INDICE

9.        Prefacio 
15.      I. EN LAS ISLAS DE LOS PRINCIPES
126.   II. RAZÓN Y SINRAZÓN 
206.  III. EL REVOLUCIONARIO COMO HISTORIADOR
240.  IV. EL "ENEMIGO DEL PUEBLO”
325.   V. LA “NEGRA NOCHE INFERNAL”

EPÍLOGO
458.    VICTORIA EN LA DERROTA
469.    Bibliografía 
478.    índice de nombres 

 

PREFACIO

 

Este volumen concluye mi trilogía sobre Trotsky y relata el catastrófico desenlace de su drama. En el momento del desenlace, el protagonista de una tragedia es por lo general, más que personaje actuante, sujeto de la acción. Con todo, Trotsky siguió siendo hasta el fin la antípoda activa y combativa de Stalin, su único antagonista vocal. A lo largo de aquellos doce años de 1929 a 1940, ninguna voz pudo alzarse contra Stalin dentro de la URSS; y ni siquiera pudo escucharse un eco de las intensas luchas anteriores, excepto en las degradantes confesiones de culpabilidad a que fueron reducidos tantos de los adversarios de Stalin. En consecuencia, Trotsky pareció erguirse completamente solo contra la autocracia de Stalin. Fue como si un enorme conflicto histórico se hubiese comprimido en una controversia y una lucha a muerte entre dos hombres. El biógrafo ha tenido que demostrar cómo llegó a suceder tal cosa y se ha visto obligado a analizar detalladamente las complejas circunstancias y relaciones que, al mismo tiempo que le permitieron a Stalin “pavonearse con el atuendo del héroe”, hicieron de Trotsky el símbolo y el único portavoz de la oposición al stalinismo.

Por consiguiente, junto con los hechos de la vida de Trotsky he tenido que narrar los tremendos acontecimientos sociales y políticos de la época: la barahúnda de la industrialización y la colectivización en la URSS y las Grandes Purgas; el colapso de los movimientos obreros alemán y europeo frente al asalto del nazismo; y el estallido de la segunda Guerra Mundial. Cada uno de estos acontecimientos afectó el destino de Trotsky, y en relación con cada uno él libró su batalla contra Stalin. He tenido que detenerme en cada una de las principales controversias de la época, pues en la vida de Trotsky el debate ideológico es tan importante como las escenas de las batallas en las tragedias de Shakespeare: a través del debate se revela el carácter del protagonista mientras éste avanza hacia la catástrofe.

En este volumen, más que en ninguno de los dos anteriores, me ocupo de la vida privada de mi protagonista, y especialmente del destino de su familia. Una y otra vez el lector tendrá que desplazar su atención de la narración política a lo que el lenguaje común insiste en describir como la “historia humana” (como si los asuntos públicos no fueran la más humana de todas nuestras preocupaciones y como si la política no fuera una actividad humana por excelencia). En este periodo la vida familiar de Trotsky es inseparable de sus vicisitudes políticas: aquélla le da una nueva dimensión a su lucha y añade una sombría profundidad a su drama. La extraña y conmovedora historia se narra aquí por vez primera sobre la base de la correspondencia íntima de Trotsky con su esposa y sus hijos, correspondencia a la que he. tenido el privilegio de obtener acceso irrestricto. (Por esto último tengo contraída una deuda de gratitud con la difunta Natalia Sedova, quien dos años antes de su muerte pidió a los bibliotecarios de la Universidad de Harvard que abrieran para mí la llamada sección sellada de los archivos de su esposo, la sección que de acuerdo con su testamento habría de permanecer cerrada, hasta el año de 1980.)

