Categoría: LIBROS Hº COMUNISMO VASCO
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Entre 1921 y 1936 se gestó y desarrolló el PCE como una organización política revolucionaria, centralizada y supeditada a la Internacional Comunista. Durante este periodo, en situación legal o clandestina, tuvo un carácter minoritario pero sumamente activo en rivalidad con los mayoritarios socialistas. A partir de 1935 su estrategia cambió hasta culminar con su integración en el Frente Popular.

Palabras Clave: Comunismo. Tercera Internacional. Socialismo. Movimiento obrero. Sindicalismo. Conflictos sociales.

1921etik 1936ra bitartean PCE organizazio politiko iraultzaile gisa sortu eta antolatu zen, zentralizatua eta Internazional Komunistaren mendekoa. Garai horretan, legezkoa edo klandestinoa zela, izaera minoritarioa zuen baina guztiz eraginkorra zen, gehiengoa zuten sozialisten aurrean. 1935etik aurrera, bere estrategia aldatu zuen harik eta Herri Frontean integratu zen arte.

Giltza-Hitzak: Komunismoa. Hirugarren Internazionala. Sozialismoa. Langile mugimendua. Sindikalismoa. Gizarte gatazkak.

Entre 1921 et 1936 le PCE a été conçu comme une organisation politique révolutionnaire, centralisée et dépendante de l'Internationale Communiste. Durant cette période, en situation légale ou clandestine, il eut un caractère minoritaire mais extrêmement actif en rivalité avec les majoritaires socialistes. À partir de 1935 sa stratégie changea au point d'atteindre son point culminant lors de son intégration au Front Populaire.

Mots-Clés: Communisme. Troisième Internationale. Socialisme. Mouvement ouvrier. Syndicalisme. Conflits sociaux.

 

1. INTRODUCCIÓN

 

La presente investigación asume el reto de tratar la historia de una de las fuerzas políticas que más aspectos pendientes quedan por analizar en el periodo tratado y, en concreto para nuestro caso, en lo que se refiere al País Vasco. También supone abarcar una etapa cronológica ciertamente convulsa y compleja del siglo pasado. El "periodo de entreguerras" se inició con una grave crisis sociopolítica, que afectó definitivamente al sistema de la Restauración, y finalizó con otra a partir del segundo bienio republicano que derivó en la Guerra Civil. En medio se desarrolló primero un sistema dictatorial de signo corporativista que no pudo estabilizarse, arrastrando con él a la monarquía, y seguidamente un régimen democrático republicano que impulsó un proceso de reformas, confrontadas a incisivas oposiciones y condicionadas por una fuerte crisis económica. A lo largo del primer tercio del siglo veinte, el desarrollo de la sociedad urbana y de la industrialización estuvo acompañado de un impulso de las organizaciones políticas basadas en una orientación modernizadora y progresista. El republicanismo, y posteriormente el socialismo, lograrían una mayor representación pública, lo que implicaba el avance del reformismo como garantía de las conquistas socia les. A su vez, el sindicalismo de clase experimentó un significativo desarrollo en su organización y afiliación, dando lugar a dos potentes organizaciones en el conjunto del Estado: la socialista UGT, partícipe del movimiento de reforma social, y la anarcosindicalista CNT de carácter revolucionario. La crisis social y política, patente durante la Primera Guerra Mundial y agravada durante el contexto generalizado de la inmediata posguerra, llevó a un deterioro de las relaciones laborales y al surgimiento de un ala izquierdista en el seno del sindicalismo socialista. Las zonas obreras vizcaínas y guipuzcoanas no fueron ajenas a este proceso y, de hecho, ofrecieron un panorama privilegiado para los cambios expuestos en el siguiente apartado.

