ORIGINAL

 

 

Introducción

 

Es bien conocido que en Marx existe una teoría laboral del valor, pero se sabe peor que hay además un intento de demostración de esta teoría. El autor de este breve trabajo está convencido de que se trata de un intento conseguido, pero debe ser el lector quien juzgue si él también está de acuerdo con esta conclusión o no. Dividiremos la exposición en dos partes. En la primera se repasarán los tres pasos implicados en la demostración, y en la segunda se retrocederá hacia consideraciones adicionales, que tienen que ver con algunas de las conexiones que la demostración anterior ha de presentar necesariamente con el resto del pensamiento de Marx.

 

1. Una demostración en tres pasos

 

Se ha debatido mucho (véanse, por ejemplo, Sacristán 1980, o Fernández Liria, 1998) si el lenguaje “hegeliano” de Marx, en particular en El Capital , lo perjudicó o benefició a la hora de conferir fuerza científica a sus argumentos.[1]Yo no estoy seguro de esto, pero sí lo estoy de que no hay ninguna razón para descartar la lectura de este autor por ese motivo, salvo que uno sea, no un científico, sino un científico positivista de los más romos. Sin embargo, creo que puede ser conveniente “traducir” algunas de las ideas de Marx, al menos las implicadas en su demostración, a un lenguaje más corriente que no ponga por sí mismo obstáculos adicionales para llegar a debatir el fondo de la cuestión. Esto es especialmente importante hoy, cuando no sólo los alumnos leen poco, sino que ocurre otro tanto con sus profesores, demasiado ocupados en ver la televisión y quizás en hablar por sus teléfonos móviles.

La demostración que hace Marx de la validez de la teoría laboral del valor —fíjese el lector que no digo “su” teoría del valor, porque nada le pertenece a nadie (en exclusiva al menos) en particular en el terreno de la ciencia, y para reconocer eso no hace falta ser comunista— puede presentarse en tres pasos consecutivos.

 

Primer paso.

Los bienes y servicios que están en los mercados son cosas y tienen precio. Esto es lo que en la época clásica se expresaba diciendo que las mercancías tienen al mismo tiempo “valor de uso” y “valor de cambio”. Pero Marx dice que esta dualidad no es pacífica, sino que plantea muchos problemas (por ejemplo, la lleva hasta convertirla en uno de los elementos de su teoría de las crisis económicas y del ciclo industrial, pero esta cuestión no podemos tratarla aquí)[2]. Cada tipo de mercancía específico (supongamos que haya, por ejemplo, dos millones de tipos diferentes) se distingue de todos los demás; por definición (ya que, en la medida en que no fuera así, no estaríamos ante dos tipos distintos de mercancías, sino ante dos especímenes de un mismo tipo). Por tanto, esto hace posible escribir:

x1  x2  x3   ···              (1)

(donde cada xiindica un tipo distinto de mercancía). Pero al mismo tiempo las mercancías están en el mercado —lo cual es un hecho (fenómeno) totalmente real—, y esto, de alguna manera, iguala entre sí realmente a estos dos millones de tipos diferentes de mercancías, haciendo posible ponerlas a todas en una relación mutua —asimismo completamente real– que podemos expresar por medio de una segunda fórmula. Si ahora escribimos mayúsculas para designar el valor de cambio de las mercancías (Xies el valor de xi, para todo i), tenemos entonces:

a1.X1= a2.X2= a3.X3= ...   (2)

(en la que estos aiaparecen, de momento, como simples coeficientes numéricos). Si ahora escribimos loa anterior en términos más generales, podemos comprobar que de la ecuación (2) derivamos la conclusión de que, en términos puramente cuantitativos, tiene que ser:

Xij= aji                                                  (3),

(donde el doble subíndice significa el cociente de las correspondientes variables con un solo subíndice, en el orden precisamente señalado. Así, Xij= Xi/Xj, y a su vez aji= aj/ai. Por consiguiente, el primer paso de nuestra demostración consiste en algo tan sencillo como el reconocimiento de que el mercado iguala de hecho determinadas cantidades de mercancías distintas mediante sus precios. Así, por ejemplo: Xi= aji.Xjpodría querer decir que un piano equivale a 10 guitarras, si ésos fueran los subíndices reservados para estos dos tipos de mercancías (en cuyo caso, xi= piano, xj= guitarra, Xi = valor de cambio del piano, Xj= valor de cambio de la guitarra, y aji= 10).