Me gustaría comentar brevemente el contexto político dentro del cual he producido esta biografía. Cuando empecé a trabajar en ella, a fines de 1949, el Moscú oficial celebraba el septuagésimo cumpleaños de Stalin con un servilismo sin paralelo en la historia moderna, y el nombre de Trotsky parecía sepultado para siempre bajo la calumnia y el olvido. Yo había publicado El profeta armado y estaba tratando de completar la primera versión de lo que ahora es El profeta desarmado y El profeta desterrado cuando, en la segunda mitad de 1956, el XX Congreso del Partido Comunista de la Unión Soviética, los acontecimientos del mes de octubre en Polonia y el levantamiento armado en Hungría me obligaron a interrumpir el trabajo y concentrar toda mi atención en los asuntos del momento. En Budapest, muchedumbres enfurecidas habían derribado las estatuas de Stalin, mientras en Moscú la profanación del ídolo aún se llevaba a cabo subrepticiamente y era tratada por el grupo gobernante como su secreto de familia. “No podemos permitir que este asunto salga del Partido, especialmente a la prensa”, le advirtió Jruschov a su auditorio en el XX Congreso. “No debemos lavar nuestra ropa sucia ante los ojos [de nuestros enemigos].” “La ropa sucia”, comenté yo entonces, “difícilmente podrá seguirse lavando durante mucho tiempo a espaldas del pueblo soviético. Dentro de poco habrá que lavarla en su presencia y a plena luz del día. Son su sudor y sus lágrimas, después de todo, los que han empapado la ‘ropa sucia’. Y el lavado, que todavía tomará mucho tiempo, lo terminarán tal vez unas manos que no son las de quienes lo han comenzado: manos más jóvenes y más limpias.”

El profeta desterrado aparece después que una parte de la “ropa sucia” se ha lavado ya en público y después que la momia de Stalin fue sacada del Mausoleo de la Plaza Roja. Un perspicaz caricaturista occidental reaccionó ante este último acontecimiento con un dibujo del Mausoleo en el que podía verse a Trotsky colocado en la cripta que acababa de quedar vacía, junto a Lenin. El caricaturista expresó una idea que probablemente se les ocurrió a muchas personas en la URSS (aunque es de esperarse que la “rehabilitación” de Trotsky, cuando tenga lugar, se lleve a cabo en una forma exenta del culto, el ritual y la magia primitiva). Mientras tanto, Jruschov y sus compañeros siguen esforzándose por mantener en vigor el anatema stalinista contra Trotsky; y en la controversia entre Jruschov y Mao Tse-tung, cada bando acusa al otro de trotskismo, como si cada uno estuviese empeñado en ofrecer cuando menos evidencia negativa de la vitalidad de los planteamientos y las ideas de Trotsky.

Todos estos acontecimientos han reafirmado mi convicción en cuanto al interés momentáneo y la importancia histórica de mi tema. Pero, pese a lo que digan algunos de mis críticos, tales acontecimientos no han afectado significativamente ni mi enfoque ni la concepción general de mi obra. Es cierto que esta biografía ha aumentado en escala más allá de todos mis planes originales: he producido tres volúmenes en lugar de uno o dos. Sin embargo, al obrar así obedecí exclusivamente —y en un principio con renuencia— a la lógica literaria de la obra y a la lógica de mis investigaciones, que creció inesperadamente en amplitud y profundidad. El material biográfico luchó entre mis manos, por decirlo así, para lograr la forma y las proporciones que le eran adecuadas, y me impuso sus exigencias. (Sé que lo que estoy diciendo no me absolverá ante los ojos de un crítico, antiguo embajador británico en Moscú, quien dice que él “siempre ha sostenido que la Revolución Rusa nunca tuvo lugar” y quien, por consiguiente, no se explica por qué yo le dedico tanto espacio a un acontecimiento tan irreal.) En cuanto a mi enfoque político de Trotsky, éste ha permanecido inalterado en todo momento. Concluí el primer volumen de esta trilogía, en 1952, con un capítulo intitulado “Derrota en la victoria”, donde presenté a Trotsky en la cúspide del poder. En el prefacio de ese volumen dije que al completar su vida consideraría “el problema de si en su derrota misma no había un fuerte elemento de victoria”. Ese es precisamente el problema que examino en las páginas finales de El profeta desterrado, en un epílogo intitulado “Victoria en la derrota”.

