PROLOGO

 

El interés por conocer las bases de la economía política marxista se acrecienta constantemente. Un índice de ello es la sostenida concurrencia que asiste a los numerosos cursillos de Introducción a esa ciencia que vienen dictando en nuestro medio, ante un público por lo general heterogéneo que, en la mayoría de los casos, acaba de finalizar una intensa jornada de labor y no posee conocimientos previos del tema. Tales cursos buscan ser útiles incluso para quienes no cuentan con tiempo para complementarlos con la lectura individual de la bibliografía recomendada. Además, el objetivo debe resolverse en un número limitado de clases en corta extensión horaria.

Si bien existen en nuestro idioma numerosos manuales marxistas de economía política, ninguno de ellos satisface las exigencias expuestas. Por tal motivo, el autor se propuso la publicación del presente texto, que ha sido utilizado ya como guión en repetidos cursos de Introducción a la Economía Política. Tales cursos se han dictado en dos niveles. El primero estudia el objeto de la economía política, sus categorías fundamentales y las leyes del capitalismo tal como rigen durante su etapa pre-monopolista. El segundo nivel estudia la concentración del capital, la generalización de los monopolios, el imperialismo, el capitalismo monopolista de estado y la crisis general del sistema.

La experiencia indica que los cursos deben ser sintéticos y sencillos. La exposición en cada clase no debe exceder los cincuenta minutos y girar alrededor de un concepto central (o a lo sumo de dos), que debe ser anunciado previamente como tema del día. Los diversos tópicos que se expongan, las digresiones, ejemplos, gráficos, etc. deben tener como objeto la mejor comprensión del tema básico: deben actuar a modo de afluentes. Concluida la exposición central, es conveniente la participación activa de la concurrencia, lo cual puede lograrse proponiendo la discusión colectiva de un cuestionario hecho conocer previamente. Esta tarea puede abarcar hasta una hora, por lo cual cada clase tendría una duración aproximada de dos horas. A efecto del debate, se ha ensayado con éxito agrupar a los asistentes en equipos alrededor de diez integrantes. Ello es posible si se cuenta con cierto número de auxiliares docentes.

 

La presente edición cubre el guión del primer nivel. En una publicación posterior se dará a conocer el texto del segundo nivel.

Es sabido que, para quien se inicia en el estudio de la economía política, la etapa más ardua es el comienzo. El novel estudiante debe elevarse a un plano de alta abstracción, romper moldes, imágenes y conceptos de la apariencia a los que está habituado, y penetrar en el mundo de la esencia. Debe asimilar que, en muchos casos, la verdad es la antítesis de lo que conocía y aceptaba.

La experiencia viva de su aplicación en cursos ya realizados, ha evidenciado que el texto que ofrecemos ayuda a resolver estas dificultades. Creemos, por lo tanto, que puede ser útil para las instituciones que organicen cursos y seminarios de Introducción a la Economía Política, así como para quienes deseen estudiarla individualmente.

Agosto, 1974

 

Capítulo Primero:

 

CIENCIA ECONÓMICA E IDEOLOGÍA

 

La economía es la ciencia más discutida, más ligada a la vida cotidiana. Temas como precios, salarios, ocupación, inflación, crisis, preocupan y afectan a todos. Pero la economía, pese a su popularidad, no entrega fácilmente sus verdades a la comprensión del hombre común.

El objetivo de toda ciencia es desentrañar las leyes que rigen los fenómenos de la realidad, para lo cual debe desgarrar los velos que cubren su esencia, abandonar la superficie e investigar lo profundo. Esta tarea es particularmente necesaria y difícil en el campo de la economía porque, en sus dominios, es frecuente que la apariencia oculte la esencia de los fenómenos, que aparenten ser lo contrario de lo que realmente son. De ahí que sea imposible comprender, sin conocimientos previos, la raíz de los problemas que se discuten a diario. Consideramos que ello justifica sobradamente nuestro intento de popularizar las bases fundamentales de la ciencia económica, abrir un sendero que nos interne en lo profundo de ese ámbito, a la vez tan cotidiano y tan misterioso.

 

¿Qué significa la palabra economía? Este término deriva de los vocablos griegos oikos (orden) y nomos (casa). Literalmente, orden en la casa, o sea, buena administración doméstica. Cuando la idea se traslada del ámbito familiar al ámbito social, entramos al terreno de la economía política (polis, ciudad)
La economía política estudiaría, pues, la mejor administración de la cosa pública, la mejor utilización de los recursos de la sociedad. Hasta aquí pareciera no existir dificultad alguna. ¿Y en la práctica?

