El mundo es estrecho. Por eso resulta evidente que cada uno de nosotros tiene su parte de responsabilidad por la suerte de este gran mundo y de esta gran Humanidad; creo que el valor de cada vida humana depende en buena medida, precisamente, de su identificación con las penas y las alegrías del prójimo. El orden que impera en el mundo es muy heterogéneo y no en todas las partes, ni mucho menos, justo: cada día mueren de hambre diez mil personas, pues no pueden comprar ni los alimentos de primera necesidad: al mismo tiempo, cada hora se gastan en armamentos treinta y cuatro millones de dólares. Esta es sólo una de las crueldades más evidentes de nuestro mundo, que son muchísimas y cada vez se hacen más patentes. Las calamidades que azotan al mundo de hoy no se pueden explicar al margen de la naturaleza de la sociedad. No existe hambre en abstracto, como tampoco bombas abstractas: la vida y la muerte son cosas muy concretas, presentes, y siempre fueron así.

Ante el triste hecho de que el único producto que abunda en el mundo son los explosivos, resultan aun más convincentes los esfuerzos de nuestro país a favor del desarme, las iniciativas de paz del País de los Soviets. También es un ejemplo social el hecho de que todos saben que en el primer país socialista nadie muere de hambre.

Vitali KOROTICH,

 poeta y escritor soviético

 

UN PROBLEMA QUE PREOCUPA A TODO EL MUNDO

 

Las tristes estadísticas de la ONU muestran que en el mundo cada segundo el hambre se lleva una vida humana. En la década del setenta, tiempos de la revolución técnica y científica, padecen hambre no menos de 200 millones de niños y 400 millones de personas son victimas de la inanición crónica.

La lucha con el hambre es uno de los problemas más acuciantes de nuestros tiempos, que no deja de preocupar a los círculos progresistas de todo el mundo. En el esta involucrada la Organización de las Naciones Unidas, sus organismos especiales y sociales

Pero, ¿es posible vencer el hambre? Como es sabido, ahora la población de la Tierra sobrepasa los 4.000 millones de habitantes y para finales de este siglo habrá crecido hasta los ¡6 mil millones! ¿Será posible alimentar a la Humanidad?

En la Tercera Conferencia Mundial sobre Población organizada por la ONU (Bucarest, 1974) y en las conferencias internacionales sobre alimentación, a esta pregunta se respondió afirmativamente: la Humanidad tiene la posibilidad real de satisfacer plenamente las necesidades de alimentos tanto de la generación actual como de las venideras. Es más, si se duplicase la superficie actual de las tierras laborables y se emplearan la agrotécnica y quimización más avanzadas, tan sólo de las nuevas áreas se podrían obtener adicionalmente productos para un numero de 38 a 48 mil millones más de habitantes.

¿Quien es el culpable, pues, de que en el mundo —y ante todo en los países de Asía, África y América Latina— haya tanta gente que sufre hambre? ¿Donde están las causas de este hecho tan trágico y oprobioso para nuestra civilización?

Algunos científicos burgueses consideran que la Humanidad crece más rápidamente que la producción de alimentos y que se trata de una ley que no estamos en poder de cambiar. Pero este postulado queda desmentido por la experiencia de la URSS y otros países donde impera el socialismo real y donde hace mucho fue resuelto el problema de la alimentación. La historia ha mostrado que en las condiciones de la economía socialista planificada la producción de alimentos agrícolas aumenta en correspondencia con las crecientes demandas de la sociedad.

Hay otros científicos que consideran que la culpa de que cientos de millones de personas vivan hambrientas o desnutridas reside en las inclemencias de la naturaleza, en las catástrofes y en la llamada degradación del suelo.

Ni que decir tiene que, por ahora, el hombre, lamentablemente, no puede poner fin a las sequias ni las lluvias excesivas. Esta clarísimo que el aprovechamiento negligente y, a menudo, bárbaro de la riqueza fundamental del pueblo —la tierra—, socava y destruye la fertilidad de áreas agrícolas, su colosal potencial para alimentar a la Humanidad. La actitud negligente para con los montes, el aprovechamiento irracional y el despilfarro de los recursos hidráulicos, la explotación irreflexiva del suelo, sin suficiente uso de abonos orgánicos y minerales, siempre repercutieron, y seguirán repercutiendo, en el balance alimenticio de diferentes países por separado y de toda la Humanidad, en la batalla contra el hambre.