 

Nota sobre las fuentes y reconocimientos

 

El contenido de este volumen se basa, más marcadamente aún que el de los volúmenes anteriores, en los archivos de Trotsky, especialmente en su correspondencia con los miembros de su familia. Siempre que me refiero a The Archives en particular, tengo en mente su Sección abierta que está a la disposición de los estudiosos en la Houghton Library de la Universidad de Harvard. Cuando utilizo los materiales de la parte “sellada” de The Archives, me refiero a la Sección cerrada. Una descripción general de la Sección abierta aparece en la Bibliografía de El profeta armado. La Sección cerrada se describe en la Bibliografía adjunta al presente volumen.

El grueso de los 20,000 documentos de la Sección cerrada lo constituye la correspondencia política de Trotsky con partidarios y amigos: él estipuló que esta sección debía ser sellada porque en el momento en que trasladó sus papeles a la Universidad de Harvard (en el verano de 1940), casi toda Europa estaba bajo ocupación nazi o stalinista y el futuro de muchos países fuera de Europa parecía incierto, y en consecuencia él se sentía obligado a proteger a sus corresponsales. Pero había poco o nada estrictamente confidencial o privado en el contenido político de esa correspondencia. De hecho, yo me había familiarizado con una gran parte de esa correspondencia en la década de los treintas —a su debido tiempo explicaré en qué forma—, de modo que al releerla en 1959 no encontré casi nada que pudiera sorprenderme. La correspondencia familiar de Trotsky, en cambio, e incluso sus papeles domésticos, contenidos también en la Sección cerrada, me han revelado sus experiencias y sentimientos más íntimos y han enriquecido en gran medida mi imagen de su personalidad.

Algunos críticos de los volúmenes anteriores se han quejado de que mis referencias a The Archives no son lo suficientemente detalladas. Sólo puedo señalar a este respecto que siempre que cito algún documento de. The Archives indico, ya sea en el texto o en una nota al calce, quién escribió el documento, cuándo lo escribió y a quién fue dirigido. Eso es todo lo que necesita cualquier estudioso. Una anotación más detallada habría aumentado de manera impresionante mi “aparato erudito”, pero no le sería de utilidad ni al lector general, que no tiene acceso a. The Trotsky Archives, al al especialista, a quien las indicaciones que ofrezco le bastan para localizar fácilmente cualquier documento al que hago referencia. Por otra parte, desde que trabajé en mis primeros volúmenes The Archives han sido reorganizados en tal forma que cualesquiera indicaciones específicas que yo hubiese dado, carecerían de utilidad actualmente. (Por ejemplo, pude haber indicado que el documento X o Y se encontraba en la Sección B, legajo 17, ¡pero de entonces acá la Sección A o B o C ha dejado de existir!) El material está organizado ahora en simple orden cronológico, y puesto que yo generalmente doy la fecha de cualquier documento, el estudioso podrá localizarlo echándole una ojeada al excelente Index to The Archives en dos volúmenes, que puede consultarse en la Ifoughton Library.

Uno o dos críticos se han preguntado cuán dignos de confianza son en realidad The Archives y si Trotsky o sus partidarios no habrán “adulterado los documentos”. En mi opinión, la confiabilidad de The Archives queda abrumadoramente confirmada por la evidencia interna, por el confrontamiento con otras fuentes y por la circunstancia de que The Archives les proporcionan tanto a los críticos como a los apologistas de Trotsky todo el material que puedan desear. Trotsky, en verdad, era incapaz de falsificar o adulterar documentos. En cuanto a sus partidarios, éstos, ya sea por falta de interés o por hallarse ocupados en otros asuntos, apenas han examinado 4os archivos de su maestro. En 1950 mi esposa y yo fuimos los primeros estudiosos que trabajaron con los papeles de Trotsky desde que éste se separó de ellos.

