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1. LA OJRANA RUSA

I. El policía. Su especial presentación

La Ojrana sucedió, en 1881, a la famosa 3ª Sección del Ministerio del Interior. Pero no se desarrolló verdaderamente sino a partir de 1900, fecha en la que fue encabezada por una nueva promoción de gendarmes. Los viejos oficiales de gendarmería, principalmente de grados superiores, consideraron contrario al honor militar dedicarse a determinados quehaceres policiales. La nueva promoción pasó por alto aquellos escrúpulos y comenzó a organizar científicamente la policía secreta, la provocación, la delación y la traición en los partidos revolucionarios. De ella surgirán hombres eruditos y talentosos, como aquel coronel Spiridovich, quien nos dejara una voluminosa Historia del partido socialista-revolucionario y una Historia del partido socialdemócrata.

El reclutamiento, la instrucción y el adiestramiento profesional se realizaban con cuidados muy especiales. En la Dirección General, cada uno tenía su ficha, documento completísimo en el que incluso se hallan detalles graciosos. Carácter, grado de escolaridad, inteligencia, años de servicio, todo está allí anotado con un propósito de utilidad práctica. Un oficial, por ejemplo, es calificado como "limitado" —bueno para los empleos subalternos, siempre que se le trate con rigor-, y otro señalado como "inclinado a cortejar a las damas".

Entre las muchas preguntas del cuestionario, destaco éstas: "¿Conoce los estatutos y programas de los partidos? ¿De cuáles?" Y hallo que nuestro amigo cortejador de damas "conoce bien las ideas socialistas-revolucionarias y anarquistas —regularmente las del partido socialdemócrata— y superficialmente las del Partido Socialista Polaco". Hay aquí toda una erudición sabiamente escalonada. Pero continuemos el examen de la misma ficha. Nuestro policía "¿ha seguido el curso de historia del movimiento revolucionario? " "¿En cuántos y en cuáles partidos hay agentes secretos?" ¿Intelectuales? ¿Obreros? Fácilmente se comprende que, para formar a sus sabuesos, la Ojrana organizaba cursos en los que se estudiaba cada partido, sus orígenes, su programa, sus métodos y hasta la biografía de los militantes conocidos.

Anotemos aquí que esta gendarmería rusa, adiestrada para los fines más delicados de la policía política, no tenía nada en común con las gendarmerías de los países de Europa occidental. Su equivalente lo tiene en las policías secretas de todos los Estados capitalistas.

 

II. La vigilancia exterior

Por principio, toda vigilancia es exterior. Se trata siempre de seguir al individuo, de conocer sus actividades y sus movimientos, sus contactos, y luego de penetrar sus intenciones. Estos servicios también están desarrollados en todas las policías y la organización rusa nos proporciona, sin duda, el prototipo de todos los servicios parecidos.

Los agentes rusos (de vigilancia exterior) pertenecían, igual que los "agentes secretos" en realidad soplones y provocadores— a la Ojrana o Seguridad Política. Eran parte del servicio de investigaciones, que sólo podía detener a alguien por un mes; en general, el servicio de investigaciones solía pasar sus detenidos a la Dirección de la gendarmería, la cual continuaba la instrucción.

El servicio de vigilancia exterior era el más sencillo. Sus abundantes agentes, de los que poseemos las fotografías de identidad, pagados con 50 rublos al mes, tenían por única tarea espiar a la persona que se les designaba de hora en hora, de día y de noche, sin interrupción alguna. No debían saber, en principio, ni su nombre ni el fin de tal espionaje, sin duda para precaver cualquier torpeza o una traición. La persona vigilada recibía un sobrenombre; el Rubio, la Patrona, Vladímir, el Cochero, etc. Hemos encontrado estos sobrenombres encabezando informes diarios, en voluminosos infolios, que contenían los informes consignados por los agentes. Los informes son de una minuciosa exactitud y no deben contener lagunas. El texto se halla redactado más o menos como sigue:

El 17 de abril, a las 9.54 hs. de la mañana, el Ama salió de su casa, puso dos cartas en el correo de la esquina de la calle Pushkin; entró a varios almacenes del bulevar x; entró a las 10.30 en el número 30 de la calle Z, salió a las 11 y 20, etc.

En los casos más serios, dos agentes espiaban a la misma persona sin conocerse, sus informes se confrontaban y complementaban.