En realidad, muchos economistas no entienden esto porque, conforme a su costumbre, no tienen (suficientemente) en cuenta el análisis dimensional que tanto preocupa a físicos y matemáticos (véase, por ejemplo, la bibliografía que en este campo cita Tapia, 2004; o la más específica que, al tratar la cuestión del valor, menciona Ganssmann, 1988; o incluso la crítica que de sus colegas economistas, empezando por los famosos Cobb y Douglas, hace Bródy, 1970). Si lo tuvieran, se darían cuenta de que lo que ellos llaman un “precio relativo” (por ejemplo, Xij= Xi/Xj) es, desde luego, una variable adimensional, pero que eso no quiere decir que la cifra resultante sea indiferente a la propiedad específica que en ambas casos se está midiendo (y comparando) cuando se expresa esa específica relación mediante el precio o valor relativo.

Podemos tener dos mercancías cuyo valor relativo sea 2 (en términos de peso), 3 (en términos de volumen), 4 (en términos de altura ), 1.5 (en términos de anchura), etc., y sin embargo 1.8 en términos del trabajo necesario para producirlas. Si no se quiere admitir que son las cantidades físicas de trabajo las que regulan las cantidades físicas de valores y precios relativos, entonces hay que proponer alguna otra propiedad; en caso contrario, la teoría que se pretenda levantar sobre esta base siempre será una teoría del valor incompleta (véase más sobre esto en el apéndice 4). Pues bien, sea cual sea la base de estos valores de cambio, es evidente que el valor de cambio de una mercancía siempre se expresará en unidades físicas de la otra por cada unidad de la primera,y, por tanto, escribir (3) no es sino escribir:

Xi=aji· Xj, (o bien: Xj=aij· Xi)                (3’).

Para un análisis dimensional correcto, esto tiene perfecto sentido, ya que un piano que valga en el mercado tanto como 10 guitarras, puede escribirse como:

Valor de cambio de 1 piano, Xi

(medido en unidades de guitarras / piano, e.d., en g/p)

=

10 (aji)

(escalar aparentemente adimensional que en realidad tiene la unidad [g/p]/[p/g])·

x

valor de cambio de 1 guitarra (medido en pianos / guitarra, o p/g) =

= 10 g/p(guitarras / piano)

 

 

Segundo paso.

 

Hay sólo dos posibilidades de interpretar estos coeficientes que hemos escrito como aji.

  1. A) O bien se dice que cada uno de los aijtiene el valor que tienen (“valor” entendido aquí como “magnitud”) simplemente “...porque sí” [En realidad, esta es la posición, no sólo de los economistas neoclásicos, sino de todos cuantos se oponen a la teoría laboral del valor, porque en la actualidad no hay ningún autor o corriente que ofrezca una alternativa “sustantiva”, es decir, que llegue a identificar qué propiedad alternativa está en la base de la comparación que realizan constantemente los mercados reales].
  2. B) O bien se reconoce que cada una de esas magnitudes representa el valor (mercantil)relativo del par de mercancías que se pone en relación porque “no puede ser de otra manera”. Es decir: porque ésa es la relación numérica exacta determinada por el cociente real de las cantidades realmente existentes de una cierta, específica, determinada, propiedad concreta que está presente en esa medida en cada una de las dos mercancías comparadas en el mercado(aunque esto lo hagamos aquí, de momento, partiendo del supuesto de que ignoramos de qué propiedad se trata; es decir, lo postulamos, de momento, con entera independencia de a qué hecho, o razón o causa o propiedad, haya que atribuir la magnitud de ese específico “valor relativo”.

Por consiguiente, todos los economistas, sin excepción, tienen que hacer frente a este dilema. O bien han de responder, a la pregunta por el valor de las mercancías, que “No sabe / No contesta”; o bien han de decir de qué propiedad física (de los muchos millones que existen) estamos hablando cuando nos referimos a los intercambios reales de mercado. Pero lo que diferencia a esta segunda posición de la primera es que, ahora, en todo caso debe reconocerse que el valor (comercial) relativo tiene que ser el cociente de dos valores (mercantiles) absolutos, sea lo que sea lo que queramos o podamos entender por esto más adelante.

