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La tesis fuerte que se defiende en este texto no es otra que la llamada "globalización" es sólo la forma actual del capitalismo. El modo de producción capitalista tiene unas características exclusivas que le diferencian cualitativamente de otros modos de producción anteriores, con algunos de los cuales mantiene en la actualidad relaciones de superioridad integradora y dominante; estas características, que son su contenido y esencia genético-estructural, a la fuerza e inevitablemente se expresan con formas y fenómenos exteriores pero dialécticamente unidos a los contenidos y a la esencia interior. A lo largo de la historia del modo de producción capitalista, cuyo parto data Marx en el siglo XVII, aunque se pueden rastrear las primeras contradicciones prenatales ya en los siglos XII-XIII, el capitalismo ha evolucionado en su forma y en su fenomenología, o si se quiere en su expresión histórico-genética, mientras que ha mantenido esencialmente iguales sus características cualitativas, su naturaleza genético-estructural.

El conocimiento básico de las categorías dialécticas de contenido y forma, y esencia y fenómeno, además de otras como ley, etc., este conocimiento es imprescindible para entender la evolución del capitalismo. Pongamos un ejemplo, mientras que la demagogia propagandística burguesa, en cualquiera de sus modas intelectuales y opciones políticas, insiste en la absoluta novedad y originalidad histórica de la globalización, diferenciándola cualitativamente de un "capitalismo" nunca definido con rigor teórico, desde nuestra parte se pregunta sobre cómo es posible entender que si a comienzos del siglo XX el 37% de la humanidad malvivía en la pobreza, a comienzos del siglo XXI esa masa de miseria, sufrimiento e hiperesplotación se haya agigantado hasta el 83%, y todos los estudios actuales mínimamente objetivos muestran su ciega e imparable tendencia al alza. Los intelectuales burgueses sólo pueden responder a esta tendencia alcistas innegable aduciendo que no tiene nada que ver con la globalización, es más, que sólo ésta puede detener primero y luego revertir ese aumento. Desde el marxismo que aquí asumimos, lo que ocurre es que el desarrollo capitalista está confirmando las terribles "profecías" realizadas por la mayoría de las corrientes socialistas del siglo XIX y muy especialmente las de Marx y Engels. Y ocurre que, desde este método de transformación de la realidad, la globalización es la forma actual de ese capitalismo.

El debate crucial gira sobre si existe o no un corte cualitativo entre la definición burguesa de globalización y el capitalismo. En este debate el uso de las categorías filosóficas añade otro factor de irreconciliabilidad entre el método transformador marxista y la ideología burguesa. Naturalmente, por método marxista nosotros entendemos el uso permanente de la dialéctica materialista realizado por los clásicos del marxismo, y muy especialmente su uso en la crítica de la economía política, que es lo que hicieron Marx y Engels. Semejante uso de la filosofía —la dialéctica hegeliana depurada de su idealismo y puesta sobre sus pies materialistas— ha sido desde entonces objeto de iracundos ataques no sólo de la intelectualidad burguesa sino también reformista e incluso "socialista" y "marxista". Pero la dialéctica es imprescindible para entender y aplicar el método marxista. No es en modo alguno casual que Lenin advirtiera en su brillante e imprescindible Cuadernos filosóficos que: "es imposible comprender plenamente  El Capital de Marx, y especialmente su primer capítulo, si no se ha estudiado y comprendido la entera Lógica de Hegel". Esta advertencia de Lenin también fue repetida casi literalmente por otros muchos marxistas entre los que destacamos a Lukács, y de otras muchas formas por una larga lista que no podemos exponer aquí.

La advertencia de Lenin y de otros marxistas clásicos fue realizada cuando todavía eran desconocidas obras fundamentales de Marx como, sobre todo para el caso que tratamos, los Grundrisse, obra básica que permite ahorrarnos muchos esfuerzos ya que en ella Marx nos enseña cómo ha aplicado genialmente la Lógica de Hegel al meollo de su crítica como es la mercancía, el tránsito del valor de uso al valor de cambio, la fetichización que ello origina y sus efectos, etc. La importancia de este primer capítulo es obvia y el propio Marx fue muy consciente de que al empezar con unas páginas tan densas y exigentes podía desanimar a muchos lectores de seguir con el estudio de su obra, pero daba tanta importancia al problema de la mercancía que se negó a hacer concesiones teóricas. La razón la iremos viendo conforme avancemos en la crítica del capitalismo en su fase actual, la globalizada. No podemos extendernos ahora en los problemas que ha causado la exigencia marxista de especial esfuerzo intelectual en el primer capítulo, para desentrañar la lógica dialéctica que lo estructura y que permite comprender la ley del valor- trabajo, aunque simplemente diremos que incluso intelectuales que se autoproclaman "marxistas" han propuesto posponer el estudio de este primer capítulo y empezar por el segundo, por el del proceso de cambio, o por otros.

