Categoría: SAÑA Heleno
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SUMARIO

Primera Parte: La cultura burguesa
I. El triunfo de la burguesía
II. La ideología burguesa: sus orígenes y fundamentos
III. Cultura burguesa y trabajo utilitario
IV. La funcionalización del hombre
V. El fenómeno de la técnica
VI. Técnica y clases 
VII. El obrero como consumidor
VIII. Cultura burguesa e incomunicación humana
IX. Burguesía y cultura respetable
Segunda Parte: La cultura antiproletaria
 I. Cultura de élites
II. Cultura de élites y dominio de clase
III. Los profetas de la anticultura
IV. La cultura fascista
V. El "American Way of Life"
VI. La cultura soviética
Tercera Parte: La cultura proletaria
I. Cómo surgió el proletariado
II. La cultura proletaria
III. Aspectos negativos del movimiento obrero
IV. El proletariado del Tercer Mundo
V. Hacia un nuevo sindicalismo

 

Las páginas que siguen constituyen una ampliación y reelaboración del ensayo que, bajo el mismo título de "Cultura proletaria y cultura burguesa", fue publicado en mayo de 1971 en la revista "índice", de Madrid. Tras la aparición de la versión original en "Índice", la Editorial Zero tuvo la gentil idea de proponerme una profundización de mi artículo en forma de monografía para una de sus colecciones, gentileza, que agradezco sinceramente desde aquí.

 

Ei término de "cultura", que desempeña una función esencial en este, trabajo, es empleado por nosotros no en sentido restringido, como expresión de saber o erudición, sino en sentido integral y sintético, como sinónimo de actitud vital, de modo de ser, de idiosincrasia o moral.

EL AUTOR

 

 

PRIMERA PARTE. LA CULTURA BURGUESA

 

"Pues una cultura no es sólo un cuerpo de trabajo intelectual e imaginativo; es también y esencialmente un sentido total de la vida."

(RAYMOND WILLIAMS,

Culture and Society).

 

 

EL TRIUNFO DE LA BURGUESÍA

 

Desde hace varios decenios, el mundo occidental está asistiendo a un eclipse paulatino de la cultura y el modo de ser proletarios. Mientras en los países del Tercer Mundo surgen actitudes humanas, sociales y políticas análogas hasta cierto punto al estilo de vida que predominó entre la clase obrera en la segunda mitad del siglo XIX y en el primer tercio del siglo XX, en las naciones técnicamente más avanzadas de Europa y Norteamérica se registra un abandono casi total de las formas de ser cristalizadas en el seno del proletariado durante el período heroico de la lucha de clases.

Esta crisis de los valores proletarios en los países de "vanguardia" va unida a un triunfo cada vez más visible de las formas de cultura burguesas. La civilización burguesa ha penetrado, con escasas excepciones, en todos los ámbitos del planeta, es un fenómeno que afecta, directa o indirectamente, a toda la Humanidad. Incluso las zonas del globo que por sus estructuras primarias y modos de vida tradicionales no pueden considerarse todavía como específicamente burguesas, intentan asumir, en la medida de lo posible, el mismo tipo burgués de cultura vigente en los países industrialmente avanzados.

La cultura burguesa se ha convertido en un monstruo de mil cabezas que invade con sus tentáculos los puntos más remotos del planeta, en el "despotes" o "kybemetes" que rige los destinos del mundo. Todo ha sido destruido o está a punto de serlo: el arquetipo humanista greco-latino, el hombre religioso de la Edad Media, el hombre universal del Renacimiento y el "noble salvaje" descubierto por la literatura romántica de fines del siglo XVIII. La civilización burguesa, montada sobre los valores del trabajo utilitario, la pura eficacia y el espíritu de lucro, es necesariamente invasora: su destino es el de someter bajo su dictado todo vestigio de vida natural y espontánea. Para decirlo en la terminología marcusiana: "No hay más que una dimensión, que existe en todas partes y bajo todas las formas"[1] El mundo impuesto por la burguesía tiende a transformarse en un espacio cerrado y asfixiante como el "huis clos" de Sartre.