Por consiguiente, reforcemos nuestra conclusión con un segundo ejemplo. Si suponemos ahora que la mercancía de tipo 1 son sillas (determinado tipo de sillas), y la de tipo 2 son mesas (determinada clase de mesas), y que en el mercado todo el mundo puede obtener la información (real) de que se cambian de hecho cinco sillas de este tipo por cada unidad de mesa, tenemos que concluir, a partir de nuestras sencillas ecuaciones, que su precio relativo es 5 (a21= 5) porque X12= 5; es decir porque hay algo en ellas, alguna propiedad real, en la exacta proporción normal de 5 a 1. Es decir: si una mesa contiene cinco veces el valor de una silla —de forma que a2/a1= 5 en este caso—, entonces en el mercado se impone una ley práctica y real —al menos mientras el sistema funcione sobre la base de las fuerzas de mercado– que hace preciso entregar cinco sillas a cambio de cada mesa. Repitamos que se trata de un hecho puro y duro: la realidad mercantil exige que esto sea así. Y de acuerdo: nada hemos dicho, hasta el momento, de trabajo ni de cantidades de trabajo.

 

Tercer paso.

 

Marx pensaba que la hipótesis de que los valores son “cantidades de trabajo igual” (simplemente, trabajo humano sin distinciones cualitativas) tiene muchos argumentos a su favor. Voy a intentar agrupar estos argumentos en tres grupos, y les daré, provisionalmente, los nombres de: a) “empírico”, b) “lógico”, y c) “teórico- histórico” (o “crítico”), respectivamente [Simplemente, porque ésta es mi manera habitual de explicar en clase, cada año, lo que, a mi juicio, constituye el triple criterio que es necesario utilizar, de forma universal, para contrastar si una afirmación del tipo que sea está condenada a quedarse en el mundo de las opiniones valorativas y subjetivas, o puede pretender, por el contrario, ingresar en el mucho más reducido espacio de la objetividad científica (intersubjetiva)].

  1. a) El argumento empíricotiene que ver, naturalmente, con los hechos, con lo fáctico; y ya se sabe, una vez superada la ingenuidad típica de la adolescencia, lo difícil que es ponerse de acuerdo en cuáles sean los hechos, por así decir, “observables”. Hay una cita muy conocida de Marx que se refiere a esto (véase el Apéndice 1), y afirma que “hasta un niño sabe...” ...que sin trabajo la sociedad no puede reproducirse. Como esto, por sí solo, no es suficiente y hasta puede resultar problemático después de un siglo largo de propaganda contraria; y como, asimismo, resultan todavía poco familiares los argumentos empíricos actualizados[3]que se pueden encontrar en la literatura contemporánea sobre esta materia, lo mejor es remitir al lector a literatura especializada sobre este punto (véanse, por ejemplo, Guerrero, 2000, 2003b).
  2. b) El argumento lógicolo extrae Marx de la obra de Aristóteles, y a mi juicio está perfectamente resumido por Martínez Marzoa (1983). Muchos marxistas no lo han entendido bien, al menos de forma completa, y por eso fracasaron desde el principio en sus debates al respecto con autores partidarios de otras teorías o críticos de las ideas de Marx (por ejemplo, éste fue el caso de Hilferding en relación con Böhm-Bawerk). El argumento es muy simple, y dice así. Puesto que el valor permite igualar todaslas mercancías (ojo: no se dice: “muchas”, o “casi todas”, sino todas, absolutamente todas; los dos millones de que hemos hablado más arriba), tiene que consistir en una propiedad que:

1) esté presente en todas ellas, y que reúna además dos rasgos adicionales:

2) ser objetivamente cuantificable, y

3) ser ajena a, o estar abstraída de, el valor de uso objetivo (es decir, el habitual, o habituales, desde el momento de la concepción y fabricación del producto que sirve de base) de la mercancías; es decir, ser independiente, y no parte, de dicho valor de uso, ya que cada valor de uso específico distingue a cada mercancía de las demás (y, a la vez, agrupa en un solo subconjunto homogéneo a los distintos especímenes de cada tipo en el interior de esa categoría).

