EJERCITO REVOLUCIONARIO Y GOBIERNO REVOLUCIONARIO.

  

El levantamiento de Odesa y el paso del acorazado Potemkin al lado de la revolución han implicado un nuevo e importante paso en el desarrollo del movimiento revolucionario contra la autocracia. Los acontecimientos han venido a confirmar con asombrosa rapidez cuán oportunos fueron los llamamientos a la insurrección y a la formación de un gobierno provisional revolucionario que los representantes conscientes del proletariado, reunidos en el III Congreso del Partido Obrero Socialdemócrata de Rusia, dirigieron al pueblo. La nueva llamarada de la revolución proyecta su luz sobre la importancia práctica de estos llamamientos y nos obliga a definir con más exactitud las tareas de los combatientes revolucionarios en los momentos que Rusia atraviesa.

Bajo el impacto del curso espontáneo de los acontecimientos, sazona y se organiza a nuestra vista la insurrección armada de todo el pueblo. No ha transcurrido aún tanto tiempo desde que la única manifestación de la lucha del pueblo contra la autocracia eran las revueltas, es decir, los disturbios inconscientes y desorganizados, espontáneos y a veces salvajes. Pero el movimiento obrero, que es el movimiento de la clase más avanzada, el proletariado, no ha tardado en salirse de esa fase inicial. La propaganda y la agitación conscientes de la socialdemocracia han surtido efecto. Las revueltas han dado paso a las huelgas organizadas y a las manifestaciones políticas contra la autocracia. Las feroces represalias militares venían "educando" varios años al proletariado y a la plebe de las ciudades, preparándolos para las formas superiores de la lucha revolucionaria. La criminal y vergonzosa guerra en que la autocracia metió al pueblo ha consumido la paciencia de éste. Han empezado las tentativas de resistencia armada de la multitud a las tropas zaristas. Se ha dado comienzo a verdaderos combates del pueblo con las tropas en las calles, a batallas en las barricadas. El Cáucaso, Lodz, Odesa y Libava nos acaban de dar ejemplos de heroísmo proletario y de entusiasmo popular. La lucha se ha propagado, convirtiéndose en insurrección. El ignominioso papel de verdugos de la libertad y de esbirros de la policía desempeñado por las fuerzas armadas del zarismo no ha podido menos de irles abriendo poco a poco los ojos a ellas mismas. El ejército ha empezado a vacilar. Primero han sido casos sueltos de insubordinación, de alborotos entre los reservistas, de protestas de oficiales, de agitación entre los soldados y de negativas de compañías o regimientos sueltos a disparar contra sus hermanos, los obreros. Luego ha venido el paso de una parte del ejército al lado de la insurrección.

La inmensa importancia de los últimos sucesos de Odesa consiste ni más ni menos en que allí se ha incorporado abiertamente por primera vez a la revolución una gran unidad militar del zarismo: todo un acorazado. El gobierno ha hecho esfuerzos desesperados y puesto en juego toda clase de subterfugios para ocultar al pueblo este suceso y sofocar en el comienzo mismo la insurrección de los marinos. Mas sin el menor resultado. Los barcos de guerra enviados contra el acorazado revolucionario Potemkin se han negado a pelear contra sus compañeros. El gobierno autocrático hizo circular por toda Europa la noticia de la capitulación del Potemkin y la de que el zar había  ordenado hundir el acorazado revolucionario, y sólo logró quedar en una posición ignominiosa ante el mundo entero. La escuadra ha regresado a Sebastópol y e gobierno se apresura a licenciar a los marineros y a desarmar los buques de guerra; circulan rumores sobre renuncias en masa de oficiales de la flota del mar Negro; en el acorazado GueorguiPobiedonósets, que había capitulado, estallaron nuevos motines. Se sublevan también los marineros en Dronstadt y en Libau, menudean los choques con las tropas; en Libau se produjeron combates de barricadas de los marineros y obreros contra  las tropas. La prensa extranjera habla de motines en otros barcos de guerra (el Minin, el Alejandro II, etc.). El gobierno zarista ya no tiene marina de guerra. Lo único que pudo conseguir, por el momento, es impedir que la flota se pasara activamente al lado de la revolución. Pero el acorazado Potemkin era y sigue siendo territorio invicto de la revolución, y cualquiera sea su suerte, podemos registra desde ahora un hecho indudable y de extraordinaria significación: el intento de formación del núcleo de un ejército revolucionario.