Pero, ¿qué dice exactamente Marx? Veamos algunos puntos decisivos:

"A primera vista, parece como si las mercancías fuesen objetos evidentes y triviales. Pero, analizándolas, vemos, que son objetos muy intrincados, llenos de sutilezas metafísicas y de resabios teológicos. Considerada como valor de uso, la mercancía no encierra nada misterioso, dando lo mismo que la contemplemos desde el punto de vista de un objeto apto para satisfacer necesidades del hombre o que enfoquemos esta propiedad suya como producto del trabajo humano. Es evidente que la actividad del hombre hace cambiar a las materias naturales de forma, para servirse de ellas. La forma de la madera, por ejemplo, cambia al convertirla en una mesa. No obstante, la mesa sigue siendo madera, sigue siendo un objeto físico vulgar y corriente. Pero en cuanto empieza a comportarse como mercancía, la mesa se convierte en un objeto físicamente metafísico. No sólo se incorpora sobre sus patas encima del suelo, sino que se pone de cabeza frente a todas las demás mercancías, y de su cabeza de ,madera empiezan a salir antojos mucho más peregrinos y extraños que si de pronto la mesa rompiese a bailar por su propio impulso".

(...)

"El carácter misterioso de la forma mercancía estriba, por tanto, pura y simplemente, en que proyecta ante los hombres el carácter social del trabajo de éstos como si fuese un carácter material de los propios productos de su trabajo, un don natural social de estos objetos y como sí, por tanto, la relación social que media entre los productores y el trabajo colectivo de la sociedad fuere una relación social establecida entre los mismos objetos, al margen de sus productores".

(...)

"Si los objetos útiles adoptan las formas de mercancías es, pura y simplemente, porque son productos de trabajos privados independientes los unos de los otros. El conjunto de estos trabajos privados forma el trabajo colectivo de la sociedad. Como los productores entran en contacto social al cambiar entre sí los productos de su trabajo, es natural que el carácter específicamente social de sus trabajos privados sólo resalte dentro de este intercambio. También podríamos decir que los trabajos privados sólo funcionan como eslabones del trabajo colectivo de la sociedad por medio de las relaciones que el cambio establece entre los productos del trabajo y, a través de ellos, entre los productores. Por eso, ante estos, las relaciones sociales que se establecen entre sus trabajos privados aparecen como lo que son; es decir, no como relaciones directamente sociales de las personas en sus trabajos, sino como relaciones materiales entre personas y relaciones sociales entre cosas".

(...)

"Lo que ante todo interesa prácticamente a los que cambian unos productos por otros, es saber cuántos productos ajenos obtendrán por el suyo propio, es decir, en qué proporciones se cambiarán unos productos por otros. Tan pronto como estas proporciones cobran, por la fuerzas de la costumbre, cierta fijeza, parece como si brotasen de la propia naturaleza inherente a los productos del trabajo (...) Y hace falta que la producción de mercancías se desarrolle en toda su integridad, para que de la propia experiencia nazca la conciencia científica de que los trabajos privados que se realizan independientemente los unos de los otros, aunque guarden entre sí y en todos sus aspectos una relación de mutua interdependencia, como eslabones elementales que son de la división social del trabajo, pueden reducirse constantemente a su grado de proporción social, porque en las proporciones fortuitas y sin cesar oscilantes de cambio de sus productos se impone siempre como ley natural reguladora el tiempo de trabajo socialmente necesario para la producción, al modo como se impone la ley de la gravedad cuando se le cae a uno la casa encima. La determinación de la magnitud de valor por el tiempo de trabajo es, por tanto, el secreto que se esconde detrás de las oscilaciones aparentes de los valores relativos de las mercancías".

(...)

"La reflexión acerca de las formas de la vida humana, incluyendo por tanto el análisis científico de ésta, sigue en general un camino opuesto al curso real de las cosas. Comienza post festum y arranca, por tanto, de los resultados preestablecidos del proceso histórico. Las formas que convierten a los productos del trabajo en mercancías y que, como es natural, presuponen la circulación de éstas, poseen ya la firmeza de formas naturales de la vida social antes de que los hombres se esfuercen por explicarse, no el carácter histórico de estas formas, que consideran ya algo inmutable, sino su contenido. Así se comprende que fuese simplemente el análisis de los precios de las mercancías lo que llevó a los hombres a investigar la determinación de la magnitud del valor, y la expresión colectiva en dinero de las mercancías lo que les movió a fijar su carácter valorativo. Pero esta forma acabada del mundo de las mercancías —la forma dinero--, lejos de revelar el carácter social de los trabajos privados y, por tanto, las relaciones sociales entre los productores privados, lo que hace es encubrirlas.

