Euskal Herria está viviendo al menos cuatro grandes movilizaciones, eventos y actos muy significativos en cuanto al grado de politización del pueblo vasco: la enorme huelga general de las mujeres trabajadoras el pasado 8 de marzo, las manifestaciones reivindicando mejoras en pensiones y jubilaciones, la manifestación en Iruña en protesta por la política de exterminio carcelario que ha llevado a la muerte a Xabier Rey, prisionero vasco, los debates abiertos sobre la actualidad del marxismo celebrados a comienzos marzo y la reciente jornada de reflexión crítica sobre Herri Unibetsitatea, como expresiones de la tendencia al alza en la reflexión crítico- teórica.

No recurrimos a más ejemplos cotidianos –las huelgas de Irakaskuntza, las movilizaciones contra el Metro que la burguesía donostiarra quiere construir, la marcha popular en defensa de los jóvenes de Altsasu y un largo etcétera– porque exigiría alargar en exceso este artículo y porque pensamos que los citados reflejan perfectamente la rica complejidad de las diversas conciencias políticas que se extienden por nuestro país. En realidad, cada uno pertenece a procesos, a dinámicas populares y sociales que vienen creciendo a lo largo de los últimos tiempos, que han sido deliberadamente invisibilizadas, tergiversadas y hasta atacadas algunas de ellas de mil modos. No son espontáneas en su sentido absoluto sino que en todas ellas intervienen grupos organizados, militantes, pequeños o medianos pero con un apreciable nivel de conciencia y determinación política; grupos y colectivos que, con sus errores y limitaciones lógicas, trabajan en su interior no desde los intereses mercantilistas y reformistas del oenegismo institucionalizado, sino desde la coherencia y humildad política.

A principios de diciembre de 2017 la maquinaria de alienación de masas del gobiernillo vascongado publicó un estudio del Sociómetro oficial que pretendía hacernos creer que la gran mayoría de la población –el 67%– era «apolítica», tenía «desinterés por la política»: véase Naiz, la sociología y el apoliticismo, del 11 de diciembre de 2017, disponible en la Red. En menos de tres meses la praxis colectiva pública ha ridiculizado la supuesta cientificidad del Sociómetro oficial. Insistimos en la forma pública de las movilizaciones abiertas a la inagotable vigilancia de la sociedad del control y represión sobre la que se eleva como superestructura la apariencia de «sociedad fluida»; insistimos porque muchas prácticas públicas de muchos sectores populares y obreros han mostrado muchos y diversos rechazos a las injusticias que sufren y, a la vez, han presentado diferentes alternativas que desbordan parcial o totalmente la decreciente capacidad de concesión y reintegración de derechos colectivos suprimidos mediante el engaño y la violencia, muchas veces salvaje.

Esta precisión es crucial porque muestra aún más nítidamente el abismo que separa la realidad social de la tesis sociológica de la supuesta apoliticidad: las prácticas de estos y otros movimientos además de ser «parcialmente negativas» –siempre necesarias pero insuficientes– en el sentido de rechazar la injusticia pero sin lanzar soluciones radicales, sobre todo llevan tiempo proponiendo alternativas y, muchas de ellas, siendo críticas en el sentido marxista, es decir, planteando programas estratégicos antagónicos que van directamente contra las raíces de las contradicciones objetivas que sostienen esas opresiones, críticas en cuanto dialéctica de la negatividad absoluta, que no parcial. La burguesía puede torear las protestas «parcialmente negativas» aprovechando su ambigüedad e inconcreción estratégica, pero más temprano que tarde choca de frente con las reivindicaciones críticascríticas, como veremos en los cuatro casos que tratamos.

