Categoría: CROIX, G.E.M. de Ste
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PREFACIO

 

Nuestra pretensión es que el texto de esta obra vaya principalmente dirigido no sólo a los historiadores de la Antigüedad y a los estudiosos de Clásicas, sino también, y en especial, a los historiadores de otros períodos, a los sociólogos, teóricos de la política y estudiosos de Marx, así como al «lector corriente». El uso de textos en griego y de algunos en latín, fuera de algunas breves citas, queda reservado a las notas y apéndices.

Por lo que sé, se trata del primer libro en inglés, o en cualquier otra lengua que esté yo en condiciones de leer, que empieza explicando los rasgos centrales del método histórico de Marx y definiendo los conceptos y categorías que dicho método implica, para pasar a continuación a demostrar que estos instrumentos de análisis pueden utilizarse en la práctica a la hora de explicar los principales acontecimientos, procesos, instituciones e ideas que prevalecieron en determinados momentos durante un largo período histórico, a saber, los mil trescientos o mil cuatrocientos años de mi «mundo griego antiguo» (sobre este punto, véase I.ii)Esta disposición implica un cruce de referencias bastante frecuente. Tal vez algunos, interesados mayormente en la metodología y en un tratamiento de tipo más «teórico», sincrónico, de los conceptos e instituciones (presente sobre todo en la primera parte), echen de menos unas referencias específicas a los pasajes que más les interesen, situados tanto en otras secciones de dicha primera parte como en el tratamiento más diacrónico que hacemos en la segunda. De la misma manera, los historiadores, cuyos estudios se interesen sólo por alguna parte de la totalidad del período aquí tratado, necesitarán en ocasiones ciertas referencias a la sección especialmente «teórica» de la primera parte, que tiene una particular importancia. Creo que ello quedará claro, si se compara II. iv con V. ii-iii, por ejemplo, o bien I.iii con V.ii, o III.iv con el apéndice II y IV.iii..

Este libro arrancó de las conferencias J. H. Gray de 1972-1973 (tres en total)que pronuncié en la Universidad de Cambridge en febrero de 1973, invitado por la Junta de la Facultad de Clásicas. Me siento especialmente agradecido a J. S. Morrison, presidente del Wolfson College, y después rector de la facultad, y a M. I. (ya sir Moses)Finley, profesor de historia antigua, por toda la amabilidad que conmigo mostraron y las molestias que se tomaron para hacerme grata la experiencia y para asegurar un público numeroso en más tres conferencias.

Las conferencias J. H. Gray fueron fundadas por el reverendo canónigo Joseph Henry («Joey»)Gray, M. A. (Cantab.), J. P., nacido el 26 de Julio de 1856, miembro y classical lecturer del Queen's College de Cambridge durante 52 años, hasta su muerte el 23 de marzo de 1932, a los 75 de su edad. Su entrega al College (cuya historia publicó), a la iglesia anglicana y a la francmasonería (llegó a gran maestre provincial de Cambridgeshire en 1914)se veía igualada tan sólo por sus intereses deportivos: el remo, el cricket y, sobre todo, por el rugby. De 1895 hasta su muerte fue presidente del Cambridge University Rugby Football Club; y cuando dicho club, en atención a su presidencia, le regaló nada menos que la bonita suma deI.000 libras, utilizó tal cantidad en dotar unas conferencias especiales sobre Clásicas en Cambridge, «convirtiendo así a los gladiadores del campo de rugby en patronos de las letras humanas», por citar el obituario, lleno de admiración y afecto, aparecido en The Dial (Queen's College Magazine), n° 71, Easter Term, 1932. Dicho obituario hace referencia a la «vigorosa política conservadora» de Gray, caracterizándolo como «una encarnación casi perfecta de John Bull de toga y birrete». Me temo que hubiera mostrado su enérgica desaprobación a más conferencias y a la presente obra, pero me consuelo con otro pasaje del mismo obituario, que habla de su «sincera benevolencia para todos los hombres, incluso con algunos socialistas y extranjeros».