Estas formas son precisamente las que constituyen las categorías de la economía burguesa. Son formas mentales adoptadas por la sociedad, y por tanto objetivas, en que se expresan las condiciones de producción de este régimen social de producción históricamente dado que es la producción de mercancías. Por eso, todo el misticismo del mundo de las mercancías, todo el encanto y el misterio que nimban los productos del trabajo basados en la producción de mercancías se esfuman tan pronto como los desplazamos a otras formas de producción".

Leyendo estas citas del primer capítulo de  el Capital comprendemos no sólo la importancia que Lenin, Lukács y otros marxistas daban al conocimiento de la filosofía dialéctica sino, fundamentalmente, las razones por las que la burguesía y el reformismo han rechazado desde el primer instante ese capítulo en el su autor realiza una crítica total del modo de producción capitalista y de las categorías burguesas. Ese capítulo no critica sólo la economía capitalista sino la totalidad material y simbólica basada en la producción de mercancías. Pues bien, como veremos, la naturaleza de la globalización como fase actual del capitalismo se puede comprende perfectamente desentrañando el contenido del famoso y vital primer capítulo.

 

 

1.- EL MÉTODO MARXISTA Y SUS CATEGORÍAS:

 

Uno de los grandes méritos del marxismo ha sido y es el de saber integrar en su cuerpo teórico lo mejor de los pensamientos y prácticas de lucha de cada época, aunque no fueran revolucionarios e incluso fueran exclusivamente democraticistas. La majestuosa e impresionante praxis de la inmensa mayoría de marxistas, empezando por los propios Marx y Engels, se sustenta entre otras cosas en esa capacidad de integración de diferentes pensamientos y prácticas dentro de un cuerpo teórico cualitativamente superior. Y al contrario, uno de los signos de su degeneración ha sido y es el rechazo dogmático a cualquier aportación exterior enriquecedora. La base última que sostiene dicha capacidad de integración no es otra que la teoría general del materialismo histórico y, en el tema que ahora nos concierne —el debate sobre la globalización— la teoría particular del modo de producción y sus expresiones en las diversas formaciones económico-sociales.

Es obvio que los marxistas clásicos no pudieron ni quisieron desarrollar todas las conexiones entre el materialismo histórico y las fundamentales problemáticas prácticas y teóricas que surgían en sus épocas por diversos factores que ahora no podemos exponer con detalle pero que sí debemos sintetizar, al menos, en tres grandes razones: una, que la realidad y los hechos, la práctica social en suma, siempre va por delante de la teoría y de los pensamientos y que sólo, únicamente, cuando la teoría se convierte en fuerza material al arraigar en la conciencia de las masas, sólo entonces, la teoría puede marchar a la misma velocidad de los hechos; otra, que las condiciones de opresión y explotación que sufrieron los marxistas clásicos —debido precisamente a no renunciar a serlo— limitaron las posibilidades de desarrollo teórico y, última, que por ser marxistas optaron decididamente por desarrollar con más intensidad todo lo relacionado directamente con la lucha contra el capitalismo en sus puntos esenciales y urgentes, dejando para después otras cuestiones que ahora nos parecen importantes pero que entonces no lo eran tanto.

Soy de los que opina que aquellos marxistas acertaron plenamente en dar prioridad a la práctica sobre la teoría y, a la vez, dialécticamente, a supeditar los problemas secundarios a los que la práctica definía como prioritarios. Ahora bien, por esa misma dialéctica siempre se caracterizaron por dejar siquiera apuntadas algunas investigaciones teóricas sobre los problemas entonces secundarios, como si supieran que dentro de lo secundario siempre hay una parte de lo prioritario. Y ciertamente lo sabían porque, como he intentado explicar, al ser capaces de integrar lo mejor del pensamiento humano también habían estudiado profundamente las diversas corrientes filosóficas y la evolución de la dialéctica idealista como la mejor metodología de pensamiento hasta entonces desarrollada. Así comprendemos porqué y para qué exploraron con mayor o menor intensidad tantos y tantos problemas en apariencia desligados unos de otros. Lo hacían porque el método que habían desarrollado exigía no sólo el estudio del tema concreto que les preocupaba sino obligatoriamente también sus relaciones con otros problemas, su evolución histórica y sus tendencias previsibles de futuro. De esta forma, por la exigencia interna del método, aportaban un montón de sugerencias, propuestas, líneas de investigaciones posterior, etc., que no eran sino otras tantas puertas abiertas para exploraciones ulteriores en esas direcciones y, sobre todo, dejaban un sistema coherente de la totalidad del problema aunque desarrollaran más o menos determinadas facetas suyas debido a las exigencias imperiosas de la lucha revolucionaria.