Estos informes diarios eran enviados a la gendarmería para ser analizados por especialistas. Estos funcionarios sabuesos de cámara de una peligrosa perspicacia, elaboraban cuadros sinópticos para resumir las actividades y los movimientos de la persona, el número de sus visitas, su regularidad, duración, etc.; en ciertas partes, estos esquemas permitían apreciar la importancia de las relaciones de un militante y su probable influencia.

El policía Zubátov, quien hacia 1905 trató de apoderarse del movimiento obrero de los grandes centros, creando en ellos sindicatos llevó el espionaje a su más alto grado de perfección. Sus brigadas especiales podían seguir a un hombre por toda Rusia, incluso por toda Europa, desplazándose tras él de ciudad en ciudad o de país en país. Los agentes secretos, por lo demás, no debían reparar en gastos. El carnet de viáticos de uno de ellos, relativo al mes de enero de 1905, nos muestra una cifra de gastos generales que se elevaba a 637.35 rublos. Para que nos imaginemos la cantidad del crédito de que gozaba un simple soplón, bastará con que recordemos que, por esta época, un estudiante vivía fácilmente con 25 rublos al mes. Hacia 1911 aparece la costumbre de enviar agentes secretos al extranjero para vigilar a los emigrados y para tomar contacto con las policías europeas. Los soplones de su majestad imperial estuvieron a sus anchas en todas las capitales del mundo.

La Ojrana tenía la particular misión de buscar y vigilar constantemente a determinados revolucionarios, considerados como los más peligrosos, principalmente a los terroristas o a los miembros del partido socialista-revolucionario que practicaban el terrorismo. Sus agentes debían llevar siempre consigo colecciones de fotografías formadas de 50 a 70 retratos, entre los cuales, al azar, reconocemos a Savinkov, al difunto Nathanson, a Argunov, a Avkséntiev (¡ay!), a Karelin, a Ovsiánikov, a Vera Figner, a Pechkova (la señora Gorki), a Fabrikant. También estaban a su disposición reproducciones del retrato de Marx, pues la presencia de este retrato en un cuarto o en un libro constituía un indicio.

Un detalle cómico: la vigilancia exterior no se ejercía solamente sobre los enemigos del antiguo régimen. Tenemos en nuestro poder agendas que atestiguan que las actividades y los movimientos de los ministros del imperio no escapaban a la vigilancia de la policía. ¡Una Agenda de control de las conversaciones telefónicas del Ministerio de Guerra, en 1916, nos muestra, por ejemplo, cuántas veces por día diferentes personajes de la corte preguntaron por la precaria salud de la señora Sujomlinov!

 

III. Los arcanos de la provocación

El mecanismo más importante de la policía rusa era seguramente su "agencia secreta", nombre decente del servicio de provocación, cuyos orígenes se remontan a las primeras luchas revolucionarias y que adquirió un desarrollo extraordinario después de la revolución de 1905.

Policías (llamados oficiales de gendarmería) preparados especialmente, instruidos y seleccionados, se ocupaban del reclutamiento de los agentes provocadores. Sus mayores o menores éxitos en ese dominio eran tomados en cuenta para calificarlos y hacerlos ascender. Precisos instructivos establecían hasta los menores detalles de sus relaciones con los colaboradores secretos. Especialistas altamente retribuidos reunían, finalmente, todas las informaciones proporcionadas por los provocadores, las estudiaban, las ordenaban y las archivaban en expedientes.

En los edificios de la Ojrana (Fontanka 16, Petrogrado) había una habitación secreta a la que sólo entraban el director de la policía y el funcionario encargado de clasificar las piezas. Era el local de la agencia secreta. Contenía fundamentalmente el anaquel con las fichas de los provocadores, en el que encontramos más de 35 mil nombres. En la mayoría de los casos, el nombre del "agente secreto" se hallaba reemplazado por un seudónimo por motivos de precaución, lo cual motivó que la identificación de muchos de estos miserables, al caer los expedientes completos, después del triunfo de la revolución, en manos de los camaradas, fuera particularmente difícil. El nombre del provocador no debía ser conocido más que por el director de la Ojrana y por el oficial encargado de mantener con él relaciones permanentes. Los mismos recibos que los provocadores firmaban cada fin de mes, cobrados tan normal y pacíficamente como los recibos de los demás funcionarios, por sumas que iban de 3, 10, 15 rublos mensuales hasta 150 o 200 como máximo no aparecen por lo regular más que con el seudónimo. Pero la administración, desconfiando de sus agentes y celosa de que los oficiales de gendarmería no inventaran colaboradores imaginarios, procedía muy frecuentemente a minuciosas investigaciones para revisar las diferentes ramas de la organización. Un inspector provisto de amplios poderes investigaba personalmente a los colaboradores secretos, los entrevistaba a discreción, los despedía o les aumentaba el sueldo. Agreguemos que sus informes eran cuidadosamente verificados —tanto como fuera posible— unos mediante otros.