Pero va a ser la influencia de la Revolución Soviética, con su impacto derivado en el conjunto de la socialdemocracia europea, la que lleve al nacimiento de un nuevo modelo de organización política. La escisión sufrida en el PSOE y la consiguiente creación del PCE en 1921 tuvo una honda y dramática repercusión entre numerosas agrupaciones socialistas vizcaínas, sobre todo, y guipuzcoanas.

El enfrentamiento suscitado en las mismas, y ampliado dentro de las secciones de la UGT, reflejaba la ostensible diferencia de concepción entre la Segunda y la Tercera Internacional. Por este motivo, para el periodo tratado y tal como queda patente a lo largo del texto, no se puede entender la estrategia comunista sin analizar las pautas de su relación con el socialismo. Este último, que ya había asumido los planteamientos del "prietismo", impulsó el desarrollo de su participación política a nivel electoral, desde su experiencia pactista con el republicanismo, para la consecución de mejoras sociales y el logro de avances democráticos ante un régimen agónico, tal como quedó de manifiesto en la crisis de agosto de 1917. No obstante, el nacimiento de una izquierda revolucionaria rival, opuesta al reformismo socialista, va a añadir hasta su anulación en 1923 las pautas de un duro activismo, ajeno a los movimientos de masas y al margen del sindicalismo socialista mayoritario. Su táctica básicamente consistió, en sus primeros momentos, en forzar los conflictos laborales, tratar de influir sobre el proletariado y controlar a las organizaciones ugetistas desde dentro.

En una siguiente fase, tras su marginalidad durante la Dictadura primorriverista, fue a lo largo del periodo republicano cuando el débil PCE comenzó a mostrar un mayor dinamismo. Su dirección optó tanto por el desarrollo de una organización autónoma sindical, la CGTU, que no solventó su carácter minoritario, como por la pretenciosa política de "frentes únicos", en rivalidad con las "alianzas obreras" socialistas. Dicha estrategia, que seguía las directrices centralizadas de la Internacional Comunista, no estuvo acompañada por unos resultados electorales satisfactorios para el PCE. Se trató de una situación también sufrida en su organización vasca. Pero el PCE-EPK, tras su nacimiento en 1935, debió adaptarse a la nueva táctica de acercamiento al socialismo hasta culminar con su participación en el Frente Popular. Por tanto, la anterior política revolucionaria de lucha de clases daba paso a otra de defensa de la democracia republicana y en el marco de un contexto internacional amenazante. A su vez, se gestó un hecho fundamental que podía permitir a los comunistas superar su característica debilidad estructural y lograr la ansiada unidad. La crisis interna sufrida en el seno del socialismo, entre su ala moderada liderada por Prieto y la izquierdista de Largo Caballero, llevaría al proceso de unificación de las juventudes comunistas y gran parte de las socialistas en vísperas de la Guerra Civil. A partir de este momento se iniciaba una nueva etapa.

 

2. EL FINAL DE UNA ÉPOCA: LA CRISIS DEL RÉGIMEN DE LA RESTAURACIÓN

 

2.1. El socialismo ante un convulso escenario político y socioeconómico

 

