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Con el trabajo “Aparición de las Clases Sociales y Situación de la Mujer” recuperamos un viejo debate. En efecto, recogemos aquí las reflexiones, debates y preocupaciones planteadas por todo un movimiento, fundamentalmente dirigido por la mujer, que bajo la denominación de “comunas”, “colectivos alternativos” y mas concretamente de “la nueva ciudadanía” buscaba en la Centro Europa de la década de los años 70, una nueva sociedad asentada en la transformación de la familia.

El presente trabajo pretende  ser  una síntesis de algunas aproximaciones científicas   realizadas sobre este tema. Revisando los cimientos de nuestra civilización, trata de recuperar para la memoria colectiva algunas cuestiones consideradas entonces centrales y en las que el feminismo de la época creyó ver “una aportación civilizatoria” de la mujer a la comunidad humana. Pensamos que el tema tratado no es baladí en el mundo de hoy, donde el sempiterno reinado de la monogamia converge con la agudización de las diferencias sociales, la subordinación de la mujer y la recuperación de la función social de la religión.

Antxon Mendizabal

Sagra Lopez

 

 

Recogemos en esta ponencia la opinión de los diversos autores sobre la situación de la mujer en el largo proceso histórico que transcurre entre la noche de la Comunidad Primitiva y la aparición de las clases sociales, o lo que ha venido mas comúnmente a denominarse: Civilización. Evidentemente la síntesis de estos autores está mediatizada por nuestra particular metodología, análisis y concepción de la realidad.

  

COMUNIDAD PRIMITIVA Y MUJER

 

Con el nombre de Comunidad Primitiva se denomina el largo período histórico que transcurre desde el origen de la humanidad hasta nuestra época histórica; es decir, se confunde, hasta nuestros días, con la humanidad misma (los últimos 6000 años de historia moderna representan, un período de tiempo insignificante frente al largo período de la Comunidad Primitiva). La humanidad asiste aquí a su propio proceso de humanización, en el que el desarrollo del cerebro corre paralelo al de la mano, marcado por dos grandes descubrimientos sociales y científicos: el fuego y el lenguaje articulado.

 

Características Generales

La Comunidad Primitiva refleja una sociedad marcada por el bajo desarrollo de los medios de trabajo (piedras, metales, elementos de la naturaleza, etc.), la baja productividad del trabajo humano y en la que el medio (rico, pobre o variado) condiciona  el devenir de la sociedad. Se trata de una sociedad dominada por el imperio de la necesidad en la que las condiciones materiales se imponen absolutamente a las sociales y es la “tierra madre naturaleza” la que proporciona los “valores de uso” necesarios para la subsistencia humana. La supervivencia  en este medio hostil forzará a la organización social comunitaria y desarrollará una actitud religiosa y dependiente, respecto a la naturaleza.

 

La Madre Tierra

La posesión de la tierra aparece aquí como la primera condición de supervivencia humana y la primera producción es la apropiación de los productos de la naturaleza. Asistimos así (junto con el crecimiento demográfico) a un progresivo proceso de apropiación de la tierra, en la que se pasa de las tribus nómadas, para las que la tierra parece ilimitada, a las tribus cazadoras (en las que se advierte una cierta implantación en el territorio) y a las tribus de pastores (que van a terminar por sedentarizarse), que a partir de la apropiación  de los rebaños y  de los buenos pastos, terminarán haciendo suyo un territorio determinado.

 

La Comunidad Consanguínea

 La comunidad consanguínea aparece como la segunda condición de la supervivencia humana. Se trata de agrupaciones humanas ligadas a la naturaleza y basadas en relación de parentesco que tienen una gran cohesión e identificación étnica (raza, cultura, lengua), evidenciando que cuanto menos desarrollado está el trabajo, mayor es la influencia de los lazos de parentesco sobre el régimen social.