Si el lector lo piensa desprejuiciadamente, se dará cuenta de que lo único que reúne simultáneamente estas tres exigencias es la propiedad (a la vez física y social, por más que a algunos les cueste entender esto), presente en todas las mercancías (aquí hay que hacer una salvedad que se dejará para el Apéndice 2) de ser cada una de ellas, ya se traten de bienes o servicios, el producto o resultado de una cierta cantidad física de trabajo humano directo, o sea:

 

 

 

[1]En realidad, la idea de Sacristán está bastante matizada. Escribe: “La motivación metafísica ha sido fecunda para la ciencia de Marx. El equívoco metodológico de nuestro autor, que consiste en tomar por método en sentido formal una actitud (la dialéctica) y por teoría científica la visión de un objetivo de conocimiento (la ‘totalidad concreta’), se debe a la versión hegeliana de una aspiración antigua: el deseo de conocimiento científico de lo concreto o individual, en ruptura con la regla clásica según la cual no hay ciencia de lo particular(...) Es inconsistente el intento de despojar a Marx de su herencia hegeliana para verle como científico. Desde luego que en su trabajo propio cada cultivador del legado de Marx puede hacer de su capa un sayo (...) Pero Marx mismo, para el que quiera retratarlo y no hacer de él un supercientífico infalible, ha sido en realidad un original metafísico autor de su propia ciencia positiva; o dicho al revés, un científico en el que se dio la circunstancia, nada frecuente, de ser el autor de sumetafísica, de su visión general y explícita de la realidad. No de todos los metafísicos se puede decir eso ni de todos los científicos (...)” (1980, pp. 364-5). En cuanto a Liria, escribe: “Se ha apuntado cómo, respecto a la historia, y contra Hegel, Marx ha desenvuelto su investigación en el horizonte de la ‘oposición real’ en el que la física trabaja la complejidad del acontecer efectivo (...) La historia puede y debe ser investigada al modo físico y, en efecto, siempre es posible encontrar en toda formación social una ‘base material’, una ‘estructura económica’, en el sentido de algo ‘que puede ser estudiado con la exactitud de la física matemática’ (Marx, Shriften, I: 373). Pero lo que hemos mostrado en los capítulos anteriores es que este proyecto ha tenido que ser violentamente arrancado del sistema hegeliano (...) Al anular el lugar que Hegel había reservado a la apertura histórica como reconciliación de Dios con todas las aspiraciones de la naturaleza, Marx (...) no ha podido impedir que se abriera a sus espaldas un género de legalidad que en absoluto compete a la ciencia natural. De allí que, mientras su investigación histórica se perfilaba en el horizonte de la física matemática como cualquier otra investigación natural, un trabajo paralelo de las exigencias de la razón práctica atravesara toda su obra esforzándose con intensidad en una suerte de compromiso revolucionario muy difícil de ensamblar con precisión. En efecto, es patente que el propio Marx ha vacilado muchas veces a la hora de entender este compromiso entre lo teórico y lo práctico, desde el famoso desatino de las Tesis sobre Feuerbach, hasta las múltiples recaídas en posturas hegelianas que salpican toda su obra; es de este aspecto confuso de su producción de donde se ha obtenido el filón de textos que permitieron a varias generaciones de marxistas trazar una línea de continuidad entre Hegel y Marx, elaborando fantásticas teorías sobre la necesidad natural del curso histórico, en el que el sacrificio de millones de seres humanos acabó finalmente por ser entendido como un mero aspecto físico tangencial. Asimismo, se ha podido ridiculizar a un marxismo que pretendía predecir la historia como se predice un eclipse, pero que, al tiempo, había considerado necesario crear un partido político para producirlo.” (Fernández Liria, 1998, pp. 315-6).