La sociología, sin mayores precisiones ahora y como decíamos en el artículo citado, interpreta estas dinámicas desde la exterioridad descriptiva porque, por su origen de clase, está doblemente incapacitada para conocer la unidad y lucha de contrarios que mueve al capitalismo: por un lado el límite cognoscitivo de la lógica formal, lo que entre otras cosas le impiden comprender qué son el valor y el trabajo abstracto, la tasa de beneficio, la tasa de explotación, etcétera; y, por otro lado, el límite voluntario de la ideología de clase burguesa que le hace ocultar deliberadamente las contradicciones inasimilables por el capital, como los métodos estadísticos que manipulan, reducen y engañan sobre la cuantía real de desempleo, de las violencias patriarcales y patronales, de la salud de la fuerza de trabajo, de la pobreza relativa y la absoluta, de la economía sumergida, etcétera. El feminismo marxista, la militancia revolucionaria de las personas de tercera edad, la lucha contra las cárceles de exterminio y la concienciación teórico-política –que es más que la «lucha ideológica»–, son praxis asentadas en un universo conceptual inconciliable con la sociología.

Las fuerzas internas, subterráneas, que impulsaban estos movimientos eran perceptibles con facilidad desde hace unos años para cualquier colectivo inserto en las contradicciones objetivas. Pero quienes solo vislumbran borrosamente la realidad se sorprenden cuando el volcán social eructa como un monstruo ahíto y se asustan cuando, de vez en vez, estalla en ingentes erupciones de masas explotadas que quieren liberarse de las horrorosas entrañas del monstruo, allí donde se explota a la humanidad trabajadora para producir beneficio de la burguesía, es decir, quieren liberarse de la civilización del capital. Es sabido que una de las tareas de la sociología y del reformismo es la de apagar esos fuegos antes de que prendan en llamaradas.

Veamos cada una de las movilizaciones, empezando por las más reducidas en cantidad de asistentes pero muy importante, fundamentales, en su aporte cualitativo: los debates intergeneracionales pero con decisiva intervención juvenil sobre la actualidad del marxismo y sobre Herri Unibertsitatea. Lo cierto es que asistimos en los últimos tiempos a un aumento de los grupos juveniles de formación teórica generalmente fuera de las estructuras de la izquierda clásica, oficialmente entendida.

Por ahora es imposible digerir intelectualmente la desbordante masa de ponencias presentadas, los temarios a debate y la policromía de ideas. Se nos aseguraba que el marxismo y la juventud eran incompatibles, que el materialismo histórico estaba ya definitivamente enterrado en los polvorientos y oscuros archivos a los que nadie baja, excepto los servicios para sacar huellas y mejorar la guerra político-cultural. Desde luego que hay franjas juveniles alienadas, racistas, patriarcales, fascistas... En las crisis estructurales estas franjas rebrotan del «fondo de reserva de irracionalidad» consustancial a la propiedad privada. La omnipresente «figura del Amo» y el poder adulto las impulsan como fuerzas reaccionarias de choque con la promesa de beneficios materiales sexo-económicos.

Estos debates no tratan solo, por tanto, de la teoría marxista como pura abstracción al margen del tiempo y del espacio, sino como arma revolucionaria en la emancipación concreta que crea el poder juvenil en su vida colectiva e individual. La precarización, el empobrecimiento, el retroceso en las libertades, las represiones multiplicadas, la destrucción del futuro como horizonte de libertad que debe prefigurarse en el presente, la miseria sexual y afectiva, la Universidad como fábrica de fuerza de trabajo cualificado funcional al imperialismo... todo está bajo el arma de la crítica que, según Marx, es la antesala de la crítica de las armas.

La segunda es la manifestación en Iruña de, como mínimo, 9.000 personas en protesta contra el sistema de exterminio psicofísico de las prisioneras y prisioneros, que en este caso ha costado la vida a un militante vasco. La lucha pro-Amnistía y contra el sistema penitenciario vigente es llevada a cabo directamente por decenas de miles de personas que se manifiestan semanal, mensual y anualmente, y por centenares de voluntarios que sustentan a diario ese poderoso movimiento popular arrostrando obstáculos, riegos y represiones. La intensidad de la conciencia política de estas personas y colectivos varía, así como la de sus ideales democráticos, pero es innegable que forman una fuerza politizada en lo básico alrededor de reivindicaciones elementales que se ramifican tentacularmente por entre personas que las asumen de algún modo, o no las combaten. La defensa de estos derechos se extiende también a la defensa de la libre expresión, a la denuncia de la Ley Mordaza y de la represión generalizada.

