicado antes de que se extendiera a sus propios pueblos.

La invasión no alcanzó los resultados propuestos, pero sus consecuencias fueron profundas y perdurables hasta nuestros días. El profesor D. F. Fleming, historiador de la Universidad Vanderbilt que investiga la Guerra Fría, ha señalado:

Para el pueblo norteamericano la tragedia cósmica de las intervenciones en Rusia no existe, o fue un incidente sin importancia que hace mucho fue olvidado. Pero para el pueblo soviético y sus líderes de aquel momento, fue una época de interminables matanzas, de saqueo y pillaje, de epidemias y hambre, un sufrimiento inconmensurable para muchos millones de personas —una experiencia grabada con fuego en el corazón mismo de la nación, que no será olvidada en el curso de muchas generaciones, si alguna vez llega a olvidarse. De igual forma las severas regulaciones soviéticas pudieron ser justificadas por muchos años debido al temor de que las potencias capitalistas regresaran a terminar su trabajo. No es de extrañar que en su discurso del 17 de septiembre de 1959, en Nueva York, el premier Khruschov nos recordara las intervenciones, “el tiempo en que ustedes enviaron sus tropas para aplastar la revolución”, según dijo.

 

En 1920 un informe del Pentágono planteaba lo que podría calificarse de portentosa insensibilidad de una superpotencia: “Esta expedición asume uno de los mejores ejemplos en la historia de empeños honorables y desinteresados [...] ayudar a un pueblo a alcanzar una nueva libertad en circunstancias muy difíciles”

La historia no nos dice cómo sería una Unión Soviética a la que se le hubiese permitido desarrollarse en una forma “normal”, de acuerdo con su elección. Conocemos, sin embargo, la naturaleza de la Unión Soviética que fue atacada en su mismo surgimiento, que se levantó por sí sola en medio de un mundo extremadamente hostil y que, cuando lograba llegar a la adultez, fue arrasada por la máquina de guerra nazi con la bendición de las potencias occidentales. Las inseguridades resultantes y los temores creados por esto han conducido de forma inevitable a deformidades de carácter similares a las que presentaría un individuo sometido a amenazas letales semejantes.

En Occidente jamás se nos permite olvidar los descalabros políticos (reales e inventados) de la Unión Soviética, en cambio, nunca se nos recuerda la historia que subyace tras ellos. La campaña de propaganda anticomunista comenzó incluso antes que las intervenciones militares. Antes de que finalizara el año 1918, expresiones tales como “Peligro Rojo”, “el ataque bolchevique a la civilización” y “la amenaza de los rojos para el mundo” se volvieron lugares comunes en las páginas del New York Times.

Durante febrero y marzo de 1919, un subcomité del Senado sostuvo audiencias en las que fueron expuestas numerosas “historias de horror bolchevique”. El carácter de algunos de los testimonios puede ser evaluado por el titular en el usualmente desapasionado Times del 12 de febrero de 1919:

DESCRITOS HORRORES BAJO EL PODER ROJO. R. E. SIMONS Y W. W. WELSH CUENTAN A LOS SENADORES LAS BRUTALIDADES DE LOS BOLCHEVIQUES: MUJERES DESNUDADAS EN LAS CALLES, GENTES DE TODAS CLASES, EXCEPTO LA ESCORIA, SOMETIDAS A VIOLENCIA POR LA TURBA.

El historiador Frederick Lewis Schuman ha planteado: “El resultado directo de estas audiencias [...] fue dar una imagen de la Rusia soviética como una especie de manicomio habitado por esclavos miserables sometidos por entero a la voluntad de maniáticos homicidas cuyo propósito era destruir todo rastro de civilización y regresar la nación a la barbarie”.