La Primera Guerra Mundial acrecentó las tensiones sociales tanto entre los estados beligerantes como en los neutrales directamente afectados por la conflagración. En el caso de España los beneficios extraordinarios derivados de la neutralidad, por las exportaciones de productos básicos y el alza de los fletes, llevaban aparejados el incremento ostensible de los precios y la dificultad generalizada de acceso a las subsistencias. A su vez, el gradual ascenso salarial no pudo compensar el creciente coste de la vida. Todo ello iba unido al escenario de la paulatina degradación política del Estado. A la escasa eficacia de las leyes promulgadas para regular los abastos y controlar la especulación se unía la agonía de sus instituciones, caso de la parálisis patente del ejercicio en las Cortes. La fractura interna y definitiva de los dos partidos turnistas, verdadero sostén del régimen, va a coincidir con el creciente ascenso de las fuerzas alternativas del socialismo, republicanismo y los nacionalismos periféricos vasco y catalán. Lo cierto es que esta transformación no se entendería sin el desarrollo de una sociedad urbanizada, que había favorecido el auge y participación en la vida política desde comienzos del siglo XX. en el ámbito de conformación de una sociedad de masas. La consecuencia inmediata fue el ascenso y extensión de la conflictividad, tanto en el mundo del trabajo como en el devenir político en España. Ya era patente un papel creciente del proletariado industrial, cada vez más organizado en el seno de unas estructuras sindicales más vertebradas y cohesionadas. La crisis política y social de agosto de 1917, que derivó en una huelga de carácter revolucionario, marcó un punto de inflexión definitivoi. En su transcurso había quedado de manifiesto un amplio rechazo hacia el Régimen entre amplios segmentos de la sociedad -burguesía catalana, clase obrera y militares reformistas-, destacándose la participación activa del movimiento sindical socialista, sin olvidar que en su posterior fracaso se había puesto en evidencia el distanciamiento entre los mismosii.

La estrategia del sindicalismo socialista de la UGT, a partir de marzo de 1917 y en línea con la del Partido Socialista, va ser importante para entender su creciente politización. Pero además la convulsa situación económica a lo largo de la etapa permitirá comprender el nacimiento de un ala izquierdista en su seno al albur de la Revolución Soviética. Desde su manifiesto junto a la CNT hasta la Huelga General de agosto de 1917 había puesto en evidencia la dualidad existente en su seno entre la integración reformista y el planteamiento revolucionario. De hecho, al plantear el cambio de régimen a través de un proceso constituyente, aunque de carácter pacífico, marcaba una diferencia con las demás organizaciones socialdemócratas en los demás estados europeos de régimen parlamentario, tanto beligerantes como neutrales. En todo ellos estas fuerzas aparecían integradas o dispuestas a ser partícipes de la estructura de poder políticoiii.

Por su parte, las emergentes zonas industriales del País Vasco no fueron ajenas a estos acontecimientos, en la medida que en ellas se había ido gestando un movimiento obrero cada vez más consolidado y un desarrollo del activismo socialistaiv. Desde el primer semestre de 1917 la UGT fue una fuerza clave en la movilización de los trabajadores, sobre todo durante los hechos de agosto, aunque en concordancia con la CNT mediante el manifiesto nacional a favor de la huelga general indefinida. Tal como ya se ha apuntado su actuación había derivado en una actuación en clave política, en pro de la transformación del régimen, superando el modelo de conflictividad exclusivamente laboral defendido hasta entonces por su emblemático dirigente Facundo Perezagua en la cuenca minera vizcaína. A la vez que se imponía dentro del Partido Socialista la estrategia electoral y de alianzas con el republicanismo defendida por Indalecio Prieto, el sindicalismo socialista experimentaba una profunda transformación. La modernización de sus estructuras internas era patente con la vertebración de federaciones de industria y la relegación de las antiguas sociedades de oficios. La estrategia sindical, cada vez más sustentada en el moderno modelo de las federaciones de industria, iba a entrelazar ambos factores. El modelo imperante de negociación en base a unas pautas concertadas, con el reconocimiento patronal como interlocutor válido, se compatibilizaba con la reclamación de una democratización y consiguiente renovación política mediante el cambio de un régimen agotado. De esta forma, según la estrategia de los sindicalistas socialistas, la mejora de las condiciones sociales dependía de la transformación del sistema existente.[1] No dejaba lugar a dudas que la consecuencia sería la politización de las agitaciones obreras hasta desembocar en la extensión de una conciencia revolucionaria entre el proletariado.

