PREFACIO

INTRODUCCION AL «PRIMER PERIODO»

 PRIMERA PARTE
LA REVOLUCION DE OCTUBRE Y LA INSTAURACION DEL PODER SOVIETICO
   1. EL ENTRELAZAMIENTO DE LOS PROCESOS REVOLUCIONARIOS ENTRE FEBRERO Y OCTUBRE DE 1917 
   2. DICTADURA DEL PROLETARIADO Y RELACIONES DE CLASE TRAS LA REVOLUCION DE OCTUBRE 
 
SEGUNDA PARTE
EL PODER SOVIETICO Y LA TRANSFORMACION DE LAS RELACIONES DE CLASE EN EL CURSO DE LOS AÑOS 1917 A 1921
   1. LA TRANSFORMACION DE LAS RELACIONES BURGUESIA/PROLETARIADO BAJO LA DICTADURA PROLETARIA
   2. LA TRANSFORMACION DE LAS RELACIONES DE CLASE EN LAS CIUDADES
   3. LA TRANSFORMACION DE LAS RELACIONES DE CLASE EN EL CAMPO
 
TERCERA PARTE
LA TRANSFORMACION DE LOS PRINCIPALES APARATOS DE LA DICTADURA DEL PROLETARIADO
   1. LA TRANSFORMACION DE LOS ORGANOS CENTRALES DEL PODER Y DE LOS APARATOS ADMINISTRATIVOS DEL ESTADO
   2. LAS TRANSFORMACIONES DEL PARTIDO BOLCHEVIQUE, APARATO DIRIGENTE DE LA DICTADURA DEL PROLETARIADO 
   3. EL CARACTER OBJETIVO DEL PROCESO DE AUTONOMIZACION DE LOS APARATOS DE ESTADO DE LA DICTADURA DEL PROLETARIADO
 
CUARTA PARTE
LAS LUCHAS IDEOLOGICAS Y POLITICAS EN EL SENO DEL PARTIDO BOLCHEVIQUE
   1. LAS TRANSFORMACIONES EN LAS RELACIONES DEL PARTIDO BOLCHEVIQUE CON LAS MASAS POPULARES 
   2. LAS LUCHAS IDEOLOGICAS Y POLITICAS EN EL SENO DEL BOLCHEVISMO ANTES DE LA GUERRA CIVIL 
   3. LAS LUCHAS IDEOLOGICAS Y POLITICAS DURANTE EL «COMUNISMO DE GUERRA» 
   4. LAS LUCHAS IDEOLOGICAS Y POLITICAS AL FINAL DEL «COMUNISMO DE GUERRA» Y A COMIENZOS DE LA NEP
 
QUINTA PARTE
BALANCE DE CINCO AÑOS DE REVOLUCION Y PERSPECTIVAS EN VISPERAS DE LA DESAPARICION DE LENIN
   1. BAUNCE ESTABLECIDO POR LENIN TRAS EL «COMUNISMO DE GUERRA» 401
   2. EL ANALISIS DE LOS ERRORES DEL «COMUNISMO DE GUERRA»
   3. EL «CAPITALISMO DE ESTADO»
   4. LAS TRANSFORMACIONES DE LA CONCEPCION LENINISTA DE LA NEP
   5. LAS TAREAS DEL PARTIDO BOLCHEVIQUE EN EL MOMENTO EN QUE LENIN DESAPARECE
 
BIBLIOGRAFIA
INDICE ANALITICO

 

PREFACIO

 

Me parece indispensable explicar al lector la razón por la cual he escrito este libro y el modo en que lo he hecho. Tengo que indicar igualmente la relación que guarda esta obra con mis escritos anteriores.

Lo más sencillo consiste en explicar su génesis y la transformación en un proyecto más ambicioso de lo que inicialmente era un proyecto más modesto.

El punto de partida inmediato de este trabajo fue la invasión y ocupación de Checoslovaquia por el ejército soviético. Las personas que se consideran marxistas no pueden limitarse a «condenar» o «lamentar» los actos políticos; deben, también, explicarlos. Las «lamentaciones» y los «deseos» no ayudan a los pueblos más que a soportar sus desgracias, pero no a descubrir las causas ni a luchar por su eliminación o contra su resurgimiento. Por el contrario, buscando las razones de lo que es realmente condenable desde el punto .de vista de los intereses de los trabajadores, se puede contribuir a que las fuerzas políticas evolucionen de manera que no se reproduzcan los actos «lamentables».

