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1. Por qué un libro sobre el capitalismo

Gilles Perrault

 

Bienaventurado capitalismo. Nunca anuncia ni promete nada. Ningún manifiesto ni declaración en veinte puntos que programe la felicidad llave en mano. Aplasta, destripa, humilla, martiriza, sí; pero, ¿decepciona? Usted tiene el derecho a sentirse desdichado, pero no decepcionado, pues la decepción presupone un compromiso traicionado. Los que anuncian un futuro más justo se exponen a ser acusados de mentirosos cuando su intento resulte un rotundo fracaso. Y el capitalismo se conjuga sabiamente en presente. Existe. ¿Y el futuro? Es abandonado voluntariamente a los soñadores, a los ideólogos y a los ecologistas. Además, sus crímenes son casi perfectos. Ningún rastro escrito que demuestre premeditación. Es fácil para los enemigos de las revoluciones señalar los responsables del Terror de 1793: los ilustrados y la irracional voluntad de ordenar la sociedad según la razón racionalista. Las bibliotecas se hunden bajo el peso de los libros que incriminan al comunismo. Nada parecido ocurre con el capitalismo. No se le puede reprochar que provoque infelicidad al pretender aportar la felicidad. Únicamente acepta ser juzgado sobre aquello que ha sido desde siempre su motivación: la búsqueda del máximo beneficio en el mínimo tiempo. Los demás se interesan por el hombre, él se ocupa de la mercancía. ¿Alguien ha visto alguna vez mercancías felices o desdichadas? Los únicos balances válidos son los contables.

No es pertinente hablar de sus crímenes. Hablemos mejor de catástrofes naturales. Se lo repiten machaconamente: el capitalismo es el estado natural de la humanidad. Pero la humanidad se encuentra en el capitalismo como un pez fuera del agua. Es necesaria la arrogancia fútil de los ideólogos para querer cambiar el orden establecido, con las descorazonadoras consecuencias cíclicas ya conocidas: revolución, represión, decepción, arrepentimiento. Ese es el verdadero pecado original del hombre: esa perpetua inquietud que le empuja a sacudirse el yugo, la ilusión lírica de un futuro libre de explotación, la pretensión de cambiar el orden natural. No se mueva, el capitalismo lo hace por usted. Claro, la naturaleza conoce sus catástrofes, y el capitalismo también. ¿Buscaría usted los responsables de un terremoto, de un maremoto? El crimen implica la existencia de criminales. En el caso del comunismo, las fichas antropométricas son fáciles de establecer: dos barbudos, uno con perilla, éste con anteojos; un bigotudo, aquel que atraviesa a nado el Yang-Tseu-Kiang; un fumador de puros, etc. Esos rostros se pueden odiar, son de carne y hueso. Tratándose del capitalismo, sólo existen índices: Dow Jones, CAC 40, Nikkei, etc. Pruebe, por ver, a odiar un índice. El Imperio del Mal tiene siempre un marco geográfico, tiene sus capitales. Se puede localizar. El capitalismo está en todos lados y en ninguna parte. ¿A quién dirigir las citaciones para comparecer ante un eventual tribunal de Nuremberg?

¿Capitalismo? ¡Término arcaico! Póngase al día y utilice la palabra adecuada: liberalismo. El Littrédefinió liberal como "lo que es digno de un hombre libre". ¿Verdad que suena bien? Y el Petit Robert nos da una convincente lista de antónimos: avaro, autócrata, dictatorial, dirigista, fascista, totalitario. Usted podrá tal vez encontrar

justificaciones para definirse como anticapitalista, pero reconozca que necesitaría mucho valor para proclamarse antiliberal.

¿Por qué entonces un libro negro del capitalismo? ¿No es una locura afrontar una empresa de tal magnitud? Es el mayor genocida de la historia, de acuerdo, pero un asesino sin rostro ni código genético, que opera impunemente en los cinco continentes desde hace siglos... Le deseo suerte en el empeño. ¿Servirá para algo? ¿No ha escuchado la campana que anuncia simultáneamente el fin del combate y el fin de la historia? El capitalismo ha ganado. Acapara en su actual y sólida versión mafiosa los despojos de sus enemigos. ¿Se le vislumbra algún adversario creíble?