Este libro supone, naturalmente, un desarrollo muy amplio de las conferencias, y recoge, casi en su totalidad, otros dos artículos, publicados en 1974, a saber: una conferencia sobre «Karl Marx and the history of Classical antiquity», pronunciada en la Society for the Promoción of Hellenic Studies de Londres el 21 de marzo de 1974, y publicada en forma más extensa en Arethusa, 8 (1975), 7-41 (citada aquí «KMHCA»);y otra conferencia, «Early Chistían attitudes to property and slavery», pronunciada en la Conference of the Ecclesiastical History Society, en York el 25 de Julio de 1974, desarrollada asimismo con posterioridad y publicada en Studies in Church History, 12 (1975), 1-38 (citada aquí «ECAPS»). Algunas partes de la presente obra han sido presentadas asimismo en forma de conferencia no sólo en Gran Bretaña, sino también en Polonia (en junio de 1977), concretamente en Varsovia, y también en los Países Bajos (en abril y mayo de 1978), en Ámsterdam, Gröningen y Leiden. Tengo que agradecer a muchos amigos la amabilidad que mostraron conmigo en más visitas a dichas ciudades, en especial a los profesores Iza Biezunska-Malowist, de la Universidad de Varsovia, y Jan-Maarten Bremer, de la de Ámsterdam.

Mi intención era la de publicar las conferencias Gray prácticamente en su forma original, sin añadir apenas más que unas cuantas citas. Sin embargo, los comentarios que me hicieron la mayoría de las personas a las que enseñé los borradores me persuadieron de que, ante la extrema ignorancia del pensamiento de Marx que reina entre la mayoría de los historiadores de Occidente, y especialmente acaso entre los de la Antigüedad (y sobre todo en los del mundo de habla inglesa), tal vez debiera escribir el libro a una escala totalmente distinta. A medida que lo iba haciendo, se iban desarrollando más opiniones y con frecuencia mudé de parecer

Algunos amigos y colegas me hicieron útiles críticas a los múltiples y sucesivos borradores de los capítulos del presente libro. Ya les di las gracias individualmente, y ahora me abstengo de hacerlo de nuevo, en parte dado que la mayoría de ellos no son marxistas y no les gustaría verse citados aquí, y en parte también porque no desearía ser un obstáculo a la hora de recibir encargos para la confección de reseñas, como generalmente les ocurre a aquellos a quienes un autor expresa su agradecimiento general.

He intercalado bastantes referencias fundamentales, aunque breves (sobre todo remitiendo a las fuentes), en el propio texto, procurando ponerlas en la medida de lo posible al final de las frases. En mi opinión ello resulta preferible, en una obra que no va dirigida fundamentalmentea especialista, a la utilización de notas a pie de página, pues la vista pasa con más comodidad por un breve pasaje puesto entre paréntesis, que bajando la mirada al pie de página para luego volverla a subir. Las notas de mayor extensión, dirigidas principalmente a los especialistas, podrán hallarse al final del libro. Esto lo digo en respuesta a los pocos amigos que, al margen del simple conservadurismo oxoniense, han presentado objeciones a la abreviatura de títulos de libros mediante sus iniciales (por ejemplo, «Jones, LRE», en vez de A. H. M. Jones, The Later Roman Empire 284-602), mientras que ellos suelen utilizar dichas abreviaturas para referencias de varios tipos, entre los que se incluyen revistas, colecciones de papiros, etcétera, como por ejemplo JRE, CIL, ILS, PSI, BGU.Las únicas alternativas a mi alcance para incluir citas dentro del propio texto habrían sido o bien utilizar abreviaturas con la inclusión de la fecha o bien con números consecutivos, por ejemplo, «Jones, 1964» o «Jones (1)»; sin embargo, las iniciales permiten en general, creo yo, la información necesaria al lector que o bien conoce ya la existencia de la obra en cuestión o bien la ha visto en la bibliografía adjunta (véanse págs. 762-804), donde se indica el significado de todas las abreviaturas. Debería tal vez añadir que los títulos abreviados con iniciales se refieren a libros cuando van en cursiva, y a artículos cuando no es así.