No hay represiones ni victorias parciales sobre la revolución que puedan borrar la importancia de este acontecimiento. Se ha dado el primer paso. Se ha pasado el Rubicón. Toda Rusia y el mundo entero han visto sumarse fuerzas armadas a la revolución. A lo sobrevenido en la flota del mar Negro seguirán sin falta nuevas tentativas, más enérgicas aún, de formar el ejército revolucionario. Nuestro deber ahora es apoyar con todas nuestras fuerzas esas tentativas, explicar a las más nutridas masas del proletariado y de los campesinos la trascendencia que en la lucha por la libertad tiene para todo el pueblo el ejército revolucionario y ayudar a los destacamentos de este ejército a levantar la bandera de la libertad de todo el pueblo, bandera capaz de atraer a las masas y de agrupar las fuerzas que aplasten a la autocracia zarista.

Revueltas, manifestaciones, batallas en las calles, destacamentos del ejército de la revolución: tales son las etapas del desarrollo de la insurrección popular. Hemos llegado, por último, a la etapa postrera, lo que, por supuesto, no significa que el movimiento se encuentre ya, en su totalidad, en esta nueva fase superior. No, en el movimiento hay aún muchas cosas sin desarrollar; en los acontecimientos de Odesa se ven aún rasgos palmarios de la revuelta a la antigua. Pero lo que sí significa es que las oleadas más pujantes del torrente espontáneo han llegado ya al umbral mismo de la "fortaleza" de la autocracia. Significa que los elementos de vanguardia de la propia masa del pueblo han llegado ya, y no en virtud de razonamientos teóricos, sino bajo la presión del empuje del creciente movimiento, a la altura de las tareas nuevas, superiores, de lucha, de la lucha final contra el enemigo del pueblo ruso. La autocracia lo ha hecho todo para preparar esta lucha. Ha venido empujando durante años al pueblo a la lucha armada contra las tropas, y ahora recoge lo que sembró. De las tropas mismas salen destacamentos del ejército revolucionario.

La tarea de estos destacamentos es proclamar la insurrección, proporcionar a las masas la dirección militar necesaria en la guerra civil, lo mismo que en toda otra guerra, crear puntos de apoyo de la lucha abierta de todo el pueblo extender la insurrección a los lugares vecinos, asegurar primero, al menos en una pequeña parte del territorio del país, la libertad política completa, emprender la reorganización revolucionaria del podrido régimen de la autocracia, desplegar al máximo la obra revolucionaria de los de abajo, que en tiempos de paz actúan poco, pero que salen a primer plano en las épocas de revolución.

Sólo cuando hayan comprendido estas nuevas tareas, sólo cuando las planteen con audacia y amplitud podrán los destacamentos del ejército revolucionario obtener una victoria completa y servir de apoyo a un gobierno revolucionario. Ahora bien, el gobierno revolucionario es en esta fase de la insurrección popular algo de necesidad tan imperiosa como el ejército revolucionario. El ejército revolucionario se necesita para batallar y dirigir militarmente la lucha que las masas del pueblo despliegan contra los restos de las fuerzas armadas de la autocracia. El ejército revolucionario se necesita porque los grandes problemas de la historia se pueden resolver únicamente por la fuerza, y la organización de la fuerza en la lucha de nuestros días es la organización militar. Y además de los restos de las fuerzas armadas de la autocracia, existen las fuerzas armadas de los Estados vecinos, a los que el gobierno ruso, en pleno desmoronamiento, implora ya ayuda, de lo que hablaremos más adelante.[1]