Pero sería el breve periodo que se inició tras el final de la Primera Guerra Mundial el que llevó su declive e incluso fractura interna. La excepcional coyuntura económica como país neutral había finalizado y los estados anteriormente beligerantes habían avanzado su readaptación productiva, con mayores dificultades las potencias derrotadas, e iban culminando la progresiva normalización económica de posguerra. En diferentes fases este breve periodo se alargó hasta 1923 con el final del Régimen y el ascenso del Directorio militar de Primo de Rivera. A diferencia de lo acontecido durante la anterior etapa de pujanza económica, y en paralelo fortalecimiento de las organizaciones obreras, el marco socioeconómico va a ser cada vez más adverso a partir de 1919. En lo que se refiere al País Vasco, las zonas industriales y extractivas de Vizcaya y Guipúzcoa[2] sufrieron la fuerte restricción de las exportaciones, lo que supuso un fuerte incremento del desempleo, trabajo parcial y ostensible descenso salarial con toda su carga social. La consecuencia inmediata iba a ser un aumento del número de huelgas en ambos territorios. A inicios de la década de los años veinte, el desempleo va a afectar a numerosas familias obreras, cebándose en aquellos trabajadores sin especialización y dedicados a los trabajos de peonaje. Ante esta situación, las diversas instalaciones fabriles perjudicadas redujeron la jornada semanal, rebajaron los salarios y rescindieron los contratos de trabajo.

En este contexto tan adverso, todavía hacia 1920 las secciones integrantes en la UGT habían alcanzado su máximo nivel de afiliación debido, tal como observa el historiador Carlos Forcadell, al previo periodo de formación e identificación de su identidad propia de clasev. Igualmente era revelador que el sindicato pasaba a ser el verdadero aglutinador de las bases socialistas frente al partido, según reflejaban las ostensibles diferencias en afiliación.[3] Durante este periodo mantendrá su ideario de revolución social como el último acto de un largo proceso de reformas y de conquistas parciales para la clase obrera. Todo ello bajo el signo de los principios de moderación y negociación, tratando de controlar en unos límites el ejercicio de huelgavi. En este sentido, el primer Pleno del Comité Nacional de la UGT de 1919 expresó con claridad sus prioridades de puro carácter sociolaboral. En él se priorizaba la consecución de objetivos y derechos inmediatos como el establecimiento de la jornada de ocho horas, el salario mínimo y el reconocimiento sindical, así como un basto programa de legislación social y laboral. Además con la regulación internacional de diversas normas relativas al trabajo, a partir de la creación de la Organización Internacional del Trabajo (OIT), la UGT va a ser un agente activo a favor de la reforma social y su institucionalización a través de la intervención pública. Por tanto, los principios inherentes a la Democracia Industrial regirán su discurso, y entre éstos era un elemento clave la participación o intervención obrera en la gestión de la empresa, conocida como “Control Obrero”vii. Tras la escisión de los partidarios de la Tercera Internacional en 1921 dicho planteamiento conceptual marcará la diferencia ideológica con el comunismo, partidario de la apropiación de los medios de producción mediante la colectivizaciónviii. Sin embargo, en plena crisis de posguerra, el sindicalismo socialista tuvo que avalar el desarrollo legislativo en materia laboral, en intenso debate ideológico con sus ya rivales “terceristas”, y afrontar el inevitable incremento de la conflictividad obrera.

 

2.2. La influencia soviética: crisis interna del socialismo y escisión comunista

 

