¿POR DONDE EMPEZAR?

 

"¿Qué hacer?": tal es la pregunta que los socialdemócratas rusos se formulan con extraordinaria insistencia durante los últimos años. No se trata de elegir el camino a seguir (como sucedía a fines de la década del 80 y a principios de la del 90), sino de saber qué pasos prácticos debemos dar por un camino conocido y cómo darlos. Se trata de un sistema y de un plan de actividad práctica. Y debemos reconocer que este problema del carácter de la lucha y de sus métodos, fundamental para un partido realista, sigue sin resolver y suscita todavía serias divergencias que revelan una lamentable inestabilidad y vacilación del pensamiento. Por una parte, está muy lejos aún de haber muerto la tendencia "economista", que procura truncar y restringir la labor de organización y de agitación políticas. Por otra, sigue alzando orgullosamente la cabeza la tendencia del eclecticismo sin principios, que se adapta a cada nueva “moda” sin saber distinguir entre las demandas del momento y las tareas fundamentales y necesidades constantes del movimiento en su conjunto. Es sabido que esta tendencia ha anidado en Rabócheie Dielo.[1] Su última declaración "programática" —un rimbombante artículo titulado de manera no menos rimbombante, Viraje histórico(núm. 6 de Listok "Rabóchego Dielo"[2])— confirma con evidencia singular la definición que acabamos de hacer. Ayer todavía coqueteaban con el "economismo", se indignaban porque se había criticado duramente a Rabóchaya Mysl y "suavizaban" la forma en que Plejánov plantea el problema de la lucha contra la autocracia. Hoy citan ya las palabras de Liebknecht: "Si las circunstancias cambian en veinticuatro horas, hay que cambiar de táctica también en veinticuatro horas"; hablan ya de "una fuerte organización combativa" para el ataque directo, para el asalto contra la autocracia, de "una amplia agitación política revolucionaria (¡vean con qué energía lo dicen: y política y revolucionaria!) entre las masas", de "un constante llamamiento a protestar en la calle", de "organizar en las calles manifestaciones de carácter marcadamente (¡sic!) político", etc., etc.

Podríamos, quizá, expresar nuestra satisfacción por el hecho de que Rabócheie Dielo haya asimilado con tanta rapidez el programa que formulamos ya en el primer número de Iskra: formar un partido fuerte y organizado que tienda no sólo a arrancar concesiones aisladas; sino a conquistar la fortaleza misma de la autocracia. Pero la falta de firmeza en los puntos de vista de quienes han asimilado ahora el nuestro puede malograr toda satisfacción.

Por supuesto, Rabócheie Dielo invoca en vano el nombre de Liebknecht. En veinticuatro horas se puede cambiar de táctica en la agitación respecto a algún problema especial, se puede cambiar de táctica en la realización de algún detalle de organización del partido; pero cambiar, no digamos en veinticuatro horas, sino incluso en veinticuatro meses de criterio acerca de si hace falta en general, siempre y en absoluto una organización combativa y una agitación política entre las masas es cosa que sólo pueden hacer personas sin principios. Es ridículo hablar de situación distinta, de alternación de períodos: laborar para crear una organización combativa y hacer agitación política es obligatorio en todas las circunstancias "monótonas y pacíficas", en cualquier período de "decaimiento del espíritu revolucionario". Es más: precisamente en tales circunstancias y en tales períodos es necesario de una manera especial el trabajo indicado, pues en los momentos de explosiones y estallidos es ya tarde para crear una organización; la organización debe estar preparada para desplegar inmediatamente su actividad. "¡Cambiar de táctica en veinticuatro horas!" Mas para cambiar de táctica hay que empezar por tener una táctica, y si no existe una organización fuerte, con experiencia de lucha política en cualquier situación y en cualquier período no se puede ni hablar de un plan sistemático de actividad basado en principios firmes y aplicado rigurosamente, del único plan que merece el nombre de táctica. Fíjense, en efecto: se nos dice ya que "el momento histórico" ha planteado ante nuestro partido un problema "absolutamente nuevo", el problema del terrorismo. Hace poco era "absolutamente nuevo" el problema de la agitación y la organización políticas, ahora, el del terrorismo. ¿No es extraño oír cómo hablan de un cambio radical de táctica personas que olvidan hasta tal punto su parentesco?

Por fortuna, Rabócheie Dielo no tiene razón. El problema del terrorismo no tiene nada de nuevo, y nos bastará con recordar brevemente las opiniones, ya determinadas, de la socialdemocracia rusa.

En principio, jamás hemos renunciado ni podemos renunciar al terror. El terror es una acción militar que puede ser utilísima y hasta indispensable en cierto momento de la batalla, con cierto estado de las fuerzas y en ciertas condiciones.