El gobierno revolucionario se necesita para ejercer la dirección política de las masas populares, primero en la parte del territorio conquistado ya al zarismo por el ejército revolucionario y luego en el país entero. Se necesita para emprender sin demora las transformaciones políticas, en aras de las cuales se hace la revolución: para implantar la autogestión revolucionaria del pueblo, convocar una Asamblea Constituyente que sea constituyente de verdad y represente a todo el pueblo en realidad, para dar las "libertades" sin las que es imposible expresar con acierto la voluntad del pueblo. El gobierno revolucionario hace falta para unir en el aspecto político la parte insurrecta del pueblo que ha roto de verás y para siempre con la autocracia, hace falta para organizar a esa parte en el plano político. Es claro que tal organización puede ser únicamente provisional, lo mismo que sólo provisional puede ser el gobierno revolucionario que se hace cargo del poder en nombre del pueblo para hacer que se cumpla la voluntad del pueblo y actuar por mediación del pueblo. Mas dicha organización debe iniciarse al punto, en relación indestructible con cada paso venturoso de la insurrección, ya que la agrupación política y la dirección política no pueden ser demoradas ni por un instante. La dirección política, asumida al punto por el pueblo insurrecto, es no menos necesaria para la victoria completa del pueblo sobre el zarismo que la dirección militar de sus fuerzas.

A nadie que conserve en alguna medida la facultad de razonar puede caberle la menor duda de cuál será el desenlace definitivo de la lucha entre los adictos de la autocracia y la masa del pueblo. Mas no debemos cerrar los ojos ante la circunstancia de que la lucha en serio sólo empieza y de que aún nos aguardan grandes pruebas. Tanto el ejército revolucionario como el gobierno revolucionario son "organismos" de un tipo tan elevado, requieren unas instituciones tan complejas y una conciencia cívica tan desarrollada que sería erróneo esperar que todas estas tareas se cumplan de buenas a primeras, a un mismo tiempo, con sencillez y acierto. Pero nosotros no lo esperamos, sabemos estimar la importancia de la tenaz, lenta y a menudo imperceptible labor de educación política que siempre ha desplegado y seguirá desplegando la socialdemocracia. Mas tampoco debemos pecar de falta de fe en el pueblo, más peligrosa aún hoy día; debemos tener presente la inmensa fuerza educativa y organizadora de la revolución, cuando los ingentes acontecimientos históricos hacen salir de sus guaridas, desvanes y sótanos a los filisteos y los obligan a hacerse ciudadanos. Unos meses de revolución hacen a veces a ciudadanos con mayores celeridad y amplitud que decenios de estancamiento político. La misión de los lideres conscientes de la clase revolucionaria es ir siempre por delante de ella en lo que se refiere a esa educación, explicar la importancia de las nuevas tareas y llamar adelante, hacia nuestra magna meta definitiva. Los reveses que nos aguardan y no podremos evitar en los intentos sucesivos de formar el ejército revolucionario y el gobierno provisional revolucionario no harán sino adiestrarnos en el cumplimiento práctico de estas tareas, no harán sino incorporar a su cumplimiento a fuerzas populares, nuevas y lozanas, que hoy están latentes.

Tomemos el arte militar. Ningún socialdemócrata que sepa algo de historia y haya estudiado a Engels, tan entendido en este arte, pondrá jamás en tela de juicio la inmensa importancia de los conocimientos militares, la enorme trascendencia del material de guerra y de la organización militar como instrumentos de los que se valen las masas populares y las clases del pueblo para ventilar los grandes choques de la historia. La socialdemocracia no ha caído nunca tan bajo como para jugar a las conjuras militares, nunca puso en primer plano los problemas militares mientras no se dieran las condiciones de una guerra civil comenzada.[2]

Pero ahora todos los socialdemócratas han colocado los problemas militares, si no en primer término, sí en uno de los primeros y afirman que ha llegado el momento de estudiarlos y de que las masas populares los conozcan. El ejército revolucionario debe emplear en la práctica los conocimientos militares y los recursos castrenses para decidir toda la suerte ulterior del pueblo ruso, para resolver el problema primero y más urgente de todos, el problema de la libertad.