¿Qué enemigo? El inmenso pueblo que es parte civil en el proceso. Los muertos y los vivos. La innumerable muchedumbre de los que fueron deportados de África hacia América, descuartizados en las trincheras de cualquier guerra sin sentido, los quemados vivos por el napalm, los torturados hasta la muerte en las mazmorras de los perros guardianes del capitalismo, los fusilados en el Mur des Féderés, en Fourmies, en Sétif, masacrados por cientos de miles en Indonesia, los prácticamente exterminados indios de América, los asesinados en masa en China para asegurar el libre comercio del opio... Las manos de los vivos han recibido de todos ellos la antorcha de la rebelión del hombre a quien se niega su dignidad. Manos en poco tiempo inertes de esos niños del Tercer Mundo a los que la desnutrición mata diariamente por decenas de miles, manos descarnadas de los pueblos condenados a reembolsar los intereses de una deuda cuyo monto ha sido robado por sus dirigentes-títeres, manos temblorosas de los cada día más numerosos marginados de los centros de opulencia...

Manos trágicamente débiles, y por ahora desunidas. Pero que un día se unirán inexorablemente. Y ese día, la antorcha que portan incendiará el mundo.

 

2. El liberalismo totalitario


Maurice Cury

El mundo dominado por el capitalismo es el mundo libre; el capitalismo, denominado ahora liberalismo, es el mundo moderno. Es el único modelo de sociedad, si no ideal, al menos satisfactorio. No existe ni existirá nunca otro.

Éste es el canto unánime que entonan no sólo los responsables económicos y la mayor parte de los políticos, sino también los intelectuales y periodistas con acceso a los principales medios de comunicación: audiovisuales, prensa, grandes editoriales, generalmente en manos de grupos industriales o financieros. El pensamiento disidente no está prohibido (¡Liberalismo obliga!), pero sí canalizado en una semiclandestinidad. Esa es la libertad de expresión de que se ufanan los defensores de nuestro sistema liberal.

La virtud del capitalismo está en su eficacia económica. ¿Pero para beneficio de quién y a qué precio? Examinemos los hechos en los países occidentales, que son la vitrina del capitalismo, siendo el resto del mundo más bien su trastienda.

Tras su gran periodo de expansión en el siglo XIX, debido a la industrialización y a la feroz explotación de los trabajadores, el movimiento precipitado en el curso de los últimos decenios, ha provocado la práctica desaparición del pequeño campesino, devorado por las grandes explotaciones agrícolas, con sus consecuencias de contaminación, destrucción del medio ambiente y degradación de la calidad de los productos agrícolas (y todo ello a costa del contribuyente, pues la agricultura no ha cesado de ser subvencionada), la casi desaparición del pequeño comercio, especialmente el de alimentación, en beneficio de las grandes cadenas de distribución y de los hipermercados, la concentración de industrias en grandes firmas, nacionales primero y luego transnacionales, que adquieren tales proporciones que tienen a veces tesorerías más importantes que los estados y hacen la ley (o pretenden hacerla), tomando medidas por encima de ellos para reforzar su poder incontrolable, como ocurre con el Acuerdo Multinacional de Inversiones (AMI).

Los dirigentes capitalistas podrían temer que la desaparición del pequeño campesino, del artesanado y de la pequeña burguesía industrial y comercial engrosara las filas del proletariado. Pero el modernismo les ha procurado la solución con la automatización, la miniaturización y la informática. Tras el despoblamiento del campo, asistimos al de las fábricas y oficinas. Como el capitalismo ni sabe ni quiere repartir los beneficios y el trabajo (se evidencia con las reacciones indecentes e histéricas de la patronal ante las 35 horas, medida sin embargo muy moderada), nos conduce ineludiblemente al desempleo y a sus desastrosas consecuencias sociales.