El impacto de la Revolución Soviética de 1917 fue un hecho de indudable importancia entre las organizaciones socialistas europeas y sus consecuencias se prolongarían en el seno del movimiento obrero durante todo el periodo de entreguerras. Igualmente, en lo referente a España, la vertebración de una tendencia izquierdista dentro del socialismo respondía a un contexto de tensión social, pero fue la influencia de la Tercera Internacional, constituida en Moscú en 1919, la que causó el desencadenante definitivo de su fractura. La socialdemocracia histórica, tras los estallidos revolucionarios entre 1918 y 1920, estaba seriamente herida y numerosas organizaciones obreras en Europa habían quedado fuera de su control al encontrarse encuadradas dentro del ámbito de la Internacional Comunistaix. La exportación de la revolución bolchevique al resto del continente fracasaría en el contexto de la realidad sociopolítica de otros países y por el propio peso de las formaciones socialdemócratas. En cuanto al PSOE también se trató de un proceso difícil, aunque diferenciado según las zonas, tal como evidenciaba el hecho que el partido ratificara su permanencia en la Segunda Internacional por un margen muy estrecho. Por tanto, la falta de consenso llevaría a un largo debate de al menos dos años con el intermedio de dos congresos extraordinariosx. La escisión, protagonizada por líderes como Mariano García Cortés, Daniel Anguiano y Ramón Lamoneda, se produjo definitivamente en su congreso de abril de 1921, dando lugar al nuevo Partido Comunista de España. La estructura del mismo procedía de la fusión del Partido Comunista Español, creado por miembros de las Juventudes Socialistas, y del Partido Comunista Obrero Español de la corriente tercerista del PSOE.

La organización socialista en el País Vasco no fue ajena a esta realidad y el impacto de la escisión fue notable en numerosas agrupaciones, a pesar de la resistencia de emblemáticos líderes políticos y sindicales como Indalecio Prieto, Constantino Turiel, Juan de los Toyos o Enrique de Francisco. En Vizcaya se daba un equilibrio entre ambas tendencias, ya que la línea afín a la Tercera Internacional logró el control de algunas de ellas desde abril de 1921. Esta era la situación de Ortuella, Musquiz, Gallarta, Sestao y Bilbao, que se inclinaron por la III Internacional, pero La Arboleda, Las Carreras, núcleos de Gallarta, San Salvador del Valle, Baracaldo, Lejona, Begoña y Portugalete, lo hicieron por la II Internacional o con un número similar de miembros, caso del Sindicato Minero de La Arboleda. Finalmente, los comunistas lograron un indudable protagonismo en la zona minera vizcaína, caso de la simbólica Gallarta, en contraste con el baluarte socialista en La Arboleda, pero quedarían relegados en la zona fabril de la Ría de Bilbao. De forma semejante a otras zonas como Madrid y Asturias, la repercusión fue mucho más importante en las secciones de la UGT que en las agrupaciones del PSOE. En cuanto a este último en Guipúzcoa los efectos de la escisión comunista incluso fueron menos graves que en Vizcaya. Las agrupaciones de Irún e Eibar se posicionaron en un principio a favor de la III Internacional, mientras que las de San Sebastián y Tolosa lo hicieron en contra. Junto a la lealtad mostrada por sus respectivas direcciones, la mayoría de la militancia se opuso a ingresar en las filas comunistas, caso de la villa armera que en seguida se reintegró a la línea oficial. Por tanto, no existieron las deserciones masivas de algunas de las mencionadas localidades mineras vizcaínas. El dirigente guipuzcoano Enrique de Francisco, tanto en el Congreso de 1919 como en el Extraordinario de 1920, tuvo un papel relevante en la defensa de las posiciones socialistas frente a la Tercera Internacional, defendiendo la estrategia de la apuesta electoral y la negociación sindicalxi. A pesar del control ejercicio por los socialistas en los órganos de dirección del partido y del sindicato, tal como se verá después, su posterior actuación no solo va a verse seriamente condicionada por la actuación de los comunistas. El efecto de la dura crisis sobre sus filas va a tener un mayor impacto que la misma escisión comunista, lo que explica que la afiliación descendiera de 1.478 afiliados en 1921 a 698 en 1923 en el País Vascoxii.