A pesar de que objetivamente la sociedad capitalista actual no ha dejado de ser una sociedad de clases, los grupos asalariados mejor acomodados se están dejando conquistar casi completamente por una idiosincrasia ajena a su origen: la idiosincrasia burguesa. Una gran parte de los obreros y empleados de Europa (no solamentede la Europa capitalista) y de Norteamérica han adoptado una mentalidad parecida a la de sus amos y señores. La antinomia hegeliana entre el "Herr" y el "Knecht", entre el amo y el siervo, es cada vez menos clara, menos rotunda y precisa. Masas ingentes de asalariados se están mostrando incapaces de imponer a la burguesía su propia "Weltanschauung" e imitan servilmente un estilo de vida creado por aquélla. A los obreros les ha ocurrido lo que había temido Sorel:

"Es necesario que al proletariado no le suceda lo que ocurrió a los germanos que conquistaron el Imperio Romano: que tuvieron vergüenza de su barbarie y se pasaron a la escuela de los autores de la decadencia latina".[2]

Entre la capa de privilegiados que domina hoy los resortes del poder económico, político y social y los sectores de obreros, empleados y técnicos mejor retribuidos existen diferencias cuantitativas enormes, pero su conducta cualitativa, como seres humanos y entes sociales, es homologa, casi idéntica. Ambos grupos acarician los mismos sueños, creen en los mismos fetiches y aspiran a la misma vida banal. Las diferencias de clases subsisten, pero la mentalidad tiende a uniformarse, a esquematizarse, a estandarizarse, a convertirse en "nomos" universal. La escala de valores no es divergente, sino convergente.

La vieja lucha entre proletariado y burguesía ha sido ganada, en los países industrializados de occidente, por la burguesía. El hecho de que las clases dirigentes hayan tenido que hacer concesiones de detalle a la clase obrera, no afecta a la vigencia de esta realidad primaria. El triunfo de una clase sobre otra no se manifiesta únicamente por el predominio económico ejercido por ella sobre los demás grupos sociales, sino, sobre todo, por la capacidad que esa clase demuestra en imponer su propio estilo de vida y sus propios valores al resto de la población. La victoria de una clase no es solamente un acontecimiento económico, sino también ético y estético.

Aun en el supuesto teórico de que los sindicatos actuales lograsen equiparar los ingresos de los asalariados a los de los estratos dirigentes, sin completar esta revolución socioeconómica con una radical transformación de los valores imperantes en la sociedad capitalista, la situación creada por ellos no perdería su carácter esencialmente burgués. Una revolución que no vaya acompañada de una revolución cultural y humana deja de ser una revolución. Para decirlo con las palabras de Che Guevara:

"No puede existir socialismo si en las conciencias no se opera un cambio que provoque una nueva actitud fraternal frente a la humanidad, tanto de índole individual, en la sociedad en que se constituye o está constituido el socialismo, como de índole mundial en relación a todos los pueblos que sufren la opresión imperialista”.[3]

Sobre la estructura de las clases están circulando en las últimas décadas conceptos especialmente romos y sobados, extraídos en su mayor parte de categorías puestas en circulación por la sociología decimonónica, de carácter más cientista y mítico que verdaderamente científico. A partir del momento en que un asalariado asume el estilo de vida de la burguesía —aunque sea a nivel cuantitativo más modesto— deja subjetiva y fácticamente de oponerse a la clase burguesa. Y como ésta es precisamente hoy la actitud media del asalariado de los países de "alto consumo", resulta que está desapareciendo casi plenamente una conciencia proletaria hostil a la burguesía. Existe la nostalgia de igualar el nivel de vida de las clases altas, pero no la de sustituir el tipo de cultura aportado por la burguesía. Lo decisivo es que hoy triunfa, en toda la línea, el modo de ser burgués: materialismo, individualismo, insolidaridad, culto al dinero y al despilfarro, hedonismo, banalidad, dureza, sordidez, espíritu de cálculo, afán de prestigio y una profunda hipocresía camuflada detrás de un repertorio estereotipado de fórmulas convivenciales de "buen tono". (La urbanidad superficial como sustituto de la verdadera cultura, que ha de ser siempre una cultura "del alma", interior)