Pero el quid de la cuestión está precisamente en que el terror se propugna ahora no como una operación de un ejército en campaña, como una operación ligada de manera estrecha a todo el sistema de lucha y coordinada con él, sino como un medio de agresión individual, independiente y aislado de todo ejército. Y el terror no puede ser otra cosa cuando falta una organización revolucionaria central y son débiles las locales. Por eso declaramos categóricamente que tal medio de lucha en las circunstancias actuales no es oportuno ni adecuado; que aparta a los militantes más activos de su verdadero cometido, más importante desde el punto de vista de los intereses de todo el movimiento; que no desorganiza las fuerzas gubernamentales, sino las revolucionarias. Recuerden los últimos sucesos: ante nuestros propios ojos, grandes masas de obreros y de la "plebe" de las ciudades arden en deseos de lanzarse a la lucha, pero resulta que los revolucionarios carecen de un Estado Mayor de dirigentes y organizadores. En esas condiciones, el paso de los revolucionarios más enérgicos al terror ¿no amenaza con debilitar los únicos destacamentos de combate en que se pueden cifrar esperanzas serias? ¿No implica el peligro de que se rompa el lazo de unión entre las organizaciones revolucionarias y las dispersas masas de descontentos, que protestan y están dispuestos a luchar, pero que son débiles precisamente a causa de su dispersión? Porque no debe olvidarse que este lazo de unión es la única garantía de nuestro éxito. Estamos muy lejos de pensar que deba negarse todo valor a heroicos golpes aislados, pero es nuestro deber prevenir con toda energía contra la afición al terror, contra su concepción como medio principal y fundamental de lucha, cosa a la que tanto se inclinan muchísimos en el momento actual. El terror jamás será una acción militar de carácter ordinario: en el mejor de los casos, sólo es utilizable como uno de los medios que se emplean en el asalto decisivo. Cabe preguntar: ¿podemos, en el momento actual, llamar a semejante asalto? Rabócheie Dielo, al parecer, cree que sí. Por lo menos exclama: "¡Formad en columnas de asalto!" Pero también eso es empeño desatinado. La masa principal de nuestras fuerzas de combate la componen voluntarios e insurrectos. Sólo tenemos unos cuantos destacamentos pequeños de ejército regular, y además sin movilizar y sin ligazón, que no saben todavía formar en columnas militares en general, y menos aún en columnas de asalto. En esta situación, todo el que sea capaz de observar las condiciones generales de nuestra lucha, sin olvidarlas en cada "viraje" del desarrollo histórico de los acontecimientos, debe ver con claridad que nuestra consigna en el momento actual no puede ser "lanzarse al asalto", sino "organizar debidamente el asedio de la fortaleza enemiga". Dicho en otros términos: la tarea inmediata de nuestro partido no puede consistir en llamar a todas las fuerzas existentes a atacar ahora mismo, sino en exhortar a formar una organización revolucionaria capaz de unir todas las fuerzas y de dirigir el movimiento no sólo nominalmente, sino en realidad, es decir, capaz de estar siempre dispuesta a apoyar toda protesta y toda explosión, aprovechándolas para multiplicar y reforzar los efectivos que han de utilizarse en el combate decisivo.

Las enseñanzas de los sucesos de febrero y marzo[3] son tan impresionantes que apenas si podrán encontrarse ahora objeciones de principio contra esta conclusión. Pero lo que se exige de nosotros en el momento actual es que resolvamos el problema de una manera práctica, y no en principio. No sólo debemos comprender qué organización necesitamos y para qué labor; tenemos también que trazar un plan concreto de esta organización, a fin de que se pueda emprender su creación en todos los aspectos. Dada la urgencia e importancia del asunto, nos decidimos por nuestra parte a someter a la consideración de los camaradas el bosquejo de un plan que desarrollaremos con más detalle en un folleto en preparación.[4]