El imperialismo franco-español siente miedo y odio furibundos a este conjunto amplio de ideales que giran alrededor de una reivindicación básica de incuestionable esencia política que, en su radicalidad, niega absolutamente la dominación española y francesa sobre Euskal Herria. Así se explica que la empresa sociológica pise de puntillas, como sobre ascuas al rojo vivo, todo lo relacionado con la Amnistía y la crítica del Estado como «máquina de obediencia» y de muerte. De la misma forma en que el CIS español silencia lo relacionado al desprestigio de la Monarquía impuesta por el franquismo, también en Euskal Herria los asalariados de la sociología esquivan como pueden la realidad política de las prisioneras y prisioneros. La «voluntad de no saber» se descubre aquí al desnudo, pero lo malo es que el reformismo ignora que la conciencia democrática pro-Amnistía es esencialmente política, como también lo es pero en su antípoda antagónica la «voluntad de no saber» de la sociología en problemas decisivos para el poder y por eso tiene fe de carbonero en esta falsa «ciencia social».

La tercera es la ola movilizadora contra la asfixia económica que sufren en especial las mujeres jubiladas y pensionistas y en general todo el pueblo trabajador. Las pensiones son salarios diferidos, pospuestos, al margen ahora de la teoría marxista del salario en el sentido de que nunca puede existir «salario justo» –¿cuántos sindicatos y partidos de izquierda enseñan a sus miembros la teoría de la plusvalía y del salario? Siempre hay que luchar para que las pensiones sean las más elevadas posibles a la vez que los beneficios empresariales, la plusvalía y la tasa media de ganancia, sean lo más reducido posible. Pero también hay que movilizarse para que otras formas de salario diferido, indirecto, etc., como los servicios públicos y sociales, las prestaciones institucionales de cualquier tipo, sean las máximas posibles.

Los inmensos recursos ahorrados de los salarios con el sufrimiento popular, en especial de la mujer trabajadora, son devueltos al pueblo gota a gota pero únicamente en la medida en que presiona para que siga siendo así, porque si cede en sus movilizaciones, si se despista, esas devoluciones descienden. La inhumanidad burguesa se demuestra sobre todo en dos campos de batalla de la guerra social entre el capital y el trabajo: la lucha por los salarios directos y la lucha por los salarios indirectos. Los fondos públicos a cargo del Estado y de otras instituciones, fondos generados por el sudor obrero y popular, son improductivos para el capital por lo que, a la primera que puede, los privatiza convirtiéndolos en empresas, apropiándose de ellos, reduciendo su calidad y aumentando sus precios.

Con las pensiones quiere hacer lo mismo: privatizar los cuantiosos fondos ahorrados para lanzarlos como carnaza a los tiburones financieros especulativos, con alto rendimiento inmediato para la minoría burguesa pero con pérdidas para el pueblo, cuando no con su quiebra. Dos razones, que son una sola en la práctica, le fuerzan a la privatización: la lógica de la máxima acumulación de beneficio y, simultáneamente, la lógica del poder político derivado de esa acumulación: o incrementa su capital y poder político o desciende en la competitividad mundial. Es la fuerza de trabajo ya exprimida como una pasa seca por la explotación la que sufre las consecuencias con, entre otras medidas, la privatización y recorte de sus pensiones y derechos socioeconómicos, con el empobrecimiento de ella y de su familia y entorno. Quien más quien menos, el grueso de la tercera edad trabajadora sabe o intuye las ciegas razones económico- políticas de los ataques privatizadores que sufre ella y por extensión su entorno cotidiano.