El resultado de toda esta serie de acontecimientos va a ser el nacimiento de un liderazgo comunista, con un peso inicial mucho más relevante en Vizcaya que en Guipúzcoa, al desenvolverse sobre todo en sus áreas industriales y extractivas más masivas. En un principio, su estrategia había pasado por dominar las estructuras sindicales mayoritarias en dichas zonas. El grupo de líderes comunistas reunía a responsables de secciones sindicales, pero solo a un líder carismático del socialismo histórico de sus primeros momentos. El carismático Facundo Perezagua, derrotado tras su larga lucha con el “prietismo”, ya no era la emblemática figura de las huelgas mineras del pasado, capaz de movilizar masasxiii. Reintegrado a la disciplina del partido en 1919, se unió al grupo de escindidos, como un posible intento de recuperar el patrón del activismo obrero frente a la posición oficial socialista. Todo apunta a una labor de previa captación realizada por el polémico dirigente comunista Oscar Pérez Solisxiv. En este grupo primaba una joven generación de militantes, entre quienes destacaría con el tiempo el nuevo secretario comunista del Sindicato Minero, José Bullejos, y del Metalúrgico, Leandro Carro. Este último, fue uno de los dirigentes del Sindicato Metalúrgico de Vizcaya, pero tras ser finalmente expulsado en 1923, fracasó en su intento en el Sindicato de Obreros Metalúrgicos de Guipúzcoa.[4] Si bien es cierto que hacia 1920 el sindicato había perdido una gran parte de su afiliación en beneficio de los comunistas, los socialistas mantenían el control orgánico del mismo y además contaban con la mayoría de la militancia del partido a su favor. Por tanto, el “tercerismo” fracasaría en su intento de captar la estructura de la UGT, mayoritariamente leal a la Segunda Internacional y que reunía a la masa de base socialista.

La solidez alcanzada previamente por las organizaciones sindicales ugetistas fue vital, ya que se encontraban a la defensiva ante una patronal fortalecida por la contracción del mercado de trabajo. En el conjunto del País Vasco, la crisis en la industria metalúrgica, minera y papelera había supuesto la consiguiente reducción de plantillas y revisiones salariales a la baja. Muchas fueron las empresas afectadas, sin que el sindicato pudiera garantizar una mínima cobertura económica a sus miembros. Igualmente, los trabajadores adoptaron una posición defensiva, aspirando básicamente al mantenimiento de sus puestos de trabajo. El resultado de todo ello, tanto en Vizcaya como en Guipúzcoa, fue la disminución del número de conflictos, mientras que los existentes iniciados por motivos de reducción salarial se desarrollarían con unas pautas muy diferentes, al pasar a ser más enconados a partir de 1921.

La nueva línea de actuación de los comunistas iba a ser muy diferente a la sustentada por Perezagua en las anteriores huelgas mineras, desde la última década del siglo anterior. En estas últimas la acción de la masa obrera era la forma de presión para la consecución de las conquistas sociales, mientras que la actividad política era secundaria. Por el contrario, los nuevos dirigentes comunistas confiaban en que la acción de grupos minoritarios y muy activos, entre los que se encontraba un decidido grupo de antiguos militantes de las Juventudes Socialistas, les permitiría desarrollar “el partido revolucionario de masas”. Sobreestimando su propia fuerza se veían capaces de liderar el movimiento obrero y desplazar a los socialistas e incluso promover un intento insurreccional en contra del orden político vigentexv. En el álgido contexto de crisis social de posguerra agudizaron la tensión ya existente, mediante el recurso a la radicalidad revolucionaria, al margen de las organizaciones mayoritarias, aproximándose a la estrategia de la CNTxvi. La Agrupación Comunista de Bilbao, que tan sólo contaba con medio millar de miembros, lideró una cruenta campaña de “agitación prerrevolucionaria“, con lo que la huelga reivindicativa pasaba a ser un arma en el combate “de clase contra clase”xvii. La consecuencia no era otra que la promoción forzada de huelgas e incluso una espiral de violencia, en donde destacaban los enfrentamientos entre socialistas y comunistas, sobre todo en la zona minera vizcaína y reiterados asaltos a Casas del Pueblo.[5] A estas luchas sectarias se añadió el activismo anarquista con la consiguiente acción represiva y un tanto generalizada por parte de las autoridades. Uno de los hechos más dramáticos fue el asesinato del gerente de Altos Hornos de Vizcaya (AHV) Manuel Gómez el 11 de enero de 1921xviii. Asimismo, en Guipúzcoa lo más destacable en parecidas fechas, aparte de los ataques anarquistas contra sindicalistas socialistas, fue la responsabilidad del cenetista Sindicato Único en el incendio de la Papelera Beotibar de Tolosa, que dio lugar al cierre de la empresa y al despido del personal.[6] El resultado de todo ello, sobre todo en Vizcaya, fue el incremento del número de víctimas entre 1921 y 1923, que según algunas fuentes se sitúan en casi la treintena.