La civilización burguesa ha asimilado ciertamente algunos valores originariamente mutualistas (los seguros sociales, el subsidio de paro, las vacaciones retribuidas y otras mejoras por el estilo), pero sin renunciar a ninguno de sus postulados fundamentales. Todo lo importante es hoy, en los países de capitalismo avanzado, burgués: el tipo de producción, la organización social, la cultura, la moda, los tinglados burocráticos, el consumo; el caos general, los hábitos mentales y la frivolidad ambiente. Lo antiburgués es minoritario, está a la defensiva, debatiéndose desesperadamente contra el encanallamiento general

 

 

LA IDEOLOGÍA BURGUESA: SUS ORIGENES Y FUNDAMENTOS

  

El capitalismo no es solamente un movimiento económico, sino que desde el primer momento estuvo dotado también de un cuerpo de doctrina cultural, ideológico y político. Las formas de producción capitalistas destruyeron no sólo las estructuras básicas de la sociedad feudal, sino que prepararon asimismo las revoluciones políticas e ideológicas modernas. Ambos fenómenos se condicionan e implican mutuamente, formando un todo indivisible. De todos modos, la correlación entre base económica y superestructura (ideología, cultura, ética, etcétera) no se ha desarrollado como un proceso cohesivo, paralelo, convergente; el espíritu burgués-capitalista surgió ya en el seno de formas políticas y religiosas feudales y, a la inversa, el advenimiento de formas políticas nuevas arrastró a veces durante mucho tiempo modos de producción anacrónicos.

En Holanda —que Marx llamó "la nación capitalista modelo"—, la revolución burguesa se desarrolló en el período situado entre 1566 y 1609; en Inglaterra se impuso a partir de 1688; en Francia tomó carta de naturaleza durante la revolución de 1789, y en Alemania, España y otros países a lo largo del siglo XIX. Estas revoluciones (que no siguieron un ritmo lineal y conocieron reveses y zigzags) rompieron con la hegemonía de la nobleza y del clero e inauguraron la fase histórica de la dominación burguesa. Como todas las grandes revoluciones, la burguesa apareció como un movimiento universal, como la expresión de una doctrina cósmica situada más allá de los particularismos étnicos y geográficos. Su base jurídico-ideativa fue la propiedad privada, la libertad del individuo, la igualdad del hombre ante la ley y la democracia como forma de gobierno, aunque en muchos países el triunfo burgués no condujo a un derrocamiento de la monarquía, sino únicamente a una reforma de la misma.

La ética o concepción de vida burguesa se expandió pronto a las zonas centrales del globo, pero fue en los países más influenciados por el protestantismo donde adquirió sus formas más puras y agresivas: Holanda, Inglaterra, Alemania, Norteamérica, Francia, etc. Max Weber ha demostrado la íntima conexión existente entre el desarrollo del capitalismo y el triunfo de la doctrina de Lutero y Calvino:

"Es un hecho que los protestantes han mostrado una inclinación específica hacia el racionalismo económico... que no se ha dado ni se da de modo parecido entre los católicos”.[4]

En los países en que se mantuvieron las formas religiosas tradicionales —el catolicismo, la religión musulmana, hinduismo, budismo— la ética burguesa siguió un desarrollo mucho más lento.

Fue también en los países protestantes donde surgieron los teóricos más importantes del capitalismo burgués: William Petty (1623-1687), John Locke (1632-1704), Adam Smith (1723-1790), David Ricardo (1771-1823), Benjamín Franklin (1706-1790), Alejandro Hamilton (1757-1804) y otros muchos menos conocidos.

 William Petty fue el fundador de la economía clásica inglesa. Petty partía de la idea de la inviolabilidad de la propiedad privada y aceptaba como natural la división entre pobres y ricos. Con ello, la moral y la Justicia eran subordinadas a la facticidad económico-social, que  ......................

 

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