Puede afirmarse de manera literal que no hubo historia acerca de los bolcheviques que fuese demasiado forzada, grotesca o pervertida como para no publicarla y darle amplio crédito: desde la nacionalización de las mujeres hasta los bebés que eran devorados (tal como los antiguos paganos creían que los cristianos devoraban a sus niños, algo de lo que también se acusó a los judíos en la Edad Media). Los cuentos acerca de las mujeres, con todas sus espeluznantes connotaciones —de que se consideraban propiedad estatal, se les obligaba a contraer matrimonio, a practicar el “amor libre”, etc.—, “fueron radiodifundidos a todo el país a través de mil es de emisoras”, escribió Schuman, “y tal vez fue lo más efectivo para grabar la imagen de los rusos comunistas como criminales pervertidos en la mente de los ciudadanos norteamericanos”. Esta historia continuó siendo divulgada incluso después de que el Departamento de Estado se vio forzado a anunciar su falta de veracidad (que los soviéticos se comían a sus criaturas era algo que todavía se enseñaba en la John Birch Society a su vasta audiencia en 1978).

Hacia fines de 1919, cuando la derrota de los Aliados y el Ejército Blanco era previsible, el New York Times publicó los siguientes titulares amenazadores:

 

Los lectores del New York Times debían creer que todas esas invasiones partirían de un país que estaba destrozado como lo han estado pocas naciones en la historia; una nación que todavía trataba de recuperarse de una terrible guerra mundial, en pleno caos por una revolución social fundamental que acababa de despegar; envuelta en una brutal guerra civil contra fuerzas respaldadas por las mayores potencias del mundo; con la industria, que para empezar nunca fue desarrollada, en ruinas; en fin, un país asolado por una hambruna que dejaría millones de muertos antes de ser eliminada.

En 1920 la revista New York Republic presentó un extenso análisis de la cobertura noticiosa dada por el New York Times a la Revolución rusa y la intervención. Entre otras cosas, observaba que en los dos años trascurridos desde la revolución del 17 de noviembre, el Times había afirmado no menos de noventa y una veces que “los soviéticos estaban acercándose a su final, si no lo habían alcanzado ya”.

Si esta era la realidad que presentaba el “prestigioso periódico” estadounidense, podemos imaginar horrorizados con qué caldo de brujas estaban alimentando a sus lectores el resto de los diarios de la nación.

Esta fue, pues, la primera experiencia del pueblo norteamericano acerca de un fenómeno social nuevo que había sobrevenido en el mundo; su educación introductoria acerca de la Unión Soviética y aquello que llamaban “comunismo”. Los educandos nunca se han repuesto de esa lección. Tampoco lo hizo la Unión Soviética.

La intervención militar terminó pero, con la sola excepción del período de la Segunda Guerra Mundial, la propaganda ofensiva nunca cesó. En 1943, la revista Life dedicó todo un número a los éxitos de la Unión Soviética, yendo incluso más lejos de lo que se requería por el imperativo de la solidaridad ante el enemigo común; fue tan lejos que llamó a Lenin “tal vez la mayor personalidad de los tiempos modernos”. Dos años más tarde, sin embargo, con Harry Truman en la Casa Blanca, una fraternidad tal no tenía posibilidades de sobrevivir. Truman era, después de todo, quien, al día siguiente de la invasión nazi a la Unión Soviética, dijo: “Si vemos que Alemania está ganando, debemos ayudar a Rusia, y si Rusia está ganando, debemos ayudar a Alemania, para de esta forma dejarlos que se maten entre sí lo más posible, aunque no quisiera ver a Hitler obtener la victoria en ninguna circunstancia”.

Muchas millas de propaganda se han extraído del tratado germano-soviético de 1939, lo cual fue posible sólo por ignorar completamente el hecho de que los rusos se vieron forzados a establecer el pacto debido a la reiterada negativa de las potencias occidentales, en particular los Estados Unidos y Gran Bretaña, a unir posiciones con Moscú contra Hitler; como también rehusaron acudir en ayuda del Gobierno español de orientación socialista cuando este enfrentó la agresión de los fascistas alemanes, italianos y españoles a partir de 1936. Stalin comprendió que si Occidente no había evitado la caída de España, tampoco lo haría con la Unión Soviética.

Desde el Terror Rojo de los años 1920 al maccarthismo de 1950 .................. [....................]

 

Ver el documento completo