Pero además las secciones de la UGT veían amenazadas los anteriores marcos de negociación laboral por la presencia de sectores vinculados a la III Internacional, que contribuían en el inicio y, sobre todo, prolongación de diversas huelgas sin resultados óptimos, tanto entre empresas vizcaínas como guipuzcoanas. Éste fue el caso del conflicto acaecido entre los obreros metalúrgicos vizcaínos en mayo de 1922, liderado por el Sindicato Obrero Metalúrgico de Vizcaya (SOMV), debido al previsible descenso salarial en un 20%. La correspondiente Comisión obrera, dominada por el sector comunista, derivó en un enconamiento de las posiciones durante tres meses de huelga. Incluso su solución fue parcial al tener todavía el control sobre la sección sindical de Bilbao.[7] Asimismo, en agosto de 1923 impulsaron un conflicto minero en la cuenca minera vizcaína, que inicialmente careció del apoyo de la sección de La Arboleda, y cuyos resultados no fueron en absoluto satisfactorios.[8] En las mismas fechas, coincidiendo con este último conflicto, los comunistas tensionaron la crisis política en el Estado con un conato revolucionario, que derivó en fuertes incidentes en la capital vizcaínaxix. El resultado se va a revelar del todo contraproducente para ellos, al contribuir decisivamente a su debilitamiento y marginación, hasta quedar fuera de las organizaciones ugetistas. Su definitiva expulsión de las mismas se produjo en 1922, tras haber circunscrito su presencia al Sindicato Minero de Bilbao. La última etapa, previa al golpe de Primo de Rivera, demostró el error de esta estrategia, ya que en agosto de 1923 fue detenida casi toda su direcciónxx. Todo ello se vio acompañado por el fracaso de los últimos conflictos huelguísticos que trataron impulsar en Altos Hornos de Vizcaya (AHV) entre otras empresas.[9] Esta crispación pudo contribuir a la falta de credibilidad de su propuesta de “Frente Único”, ofrecida a los socialistas en un acto en Gallarta según los postulados de la III Internacional, cuando además no había cicatrizado la herida de la escisión.[10] En definitiva, frente a la intransigencia revolucionaria de los comunistas, opuestos a las mejoras laborales como muestras de mero reformismo y de colaboración con la burguesía, pudo imponerse finalmente la tendencia negociadora socialista, que asumió el control sobre un sindicato ya de por sí debilitado.[11] Tal como ya se ha apuntado, su delicada situación estribaba en la pérdida de afiliación, debido al creciente paro, la crisis interna y el ya de por sí alejamiento de una gran parte de la clase obrera hacia la organización sindical.[12] Esta cruda realidad fue la expuesta por los delegados de los sindicatos metalúrgicos de Vizcaya y Guipúzcoa de UGT en una reunión realizada en Bilbao poco después del golpe militar de Primo de Rivera.[13]

 

 

[1] En las provincias vascas así lo pusieron en relieve los líderes ugetistas de significación “prietista”, caso de los vizcaínos Constantino Turiel, responsable del sindicato minero, y Juan de los Toyos del metalúrgico, así como del guipuzcoano Enrique de Francisco.

