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NOTA PREVIA. Esta ponencia ha sido redactada para el debate con las compañeras y compañeros del Sindicato Andaluz de Trabajadores de Sanlúcar, camaradas que admiro como personas y como militantes del pueblo andaluz, que tanto tiene que enseñar al independentismo socialista vasco.

«Criticar es juzgar con valentía, es identificar méritos y debilidades; develar lo oculto, actuar de forma abierta y no dogmática; llamar a las cosas por su nombre. Es una actividad que implica riesgos porque el ser humano (autor también de las obras criticadas) es un ser contradictorio y orgulloso que construye, inventa y progresa, pero teme los juicios que puedan descubrir sus errores y debilidades. La crítica es, por naturaleza, polémica; genera discordias y enemigos, pero también amigos. Puede producir ideas y conocimientos, así como cambios, siempre necesarios, en las obras y en los seres humanos. De allí que lo normal es que el poder establecido o dominante trate siempre de suprimir o de ocultar la crítica [...] Ser crítico no es fácil. Por eso no existen cursos ni recetas para formar críticos como sí los hay para evaluadores. Tampoco hay o se pueden construir instrumentos para hacer crítica como sí hay cuestionarios, escalas y técnicas para hacer investigaciones. Y es poco probable que una institución o persona se arriesgue a proporcionar recursos para desarrollar una crítica de sí misma, pero muy probable que sí lo haga para criticar al enemigo.»

V. Morales Sánchez, Ciencia vs. Técnica y sus modos de producción, Edit. El perro y la rana, Caracas, 2007, pp. 108-109

 

1. PRESENTACIÓN

 

Aparentemente, no existe relación alguna entre el contenido de la cita con la que iniciamos este texto y su objetivo, el de avanzar en el debate sobre la estructura de clases en el capitalismo actual y, más especialmente, sobre la valía del concepto de “pueblo trabajador” desde una perspectiva de una nación oprimida que debe enfrentarse a un Estado, lo que a la fuerza plantea otra cuestión que veremos, el papel del Estado en la teoría de las clases sociales. Pero si descendemos de la apariencia a la esencia, vemos que la relación es directa, más aún, que sin la capacidad de criticar el poder académico y político es imposible comprender la teoría marxista de las clases, como el marxismo en su conjunto. Vamos a intentar centrarnos sobre todo en la esencia por lo que no daremos apenas cifras sobre la composición cuantitativa de las clases y de sus fracciones, ni mucho menos todavía perderemos el tiempo en criticar la definición burguesa de clase social y sus múltiples variantes.

En una de las primeras y decisivas obras marxistas sobre las clases sociales, siempre ignorada por la casta sociológica porque en ella aparece ya el embrión del método revolucionario sobre todo en la utilización de la dialéctica de lo general y de lo particular, Engels, hablando sobre las condiciones de vida del proletariado, dice que «la burguesía no debe decir la verdad, pues de otro modo pronunciaría su propia condena». Con el desarrollo del marxismo, con la teoría de la ideología como inversión de lo real, de la alienación y del fetichismo de la mercancía, con estos avances, se volvería más radical y plena la crítica de los límites objetivos de clase de la burguesía para conocer la realidad social.

Pero tales mejoras nunca negaron el hecho mil veces confirmado posteriormente de que la casta intelectual burguesa sabe perfectamente que no debe decir la verdad, que debe mentir sobre la realidad. La denuncia de la mentira, la crítica implacable de la «verdad» burguesa, es por tanto una necesidad no sólo política y ética, sino también epistemológica y hasta ontológica, porque ningún conocimiento puede durar en medio de la mentira y ninguna realidad es cognoscible y definible desde la mentira que, además, termina de cerrar el cepo de falsa interpretación de lo real basado en el fetichismo de la mercancía.

Pues bien, es en los temas candentes para la burguesía, y el de la lucha de clases entre el capital y el trabajo es el más candente de todos, en donde esta mentira elevada a la categoría de imperativo ético-burgués -no debe decir la verdad- se disfraza de toda serie de subterfugios y se protege con toda serie de leyes y burocracias. Podría decirse que el derecho de crítica en el mundo académico está restringido por el burocratismo imperante: «el pensamiento crítico está altamente burocratizado [...] el respeto al sistema de protocolos y autorizaciones académicas, “capital simbólico” que asegura la competencia formal del texto y su textualidad, para decir que la crítica en tanto que tal se ha burocratizado».

Pensamos, a pesar de lo leído ahora mismo, que en el momento decisivo, la crítica y la burocracia son irreconciliables, al menos si por ambas entendemos lo que entendía Marx: «La burocracia es un círculo del que nadie puede escapar. Su jerarquía es una jerarquía de saber [...] El espíritu general de la burocracia es el secreto, el misterio guardado hacia dentro por la jerarquía, hacia fuera por la solidaridad del Cuerpo».