En lo referente a la invasión de Checoslovaquia —y su ocupación— he creído tanto más necesario no limitarme a «lamentar» los hechos cuanto que no sólo estaba en juego el destino de un pueblo que ha sufrido ya numerosas ocupaciones, sino también el juicio que podía merecer el estado a que ha llegado la propia Unión Soviética, pues fueron las tropas de ésta —en unión de las de sus «aliados»— las que llevaron a cabo la intervención.

Creo encontrarme capacitado para tratar los problemas de la Unión Soviética, dado que llevo cerca de cuarenta años estudiando este país y considero que todo lo que le concierne reviste una importancia y un alcance mundiales. Lo he creído desde 1934, cuando empecé mi aprendizaje del ruso, y he continuado creyéndolo posteriormente: en 1936, cuando me trasladé a la Unión Soviética para estudiar su sistema de planificación; en 1939, cuando publiqué un libro sobre el tema mencionado; en 1946, cuando publiqué otro libro que trataba los problemas teóricos y prácticos de la planificación; en 1950, cuando publiqué otro sobre la economía soviética, y en los años siguientes, al visitar varias veces el país y publicar diversos trabajos sobre la planificación[1] y sobre la transición al socialismo[2].

El interés que he volcado sobre la Unión Soviética desde mediados de la década de los treinta residía fundamentalmente en la identificación de lo que sucedía en este país con la primera experiencia en la edificación del socialismo. Y no es que estuviese cegado ante las dificultades y contradicciones que surgían de esta edificación (no podía estarlo, puesto que me encontraba en Moscú en 1936, en el momento de «los grandes procesos»[3], y pude notar diariamente el desconcierto de los moscovitas y el miedo, tanto de la gente de la calle como de los viejos militantes del Partido bolchevique y de la Internacional, a expresar sus opiniones). Pero a pesar de ello pensaba que la Revolución de Octubre no sólo había abierto una nueva era en la historia de la humanidad —creencia que sigo manteniendo—, sino que el desarrollo económico y social de la Unión Soviética proporcionaba una especie de «modelo» para la construcción del socialismo. Los problemas y contradicciones que acompañaban a este desarrollo, pese a su evidente gravedad, me parecían producto, ante todo, de las particulares condiciones históricas rusas, considerando que no tenían por qué reproducirse en otros casos ni impedir la progresión del país hacia el socialismo y el comunismo.

Los incontestables éxitos económicos obtenidos por la Unión Soviética —sobre todo en el terreno de la industria— a partir de los planes quinquenales, así como la victoria del Ejército rojo sobre el hitlerismo, la rápida reconstrucción económica de posguerra, el mejoramiento del nivel de vida del pueblo soviético y la ayuda del gobierno de la URSS a la China socialista, parecían confirmar mis creencias y previsiones, pese a que las desigualdades sociales desarrolladas en el curso de los primeros planes quinquenales no parecían tender hacia su desaparición, sino al contrario.

El propio XX Congreso del PCUS, aunque no proporcionaba análisis alguno sobre las dificultades y contradicciones que habían llevado a la indiscriminada y extensa represión de los años anteriores, y aunque se limitaba a sustituir este análisis por acusaciones personales contra Stalin (considerado único «responsable» de los aspectos «negativos» del pasado), parecía confirmar que, habiendo alcanzado un cierto nivel de desarrollo económico, la Unión Soviética iba a emprender el camino de una mayor democracia socialista, abriendo así posibilidades más vastas a las iniciativas de la clase obrera.

Este Congreso parecía igualmente indicar que el PCUS había conservado —o más bien recuperado— la capacidad de autocrítica indispensable para la rectificación de los errores[4].

Pero los hechos no han respondido a las esperanzas. La contradictoria realidad de la historia y de la sociedad soviéticas no han sido objeto de análisis alguno. Los aspectos de la realidad que deberían haber sido condenados y transformados no han sido explicados en función de las contradicciones internas de la Unión Soviética. Han sido presentados como «perversiones» debidas a la acción de una «personalidad» (la de Stalin). La aceptación por el PCUS de esa seudoexplicación testimonia su abandono del marxismo como instrumento de análisis. Esa aceptación le ha hecho incapaz de contribuir a transformar realmente las relaciones sociales que han dado origen a lo que se «condenaba» verbalmente. La seudoexplicación ha cumplido así su objetivo: consolidar las relaciones de clase que concentran el poder económico y político en manos de una minoría. Y las contradicciones nacidas de estas relaciones de clases, lejos de reducirse, se profundizan.

Entre otras muchas consecuencias, esta profundización de las contradicciones sociales ha determinado la creciente degradación de las condiciones de funcionamiento de la economía soviética. Y lo mismo ha ocurrido en los países ligados a la URSS, cuyos dirigentes han seguido la misma línea política.