La socialdemocracia no ha considerado nunca ni considera la guerra desde un punto de vista sentimental. La condena en redondo como recurso atroz para zanjar las disensiones entre los seres humanos, pero sabe que las guerras son inevitables mientras la sociedad esté dividida en clases, mientras subsista la explotación del hombre por el hombre. Y para acabar con esta explotación no podremos prescindir de la guerra, que siempre y en todas partes es declarada por las propias clases explotadoras, dominantes y opresoras. Hay guerras y guerras. Hay guerras que son aventuras emprendidas en beneficio de los intereses de una dinastía, para satisfacer los apetitos de una banda de salteadores, para alcanzar los fines de los héroes del lucro capitalista. Hay guerras —y éstas son las únicas legítimas en la sociedad capitalista— dirigidas contra los opresores y esclavizadores del pueblo. Únicamente los utopistas o los filisteos pueden condenar estas guerras, alegando la fidelidad a los principios. Únicamente los burgueses que hacen traición a la libertad pueden hoy volver en Rusia la espalda a una guerra de este tipo, a una guerra por la libertad del pueblo. El proletariado ha dado comienzo en Rusia a esta gran guerra de liberación y sabrá continuarla, formando él mismo los destacamentos del ejército revolucionario y reforzando los destacamentos de soldados o marinos que se pasen a nuestro bando, atrayendo a los campesinos e inculcando a los nuevos ciudadanos de Rusia, que se forman y se templan en el fuego de la guerra civil, el heroísmo y el entusiasmo de los luchadores por la libertad y la dicha de la humanidad entera.[3]

La obra  de constituir el gobierno revolucionario es tan nueva, tan difícil y complicada como la de dar organización militar a las fuerzas de la revolución. Pero también puede y debe cumplirla el pueblo. Y cada revés parcial sufrido en este terreno motivará el perfeccionamiento de los métodos y los medios[4], consolidará y ampliará los resultados. El III Congreso del POSD de Rusia ha expuesto en una resolución las condiciones generales para el cumplimiento de la nueva tarea: ya es hora de examinar y preparar las condiciones prácticas de su cumplimiento. Nuestro partido tiene un programa mínimo, un programa acabado de transformaciones perfectamente realizables sin dilación alguna y sin rebasar los límites de la revolución democrática (es decir, burguesa), transformaciones imprescindibles para que el proletariado pueda seguir la lucha por la revolución socialista. Pero este programa contiene reivindicaciones fundamentales y reivindicaciones parciales que dimanan de las primeras o se presuponen. Lo que importa en cada tentativa de constituir el gobierno provisional revolucionario es plantear precisamente las reivindicaciones fundamentales para mostrar a todo el pueblo, incluso a las masas más atrasadas, en fórmulas concisas, con rasgos claros y bien definidos los fines y las tareas democráticas generales de este gobierno.

En nuestra opinión, hay seis puntos fundamentales, que deberán convertirse en bandera política y en programa inmediato de todo gobierno revolucionario, y que ganarán para el gobierno las simpatías del pueblo. En ellos debe concentrarse del modo más apremiante toda la energía revolucionaria del pueblo.

He aquí esos seis puntos: 1) Asamblea Constituyente elegida por todo el pueblo, 2) armamento del pueblo, 3) libertad política, 4) plena libertad a los pueblos oprimidos y mermados en sus derechos, 5) jornada de ocho horas y 6) comités revolucionarios campesinos. Esta es, por supuesto, sólo una enumeración aproximada, los títulos nada más, los nombres de toda una serie de transformaciones que hace falta llevar a cabo en el acto para conquistar la república democrática. No pretendemos agotar aquí el tema. Nos guía el solo propósito de exponer con claridad nuestra idea de la importancia que revisten ciertas tareas fundamentales.