Las lecturas que he hecho para la confección de este libro han sido necesariamente muy amplias, aunque se han centrado sobre todo en las fuentes antiguas y en los escritos de Marx. Existen, sin embargo, algunas obras «obvias», que me he abstenido de citar, sobre todo libros que tienen un carácter específicamentefilosófico y que se refieren sobre todo a conceptos abstractos más que a «acontecimientos, procesos, instituciones e ideas» (cf. más arriba) realmente históricos, que constituyen la temática del trabajo del historiador. Un ejemplo de ello sería el libro de G. A. Cohen, Karl Marx's Theory of History, A Defence, basado en una pericia filosófica mucho mayor de la que yo puedo disponer, pero con la que me siento de acuerdo; otro es la obra exhaustiva en tres volúmenes de Leszek Kolakowski, Main Currents of Marxism: Its Rise, Growth and Dissolution, que, en mi opinión, ha sido sobrevalorado en gran medida, por grande que sea la precisión con que traza algunos desastrosos desarrollos del pensamiento de Marx que han realizado muchos de sus seguidores.

En una entrevista publicada en The Guardian el 22 de septiembre de 1970, el criminal de guerra nazi, recientemente liberado, Albert Speer afirmaba que en el Tercer Reich «cada ministro era responsable de su propio departamento, y sólo del suyo. La propia conciencia estaba tranquila si se estaba educado para ver las cosas sólo en el propio campo; eso era lo conveniente para todos». Nuestro sistema educativo tiende también a producir personas «que ven las cosas sólo en su propio campo». Una de las técnicas que contribuyen a ello sería la estricta separación entre la «historia antigua» y el mundo contemporáneo. El presente libro, por el contrario, constituye un intento de ver el mundo griego antiguo en relación muy directa con el nuestro, y está inspirado por la creencia en que podemos aprender mucho unos de otros mediante un cuidadoso estudio mutuo

Al hacer la dedicatoria del presente libro quiero expresar mi gratitud por la mayor de las deudas que tengo: a mi esposa, especialmente por el gran humor y paciencia perfectos con los que aceptó mi concentración en la obra durante algunos años y mi desatención a casi todo lo que no fuera eso. Querría también señalar mi agradecimiento a mi hijo Julián por su valiosa asistencia en la corrección de pruebas, y a Colin Haycraft por aceptar la publicación del libro y cumplir dicha tarea con el mayor tacto y eficiencia.

 

G. E. M. S. C.

Septiembre de 1980

 

 

PRIMERA PARTE

I. INTRODUCCION

 

(i) PLAN DEL LIBRO

 

El propósito general que tengo en este libro es primero explicar (en la primera parte) y después ejemplificar (en la segunda) el valor que tiene el análisis general que hace Marx de la sociedad en relación al mundo griego antiguo (tal como lo definimos en la sección ii de este capítulo). Marx y Engels aportaron una serie de contribuciones diversas a la metodología de la Historia y proporcionaron unos cuantos instrumentos que pueden resultar de provecho para el historiador y el sociólogo. Yo, por mi parte, voy a centrarme con amplitud en uno sólo de esos instrumentos, que me parece el más importante y también el más fructífero a la hora de utilizarlo para la comprensión y explicación de determinados acontecimientos y procesos históricos: me refiero al concepto de clasey de lucha de clases.

En la sección ii de este primer capítulo establezco como interpreto la expresión «el mundo griego antiguo» y explico el significado de los términos que utilizaré para los períodos (comprendidos entre el 700 a.C. aproximadamente y mediados del siglo VII d.C.) en que puede dividirse la historia de mi «mundo griego». En la sección iii procederé a describir la división fundamental entre polis ychõra (ciudad y campo), que tan importante papel desempeña en la historia de Grecia a partir de la época «clásica» (que acaba aproximadamente a finales del siglo IV a.C.), período al que se limita, de modo bastante absurdo, la idea que muchos tienen al hablar de «historia de Grecia». En la sección iv hago una breve reseña de Marx como estudioso de las Clásicas, destacando la falta casi total de interés por las ideas marxistas que, desgraciadamente, caracteriza a la gran mayoría de los especialistas en la Antigüedad clásica en el mundo de habla inglesa. Intento asimismo desterrar ciertos tópicos y concepciones erróneas que corren acerca de la actitud de Marx ante la historia; a este respecto comparo su actitud con la de Tucídides

El capítulo II trata de «clase, explotación y lucha de clases». En la sección i explico la naturaleza y los orígenes de la sociedad de clases, tal como entiendo yo el término. Establezco asimismo lo que considero que son los dos rasgos fundamentales que diferencían la sociedad griega antigua del mundo contemporáneo: se les puede identificar respectivamente dentro del campo de lo que Marx llamaba «las fuerzas de producción» y «las relaciones de producción». En la sección ii doy la definición de «clase» (como una relación, fundamentalmente, como la encarnación social del hecho de la explotación) y con ella defino también «explotación» y «lucha de clases».