 

IV. Instructivo sobre reclutamiento y servicio de agentes provocadores

Veamos seguidamente un documento que podemos considerar como el abecé de la provocación. Se trata del Instructivo relativo a la agencia secreta, folleto de 27 páginas mecanografiadas en pequeño formato. Nuestro ejemplar (el número 35), trae además, en la parte superior estas tres advertencias: "Muy secreto", "Uso confidencial", "Secreto profesional". ¡Qué insistencia en recomendar misterio! Pronto se comprenderá por que.

Este documento, que denotaba conocimientos psicológicos y prácticos, espíritu meticulosamente previsor, una muy curiosa mezcla de cinismo y de hipocresía moral oficial, habrá de interesar un día a los psicólogos. Comienza con indicaciones generales:

La Seguridad Política debe tender a destruir el movimiento revolucionario en el momento de su mayor actividad y no desviar su trabajo dedicándose a empresas menores.

De manera que el principio es: dejar desarrollarse el movimiento para luego liquidarlo mejor.

Los agentes secretos recibirán un trato fijo, proporcional a los servicios prestados.

La Seguridad debe:

Evitar con el mayor cuidado entregar a sus colaboradores. A este fin, no detenerlos ni dejarlos en libertad más que cuando otros miembros de igual importancia pertenecientes a la misma organización revolucionaria puedan ser detenidos o liberados.

La Seguridad debe:

Facilitar a sus colaboradores el ganar la confianza de los militantes.

Sigue un capítulo dedicado al reclutamiento.

El reclutamiento de agentes secretos debe ser la constante preocupación del director de Investigaciones y de sus colaboradores. No deben desaprovechar ninguna oportunidad, aunque presente pocas probabilidades de conseguir agentes...

Esta tarea es extremadamente delicada. Es necesario, para poder realizarla, tomar contacto con los detenidos políticos...

Deberán ser considerados como propensos a ingresar al servicio los revolucionarios débiles de carácter, los agraviados por el partido, los que vivan en la miseria, los evadidos de lugares de deportación o los pendientes de ser deportados.

El Instructivo recomienda estudiar "con cuidado" las debilidades del individuo y aprovecharlas; conversar con sus amigos y parientes, etc.; multiplicar "constantemente los contactos con los obreros, con los testigos, con los padres, etc., sin jamás perder de vista el objetivo...".

¡Extraña duplicidad del alma humana! Traduzco literalmente tres desconcertantes líneas:

Podemos utilizar los servicios de revolucionarios que se hallen en la miseria que, sin renunciar a sus convicciones, acepten entregar informaciones por necesidad...

Entonces, ¿los había? Pero continuemos.

Colocar soplones junto con los detenidos es de una excelente utilidad.

Cuando una persona parece madura para entrar en el servicio —es decir, cuando se trata, por ejemplo, de un revolucionario moralmente destruido, atribulado, desorientado tal vez por sus propios fracasos-, deberán agregársele a su causa otras acusaciones peores para tenerlo mejor atrapado.

Capturar a todo el grupo al que pertenece y conducir a la persona en cuestión ante el director de la policía; tener motivos graves para acusarlo, reservándose sin embargo la posibilidad de liberarlo al mismo tiempo que a los otros revolucionarios encarcelados, sin provocar escándalo.

Interrogar a la persona en una entrevista personal. Sacar ventaja, para convencerlo, de querellas entre los grupos, de errores de militantes, de cosas que hieran su amor propio.

Se vislumbra, leyendo estas líneas, al policía paternal que se apiada de la suerte de su víctima:

Claro, mientras que usted irá a trabajos forzados por sus ideas, su camarada X..., quien le ha jugado tan malas pasadas, se dará una vida regalada a costa suya. ¿Qué quiere? ¡Justos pagan por pecadores!

Esto puede resultar si se trata de un débil, o de alguien sobre el que pesan años de deportación...

Tanto como sea posible, tener muchos colaboradores en cada organización.

 La Seguridad debe ser la que dirija a sus colaboradores y no ser dirigida por ellos.

 Los agentes secretos no deberán conocer jamás las informaciones proporcionadas por sus colegas.

Y he aquí un pasaje que Maquiavelo no habría desaprobado:

 

 

 

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