La directa referencia a la «jerarquía de saber» como característica de toda burocracia, que hace el llamado «joven» Marx, es una de tantas tesis marxistas sobre la relación poder-saber que, sin embargo, se olvidan o se desconocen por las modas post, desde el postmodernismo hasta el postmarxismo, e incluso para muchas de las versiones blandas y reformistas de la moda de la biopolítica y del biopoder. Sin embargo, para la teoría de la lucha de clases es fundamental precisar siempre la conexión objetiva entre propiedad privada, poder y saber, conexión que muy frecuentemente se pierde de vista, o se niega con la excusa de hablar «solo» del poder y del saber abstractamente en muchos textos sobre la biopolítica. En lo relacionado con el nazismo, por ejemplo, desaparece toda referencia a la industria y a la burguesía alemanas, a sus objetivos de saqueo imperialista, al exterminio de hombres y hombres comunistas, socialistas, anarquistas, simples demócratas y disidentes, homosexuales, gitanos, etc., y también al hecho de que hay muchos genocidios anteriores al nazismo, pero todos ellos relacionados con la propiedad privada. De este modo, desaparece la historia real, la de la lucha de clases.

La presión del secretismo burocrático refuerza el resto de dinámicas, miedos, egoísmos y limitaciones que impiden con mil sutilezas la reflexión crítica, o que la reprimen abiertamente, de modo que se termina imponiendo lo que alguien define muy correctamente como «la voluntad de no saber»: «“capitalismo”, “imperialismo”, “explotación”, “dominación”, “desposesión”, “opresión”, “alienación”... Estas palabras, antaño elevadas al rango de conceptos y vinculadas a la existencia de una “guerra civil larvada”, no tiene cabida en una “democracia pacificada”. Consideradas casi como palabrotas, han sido suprimidas del vocabulario que se emplea tanto en los tribunales como en las redacciones, en los anfiteatros universitarios o los platós de televisión». Si a esto le unimos la influencia reaccionaria de la moda postmoderna y de todos los post que queramos enumerar, nos encontramos con que:

«Los detractores del socialismo no pueden oír hablar de la existencia de explotación, imperialismo o explotadores. Se muestran iracundos cuando algún comensal o interlocutor les hace ver que las clases sociales son una realidad. Los portadores del nuevo catecismo posmoderno dicen tener argumentos de peso para desmontar la tesis que aún postula su validez y su vigencia como categorías de análisis de las estructuras sociales y de poder. Lamentablemente, sólo es posible identificar, con cierto grado de sustancia, dos tesis. El resto entra en el estiércol de las ciencias sociales. Son adjetivos calificativos, insultos personales y críticas sin altura de miras. Yendo al grano, la primera tesis subraya que la contradicción explotados-explotadores es una quimera, por tanto, todos sus derivados, entre ellos las clases sociales, son conceptos anticuados de corto recorrido. Ya no hay clases sociales, y si las hubiese, son restos de una guerra pasada. Desde la caída del muro de Berlín hasta nuestros días las clases sociales están destinadas a desaparecer, si no lo han hecho ya.

El segundo argumento, corolario del primero, nos ubica en la caducidad de las ideologías y principios que les dan sustento, es decir el marxismo y el socialismo. Su conclusión es obvia: los dirigentes sindicales, líderes políticos e intelectuales que hacen acopio y se sirven de la categoría clases sociales para describir luchas y alternativas en la actual era de la información, vivirían de espaldas a la realidad. Nostálgicos enfrentados a molinos de viento que han perdido el tren de la historia».

Pero no se detienen aquí los obstáculos que imposibilitan la crítica radical de la ideología burguesa sobre las clases sociales, sino que estos se multiplican exponencialmente cuando debemos avanzar en la crucial cuestión de integrar lo subjetivo, la identidad y el complejo lingüístico-cultural, etc., en la definición de las clases sociales, en la interacción entre la conciencia-en-si y la conciencia-para- sí. ¿Qué función juega la conciencia nacional del pueblo trabajador en la conciencia-para-sí de la clase obrera y del propio pueblo vertebrado por ésta? ¿La conciencia de clase es siempre y exclusivamente internacionalista, cosmopolita, y siempre ha de optar por la unidad estatalista aunque sea la de un Estado nacionalmente opresor de su pueblo? Ya hemos respondido a estas preguntas en otros muchos textos. Lo que ahora nos interesa es dejar constancia de las fuertes resistencias burocráticas a que se realicen investigaciones y debates democráticos para responder a estas cuestiones.

  1. Shanin ha investigado la presencia activa de las tradiciones revolucionarias vernáculas en el socialismo, y es categórico al denunciar la responsabilidad de las burocracias en el boicot de la investigación de la compleja dialéctica entre la liberación nacional y la de clases, para imponer esquema unilineales y mecanicistas, en los que la conciencia de clase no esté «contaminada» por sentimientos nacionales: «Los burócratas y los doctrinarios de todo el mundo aman la sencillez de estos modelos e historiografías y hacen todo lo posible para imponerlos por medio de todos los poderes que tienen a su alcance».

 

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