1. SOBRE EL BOICOT:

 

El boicot es una forma de lucha y denuncia pacífica que integra varias prácticas cotidianas que podemos resumir en, uno, negarse a comprar, consumir y publicitar determinados productos; dos, denunciar el producto boicoteado siguiendo los criterios y objetivos de la campaña y, tres, integrar el boicot en la lucha más general contra el consumismo actual. Las dos primeras son consustanciales e imprescindible a toda campaña de boicot, pero la tercera va cobrando cada vez más importancia conforme se expande la forma consumista y mercantilizada de vida, inherente al capitalismo. Más aún, las grandes corporaciones deliberadamente han convertido a sus marcas, a sus logos, en verdaderos símbolos no sólo de su poder empresarial, sino también de sus Estados correspondientes y, en general, de la civilización burguesa a las que todas pertenecen.

Hasta hace unos años, la empresa Mercedes, por ejemplo, simbolizaba la calidad técnica alemana occidental y la supuesta forma de ser de su población, y la Toyota lo mismo con respecto al Japón, mientras que la Ford era uno de los emblemas norteamericanos, por ceñirnos a los coches. Otro tanto podemos decir de Coca Cola, McDonald, la Factoría Disney o el logo de Hollywood, también para los EEUU y más ampliamente, para la civilización burguesa. Ahora la concentración y centralización de capitales en la UE busca un logo, una marca y símbolo adecuado y los especialistas en manipulación y marketing psicopolítico lanzan el símbolo del euro y el gigante avión de pasajeros Airbus, mientras que los EEUU reaccionan con el Boeing y su conquista del espacio, ya que el dólar está retrocediendo. Podríamos haber puesto otros muchos ejemplos más, pero estos son suficientes. Sin embargo, lo que realmente acrecienta la importancia de la tercera práctica, la más reciente, es la necesidad de que el boicot sea un rechazo activo de la civilización burguesa en su esencia, es decir, la que ha reducido la naturaleza humana a simple mercancía, a una cosa que se vende y se compra, mientras que ha elevado a las cosas, a las mercancías que se compran y se venden a la categoría de auténticos seres humanos. Pongamos un ejemplo real, de ahora mismo, y que atañe directamente a Euskal Herria.

En la cárcel francesa de Fresnes se venden productos dulces fabricados en Israel, a la vez que refrescos relacionados con la transnacional Coca Cola. Toda cárcel es la síntesis del poder represivo estatal, de la cultura dominante en su territorio y de los intereses de las clases ricas que en su interior mandan. El Estado francés tiene directas conexiones con el Estado israelí y norteamericano, y el mercado francés vende grandes cantidades de productos de Coca Cola e israelitas, a la vez que ambos Estados también compran al capitalismo francés. A la vez, las presas y presos vascos, palestinos, musulmanes en general, o de cualquier otra nación y Estado, deben consumir esos productos que están directamente relacionados con la opresión que ellos y sus pueblos padecen. Los familiares y amigas y amigos que visitan a las presas y presos, frecuentemente no son conscientes del círculo de fuego en el que están ya que absolutamente todo lo que les rodea proviene, simboliza y refuerza las estructuras de dominación que oprimen a sus familiares presos. Lo mismo sucede en el conjunto de la sociedad capitalista.

Por tanto, el boicot consiste en la práctica de lucha pacífica contra determinadas formas de dominación caracterizadas por su difícil visibilidad a primera vista. ¿Quién va a sospechar que Coca Cola es un eficaz instrumento del poder capitalista a escala mundial? ¿Quién sospecha que unos deportistas israelíes boicoteados en Euskal Herria están relacionados con el genocidio del pueblo palestino y con toda la dominación planetaria? Estas interrogantes surgen de la simple constatación diaria, cuando apreciamos la capacidad de manipulación del sistema dominante. ¿Por qué existe una difícil visibilidad a primera vista de la función objetiva que cumplen las grandes marcas y logos, los aparatos del Estado burgués no directa y explícitamente relacionados con el dominio político como son, entre otros, los deportivos u otros, etc.? ¿Pero sólo se trata de eso? ¿Qué efectividad puede tener el boicot en un capitalismo como el actual? Recordemos que más del 75% del mercado mundial de cereales está monopolizado por sólo cinco grandes transnacionales. Que las cien empresas monopolísticas más grandes del mundo representan el 15% de la producción total. ¿Cómo podemos presionar a estos monstruos que se dedican a expoliar no sólo las riquezas materiales sino culturales y simbólicas, como es el caso reciente de 150 patentes y 2.300 marcas registradas relacionadas con el yoga realizadas en los EEUU, y que ha llevado a la India a denunciar el expolio cultural yanqui de una técnica practicada desde, como mínimo, hace 3.500 años?

Concretamente ¿cómo podemos hacer fracasar el expolio privatizador de la biodiversidad a la que están lanzadas las grandes empresas monopolísticas por todo el mundo, como es el caso de la planta estevia, originaria de Sudamérica, apropiada por Coca Cola y otras dos transnacionales, una de ellas el diario The Wall Street Journal, con el apoyo de los EEUU? Desde luego, la mejor forma de detener el eco-imperialismo es disponer de un Estado que no dude en prohibir ese saqueo, como la voluntad de Bolivia de patentar los derechos intelectuales de la coca andina para evitar el expolio norteamericano, e incluso exigir a Coca Cola el pago de royalties por el uso del vegetal y de su nombre en la bebida. Pero en ausencia de un Estado que se atreva a defender el patrimonio de su pueblo, bueno e imprescindible es empezar por una resistencia pacífica asumible por los sectores sociales menos concienciados, como el boicot.

La efectividad del boicot ha de medirse por los objetivos buscados al inicio de la campaña. Está claro que los consumidores vascos activos y potenciales de Coca Cola no pueden dañar seriamente a esta transnacional si dejan de consumir sus productos. Pero si saben que son partícipes de una campaña mundial que va creciendo, la cosa empieza a cambiar. Además, si su boicot también se plasma en una denuncia de lo que es Coca Cola, es decir, una denuncia política que se suma al no consumo, divulgando las razones de fondo específicas del rechazo de Coca Cola, pues mucho mejor. Pero si además de esto, el boicot activo y de denuncia política es a la vez una práctica contra la forma de vida y civilización que propaga Coca Cola y que se muestran a diario en su propaganda y en su marketing, pues mucho mejor. Y aunque sepamos que individualmente o en cuanto un pueblo pequeño como el nuestro no podemos hacer mucho daño económico a la gigantesca transnacional, también sabemos que somos una gota imprescindible en un océano que crece contra la irracionalidad burguesa. Otro tanto sucede, en esencia, con respecto al boicot al Estado de Israel, poseedor del ejército más tecnificado del mundo -que ha sufrido una humillante derrota en el sur del Líbano a manos de guerrilleros peor armados-, con una economía sólida y unida a fuego con la del capitalismo mundial. ¿Cómo luchar contra este monstruo? Poniéndoles piedritas en el camino, denunciándolo, apoyando a los palestinos, etc. Los resultados se verán con el tiempo, pero al menos ahora mismo quienes nos oponemos a sus crímenes diarios, ya somos más que antes de empezar el boicot y eso ya es una victoria.

  

 

2. SOBRE LA MANIPULACION:

 

 

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