En la sección iii demuestro que el significado que aplico a la expresión «lucha de clases» representa el pensamiento fundamental del propio Marx: la esencia de la lucha de clases es la explotación o la resistencia a ella; no tiene por que haber necesariamente conciencia de clase ni elemento político alguno. Explico asimismo los criterios que me inducen a definir la sociedad griega (y la romana) como una «economía esclavista»: esta expresión no se refiere tanto al modo en que se realizaba el grueso de la producción (pues casi siempre y en casi todas partes los que participaban en mayor medida en la producción durante la Antigüedad fueron los campesinos y artesanos libres), cuanto al hecho de que las clases propietarias obtenían sus ganancias, sobre todo, gracias a la explotación del trabajo no libre (junto a esta sección va el apéndice I, que trata la cuestión técnica del contraste entre esclavo y asalariado en la teoría del capital de Marx). En la sección iv demuestro que un análisis marxista en términos de clase no es en absoluto la mera imposición al mundo griego antiguo de unas categorías inapropiadas y anacrónicas, adecuadas sólo al estudio del mundo capitalista moderno, sino que, por el contrario, coincide bastante en sus puntos capitales con el tipo de análisis empleado por Aristóteles, el mayor sociólogo de la Antigüedad y también su mayor pensador político. En la sección v examino algunos métodos históricos distintos del que yo empleo, y las alternativas que algunos sociólogos e historiadores han preferido utilizar en vez del concepto de clase; y demuestro (con referencia a Marx Weber y M. I. Finley) que el status o «condición» resulta un instrumento de análisis inferior, pues los status en su totalidad carecen de la relación orgánica que es la característica que distingue a las clases, y pocas veces —si alguna lo hacen—, pueden proporcionar algún tipo de explicación, especialmente la de un cambio social. En la sección vi paso a considerar a las mujeres como clase, en el sentido técnico marxista, y trato brevemente la actitud del Cristianismo primitivo ante las mujeres y el matrimonio, comparándola con las correspondientes del Helenismo, Roma y el judaismo.

El capítulo III se titula «La propiedad y los propietarios». En la sección i empiezo por establecer el hecho de que en la Antigüedad las «condiciones de producción» más importantes, con mucho, eran el campo y el trabajo servil: esto es, pues, lo que la clase de los propietarios necesitaba controlar y de hecho controlaba. En la sección ii explico en que sentido utilizo el término de «clase de los propietarios», a saber, respecto de aquellas personas que podían vivir sin necesidad de gastar una parte significativa de su tiempo trabajando para subsistir (hablo de «clases propietarias», en plural, cuando es necesario señalar divisiones de clase dentro de la clase propietaría globalmente considerada). En la sección iii subrayo que el campo fue siempre el principal medio de producción durante la Antigüedad. En la sección iv someto a discusión la esclavitud y otras formas de trabajo servil (servidumbre por deudas y servidumbre), aceptando las definiciones de cada uno de estos tipos de falta de libertad que hoy día se consideran oficiales en todo el mundo (el apéndice II añade algunos ejemplos del trabajo de los esclavos, sobre todo en la agricultura, durante las épocas clásica y helenística). En la sección v trato de los libertos (un «orden» y no una «clase», en el sentido que yo doy al término), y en la vi someto a discusión el trabajo asalariado, mostrando que en el mundo precapitalista desempeñaba un papel incomparablemente más pequeño que el que hoy día tiene, y que los miembros de la clase propietaría en la Antigüedad (y también muchos pobres) lo consideraban sólo un poco mejor que la esclavitud.