[2]Citemos solamente un pasaje de las Teorías de la plusvalía, en el que Marx se las tiene que ver con los argumentos de un discípulo de Ricardo. Al respecto comenta, después de que este ricardiano anónimo cite a Ricardo [“No puede acumularse en un país cantidad alguna de capitales que no sea posible emplear de manera productiva(...)”]: “Aquí Ricardo identifica ‘en forma productiva’ y ‘en forma provechosa’, en tanto que precisamente el hecho de que en la producción capitalista sólo lo ‘provechoso’ sea ‘productivo’ constituye la diferencia entre ello y la producción absoluta, así como su limitación. Para producir ‘de manera productiva’, la producción debe llevarse a cabo de tal manera que la masa de los productores quede excluida de la demanda de una parte del producto. La producción debe efectuarse en oposición a una clase cuyo consumo no guarda relación con su producción, ya que precisamente la ganancia del capital consiste en el excedente de su producción por encima de su consumo. Por otro lado, la producción debe efectuarse para las clases que producen sin consumir. No basta con dar al sobreproducto la simple forma en la cual se convierte en objeto de demanda de estas clases. Por otro lado, el propio capitalista, si desea acumular, no debe consumir tanta proporción de sus propios productos, en la medida en que son bienes de consumo, como los que produce. De lo contrario no puede acumular. Por eso Malthus se opone a las clases capitalistas, cuya tarea no es la acumulación, sino el gasto. Y en tanto que por un lado se suponen todas estas contradicciones, por el otro se supone que la producción avanza sin fricciones, tal como si estas contradicciones no existieran. La compra se divorcia de la venta, la mercancía del dinero, el valor de uso del valor de cambio. Sin embargo, se da por supuesto que esta separación no existe, sino que hay trueque. El consumo y la producción se separan; [hay] productores que no consumen y consumidores que no producen. Se da por supuesto que el consumo y la producción son idénticos. El capitalista produce, de manera directa, valor de cambio para aumentar su ganancia, y no con vistas al consumo. Se supone que produce de modo directo, con vistas al consumo y sólo para él. [Si se] supone que las contradicciones que existen en la producción burguesa —y que en rigor se reconcilian mediante un proceso de adaptación que, sin embargo, al mismo tiempo se manifiesta como crisis, fusión violenta de factores inconexos que actúan con independencia los unos de los otros, y sin embargo están correlacionados—, si se supone que las contradicciones que existen en la producción burguesa no existen en verdad, es evidente que dichas contradicciones no pueden entrar en juego. En cada industria, cada uno de los capitalistas produce en proporción a su capital, no importa cuáles fueren las necesidades de la sociedad, y, en especial, no importa cuál sea la oferta de los capitalistas competidores en la misma industria. Se supone que produce como si cumpliese pedidos hechos por la sociedad (... Por otra parte,) este ricardiano, que sigue el ejemplo de Ricardo, reconoce en forma correcta las crisis que resultan de los repentinos cambios en los canales del comercio. Así ocurrió en Inglaterra después de la guerra de 1815. Y por consiguiente, cuando estalla una crisis, todos los economistas posteriores declaran que la causa más evidentede la crisis de que se trata es la única causa posible de todas las crisis. El autor también admite que el sistema de crédito puede ser una causa de crisis (como si el propio sistema de crédito no surgiera de la dificultad de emplear capital ‘en forma productiva’, es decir, ‘de manera provechosa’). Los ingleses, por ejemplo, se ven obligados a prestar sus capitales a otros países con el fin de crear un mercado para sus mercancías. La sobreproducción, el sistema de crédito, etc., son medios con los cuales la producción capitalista trata de derribar sus propias barreras y producir por encima de sus propios límites. La producción capitalista, por un lado, tiene esa fuerza impulsora; por el otro, sólo tolera una producción concorde con el empleo provechoso del capital existente. De ahí surgen las crisis, que al mismo tiempo la empujan adelante y más allá [de sus propios límites], y la obliga a calzarse botas de siete leguas para llegar a un desarrollo de las fuerzas productivas que sólo puede lograrse con suma lentitud, dentro de sus propios límites.” (Marx, 1862-3, vol. III, pp. 101-2).

[3]Digo actualizados, porque en la época de Marx nadie concebía, evidentemente, los precios y los valores de las mercancías como los elementos de unos “autovectores” ligados a determinados “autovalores” de ciertas matrices de insumo-producto..., entre otras cosas porque era absolutamente imposible, ya que entonces nada de este instrumental actual estaba todavía en uso (al menos, entre los economistas).

 

 

 

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