Imaginemos que un importante grupo financiero, utilizando ampliamente el crédito bancario, instala una cadena de hoteles de gran lujo. El negocio resulta excelente, los hoteles trabajan a pleno y la empresa obtiene altos beneficios. He aquí un ejemplo de utilización de los recursos sociales, recaudados primero por bancos y puestos luego en acción a través del crédito.

Esta utilización del ahorro nacional ¿es buena o es mala desde el punto de vista económico? Es buena —opinarán indudablemente los dueños de esos hoteles y sus acaudalados clientes—. Pero hagamos igual pregunta a las organizaciones que agrupan a centenares de miles de habitantes de las villas de emergencia. Ellas nos dirán, seguramente, que los recursos disponibles no deben destinarse a la financiación de hoteles o departamentos de lujo, sino a la edificación de viviendas populares. Eso no es posible —responderán a su vez los empresarios de la construcción—; si los sectores modestos no tienen capacidad adquisitiva ¿quién nos compraría esas viviendas?

 

A esta altura del debate se oye la voz de los trabajadores:

—lo que hace falta es un aumento general de salarios, que vigorice el mercado interno. Con un pueblo pobre la industria y el comercio no pueden desarrollarse.

—¡Absurdo! —claman los economistas del Fondo Monetario Internacional y los altos ejecutivos—. Hay que reducir los salarios para bajar los costos, estabilizar la moneda y capitalizar las empresas; sólo así habrá inversión y desarrollo económico.

Hagamos alto. Creíamos que explicar el significado de “economía política” sería tarea fácil, y he aquí que nos encontramos metidos en camisa de once varas. ¿Cómo puede una ciencia determinar “la mejor administración de los recursos de la sociedad” si en ella conviven intereses contrapuestos? Si lo que es bueno para unos es perjudicial para otros, cada cual defenderá que su verdad será la verdad.

 

La economía, como toda ciencia social, es ideológica. No hay persona alguna capaz de estudiar economía política prescindiendo de su ideología. Nadie, lo quiera o no, vive en sociedad sin estar impregnado de unas u otras ideas, conceptos, creencias, sentimientos, intereses y “verdades”. No se puede residir en la Tierra y estudiarla como habitante de otro planeta.

Si no puedo desprenderme de mi ideología, ¿cómo ser rigurosamente científico en el estudio de las ciencias sociales? ¿Cómo lograr una objetividad absoluta? Sólo tengo una posibilidad: que mi ideología no esté en pugna con la verdad objetiva. Pero, ¿quiénes gozan de esta enorme ventaja?

Sabemos que el movimiento, o sea el cambio constante, es una ley inexorable, que rige tanto en la naturaleza como en la sociedad. En materia económico-social, esta ley perjudica a quienes disfrutan de una posición privilegiada dentro del estado de cosas existentes que no quieren perder.

La ciencia económica, al reflejar la realidad, recoge en sus leyes el dinamismo social y pone en evidencia la inevitabilidad de los cambios. Esta verdad objetiva aterroriza a las clases dominantes, que tratan de ignorarla u ocultarla; su ideología, al apartase de la verdad, se opone a la ciencia.

Los economistas burgueses hacen la apología del capitalismo y niegan que ese sistema, como todo fenómeno social, sea transitorio históricamente. Por tal motivo, hace mucho que la economía burguesa abandonó el terreno de la ciencia. Se dedica, a lo sumo, a investigar técnicas necesarias para las empresas o el estado capitalista, útiles para parchear el sistema o para postergar su reemplazo. Navega por la superficie de los fenómenos sin atreverse a sondear las aguas profundas.

La clase trabajadora, desposeída, nada tiene que perder ni ocultar. Para ella, el conocimiento de las leyes de la sociedad (y por ende de la economía), constituye una herramienta indispensable para comprender la realidad social y esforzarse por cambiarla en el sentido de los intereses generales.

 

Leyes de la naturaleza y de la sociedad

 

Llamamos ley a una conexión forzosa de los fenómenos, que surge de sus peculiaridades fundamentales, es decir, de su esencia. Es una regularidad; es lo estable, lo idéntico, lo que se repite siempre y cuando las condiciones sean las mismas. El agua conservará su estado líquido entre cero y cien grados, a condición de que la presión sea la normal (760 mm).

La acción del hombre no es una condición necesaria para que actúen las leyes de la naturaleza; la tierra girará alrededor del sol, aunque la Iglesia encarcele a Galileo. Las ciencias de la Naturaleza descubren y estudian estas leyes naturales.

