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LAS TAREAS DE LA III INTERNACIONAL

(RAMSAY MACDONALD Y LA III INTERNACIONAL)

 

En el núm. 5.475 del periódico socialchovinista francés L'Humanité del 14 de abril de 1919 se publicó un editorial de Ramsay MacDonald, el conocido dirigente del "Partido Laborista Independiente" de Gran Bretaña, que en realidad es un partido oportunista que dependió siempre de la burguesía. Es un articulo tan típico de la posición asumida por la tendencia a la que suele dársele el nombre de "centro" y que fue designada por ese nombre en el I Congreso de la Internacional Comunista realizado en Moscú, que lo reproducimos íntegro, con la introducción de la Redacción deL'Hunanité. 

 

 

LA TERCERA INTERNACIONAL

 

Nuestro amigo Ramsay MacDonald era, antes de la guerra, el líder popular del Partido Laborista en la Cámara de los Comunes. Socialista y hombre de convicciones, consideró que era su deber condenar la guerra corno imperialista, en contraposición a quienes la saludaban como una guerra por una causa justa. En consecuencia, después del 4 de agosto, renunció a sus funciones de dirigente del Partido Laborista (Labour Party), y junto con sus compañeros del "Independent"(Partido Laborista Independiente) y con Keir Hardie, a quien todos admiramos, no tuvo miedo de declarar la guerra a la guerra.

Esto requería un heroísmo diario.

MacDonald hizo ver, con su ejemplo, que la valentía, para decirlo con las palabras de Jaurés, consiste en no someterse a la ley de la mentira triunfante y en no hacerse eco de los aplausos de los tontos ni de los silbidos de los fanáticos".

En las elecciones "por vía reglamentaria", efectuadas a fines de noviembre, MacDonald fue derrotado por Lloyd George. Pero podemos estar seguros de que MacDonald se tomará el desquite, y en un futuro cercano.

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La aparición de tendencias separatistas en la política nacional e internacional del socialismo fue una desgracia para el movimiento socialista.

No es malo, sin embargo, que existan dentro del socialismo matices de opinión y diferencias de métodos. Nuestro socialismo se encuentra todavía en la etapa experimental.

Se han Ajado sus principios básicos, pero el método para su mejor aplicación, las combinaciones que darán lugar al triunfo de la revolución, la forma en que ha de construirse el Estado socialista, son todavía problemas por discutir y sobre los cuales no se ha dicho aún la última palabra.

Sólo el estudio profundo de todos estos aspectos puede conducirnos a la verdad suprema.

Los extremos pueden entrechocarse y una luché semejante puede fortalecer las concepciones socialistas; pero el mal comienza allí donde cada uno ve en el adversario a un traidor, a un creyente que ya ha perdido la gracia y que merece le sean cerradas en la cara las puertas del paraíso del partido.

Cuando los socialistas son presa del espíritu del dogmatismo, como aquel que en los primeros tiempos del. cristianismo predicaba la guerra civil para mayor gloria de Dios y confusión del demonio, la burguesía puede dormir tranquila, pues el período de su dominación aún no ha terminado, por grandes que sean los éxitos locales e internacionales logrados por el socialismo.

En este momento, nuestro movimiento, por desgracia, tropieza con un nuevo obstáculo. En Moscú se ha fundado una nueva Internacional.

Me apena mucho esto, pues en la actualidad la Internacional socialista se halla lo bastante abierta a todas las formas del pensamiento socialista, y. pese a todas las discrepancias teóricas y prácticas engendradas dentro de , ella por el bolchevismo, no veo motivos para que su ala izquierda deba separarse del centro y formar un grupo independiente.

Ante todo hay que recordar que todavía estarnos viviendo el período de la infancia de la revolución. Las formas de gobierno surgidas de lo» escombras políticos y sociales, producto de la guerra, no han sido aún experimentadas y no han sido aún establecidas en forma definitiva.