Comprenderemos mejor lo que decimos si nos detenemos un instante en los cinco grandes bloques en y de los que los marxistas clásicos profundizaron y aprendieron. Uno, las experiencias practicas de las luchas de las masas oprimidas y explotadas, de las mujeres, naciones y pueblos, clases trabajadoras en todas sus plasmaciones, clases artesanales y pequeño-burguesas, etc., no solamente en la sociedad capitalista sino también en las precapitalistas, de modo que disponían de una impresionante base de información histórico-práctica extraída de las mismas luchas y de la crítica radical de la historiografía burguesa. Dos, el estudio crítico de las teorías políticas de su época, burguesas o no, de sus formas de organización y de sus propuestas, de modo que disponían de una visión muy amplia de lo que se estaba cociendo de todas las clases sociales. Tres, el estudio permanente de las diversas teorías económicas, desde los clásicos y los vulgares estudiados por Marx hasta los dogmáticos que fueron incapaces de ver los cambios que propiciaron el desarrollo del imperialismo desde finales del siglo XIX y comienzos del XX, de manera que la crítica marxista iba siempre por delante de la economía política burguesa. Cuatro, el estudio de la filosofía, cultura y ciencia contemporánea con especial atención a la dialéctica y a la materialidad de la praxis humana, ambos confirmados permanentemente por los avances científicos, ciencia que los marxistas tampoco sacralizaban y siempre la insertaban en las contradicciones sociales y, último, cinco, la recuperación y actualización de buena parte de de los ideales éticos, de la libertad sexual y de otro modelo de vida opuesto al capitalista y ya enunciados brumosamente en algunas corrientes del socialismo utópico y de las utopías, milenarismos, comunalismos e igualitarismos precapitalistas.

No hace falta decir que, por un lado, el orden de exposición es aleatorio pues cada autor los estudiaba según sus necesidades y problemas, pero los cinco se pueden apreciar visiblemente en las tres generaciones de marxistas clásicos; y, por otro lado, es innegable la historicidad enriquecedora de esos estudios en la medida en que las generaciones posteriores podían conocer con más rigor y exactitud los logros y las deficiencias de las precedentes, criticando y desarrollando sus logros. Un ejemplo lo tenemos en Lenin, que como perteneciente a la segunda generación de marxistas, sólo pudo apreciar en Marx y Engels tres de los cinco componentes citados —economía, política y filosofía— aun cuando él mismo estudió con más o menos interés los cinco bloques citados, y otros secundarios en los que no podemos extendernos. Es innegable que con el tiempo iremos descubriendo más conexiones de los clásicos con lo mejor del pensamiento de su época. El mismo Lenin era muy consciente de la historicidad creativa del método marxista y la expresó así en sus apuntes personales Sobre la dialéctica:

"La identidad de los contrarios (quizá fuese más correcto decir su "unidad" —aunque la diferencia entre los términos identidad y unidad no tiene aquí una importancia particular. En cierto sentido ambos son correctos) es el reconocimiento (descubrimiento) de las tendencias contradictorias, mutuamente excluyentes, opuestas, de TODOS los fenómenos y procesos de la naturaleza (incluso el espíritu y la sociedad). La condición para el conocimiento de todos los procesos del mundo es su "automovimiento", en su desarrollo espontáneo, en su vida real, es el conocimiento de los mismos como unidad de contrarios. El desarrollo es la "lucha" de los contrarios. Las dos concepciones fundamentales (¿o dos posibles?, ¿o dos históricamente observables?) del desarrollo (evolución) son: el desarrollo como aumento y disminución , como repetición, y el desarrollo como unidad de contrarios (la división de una unidad en contrarios mutuamente excluyentes y su relación recíproca).

En la primera concepción del movimiento, el automovimiento, su fuerza IMPULSORA, su fuente, su motivo, queda en la sombra (o se convierte a dicha fuente en externa: Dios, sujeto, etc.). En la segunda concepción se dirige la atención principal precisamente hacia el conocimiento de la fuente del "AUTO"-movimiento.