Al relatar el clima de ideas y al describir los partidos, grupos e individuos implicados en las luchas internas del comunismo durante la década de los treintas, me basé, entre otras cosas, en mi propia experiencia como portavoz del comunismo antistalinista en Polonia. El grupo al que yo estuve afiliado entonces trabajó en estrecho contacto con Trotsky. El Secretariado Internacional de éste nos proporcionó una documentación muy abundante, en parte confidencial, con circulares, copias de la correspondencia de Trotsky, etc. Como escritor y polemista, participé activamente en casi todas las controversias que se describen en este volumen. En el transcurso de los debates tuve que familiarizarme con una enorme literatura política, con folletos stalinistas, socialdemócratas, trotskistas, brandleristas y otros, con libros, periódicos, revistas y volantes publicados en muchos países. Como es natural, sólo tenía a mi alcance una parte de esa literatura en el momento de escribir: la estrictamente necesaria para confirmar la exactitud de mis impresiones y recuerdos y para verificar datos y citas. Mis Bibliografías, por tanto, no pretenden agotar la literatura sobre la materia.

He tenido la suerte de poder complementar el material sacado de The Archives (y de fuentes impresas) con la información obtenida de la viuda de Trotsky; de Alfred y Marguerite Rosmer, que fueron los amigos más íntimos de Trotsky durante los años del destierro; de Jeanne Martin des Pailleres, que me hizo llegar los papeles y la correspondencia de Liev Sedov, el hijo mayor de Trotsky; de Pierre Frank, secretario de Trotsky durante el periodo de Prinkipo; de Joseph Hansen, su secretario y guardaespaldas en Coyoacán y testigo presencial de los últimos días y horas de Trotsky; y de muchas otras personas que fueron partidarias de Trotsky en una u otra época. (De las que aquí aparecen enumeradas, Natalia Sedova, Marguerite Rosmer y Jeanne Martin fallecieron antes de que yo terminara este volumen.)

Fuera del círculo de la familia y los seguidores de Trotsky, debo mi agradecimiento a Konrad Knudsen y su esposa, anfitriones de Trotsky en Noruega, y al señor Helge Krog y al señor N. K. Dahl y su esposa, quienes me proporcionaron abundante información y vividas reminiscencias sobre la reclusión de Trotsky en Noruega y su deportación de ese país. Entrevisté al señor Trygve Lie, que fue el Ministro de Justicia responsable tanto de la admisión como de la reclusión de Trotsky; pero el señor Lie, después de hablar conmigo en forma extensa y reveladora sobre su propia ejecutoria, me pidió a continuación que me abstuviera de citarlo, diciendo que su memoria lo había engañado y que, además, estaba obligado por un contrato con un editor norteamericano a no hacer pública esa información excepto en sus propias memorias. El señor Lie tuvo la gentileza, sin embargo, de enviarme el informe oficial sobre el caso Trotsky que él sometió al Parlamento noruego a principios de 1937. También tuve la oportunidad de entrevistar al profesor H. Koht, Ministro de Relaciones Exteriores de Noruega durante la permanencia de Trotsky en ese país, quien se mostró sumamente deseoso de establecer en detalle la verdad sobre el caso.

Al investigar otro capítulo importante de la vida de Trotsky, me acerqué al ya desaparecido John Dewey, quien me suministró una descripción esclarecedora del contraproceso efectuado en México y habló libremente sobre la impresión que le causó Trotsky; y le debo mi reconocimiento al doctor S. Ratner, amigo y secretario de Dewey, por la valiosa información que me proporcionó acerca de las circunstancias en que el anciano filósofo norteamericano decidió presidir el contraproceso. Entre muchos otros informantes desearía mencionar al señor Joseph Berger, ex-miembro del personal del Ejecutivo de la Comintern en Moscú, quien pasó veinticinco años en los campos de concentración dé Stalin. El señor Berger me ha relatado su encuentro en 1937 con Serguei Sedov, el hijo menor de Trotsky, en la prisión de Butyrki en Moscú.

Expreso asimismo mi gratitud al Russian Research Center de la Universidad de Harvard, especialmente a los profesores M. Fainsod y M. D. Shulman por las, facilidades que me brindaron, y al doctor R. A. Brower, Director de la Adams Housc, y a su esposa, cuya complaciente hospitalidad disfruté mientras trabajaba en la Sección cerrada de The Trotsky Archives en  . . . . . . . . . . . . [ . . . . . . . . . .  ]

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