Lo cierto es que se padece hambre hasta en países donde las cosechas, por regla general, suelen ser buenas, por ejemplo, en Italia, en los Estados Unidos de América, España y Francia. ¿Será verdad que en el planeta donde se cultivan más de 6.000 millones de hectáreas, escaseen los alimentos?

En octubre de 1977 el periódico norteamericano The New York Times, de gran influencia, decía que, considerando las cosechas de cereales obtenidas o a obtener en el hemisferio boreal, las reservas mundiales de alimentos rondan el nivel record y que no cabe duda que el mercado cuenta con una cantidad suficiente de productos alimenticios básicos y de grano forrajero para todo el mundo. Sin embargo —señalaba el diario—, algunos países sentirán escasez de comida, ante todo aquellos que no tienen medios para adquirirlos y transportarlos.

Precisamente aquí esta la raíz del mal: ¡el hambre que azota a millones de hombres de nuestro planeta no es un fenómeno de origen biológico sino puramente social!

El análisis llevado a cabo en la Conferencia Mundial de la Alimentación, en Roma en 1974, confirmo que las causas del hambre no hay que buscarlas en la "explosión demográfica", ni en el deterioro de la naturaleza, ni en las fluctuaciones coyunturales del mercado, sino en los fenómenos económicos, sociales y políticos.

La cuestión del hambre no se puede abordar al margen de los derechos reales de que disfrutan los ciudadanos de tal o cual país. Alii donde se respeta efectivamente el derecho al trabajo, o sea, donde cada uno tiene garantizado el trabajo y, por lo tanto, un salario permanente, donde el Estado se rige en su política económica por los intereses del pueblo, allí se resuelve simultáneamente un problema tan agudo como es el del hambre, la subalimentación, la miseria.

El problema de la alimentación se puede resolver y, además, pronto: en la vida de una generación. Que esto no son meras palabras sino un hecho lo confirma la experiencia de la Unión Soviética.

Ninguno de los doscientos sesenta millones de habitantes de la URSS siente escasez de comida, independientemente si la zona geográfica en que se encuentra la ciudad, el pueblo o la aldea en que vive es o no apta para el cultivo de alimentos. Según datos de la ONU la URSS ocupa uno de los primeros puestos del mundo por la cantidad de calorías en la dieta alimenticia de sus habitantes.

Pero no siempre fue así.

  

"ENFERMEDAD CRONICA DEL PUEBLO"

 

Ahora, muy de vez en cuando se recuerda —y valdría la pena hacerlo más a menudo—, que el hambre generalizada y las epidemias que la acompañaban fueron fenómenos propios de la vida económica de Rusia hasta que en su agricultura no se llevaron a cabo transformaciones socialistas. En el siglo XVIII hubo 34 años de hambruna; en el XIX, más de 40 y en los primeros años del siglo XX, hasta 1917, se dieron 7 anos de hambre general. Según palabras del profesor Tarasévich, el "país siempre padeció la enfermedad crónica "del pueblo": la inanición".

Una de las más violentas hambres que conoció Rusia fue la de 1891. A resultas de una desastrosa cosecha que afecto a un colosal territorio, desde el Mar Negro hasta los Urales, a casi toda la población campesina, unos 40 millones de habitantes, le falto lo más mínimo para llevarse a la boca.

Ello no se debía sólo a fenómenos climatológicos, aunque es verdad que muchas regiones rurales de Rusia se encontraban, y se encuentran, en lo que se llama zonas de agricultura arriesgada, o sea, zonas afectadas sistemáticamente por sequias.

Antes de la revolución, los campesinos pobres —los propietarios de poca tierra y los que carecían completamente de ella—, constituían la abrumadora mayoría de la población rural de Rusia. En el mejor de los casos lograban abastecerse de cereales durante cinco o seis meses al año. Como regla, aparte de que disponían de minifundios, eran las menos fértiles, pues las mejores tierras pertenecían al zar, a la familia real, a la aristocracia terrateniente y a la burguesía rural, los kulaks. Una familia latifundista venia a tener la misma tierra que 300 familias campesinas. Generalmente, los campesinos cultivaban la tierra con aperos rudimentarios. En 1910, por ejemplo, había un arado de madera por cada dos haciendas campesinas y uno de hierro por cada diez. Incluso el Ministerio zarista de Asuntos Interiores se vio obligado a confesar en 1908 que el "peligro de morir por hambre lo corre cada año un considerable numero de agricultores de Rusia".