A falta de combatir las contradicciones sociales se ha recurrido a introducir «reformas económicas» tendentes a hacer «funcionar mejor» el sistema económico, especialmente acrecentando los poderes de los directores de las fábricas y reforzando continuamente las formas y los criterios capitalistas de gestión económica.

Contrariamente a las esperanzas de los dirigentes soviéticos y de los «países hermanos», ninguna de las dificultades con que se enfrentaban han sido realmente resueltas por las diversas «reformas». Aunque se han obtenido «éxitos» momentáneos en puntos limitados, predominan los fracasos. Cabe señalar, en particular, la creciente dependencia respecto a las técnicas extranjeras, el endeudamiento exterior igualmente creciente, la notoria reducción del índice de desarrollo de la industria y las dificultades de aprovisionamiento; se multiplican los indicios de descontento de los trabajadores respecto a su situación y a las consecuencias que tienen para ellos las «reformas económicas».

La noticia de lo ocurrido en Polonia en diciembre de 1970 ha trascendido a todo el mundo: los obreros de las grandes ciudades del Báltico (Gdansk, Gdynia, Szcecin y Sopot) se declaran en huelga contra la política gubernamental, que entraña el alza de los precios y la reducción del nivel de vida de los trabajadores. La represión ejercida contra los obreros polacos conduce a un contraataque de éstos, que ocupan los locales del Partido y de la policía política, y constituyen un comité de huelga que crea una milicia obrera. Aunque las fuerzas de seguridad aumentan la represión, causando numerosos muertos y heridos, los trabajadores resisten, continúan la huelga y obligan al poder a modificar la composición del equipo dirigente, a negociar con ellos y a ceder a un cierto número de reivindicaciones[5].

Los «acontecimientos» polacos representan un giro en las relaciones entre la clase obrera y el poder político en los países de la zona soviética. Se sabe que tuvieron profundo eco en la clase obrera de la URSS, y provocaron gran temor entre los dirigentes soviéticos. Temor que se ha traducido en la revisión de los planes económicos de 1971, así como en la acentuación de la represión.

La tendencia a acentuar la represión en la Unión Soviética es cada vez más neta en los últimos años. Lo prueban la adopción de medidas policíacas y la estimación en dos millones del número de personas internadas en los campos.

Sobre la base de la acentuación de las contradicciones internas, la política internacional de la URSS se caracteriza por la negación creciente de lo que, en el pasado, constituía los aspectos socialistas de la política exterior soviética. En lugar de la ayuda concedida ulteriormente a China y Albania se asiste desde 1960 —en nombre de las «divergencias» ideológicas— a un intento deliberado de sabotear el desarrollo económico de esos países, en particular mediante la ruptura unilateral de los acuerdos previamente concluidos, la suspensión de los suministros necesarios a las fábricas en curso de construcción, la retirada de los técnicos, etc. De esta manera, la Unión Soviética pretende, aunque sin éxito, utilizar las relaciones económicas establecidas desde antes con ambos países, para presionarlos brutalmente con el fin de someterlos a su hegemonía.

Desde un punto de vista general, la política internacional soviética aparece cada vez más como una política de gran potencia que intenta obtener para sí misma el máximo de ventajas económicas y políticas, sacando partido de las estrechas relaciones establecidas con otros países. Esta política de corte imperialista ha llevado a la URSS a colaborar y a tener contradicciones con los Estados Unidos, simultáneamente. Ambas potencias luchan entre sí en pos de la hegemonía mundial. Y son así conducidas a establecer compromisos que van en detrimento de los pueblos. Hablan de «distensión» mientras libran una carrera de armamentos que sobrepasa todos los precedentes históricos, mientras el imperialismo norteamericano prosigue de hecho la guerra contra el pueblo vietnamita.

Al situarse en el mismo terreno que los Estados Unidos, es decir, al competir con ellos por la hegemonía mundial, la URSS se ha lanzado a construir una fuerza militar ofensiva sin precedentes, dotándose de gigantescos medios de intervención a escala del globo. Para lograr una fuerza militar igual e incluso superior en ciertos aspectos a la de los Estados Unidos, la Unión Soviética consagra actualmente entre un 25 y un 30 por 100 de su producto nacional bruto a gastos militares (frente al 7 u 8 por 100 de los Estados Unidos). Aumenta cada año el número de sus divisiones dispuestas a la intervención en las fronteras chinas, aunque su potencial más importante se encuentra dispuesto frente a la Europa occidental y aumente con igual rapidez.

