Categoría: LENIN
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CARTAS DESE LEJOS

335     Primera carta. La primera etapa de la primera revolución
347     Segunda carta. El nuevo gobierno y el proletariado
358     Tercera carta. A propósito de una milicia proletaria
371     Cuarta carta. Cómo lograr la paz
380     Quinta carta. Las tareas que implica la construcción del Estado proletario revolucionario.

 

CARTAS DESDE LEJOS.

 

Primera carta. La primera etapa de la primera revolución.

 

La primera revolución, engendrada por la guerra imperialista mundial, ha estallado. Seguramente, esta primera revolución no será la última.

A juzgar por los escasos datos de que se dispone en Suiza, la primera etapa de esta primera revolución, concretamente la revolución rusa del 1 de marzo de 1917, ha terminado. Seguramente, esta primera etapa no será la última de nuestra revolución.

¿Cómo ha podido producirse el “milagro” de que sólo en 8 días —según ha afirmado el señor Miliukov en su jactancioso telegrama a todos los representantes de Rusia en el extranjero— se haya desmoronado una monarquía que se había mantenido a lo largo de siglos y que se mantuvo, pese a todo, durante tres años —1905-1907— de gigantescas batallas de clases en las que participó todo el pueblo?

Ni en la naturaleza ni en la historia se producen milagros, pero todo viraje brusco de la historia, incluida cualquier revolución, ofrece un contenido tan rico, desarrolla combinaciones tan inesperadas y originales de formas de lucha y de correlación de las fuerzas en pugna, que muchas cosas deben parecer milagrosas a la mentalidad pequeñoburguesa.

Para que la monarquía zarista pudiera desmoronarse en unos días, fue precisa la conjugación de varias condiciones de importancia histórica universal. Indiquemos las principales.

Sin los tres años de formidables batallas de clases, sin la energía revolucionaria desplegada por el proletariado ruso en 1905-1907, hubiera sido imposible una segunda revolución tan rápida, en el sentido de que ha culminado su etapa inicial en unos cuantos días. La primera revolución (1905) removió profundamente el terreno, arrancó de raíz prejuicios seculares, despertó a la vida política y a la lucha política a millones de obreros y a decenas de millones de campesinos, reveló a cada clase y al mundo entero el verdadero carácter de todas las clases (y todos los principales partidos) de la sociedad rusa, la verdadera correlación de sus intereses, sus fuerzas, sus modos de acción, sus objetivos inmediatos y posteriores. La primera revolución y la época de contrarrevolución que le siguió (1907-1914) pusieron al desnudo la verdadera naturaleza de la monarquía zarista, llevaron ésta a sus “último extremo”, descubrieron toda su putrefacción, toda la ignominia, todo el cinismo y todo el libertinaje de la banda zarista con el monstruo de Rasputin a la cabeza; descubrieron toda la ferocidad de la familia de los Románov, esos pogromistas que anegaron Rusia en sangre de judíos, de obreros, de revolucionarios, esos terratenientes, “los primeros entre sus iguales”, poseedores de millones de desiatinas de tierra y dispuestos a todas las atrocidades, a todos los crímenes, dispuestos a arruinar y a estrangular a no importa cuántos ciudadanos para resguardar la “propiedad sacrosanta” suya y de su clase.

Sin la revolución de 1905-1907, sin la contrarrevolución de 1907-1914, habría sido imposible una “autodefinición” tan precisa de todas las clases del pueblo ruso y de todos los pueblos que habitan en Rusia, la definición de la actitud de esas clases —de unas hacia otras y de cada una de ellas hacia la monarquía zarista— que se reveló durante los 8 días de la revolución de febrero-marzo de 1917. Esta revolución de 8 días fue “representada”, si puede permitirse la metáfora, como si se hubiera procedido con anterioridad a unos diez ensayos principales y secundarios; los “actores” se conocían, sabían sus papeles, sus puestos, conocían su situación a lo largo y a lo ancho, en todos los detalles, conocían hasta los menores matices de las tendencias políticas y de las formas de acción.

Pues la primera gran revolución de 1905, condenada como “una gran rebelión” por los señores Guchkov, Miliukov y sus acólitos, condujo doce años después a la “brillante” y “gloriosa” revolución de 1917, que los Guchkov y los Miliukov calificaron como “gloriosa” porque los colocó (por el momento) en el poder. Pero esto necesitó un gran “director de escena”, vigoroso, omnipotente y capaz, por una parte, de acelerar extraordinariamente la marcha de la historia universal, y, por otra, de engendrar crisis mundiales económicas, políticas, nacionales e internacionales de una fuerza inusitada. Aparte de una aceleración extraordinaria de la historia universal, se precisaban virajes particularmente bruscos de ésta para que en uno de ellos pudiera volcar, de golpe, la carreta de la sangrienta y enlodada monarquía de los Románov.

