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LA ENFERMEDAD DEL REFORMISMO

 

 “¿Qué enfermedad nos aqueja?” preguntaba hace unos días, en Luch, el autor de un instructivo artículo así titulado, escrito bajo la impresión de la huelga del 15 de noviembre.

La respuesta es clara, si consideramos las dos citas que siguen:

Parece que debería estar claro, para quienes pretenden el papel de jefes, que pedir la abolición de los reglamentos de excepción y la libertad de asociación es algo que corresponde a la lucha, ahora y en el futuro pró­ximo, en tanto que la modificación del sistema existente de la que habla el llamamiento es un asunto diferente. Esto no se puede lograr jugando a la huelga, que es lo que vemos en la actualidad, sino con un trabajo tenaz y regular, conquistando una posición tras otra, poniendo en tensión todas las fuerzas, con una perfecta organización e incorporando a esa lucha, no sólo a la clase obrera, sino a las grandes masas del pueblo . . .

Si adoptamos una actitud inteligente hacia nuestras tareas, si defende­mos metódicamente nuestros intereses y no nos inflamamos hoy para enfriar­ nos mañana, crearemos fuertes organizaciones sindicales y un partido político abierto sobre los que nadie se atreverá a levantar la mano.

Son suficientes estas citas para decir al autor: será mejor, amigo, que pregunte “qué enfermedad le aqueja a usted mismo” Y le responderemos: lo que usted padece es reformismo, no cabe duda. Tiene una “idea fija”, la idea del partido obrero stolipiniano. La enfermedad es peligrosa. La cura de los doctores de Luch terminará con usted definitivamente.

El autor propugna de la manera más explícita y deliberada el “partido político abierto”, en contraposición a las reivindica­ciones generales de libertad política. La comparación de los dos pasajes citados no deja lugar a dudas. No hay escapatoria posible.

Nosotros preguntamos al autor: ¿por qué el “partido abierto” de los oportunistas existentes entre los demócratas pequeñoburgueses (“enesistas” de 1906) y entre los grandes burgueses libe­ rales (kadetes de 1906, 1907 y años siguientes) resultó una utopía y su partido obrero “abierto” no es utópico?

Usted admite (o por lo menos la actuación “abierta” en las elecciones lo obligó a admitir) que los kadetes son contrarrevolu­cionarios, que no son demócratas ni de ningún modo un partido de masas, sino un partido de la burguesía pudiente, un partido “de la primera curia”. Y usted, “político real y sensato”, enemigo de “los estallidos y de que se muestre los puños", ¡¡presenta, supuestamente en nombre de los obreros, una reivindicación “inmediata” que para los kadetes ha resultado utópica e imprac­ticable!! Usted es un gran utopista, pero su utopía es pequeña, reducida, mezquina.

Sin advertirlo, se ha contagiado de la enfermedad de moda —¡Hay una epidemia en estos momentos!— que es la enferme­ dad del abatimiento, el desánimo, la desesperación y la falta de fe. Y esta enfermedad lo empuja al foso del oportunismo, al mis­mo en que cayeron los enesistas y los kadetes, al precio del ridícu­lo ante todo el mundo.

Usted considera como algo inmediato y realista, “sistemáti­co” y “conciente”, la reivindicación de que sean abolidos los reglamentos de excepción y se implante la libertad de asocia­ción. Discrepa de los socialdemócratas en forma radical, pues ellos comprenden las condiciones generales para el logro (y la seriedad) de tales reformas. Tiene, en esencia, afinidad con los progresista y octubristas, pues es esta gente la que se engaña y engaña a otros con su charla... sobre reformas y “libertades” sin modificación del actual estado de cosas. El reformista italia­no Bissolati traicionó a la clase obrera en aras de las reformas que prometía el ministro liberal Giolitti, con la existencia “abier­ta” de partidos de todas las clases. ¡Pero usted traiciona a la clase obrera por reformas que ni siquiera Izgóiev y Bulgákov esperan de Makárov!

Usted habla con desprecio de “jugar a las huelgas”. No estoy en condiciones de responderle aquí como se merece. Me limitaré a indicar brevemente que no es signo de inteligencia calificar de “juego” un profundo movimiento histórico. Usted se irrita contra las huelgas, tal como se irritan Nóvoie Vremia (véase el núm. del 17 de noviembre, artículo de Nieznámov), Izgóiev y Bulgá­kov. Y se irrita porque la realidad destruye despiadadamente sus ilusiones liberales. Las masas obreras comprenden muy bien la necesidad de la organización, del sistema, de la preparación, de un método, pero hacia sus frases no muestran ni mostrarán otra cosa que desprecio.

La grave enfermedad que lo intoxica se debe a un bacilo muy difundido. Es el bacilo de la política obrera liberal, o dicho con otras palabras, del liquidacionismo. Está en el aire. Pero por mucho que se encolerice contra el curso de los acontecimien­tos en general y contra el 15 de noviembre en particular, ese curso resulta mortal para dicha clase de bacilos.

 

Pravda, núm. 180, 29 de noviembre de 1912.
Firmado: V. Ilín.

Se publica de acuerdo con el texto del periódico.

  

 

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