La primera concepción es inerte, pálida y seca. La segunda es viva. SOLO ella proporciona la clave para el "automovimiento" de todo lo existente; sólo ella da la clave para los "saltos", para la "ruptura de la continuidad", para la "transformación en el contrario", para la destrucción de lo viejo y el surgimiento de lo nuevo".

Las implicaciones teóricas y prácticas que se extraen tanto de la síntesis de esos cinco bloques del pensamiento humano, más los que se han ido integrado posteriormente como, por ejemplo, la ecología — que continúa y confirma al método dialéctico materialista— o la epistemología de género —que mejora y amplia los fundamentos del materialismo histórico--, o la crítica del neutralismo cientifista —que nos retrotraen a las reflexiones soviéticas de los años veinte--, etc., desbordan con mucho los objetivos de esta exposición así que sólo podemos dedicarnos ahora a dos capítulos decisivos para entender la globalización, como son, uno, el de las contradicciones inherentes al capitalismo y, otro, el que  el Capital no es una cosa estática e inmóvil que se reduce a los bienes y ahorros de individuos aislados, los burgueses, sino una relación social que está en permanente evolución y movimiento.

La síntesis de ambos bloques, desde el método que hemos intentado exponer, es que al capitalismo le es inherente la lucha de clases y que la lucha de clases —además de las luchas feministas, nacionales, etc.- es un componente interno, genético-estructural, del capitalismo. No existe una economía separada de una política, etc., y todas ellas separadas a su vez de la lucha de clases, ni a la inversa. El capitalismo es una totalidad concreta en movimiento en la que sus diversos componentes evolucionan en su forma y en su fenomenología según la evolución de la totalidad, pero, a su vez, también influyendo en esa totalidad. Desde esta perspectiva, la típica y tópica acusación al marxismo de supeditar mecánicamente la superestructura ideológica, política, cultural y demás a la infraestructura económica es, además insostenible, una demostración de ignorancia o mala fe, o ambas cosas a la vez. Son tantos los textos marxistas que analizan situaciones sociales históricamente determinadas, aplicando esa ágil y esclarecedora dialéctica de la totalidad concreta, que es a todas luces insostenible mantener ese tópico.

La lucha de clases es un componente interno al capital en cuanto conjunto de relaciones sociales. No es algo externo y que influye desde fuera, sino una fuerza antagónica e irreconciliable que palpita abierta o solapadamente en todas y cada una de las decisiones del capital. Es imposible entender el capitalismo y por tanto la mercancía y el dinero sin la lucha de clases. Pero la lucha de clases es, a su vez, mucho más que la lucha economicista y sindical por esa cosa que llaman "salario justo" —para Marx y los marxistas es imposible el "salario justo" pues de por sí, en sí mismo, en su esencia, todo salario es injusto, es expresión de las relaciones de explotación, dominación y opresión, es por tanto una injusticia, y si lo prioritario y estratégico es la lucha contra la dictadura del salario, lo secundario y táctico es la lucha por un "salario lo menos injusto posible"--; también es más que la lucha política para la destrucción del Estado burgués. La lucha de clases es el conjunto de enfrentamientos irreconciliables entre  el Capital y el Trabajo. Quiere decir esto que es la totalidad de la existencia social la que vive ese enfrentamiento y participa en mayor o menor medida en él.

En el polo del Trabajo, aunque la clase trabajadora es su componente central, no hay que olvidar ni a la masa asalariada en sí misma ni a otras colectividades humanas que son explotadas por  el Capital para aumentar sus beneficios. Desde la perspectiva del materialismo histórico, tanto la explotación sexo- económica de la mujer como la explotación y opresión nacional de pueblos enteros, tienen el objetivo de aumentar directamente los beneficios de la clase patriarco-burguesa y nacionalmente opresora, todo lo cual, en última instancia, está destinado a aumentar la acumulación capitalista. Por eso, en la teoría marxista de la crisis revolucionaria, esta se produce cuando el Trabajo ha adquirido y sintetizado todas las opresiones materiales y simbólicas inherentes al capitalismo, cuando la lucha de clases común y corriente —económica, política e ideológico-cultural— se eleva a lucha revolucionaria de un pueblo trabajador por su independencia socialista y antipatriarcal. Un componente imprescindible para que la crisis llegue a ser revolucionaria es que el contexto socioeconómico esté gangrenado por la crisis estructural en la que la ley de caída tendencial de la tasa de beneficios absorbe y cohesiona a las crisis de sobreproducción y subconsumo y de desproporcionalidad entre las diferentes esferas de producción.

 

 

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