La forma de agrupación humana más conocida es el “clan”, (superada la época de desarrollo inferior en el que imperaba la “horda”) o “gens matriarcal”, compuesto por 100 o 150 individuos que cooperan en ciertas empresas: caza, pesca, defensa del territorio, etc, y practican la exogamia. Se trata de una forma de matrimonio  por grupos, en la que grupos de hombres y mujeres se pertenecen recíprocamente en el seno de un determinado círculo familiar, del que se excluyen los hermanos de las mujeres y las hermanas de sus maridos.

En base a ésta “exclusión” se  constituye la gens matriarcal: círculo  cerrado de parientes consanguíneos por línea materna, que  no pueden casarse unos con otros. Esta forma de descendencia matrilinial y el hecho de  que las mujeres  sean los únicos progenitores conocidos, proporcionan a éstas un gran aprecio y respeto en el interior de la comunidad y tienen así, en ese momento, la posición social más avanzada que hayan conocido. ([1])

La Exogamia del “clan” se complementará con la endogamia de la tribu, base de cohesión étnica de estas comunidades, compuesta por un conjunto de clanes y consolidada mediante instituciones comunes de orden jurídico, político y religioso.

 

La Primera División Social del Trabajo

Los autores parecen coincidir en que la primera división social del trabajo se realizaría al rededor del fuego, en la medida en que se producía un cierto asentamiento de los campamentos. De esta manera (y condicionada en buena parte por imperativos biológicos) el trabajo social se divide entre ambos sexos. Las mujeres se encargan de la recolección de frutos, cultivo de las plantas, cría y cuidado de los niños. Los hombres a su vez se especializan en la caza y en la pesca. Como consecuencia de esta división del trabajo entre ambos sexos, el hombre desarrollará  una actividad específica que le es propia: el pastoreo y la ganadería; mientras que la gran aportación histórica de la mujer a la humanidad será el desarrollo de la agricultura. ([2]).

 

La Patrilocalidad  ([3])

Pero progresivamente, el desarrollo del matrimonio por grupos va derivando hacia una forma de “propiedad colectiva de grupos”, presente en las “sociedades de linaje”, que organizan el reparto del trabajo y la apropiación de los bienes, de manera que se puede controlar el trabajo de las mujeres y sus productos.

De esta manera, los orígenes de la dominación masculina se plasman en torno al ascenso de estas sociedades de linaje en base a las reglas de residencia pos-marital. Se trata del sistema de la “patrilocalidad” por el cual las mujeres recién casadas van a residir al grupo de parentesco de su marido, permitiendo así progresivamente a los hombres utilizar y apropiarse del trabajo y los productos de las mujeres.

LA TRANSICIÓN

En la medida en que los pueblos pastores conquistan las zonas de pastizales y se sedentarizan progresivamente, desarrollan también  la agricultura para poder alimentar al ganado y sobrevivir durante el invierno. De esta manera nos encontramos con una nueva situación caracterizada por una economía de reproducción que permite  la acumulación de nuevas riquezas  (enormes para la época tratada) que desintegrará progresivamente la comunidad primitiva, escindiendo ésta en unidades familiares bajo la dominación de un patriarca. 

Mecanismo general

El mecanismo general es el siguiente: el fuertísimo incremento de la productividad generado por la economía de la reproducción, con el desarrollo de la agricultura y de la ganadería, va originar la aparición en la historia de la humanidad del “excedente económico”, marcando una nueva situación en la que la productividad del trabajo humano permite producir una cantidad de productos superior a la necesaria para su propia subsistencia. De esta manera se ha creado también,  por primera vez en la historia, la posibilidad de que grupos de personas sean sometidas y trabajen en beneficio de los que les dominan y controlan.

 

 

[1] “El Origen de la Familia, la Propiedad Privada y el Estado” de F. Engels. Edit. Progreso. Moscú.

[2] “Succession des formes de production et de Societé dans la Theorie Marxiste » « Le Fils du Temps ».  1972. Paris.

[3] « Travail des femmes. Pouvoir des hommes », de Nicole Chevillard y Sebastien Leconte. Edit. Le Brèche. Paris.

 

 

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