En el capítulo IV discuto las «formas de explotación en el mundo griego antiguo y el pequeño productor independiente». En la sección i hago la distinción entre explotación individual directa» y explotación «colectiva indirecta», de modo que permita considerar incluso a muchos campesinos propietarios miembros de una clase explotada, sometidos a tributos, leva y prestaciones forzosas impuestas por el estado y sus órganos. Explico asimismo que los que defino como «pequeños productores independientes» (sobre todo campesinos, pero también artesanos y comerciantes) no se veían en muchas ocasiones severamente explotados ellos mismos, ni tampoco explotaban el trabajo de otros en grado sumo, sino que vivían de su propio esfuerzo al nivel de la mera subsistencia o poco mas. En casi todos los períodos (antes del Imperio romano tardío) y en casi todas partes abundo este tipo de personas y debieron ser los responsables de la mayor parte de la producción, tanto en la agricultura como en la artesanía. En la sección ii hablo en concreto del campesinado y de las aldeas en las que mayormente vivían. En la sección iii («Del esclavo al colono») describo y explico el cambio producido en las formas de explotación en el mundo griego y romano a lo largo de los primeros siglos de la era cristiana, cuando la clase de los propietarios, que en gran medida se había basado en los esclavos para obtener ganancias, llegó a basarse cada vez más en el arrendamiento a labradores (coloni), que en su mayoría se convirtieron en siervos hacia finales del siglo III. Gran parte de los campesinos libres llegaron al mismo tipo de sometimiento, al verse vinculados a las aldeas de las que formaban parte: llamaré a esta población «cuasisiervos» (en un apéndice, el III, se da una gran cantidad de ejemplos del asentamiento de «bárbaros» dentro del imperio romano, cuya significación se discutirá en la sección iii del capítulo IV). En la sección iv («El factor militar») apunto que la clase dominante de una sociedad compuesta principalmente por campesinos debería haber visto la necesidad, ante una amenaza militar procedente del exterior, de permitir al campesinado un nivel de vida más alto del que hubiera podido alcanzar en otras circunstancias, con la intención de disponer de un ejército lo suficientemente fuerte; y señalo como el Imperio romano tardío no llegó a hacer esta concesión, introduciendo así en el campesinado en general una actitud de indiferencia ante el destino que pudiera caber al Imperio, y como esta situación no empezó a remediarse hasta el siglo VII, en una época en la que ya se había desintegrado en gran parte. En la sección v hago algunas puntualizaciones acerca del uso de los términos «feudalismo» y «servidumbre», subrayando que la servidumbre (tal como la defino en III.iv) puede existir perfectamente con independencia de lo que llamaríamos en propiedad «feudalismo», para terminar diciendo unas cuantas palabras sobre el concepto marxista del «modo de producción feudal». En la sección vi señalo brevemente el papel de los pequeños «productores independientes» que no eran campesinos, y así acabo la primera parte de esta obra.

Así pues, en la primera parte me ocupo ampliamente de problemas conceptuales y metodológicos, intentando establecer y clarificar los conceptos y categorías que me parecen más útiles para estudiar el mundo griego antiguo, ante todo el proceso de cambio que resulta tan obvio si contemplamos la sociedad griega a lo largo del período de mil trescientos o mil cuatrocientos años que tratamos en este libro.

En la segunda parte intento ejemplificar la utilidad de los conceptos y la metodología señalados en la primera explicando no sólo una serie de situaciones y desarrollos históricos, sino también las ideas —sociales, económicas, políticas y religiosas— que surgieron del proceso histórico. En el capítulo V («La lucha de clases en el mundo griego en el plano político») muestro cómo la aplicación a la historia de Grecia de un análisis de clase puede dar luz a los procesos de cambio político y social. En la sección i trato del período arcaico (antes del siglo V a.C.) y demuestro cómo los llamados «tiranos» desempeñaron un papel fundamental en la transición de la aristocracia hereditaria, que existió en todos los rincones del mundo griego a partir del siglo VII, a sociedades más «abiertas» dirigidas por oligarquías acomodadas o democracias. En la sección ii hago una serie de observaciones acerca de la lucha de clases política (mitigada en gran medida por la democracia, donde existía dicha forma de gobierno) durante los siglos V y IV, mostrando como incluso en Atenas, donde la democracia alcanzó su mayor vigor, surgió una dura lucha de clases en el plano político en dos ocasiones, una en 411 y otra en 404. En la sección iii señalo como se fue destruyendo poco a poco la democracia griega entre el siglo IV a.C. y el III de la era cristiana, gracias al esfuerzo conjunto de la clase propietaría griega, los macedonios y finalmente los romanos (se describen los detalles de este proceso durante el período romano en el apéndice IV).

 

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