En cambio, las leyes de la sociedad no pueden actuar por sí mismas y operan a través de la actividad humana. Las Ciencias Sociales estudian las relaciones estables, obligadas, que se establecen entre los hombres en determinadas condiciones. Si las acciones del hombre dependen de su conciencia y de su voluntad, ¿cómo pueden surgir de ellas leyes objetivas, es decir, relaciones humanas necesarias, permanentes, que existen aunque nadie las conozca? Ello sucede porque, en esencia, las ideas de los hombres, sus deseos, su voluntad, están condicionados por las circunstancias en que les toca vivir. Su vida, su realidad, determinarán su conciencia, sus propósitos, su actuación. Ante una situación que se repita, su “libre voluntad” lo inducirá a actuar, básicamente, de la misma manera. Quiere decir que, mientras se mantengan determinadas condiciones materiales de existencia, ellas crean respuestas regulares, estables en la conducta de los hombres. Ello da lugar a que surjan las leyes sociales.

 

Supongamos que Juan, un leñador, se ocupa de cortar leña mientras Diego elabora pan. Como ambos son hombres libres, lo hacen de acuerdo con su voluntad y su conciencia. Pero Juan necesita pan y Diego necesita leña. Juan, en uso de su libre albedrío, venderá su leña en el mercado y comprará pan; Diego venderá pan y comprará leña. Ambos querrán siempre vender caro y comprar barato; sus intereses y por tanto sus deseos entrarán en choque. De estas conductas contrapuestas surgirá un resultado que no será ni lo que se proponía Juan ni lo que esperaba Diego. Dicho resultado es, por tanto, independiente de la voluntad de Juan o Diego, y se repetirá mientras exista la economía mercantil. De los actos contradictorios y repetidos de una multitud de compradores y vendedores surge un resultado diferente al que se proponían conscientemente cada uno de ellos: nace una importantísima ley de la sociedad mercantil, llamada “ley del valor” que estudiaremos en el próximo capítulo.

Las leyes de la sociedad son objetivas, existen y actúan aunque los hombres no las conozcan ni las deseen. Siendo así, ¿estamos condenados a ser prisioneros de esas leyes?

La humanidad no puede cambiar las leyes naturales, pero al descubrirlas, puede utilizarlas en su beneficio, puede domesticar el fuego, obligar a un río a proporcionar energía eléctrica, etc.

Análogamente, si conoce las leyes de la sociedad, puede también encauzarlas a fin de lograr los fines que se propone, en vez de ser juguete de su acción espontánea.

Durante el curso de la historia, las leyes sociales, desconocidas por los seres humanos, actuaron ciegamente.

 

“Las leyes de su propia actividad social, que hasta aquí se alzaban frente al hombre como leyes naturales extrañas, que lo sometían a su imperio, son aplicadas ahora por él con pleno conocimiento de causa, y por lo tanto, dominadas por él, sometidas a su poderío. La propia existencia social humana, que hasta aquí se le enfrentaba impuesta por la naturaleza y la historia es, a partir de ahora, obra libre suya. Los poderes objetivos y extraños que hasta ahora venían imperando en la historia se colocan bajo el dominio del hombre mismo. Sólo a partir de este momento el hombre comienza a trazarse su historia con plena conciencia de lo que hace. Y sólo a partir de este momento las causas sociales puestas en movimiento por él comienzan a producir predominantemente y cada vez en mayor medida, los efectos apetecidos. Es el salto de la humanidad del reino de la necesidad al reino de la libertad”

(F. Engels, Anti Dühring)

 

Si bien el hombre es producto de las circunstancias, puede humanizar las circunstancias.

 

Las categorías de la economía política

 

La economía política, como toda ciencia, ha formulado una serie de categorías. Son conceptos generales que reflejan el desarrollo y las propiedades fundamentales de los fenómenos económicos. Cada categoría es una conquista, una profundización del conocimiento y la interpretación de la realidad objetiva.

Es imposible adentrarnos en el estudio de la economía sin esclarecer previamente el significado de una serie de categorías[∗]. Trataremos de hacerlo.

∗ Las categorías económicas son conceptos lógicos, abstracciones teóricas que representan o expresan la esencia de los fenómenos económicos. Como ejemplo de categorías pueden citarse: capital, precio, trabajo, demanda...

 

Si observamos cómo Juan derriba árboles en el bosque, nos encontramos con dos elementos:

 

1— El hombre que trabaja

2— El objeto de trabajo (En el ejemplo anterior es un bien de la naturaleza: árbol). Si posteriormente un carpintero elabora madera aserrada, el objeto de su trabajo ya no sería el árbol directamente (materia bruta), sino la madera procedente del árbol (materia prima). Así pues:

El objeto de trabajo es una materia sobre la que se aplica la actividad del trabajador para transformarla en otra cosa. El objeto de trabajo puede ser:

a) la materia bruta, que es la que se encuentra en la naturaleza antes de ser manipulada (vg. el árbol), o bien

b) la materia prima, que es la que ya ha sufrido alguna manipulación (vg. la madera del árbol transformada en tablas para hacer muebles).

 

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