Escoba nueva barre muy bien al principio, pero nadie puede asegurar de antemano cómo barrerá al final.

Rusia no es Hungría. Hungría no es Francia, Francia no es Inglaterra, y por consiguiente, quienquiera siembre la escisión en la Internacional guiándose por la experiencia de alguna nación, da pruebas de una criminal estrechez de miras.

Además, ¿qué valor tiene la experiencia de Rusto? ¿Quién puede responder a esto? Los gobiernos aliados tienen miedo de permitirnos que nos i infamemos. Pero hay dos cosas que sabemos.

Primero y ante todo» que la revolución ha sido realizada por el actual gobierno ruso sin un plan preestablecido, Se fue desarrollando según el curso de los acontecimientos. Lenin inició su ataque contra Kérenski, exigiendo la convocatoria de una Asamblea Constituyente. Los acontecimientos llevaron a disolverla. Cuando estalló en Rusia la revolución socialista, nadie sospechaba que los soviets ocuparían en el gobierno el lugar que ocupan.

Más tarde, Lenin, con toda razón, aconsejó a los húngaros que no copiasen servilmente a Rusia, sino que dejasen evolucionar libremente la revolución húngara, de acuerdo con su propio carácter.

La evolución y las fluctuaciones de esas experiencias que hoy presenciamos, de ningún modo debieron causar una división en la Internacional.

Todos los gobiernos socialistas necesitan la ayuda y los consejos de la Internacional. Es preciso que la Internacional vigile sus experiencias con ojo atento y amplitud de espíritu.

Acabo de oír de labios de un amigo que ha visto a Lenin recientemente, que nadie somete al gobierno soviético a una crítica más libre que el propio Lenin. 

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Pero si los desórdenes y lis revoluciones de posguerra no justifican una división, ¿no se justificará ésta en la actitud adoptada por algunas fracciones socialistas durante la guerra? Reconozco francamente que aquí podría haber una causa más justificable. Pero si realmente existe alguna disculpa para una división en la Internacional, este problema, en todo caso, fue planteado del modo más desafortunado en la Conferencia de Moscú.

Me encuentro entre quienes consideran que la discusión en la Conferencia de Berna sobre quién era el responsable de la guerra no fue más que una concesión a la opinión pública no socialista.

 En Berna, no sólo era imposible adoptar una decisión sobre este problema que fuese de cierto valor histórico (aunque pudiese tener algún valor político), sino que ni siquiera se planteó debidamente el problema mismo.

La condenación de la mayoría alemana (condenación que esa mayoría se merecía plenamente y a la que me sumé con satisfacción) no podía constituir una exposición de las causas de la guerra.

Los debates de Berna no fueron acompañados por una discusión franca de las opiniones respecto de la guerra sostenidas por otros socialistas.

No señalaron ninguna fórmula de conducta para los socialistas durante una guerra. Todo te que hasta entonces había dicho la Internacional era que demás partidos.

En tales condiciones, ¿a quién debemos condenar?

Algunos de nosotros sabíamos que las decisiones de la Internacional no significaban nada ni constituían una guía práctica para la acción.

Sabíamos que esa guerra terminaría en una victoria del imperialismo y no siendo ni pacifistas en el sentido corriente de la palabra, ni antipacifistas, seguimos una política que, a nuestro juicio, era la única compatible con el internacionalismo. Pero la Internacional jamás nos prescribió semejante línea de conducta.

Fue por ello que no bien comenzó la guerra, la Internacional se vino abajo. Perdió su autoridad y no emitió; una «¡oía resolución sobre cuya base pudiéramos tener hoy el derecho de condenar a quienes aplicaron con honestidad las resoluciones de los congresos internacionales.

En consecuencia, la actitud que hoy debemos adoptar es la siguiente: en lugar de dividirnos a cansa de lo ocurrido, constituyamos una Internacional  ................

 

  

 

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