A nuestro juicio, el punto de partida de nuestra actividad, el primer paso práctico hacia la creación de la organización deseada y, por último, el hilo fundamental al que podríamos asimos para desarrollar, ahondar y ampliar incesantemente esta organización debe ser la fundación de un periódico político para toda Rusia. Necesitamos, ante todo, un periódico. Sin él será imposible desplegar de modo sistemático una propaganda y una agitación que se atengan con firmeza a los principios y abarquen todos los aspectos. Esta tarea, constante y fundamental, en general, de la socialdemocracia, es singularmente vital en estos momentos, en los que el interés por la política y por los problemas del socialismo se ha despertado en los más vastos sectores de la población. Nunca se ha sentido tanto como ahora la necesidad de completar la agitación dispersa, efectuada por medio de la influencia personal, de hojas locales, folletos, etc., con la agitación regular y general, que sólo puede hacerse a través de la prensa periódica. No será exagerado decir que el grado de frecuencia y regularidad con que se publica (y difunde) un periódico puede ser la medida más exacta de la seriedad con que está organizada esta rama de nuestra actividad combativa, más primordial y urgente. Además, necesitamos un periódico destinado precisamente a toda Rusia. Si no sabemos unir nuestra influencia en el pueblo y en el gobierno por medio de la palabra impresa, y mientras no sepamos hacerlo, será utópico pensar en unir otras formas de influencia más complejas, más difíciles, pero, en cambio, más decisivas. Nuestro movimiento, tanto en el sentido ideológico como en el sentido práctico, de organización, adolece más que nada de dispersión, de que la inmensa mayoría de los socialdemócratas están absorbidos casi en absoluto por una labor puramente local, que limita sus horizontes, el alcance de su actividad y su aptitud y preparación para la clandestinidad, Precisamente en esta dispersión deben buscarse las raíces más profundas de la inestabilidad y de las vacilaciones de que hemos hablado más arriba. Y el primer paso para eliminar esta deficiencia, para transformar los diversos movimientos locales en un solo movimiento de toda Rusia, debe ser la publicación de un periódico para toda Rusia.

Por último, necesitamos sin falta un periódico político. Sin un órgano político es inconcebible en la Europa contemporánea un movimiento que merezca el nombre de movimiento político. Sin ese periódico será imposible en absoluto cumplir nuestra misión: concentrar todos los elementos de descontento político y de protesta y fecundar con ellos el movimiento revolucionario del proletariado. Hemos dado el primer paso, hemos despertado en la clase obrera la pasión por las denuncias de carácter "económico", de los atropellos cometidos en las fábricas. Debemos dar el paso siguiente: despertar en todos los sectores del pueblo con un mínimo de conciencia la pasión por las denuncias políticas. No debe desconcertamos que las voces que hacen denuncias políticas sean ahora tan débiles, escasas y tímidas. La causa de ello no es, ni mucho menos, una resignación general con la arbitrariedad policíaca. La razón está en que las personas capaces de denunciar y dispuestas a hacerlo no tienen una tribuna desde la que puedan hablar, no tienen un auditorio que escuche ávidamente y anime a los oradores, no ven por parte alguna en el pueblo una fuerza a la que merezca la pena dirigir una queja contra el "todopoderoso" gobierno ruso. Pero ahora todo eso cambia con extraordinaria rapidez. Esa fuerza existe: es el proletariado revolucionario, que ha demostrado ya estar dispuesto no sólo a escuchar y apoyar el llamamiento a la lucha política, sino también a lanzarse valientemente a la lucha. Ahora podemos y debemos crear una tribuna para denunciar ante todo el pueblo al gobierno zarista: esa tribuna tiene que ser un periódico socialdemócrata. La clase obrera rusa, a diferencia de las demás clases y sectores de la sociedad rusa, revela un interés permanente por los conocimientos políticos, y su demanda de publicaciones clandestinas es siempre inmensa (y no sólo en períodos de efervescencia singular). Ante semejante demanda masiva, cuando se ha iniciado ya la formación de dirigentes revolucionarios experimentados, cuando la clase obrera ha llegado a un grado tal de concentración que la convierte de hecho en dueña de la situación en los barrios obreros de las grandes ciudades, en los poblados de las fábricas y en las localidades fabriles, la organización de un periódico político está plenamente al alcance del proletariado. Y a través del proletariado, el periódico penetrará en las filas de la pequeña burguesía urbana, de los artesanos rurales y de los campesinos, y será un verdadero periódico político popular.