Y la cuarta es la ola de luchas mundiales y vascas de la mujer trabajadora materializada en la huelga internacional del pasado 8 de marzo, y que, por debajo de sus múltiples interpretaciones, objetivamente saca a la luz la brutalidad metódica del sistema patriarco-burgués, consustancial a la civilización del capital, que busca incrementar la tasa media de ganancia para abrir una nueva fase expansiva del capitalismo. Para el sistema patriarco-burgués la mujer es un «instrumento de producción» único por su altísima productividad casi imposible de igualar incluso con los avances tecnocientíficos más espectaculares que pudieran desarrollarse: la mujer trabajadora es la principal fuerza productiva del capitalismo. Hay que partir de aquí para entender la intensificación de las violencias destinadas a multiplicar su productividad económica, sexual, reproductora, cultural, afectiva...

Las cuasi infinitas versiones del feminismo reformista no quieren ni pueden enfrentarse a esta realidad limitándose a la reivindicación legalista de los derechos burgueses que no cuestionan ni las raíces históricas del patriarcado ni su subsunción real en el capitalismo. El reformismo feminista a lo sumo que logra es suavizar en determinados ámbitos la explotación de sexo- género, pero en otros se refuerza con nuevos métodos, o vuelve por sus fueros con más dureza. La ideología patriarcal, siempre materializada bajo alguna forma de poder de clase, ha desarrollado cuatro arquetipos justificadores remozados al son de las necesidades de la dominación: la menstruación, la virginidad, el parto y la violación como medio de poder. Los cuatro nos remiten a la propiedad privada y a la ley de la productividad del trabajo.

La irracionalidad anticientífica e idealista de los arquetipos blinda las explotaciones múltiples de la mujer trabajadora y legitima la creencia del hombre en la superioridad masculina. Por cuanto irracionales, son inmunes a la racionalidad científico-crítica siempre que no esté dentro de una praxis revolucionaria de masas dirigida por la mujer trabajadora. Solamente la contundencia de las conquistas concretas de las mujeres y del pueblo trabajador entero puede debilitar la fuerza oscura y destructiva de los arquetipos, y ello siempre que no se detenga el avance liberador que crea otro universo de afectos, amores y sexualidades que han surgido mientras es extinguida de manera consciente la propiedad privada, el valor y el trabajo abstracto, la mercancía, etc. Pero si este avance se debilita de inmediato los arquetipos empiezan a recuperarse porque también se recupera la explotación patriarcal en la sociedad en tránsito estancado y burocratizado al socialismo como antesala del comunismo. La experiencia de los fracasos históricos en el avance al socialismo es aplastante en esta crucial problemática: la lucha de clases es también una lucha de sexo-géneros por la instauración del comunismo.

El impacto político reaccionario de los arquetipos penetra en los más inaccesibles espacios de la vida social, especialmente cuando la industria político-cultural y la religión los actualizan o refuerzan día a día. Resulta por tanto muy esclarecedor en cuanto a la solidez de la conciencia política de las mujeres trabajadoras el que el movimiento feminista avance a pesar de las anclas inconscientes que atan la estructura psíquica de masas a la irracionalidad patriarcal. Pero como toda lucha, la victoria no está asegurada sino al final: por eso es decisiva la conciencia política revolucionaria en el movimiento feminista.

Las cuatro movilizaciones que hemos analizado –debate marxista, contra el exterminio carcelario, la militancia de la tercera edad y la lucha feminista– se sustentan en muchas formas de conciencia política específica a ellos pero a la vez relacionadas con otras movilizaciones y con la totalidad social. No se puede utilizar la misma definición de «política» para todas ellas, del mismo modo que no debe utilizarse un concepto único de «apoliticismo», como hace la sociología cuando quiere engañarnos diciendo que el 67% de la población de la CAV es «apolítica». Por desgracia para la burguesía y para el reformismo, la conciencia política radical es tan diversa y extensa como para activar muchas luchas de masas fuera del gallinero parlamentario. Todavía no ha alcanzado la fuerza necesaria para relanzar una nueva oleada de luchas pero, si no erramos, puede avanzar por el interior de las contradicciones tal cual hoy existen, como lo están demostrando las luchas rápidamente analizadas aquí.

 

Iñaki Gil de San Vicente

Euskal Herria, 15 de marzo de 2018

 

 

 

 

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