Para poder contar con los instrumentos de una política exterior de tipo imperialista, los dirigentes soviéticos echan una pesada carga sobre los hombros de los pueblos de la URSS y sobre las posibilidades de desarrollo económico del país. Finalmente, se ven obligados a buscar ayuda técnica y financiera del imperialismo norteamericano, aun enfrentándose con él.

La constatación de esta evolución (en la que la intervención en Checoslovaquia no constituye más que uno de los momentos) me ha llevado a reexaminar también el pasado de la Unión Soviética, pues no es posible mantener que el curso seguido por este país proviene únicamente de la «responsabilidad personal» de algunos dirigentes. El acceso al poder por parte de éstos y la posibilidad de llevar a cabo la política descrita sólo pueden explicarse por la naturaleza de las relaciones sociales actualmente predominantes en la URSS; relaciones que necesariamente han ido formándose durante un largo período anterior. De aquí surge la necesidad de efectuar el análisis de esas relaciones.

El análisis que he emprendido se apoya igualmente en la experiencia adquirida por mí mediante el estudio de las transformaciones económicas y políticas en China y en Cuba.

En lo que a este último país se refiere, se trata de una experiencia práctica muy concreta, ya que he participado en numerosas ocasiones en la discusión de los problemas planteados por la planificación de su economía entre los años 1960 y 1966. Desde ese momento, y apoyado en la citada experiencia, me he inclinado a replantearme críticamente el conjunto de las concepciones relativas a las condiciones de elaboración de los planes económicos, a la significación de la planificación en la transición socialista y al alcance de la existencia de las relaciones mercantiles y monetarias en las formaciones sociales, donde la propiedad de los medios de producción por parte del Estado desempeña un papel dominante.

A fin de precisar la naturaleza de las tesis expuestas en este estudio y de permitir al lector situarlas mejor en relación con las desarrolladas en los dos libros precedentes (los cuales fueron en gran medida el fruto de mi experiencia de los problemas de Cuba), no es inútil indicar los límites de las revisiones más arriba mencionadas.

En Transition vers l’économie socialiste —libro que recoge una serie de exposiciones y textos redactados entre 1962 y 1967— yo asociaba la existencia de relaciones mercantiles y monetarias (tanto en Cuba como en la Unión Soviética) con la de unidades productivas que funcionaban de forma relativamente independiente entre sí (pese a la presencia de un plan económico) y con una actuación que las caracterizaba como «sujetos económicos»[6].

Mi análisis de entonces pretendía explicar la existencia de relaciones mercantiles y monetarias —y la dé relaciones salariales— por la existencia de relaciones sociales reales e independientes de la voluntad de los hombres (relaciones que no basta, por lo tanto, declarar «abolidas» para verlas «desaparecer»), En el marco de ese análisis presentaba las relaciones mercantiles y monetarias como la manifestación de relaciones sociales profundas: aquéllas no eran más que los efectos de éstas y de sus exigencias objetivas de reproducción.

Hoy ya no considero satisfactoria la forma específica de ese análisis, propuesto en 1962 y 1967. La reflexión sobre las condiciones de la construcción del socialismo en China —y muy en particular sobre las lecciones que cabe desprender de la Revolución cultural— me obligan a modificar muy seriamente sus términos.

La principal insuficiencia de mis textos de 1962 y 1967 reside en que lo que allí se considera como impuesto por las exigencias objetivas se refiere esencialmente al nivel de desarrollo de las fuerzas productivas[7]. Y aunque se menciona el concepto de «naturaleza de las fuerzas productivas», la significación precisa de este concepto no se desarrolla en parte alguna. En consecuencia, no queda patente que el principal obstáculo a una política socialmente unificada (en la que el plan económico no puede constituir más que el medio) no se encuentra en el nivel de desarrollo de las fuerzas productivas, sino en la naturaleza de tas relaciones sociales dominantes, esto es, se encuentra, simultáneamente, en la reproducción de la división capitalista del trabajo y en las relaciones ideológicas y políticas, que, aun siendo un efecto de esta división, constituyen las condiciones sociales de esta reproducción (porque hacen «funcionar» a los individuos y a las empresas como «sujetos» que otorgan la primacía a los intereses particulares respecto a los colectivos. Estos últimos, por otra parte, pueden revestir un carácter simplemente momentáneo o ilusorio si no están identificados con una política que tienda efectivamente a crear las condiciones para la desaparición de los intereses de clase de naturaleza antagónica).

Lo que no queda claro, por tanto, en los escritos reproducidos bajo el título de Transition vers l’économie socialiste es que el desarrollo de las fuerzas productivas no puede nunca, por sí solo, hacer desaparecer las formas capitalistas de la división del trabajo ni las demás relaciones sociales burguesas. Lo que en esos escritos .............................[...................]

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