[2] Para el presente trabajo se ha optado, en lo concerniente al relato histórico, por emplear la toponimía existente en el periodo tratado.

[3] Las organizaciones afines o integradas en la UGT, a partir de la década de los años veinte, contaban con casi veinte mil miembros en el País Vasco, mientras que el PSOE tan sólo había alcanzado una afiliación de unos mil afiliados de media por las mismas fechas. MIRALLES, Ricardo. “ La implantación del PSOE en el País Vasco en la II República”. En: Vasconia. Cuadernos de HistoríaGeografía no 8, 1986. Donostia-San Sebastián: Eusko Ikaskuntza; pp. 102-115.

[4] En Archivo General de la Guerra Civil Española (Salamanca), actualmente integrado en el Centro Documental de la Memoria Histórica de Salamanca, sección del P.S. Bilbao, signatura L53, exp 2.

[5] Uno de los incidentes más graves fue el sucedido en abril de 1922 en Gallarta, con motivo de un mitin comunista, que derivó en un tiroteo y la muerte de dos socialistas y varios heridos, entre ellos también dos comunistas. El relato del mismo en La Lucha de Clases, 15 de abril de 1922.

[6] Véase La Voz de Guipúzcoa, del 20 al 25 de enero de 1921.


[7] “Informe que la Comisión de huelga de los metalúrgicos de Vizcaya presenta a la consideración de los delegados del Ministerio de Trabajo y del Instituto de Reformas Sociales”, fechado en junio de 1922. En Archivo General de la Guerra Civil Española (Salamanca), sección del P.S. Bilbao, signatura L242, exp 9.

[8] El planteamiento crítico por parte de la sección sindical de La Arboleda, contraria a la huelga, se puede ver con toda su crudeza en La Lucha de Clases, 11 de agosto de 1923.

[9] Véase la propaganda realizada por el lado socialista, en cuanto a la diferencia de resultados según la diferencia táctica, con huelga por los comunistas y negociación por los socialistas, en La Lucha de Clases, 8 de septiembre de 1923.

[10] Un artículo del órgano socialista así lo dejaba patente: “Nuestras dudas son legítimas (...). Sabido por todos es que son ellos los que más se han caracterizado en denominar santa una escisión en las filas obreras (...). Hoy cuando el mal tiene difícil remedio, cuando los patronos, advertidos de la desunión ambiente, sacan fuerzas de flaqueza, y tratan de asaltar el reducto de la organización; hoy cuando sus anhelos de escisión han sido coronados por un éxito relativo, el suficiente para robar el vigor necesario para toda alta empresa combativa o defensiva, es cuando se dan cuenta de su desastrosa obra, o aleccionados por Moscú, tratan de abrir mayor brecha, más profunda, en esas mismas filas que dicen quieren hermanar en un “frente único”. En “ El Frente Único”. La Lucha de Clases, 28 de enero de 1922.

[11] El Sindicato Metalúrgico de Vizcaya realizó en su memoria de octubre de 1923 una dura crítica contra los procedimientos seguidos hasta entonces por los comunistas, a los que achacaba tanto sus procedimientos clandestinos y violentos como su interés en menoscabar interesadamente a los socialistas. El resultado de todo ello, según su opinión y tal como se ponía en evidencia, era el fracaso de sus acciones. El aspecto que quizás más preocupaba a sus responsables era la presencia de un importante número de trabajadores sin afiliar, pero que podían formular reivindicaciones al margen del sindicato. Véase Memoria del Sindicato Metalúrgico de Vizcaya, La Lucha de Clases, 27 de octubre de 1923.

[12] Véase Memoria de los Comités del Sindicato Obrero Metalúrgico de Vizcaya en 1924. En Archivo General de la Guerra Civil Española (Salamanca), sección P.S. Bilbao, signatura L153, exp 9.

[13] Archivo General de la Guerra Civil Española (Salamanca), sección P.S. Bilbao, signatura L161, exp 2.

 

 

 

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