La misión del periódico no se limita, sin embargo, a difundir ideas, a educar políticamente y a conquistar aliados políticos. El periódico no es sólo un propagandista colectivo y un agitador colectivo, sino también un organizador colectivo. En este último sentido se le puede comparar con los andamios que se levantan alrededor de un edificio en construcción, que señalan sus contornos, facilitan las relaciones entre los distintos constructores, les ayudan a distribuirse la tarea y a observar los resultados generales alcanzados por el trabajo organizado. Con la ayuda del periódico, y en ligazón con él, se irá formando por sí misma una organización permanente, que se ocupe no sólo en la labor local, sino también en la labor general regular; que habitúe a sus miembros a seguir atentamente los acontecimientos políticos, a apreciar su significado y su influencia sobre los distintos sectores de la población, a concebir los medios más adecuados para que el partido revolucionario influya en estos acontecimientos. La sola tarea técnica de asegurar un suministro normal de informaciones al periódico y una difusión normal del mismo obliga ya a crear una red de agentes locales del partido único, de agentes que mantengan entre sí relaciones intensas, que conozcan el estado general de las cosas, que se acostumbren a cumplir sistemáticamente funciones parciales de una labor realizada en toda Rusia y que prueben sus fuerzas en la organización de distintas acciones revolucionarias. Esta red de agentes* será precisamente la armazón de la organización que necesitamos: lo suficientemente grande para abarcar todo el país; lo suficientemente vasta y variada para instaurar una rigurosa y detallada división del trabajo; lo suficientemente firme para saber proseguir sin desmayo su labor en todas las circunstancias y en todos los "virajes" y situaciones inesperadas; lo suficientemente flexible para saber, de un lado, rehuir las batallas en campo abierto contra un enemigo que tiene superioridad aplastante de fuerzas cuando concentra éstas en un punto, y para saber, de otro lado, aprovechar la torpeza de movimientos de este enemigo y lanzarse sobre él en el sitio y en el momento en que menos espere ser atacado. Hoy se nos plantea una tarea relativamente fácil: apoyar a los estudiantes que se manifiestan en las calles de las grandes ciudades.

* Por supuesto, estos agentes podrían trabajar eficazmente sólo vinculados por entero a los comités locales (grupos, círculos) de nuestro partido. Y, en general, todo el plan que trazamos es irrealizable, desde luego, sin el apoyo más activo de los comités, que más de una vez han dado pasos para unificar el partido y que —estamos seguros de ello— lo conseguirán un día u otro, en una u otra forma.

Mañana se nos planteará, quizá, una tarea más difícil: por ejemplo, apoyar un movimiento de obreros sin trabajo en una región determinada. Pasado mañana tendremos que estar en nuestro puesto para participar de un modo revolucionario en un alzamiento campesino. Hoy debemos aprovechar la agravación de la situación política, provocada por el gobierno con su cruzada contra los zemstvos. Mañana deberemos respaldar la indignación de la población contra el desenfreno de tal o cual bachibozuk zarista y ayudar —por medio de un boicot, de una campaña de hostigamiento, de una manifestación, etc.— a darle una lección que le obligue a una franca retirada. Semejante grado de disposición combativa sólo puede lograrse con la actividad constante a que se dedica un ejército regular. Y si unimos nuestras fuerzas para asegurar la publicación de un periódico común, esa labor preparará y destacará no sólo a los propagandistas más hábiles, sino también a los organizadores más expertos, a los dirigentes políticos del partido más capaces, que puedan, en el momento necesario, lanzar la consigna del combate decisivo y dirigirlo.

Como conclusión, unas palabras para evitar posibles confusiones. Hemos hablado todo el tiempo sólo de preparación sistemática, metódica; pero con eso no hemos querido decir en modo alguno que la autocracia pueda caer exclusivamente por un asedio acertado o por un asalto organizado. Tal punto de vista sería de un doctrinarismo insensato. Al contrario, es plenamente posible, e históricamente mucho más probable, que la autocracia caiga bajo la presión de una de esas explosiones espontáneas o complicaciones políticas imprevistas, que amenazan siempre por todas partes. Pero ningún partido político puede, sin caer en el aventurerismo, basar su actividad en semejantes explosiones y complicaciones. Nosotros debemos seguir nuestro camino y realizar sin desfallecimientos nuestra labor sistemática. Y cuanto menos contemos con lo inesperado, tanto más probable será que no nos pille desprevenidos ningún "viraje histórico".

 

Escrito en mayo de 1901. Publicado en mayo de 1901, en el núm. 4 de "Iskra".

5, págs. 1-13.

 

 

 

[1]  Rabócheie Dielo ("La Causa Obrera"): revista no periódica, órgano de la Unión de Socialdemócratas Rusos en el Extranjero; se editó en Ginebra desde abril de 1899 hasta febrero de 1902, apareciendo doce números. La revista apoyó el lema bernsteiniano de "libertad de crítica" del marxismo y respaldó a los "economistas" declarados.

[2]  Listok "Rabóchego Diela" ("Hoja de "La Causa Obrera"): suplemento no periódico de la revista Rabócheie Dielo; apareció en Ginebra desde junio de 1900 hasta julio de 1901, viendo la luz ocho números.

[3] Lenin se refiere a las acciones revolucionarias masivas de los estudiantes y los obreros en muchas ciudades de Rusia durante febrero y marzo de 1901: manifestaciones políticas, asambleas, huelgas, etc. El gobierno reprimió cruelmente a los participantes en estas acciones.

[4] Se alude al libro de Lenin ¿Qué hacer? Problemas candentes de nuestro movimiento, que se editó en Stuttgart en marzo de 1902.

 

 

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