Es preciso que el gobierno revolucionario recabe el apoyo de la gente del pueblo, de las masas obreras y campesinas, sin el cual no podrá sostenerse; sin la iniciativa revolucionaria del pueblo será un cero, menos que un cero. Nuestro deber es prevenir al pueblo contra el fondo aventurero de las promesas altisonantes, pero absurdas (como es la de llevar a cabo en el acto la "socialización", que no comprenden ni los mismos que la proclaman), preconizando al mismo tiempo transformaciones que de veras se pueden realizar al punto y de veras son necesarias para consolidar la causa de la revolución. El gobierno revolucionario debe poner en pie al "pueblo" y organizar su energía revolucionaria. La libertad completa de los pueblos oprimidos, es decir, el reconocimiento de su autodeterminación política, y no sólo cultural, la aplicación de medidas imperiosas de protección de la clase obrera (y en primer orden, la jornada de ocho horas) y, por último, la garantía de medidas serias que beneficien a las masas campesinas sin reparar en el egoísmo de los terratenientes son, a juicio nuestro, los puntos principales que debe recalcar en especial todo gobierno revolucionario. No hablamos de los tres primeros puntos, ya que están demasiado claros para que requieran comentarios. Tampoco hablamos de la necesidad de realizar en la práctica transformaciones ni siquiera en un pequeño territorio conquistado, pongamos por caso, al zarismo; la realización práctica es mil veces más importante que cualquier manifiesto y también, claro está, mil veces más difícil. Llamamos a detener la atención sólo en que es preciso propagar ahora mismo y sin ninguna dilación por todos los medios la noción verdadera de nuestras tareas inmediatas, que atañen a todo el pueblo. Hay que saber hablar al pueblo —en el verdadero sentido de la palabra—, y no sólo para hacerle el llamamiento general a la lucha (suficiente en el período anterior a la formación del gobierno revolucionario), sino para incitarlo directamente a que lleve a cabo sin tardanza las transformaciones democráticas más radicales, a que las realice en el acto por su mano.

Ejército revolucionario y gobierno revolucionario son las dos caras de una medalla. Son dos instituciones igualmente necesarias para asegurar el éxito de la insurrección y consolidar sus frutos. Son dos consignas que han de ser lanzadas sin falta y explicadas como las únicas consecuentes y revolucionarias. En nuestro país hay ahora muchos que se denominan a sí mismos demócratas. Pero son más los de boca para fuera y menos los de veras. Abundan los vocingleros del Partido Demócrata Constitucionalista, pero escasean los demócratas verdaderos entre la decantada "sociedad", entre los zemstvos supuestamente democráticos, es decir, los que desean de corazón el poder soberano y completo del pueblo y son capaces de luchar a vida o muerte contra los enemigos de ese poder soberano, contra los defensores de la autocracia zarista.

La clase obrera no tiene esa cobardía ni esa hipócrita ambigüedad propias de la burguesía como clase. La clase obrera puede y debe ser democrática consecuente hasta el fin. Con la sangre que ha vertido en las calles de San Petersburgo, Riga, Libava, Varsovia, Lodz, Odesa, Bakú y muchas ciudades más ha demostrado su derecho a ser la vanguardia de la revolución democrática. Y en los momentos decisivos que atravesamos, también debe estar a la altura de esa gran función. Los proletarios conscientes que militan en el POSDR —sin olvidar ni por un momento su meta socialista, su independencia como clase y como partido— deben proclamar delante de todo el pueblo las consignas democráticas avanzadas sin olvidar un instante sus fines socialistas ni la independencia de su clase y de su partido. Para nosotros, para el proletariado, la revolución democrática no es más que el primer peldaño en el camino que lleva a emancipar por completo el trabajo de toda explotación, que lleva a la magna meta socialista. Por eso debemos subir lo antes posible este primer peldaño, por eso debemos deshacernos con la mayor energía de los enemigos de la libertad del pueblo y proclamar lo más alto posible las consignas de la democracia consecuente: ejército revolucionario y gobierno revolucionario.

 

 

Publicado el 7, 10 de julio
(27 de junio) de 1905
en el núm. 7 de “Proletari”.
10, págs. 335-344.

Se publica de acuerdo con el
texto del periódico, cotejado con
el manuscrito

 

 

 

[1] Véase el presente tomo, págs.. 650-655. (Ed.)

[2] Compárese con Las tareas de los socialdemócratas rusos, de Lenin, pág. 23, donde se dice que en 1897 no era oportuno plantear el problema de los métodos del ataque decisivo al zarismo. (Véase la presente edición, t. I. N. de la Edit.)

[3] Este párrafo aparece tachado en el manuscrito, y no figura en al texto publicado en Proletari. (Ed.)

[4] En el manuscrito: "Y también en este terreno todo fracaso parcial decuplica las energías, promueve la emulación, contribuye a perfeccionar..." (Ed.)

 

 

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