Decenas de millones de pobres del campo y de la ciudad padecían hambre y, al mismo tiempo, la Rusia de antes de la revolución era un gran exportador de trigo. Así, por ejemplo, la hambruna de los años 1911 y 1912 no impidió a los mercaderes exportar al extranjero 13,5 millones de toneladas de cereales al año, o sea aproximadamente la quinta parte de la cosecha media. Precisamente por aquellos tiempos Rusia logro su record en exportaciones: le correspondía la cuarta parte de las exportaciones mundiales de cereales.

La Rusia hambrienta suministraba pan y mantequilla a la Europa harta, los terratenientes ricos se enriquecían aun mas, mientras que unos 30 millones de sus compatriotas no lograban matar el hambre ni siquiera con sucedáneos de pan. Se daba preferencia al ganado sobre los hombres: en ese mismo año de 1911 el Gobierno concedió a los ganaderos de Siberia considerables prestamos (30 rublos por vaca) para mantener al mismo nivel la exportación de mantequilla siberiana. Los prestamos destinados a la alimentación de las personas, además de ser míseros, se daban a corto plazo y, en definitiva, sólo conducían a un mayor endeudamiento de los campesinos. El préstamo que recibía el campesino en un año de encarecimiento del trigo, debido a la sequia, lo podía devolver, naturalmente, sólo en un año de buena cosecha, cuando el precio del trigo bajaba. Prácticamente, resultaba que por kilo de grano comprado en un ano de hambre, el campesino, para saldar la deuda, tenía que pagar el precio obtenido por 3 ó 4 kilogramos, así que los pequeños campesinos cada vez se endeudaban más.

La guerra mundial desencadenada en agosto de 1914 entre las dos coaliciones imperialistas —Inglaterra, Francia y Rusia, de una parte, y Alemania, Austria y Turquía, de otra—, agregó más miseria al hambre que sufrían decenas de millones de personas. En Rusia, la contienda sustrajo a la vida laboral cerca de 20 millones de hombres, incorporados a filas. Su gran mayoría eran campesinos. Como consecuencia, se redujeron las superficies de siembra y la producción agrícola.

Al tercer año de guerra, el problema del abastecimiento del país, incluida la capital, Petrogrado, adquirió dimensiones catastróficas. El transporte ferroviario trabajaba con grandes irregularidades, cada vez se reducía más el suministro de productos a las ciudades. A la población no le llegaba siquiera el mínimo de alimentos del racionamiento establecido por el poder estatal.

En febrero de 1917 en Rusia estallo la revolución, que derroco a la autocracia zarista; la burguesía tomó el poder. Al derrocar al zarismo, los trabajadores luchaban por la paz, el pan y la libertad. El Gobierno Provisional burgués no cumplió, ni pensaba cumplir, esas exigencias del pueblo, puesto que ni expresaba ni defendía sus intereses, sino los de la burguesía urbana y de los terratenientes. El campesinado, que constituía el 80 por ciento de la población, exigía la reforma agraria, pero el Gobierno burgués no quería ni oír hablar de ella. Tampoco alivio la situación de los obreros.

El nuevo Gobierno no hizo nada para evitar la catástrofe económica que amenazaba a Rusia. En realidad, continuaba la política de la autocracia derrocada por la revolución, sólo que sin zar.

Continuaba la guerra imperialista. Se agravaba la situación del pueblo. Crecía el desbarajuste económico. El hambre amenazaba al país: en septiembre y octubre de 1917 los obreros de Moscú y Petrogrado recibían al día menos de doscientos gramos de pésimo pan. Ya no sólo pasaban hambre los obreros, los campesinos pobres y los braceros, sino también los 10 millones de soldados que permanecían en el frente.

Eso no impidió al Gobierno enviar a sus aliados occidentales 50 millones de quintales métricos de grano. Para continuar la guerra pedía empréstitos a Inglaterra, Francia y EE.UU., con lo cual el país quedaba cada vez más sojuzgado al imperialismo occidental y se veía ante el peligro de perder por completo la independencia.

Solo la revolución socialista podía llevar al país la salvación y el renacimiento

 

DIFICIL PRINCIPIO

 

El Poder soviético, implantado a raíz de la Gran Revolución Socialista de Octubre de 1917, recibió del régimen anterior una herencia pésima y necesito varios años para deshacerse de ella.

El primer acto legislativo del poder popular fue la promulgación de los decretos sobre la paz y la tierra. El Estado de obreros y campesinos llevo a cabo la reforma agraria más revolucionaria y democrática de la historia de la Humanidad. De su cumplimiento se ocuparon los comités agrarios constituidos por los propios campesinos y que en su actividad se regían por los mandatos de las asambleas de campesinos. Con este acto histórico empieza la lucha del Poder soviético contra el hambre.

 

 

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