Cuantos más parados hay, menos se les indemniza y por menos tiempo. Cuantos menos trabajadores, más se prevé reducir las jubilaciones. Ello parece lógico e inevitable. Sí, si se repartió la solidaridad a cuenta de los salarios. Pero si tomamos en cuenta que el producto nacional bruto ha crecido más del 40% en menos de veinte años mientras la masa salarial no ha cesado de disminuir, se ve de modo muy diferente. ¡Aunque no en la lógica capitalista!

Cerca de veinte millones de desempleados en Europa. ¡Ese es el balance positivo del capitalismo!

Y lo peor está por llegar. Las grandes compañías europeas y americanas, cuyos beneficios nunca han sido tan abultados, anuncian cientos de miles de despidos. ¡Hay que "racionalizar" la producción para poder competir! Se valora positivamente el aumento de las inversiones extranjeras. Además de los peligros para la independencia nacional, podemos preguntarnos si no es el descenso de los salarios lo que atrae a los inversores.

Los apologistas del liberalismo nos presentan a los Estados Unidos y a Inglaterra como los líderes de la prosperidad económica y de la lucha contra el paro. En los Estados Unidos, paraíso del capitalismo, 30 millones de habitantes (más del 10% de la población) viven bajo el umbral de pobreza, siendo la mayoría de ellos negro.[1]

La supremacía mundial de los Estados Unidos, la expansión imperialista y uniformadora de su modo de vida y de su cultura, sólo puede satisfacer a los espíritus serviles. Europa debería ponerse en guardia y reaccionar, ahora que todavía tiene capacidad económica. Pero haría falta también voluntad política.

Para promover las inversiones productivas, en la industria o en los servicios, el capitalismo tiene la voluntad de hacerlos competitivos frente a las inversiones financieras y especulativas a corto plazo. ¿Cómo lograrlo? ¿Gravando estas últimas? ¡Nada de eso! ¡Bajando los salarios y las cargas sociales!

Es también una manera de hacer competitivo a Occidente con el Tercer Mundo. De hecho, en Gran Bretaña se ha recomenzado a hacer trabajar a los niños. Además, este vasallo de los Estados Unidos, al igual que su señor, no ha ratificado la Carta que prohíbe el trabajo infantil. Atrapado en el círculo infernal de la competencia, el Tercer Mundo tendrá que bajar a su vez sus costos de producción, hundiendo un poco más en la miseria a sus habitantes; después será nuevamente el turno de Occidente...

Así hasta que el mundo entero esté en manos de unas pocas transnacionales, mayoritariamente norteamericanas, y ya no haya prácticamente necesidad de trabajadores, a excepción de una elite de técnicos. El problema del capitalismo será entonces encontrar consumidores más allá de esa elite y de sus accionistas y contener la delincuencia fruto de la miseria. La acumulación de dinero –que no es más que una abstracción–impide la producción de bienes de equipo y de bienes básicos de utilidad general. Ya tenemos descrito el libro negro del capitalismo en su "paraíso". ¿Qué hay de su infierno, el Tercer Mundo?

Los estragos, durante un siglo y medio, del colonialismo y del neocolonialismo son incalculables, como tampoco se pueden contar los millones de muertos que le son imputables. Todos los grandes países europeos y los Estados Unidos son culpables. Esclavitud, represiones despiadadas, torturas, expropiaciones, robos de tierras y de recursos naturales por las grandes compañías occidentales, americanas o transnacionales, o por potentados locales a sueldo de las mismas, creación o desmembramientos artificiales de países, imposición de dictaduras, monocultivos que reemplazan a los cultivos alimenticios tradicionales, destrucción de modos de vida y de culturas ancestrales, deforestación y desertificación, desastres ecológicos, hambrunas, exilio de poblaciones hacia las metrópolis, donde les esperan el paro y la miseria.

 

[1]En el Diccionario del siglo XX (Ediciones Fayard), Jacques Attali nos da la cifra de una persona de cada cuatro viviendo en EEUU bajo el umbral de pobreza. En el mundo, cerca de tres mil millones de personas disponen de menos de 2 dólares diarios, 13 millones mueren de hambre anualmente y dos tercios de la humanidad no cuentan con ninguna protección social.

 

 

 

 

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