Este “director de escena” omnipotente, este acelerador vigoroso ha sido la guerra imperialista mundial.

Hoy ya no cabe duda de que la guerra es mundial, pues Estados Unidos y China están ya participando a medias en ella, y mañana lo harán totalmente.

Tampoco cabe duda de que la guerra es imperialista por ambas partes. Sólo los capitalistas y sus secuaces, los socialpatriotas y los socialchovinistas —o, aplicando en lugar de definiciones críticas generales nombres de políticos bien conocidos en Rusia—, sólo los Guchkov y los Lvov, los Miliukov y los Shingariov, de un lado, y, de otro, sólo los Gvózdiev, los Potrésov, los Chjenkeli, los Kerenski y los Chjeídze pueden negar o velar este hecho. Tanto la burguesía alemana como la burguesía anglo-francesa hacen la guerra para saquear otros países, para estrangular a los pequeños pueblos, para establecer su dominación financiera en el mundo, para proceder al reparto y redistribución de las colonias, para salvar, engañando y dividiendo a los obreros de los distintos países, el agonizante régimen capitalista.

La guerra imperialista debía —ello era objetivamente inevitable— acelerar extraordinariamente y recrudecer de manera inusitada la lucha de clase del proletariado contra la burguesía, debía transformarse en una guerra civil entre las clases enemigas.

Esta transformación ha comenzado con la revolución de febrero-marzo de 1917, cuya primera etapa nos ha mostrado, en primer lugar, el golpe conjunto infligido al zarismo por dos fuerzas: toda la Rusia burguesa y terrateniente con todos sus acólitos inconscientes y con todos sus orientadores conscientes, los embajadores y capitalistas anglo— franceses, por una parte, y, por otra, el Soviet de diputados obreros, que ha empezado a ganarse a los diputados soldados y campesinos[1].

Estos tres campos políticos, estas tres fuerzas políticas fundamentales que son: 1) la monarquía zarista, cabeza de los terratenientes feudales, cabeza de la vieja burocracia del generalato; 2) la Rusia burguesa y terrateniente de los octubristas y los demócratas-constitucionalistas[2], detrás de los cuales se arrastraba la pequeña burguesía (cuyos representantes más señalados son Kerenski y Chjeídze); 3) el Soviet de diputados obreros, que trata de hacer aliados suyos a todo el proletariado y a todos los sectores pobres de la población; estas tres fuerzas políticas fundamentales se han revelado con plena claridad, incluso en los 8 días de la “primera etapa”, incluso para un observador obligado a contentarse con los escuetos telegramas de los periódicos extranjeros y tan alejado de los sucesos como lo está quien escribe estas líneas.

Pero antes de desarrollar esta idea, debo volver a la parte de mi carta consagrada al factor de mayor importancia: la guerra imperialista mundial.

La guerra ha atado entre sí con cadenas de hierro a las potencias beligerantes, a los grupos beligerantes de capitalistas, a los “amos” del régimen capitalista, a los señores de la esclavitud capitalista. Un amasijo sanguinolento: ese es la vida social y política del momento histórico que vivimos.

Los socialistas que desertaron al campo de la burguesía en el comienzo de la guerra, todos esos David y Scheidemann en Alemania, los Plejánov, Potrésov, Gvózdiev y Cía. en Rusia, vociferaron largamente y a grito pelado contra las “ilusiones” de los revolucionarios, contra las “ilusiones” del Manifiesto de Basilea, contra el “sueño-farsa” de la transformación de la guerra imperialista en guerra civil. Ensalzaron en todos los tonos la fuerza, la vitalidad, la facultad de adaptación reveladas, según ellos, por el capitalismo; ¡ellos, que han ayudado a los capitalistas a “adaptar”, domesticar, engañar y dividir a la clase obrera de los distintos países!

Pero “quien ría el último, ríe mejor”. La burguesía no consiguió aplazar por largo tiempo la crisis revolucionaria engendrada por la guerra. Esta crisis se agrava con una fuerza irresistible en todos los países, empezando por Alemania, que sufre, según la expresión de un observador que la ha visitado recientemente, “un hambre genialmente organizada”, y terminando con Inglaterra y Francia, donde el hambre se acerca también y donde la organización es mucho menos “genial”.

Es natural que la crisis revolucionaria estallara antes que en otras partes en la Rusia zarista, donde la desorganización era la más monstruosa y el proletariado el más revolucionario (no debido a sus cualidades singulares, sino a las tradiciones, aún vivas, del “año 1905”) Aceleraron esta crisis las durísimas derrotas sufridas por Rusia y sus aliados. Estas derrotas sacudieron todo el viejo mecanismo gubernamental y todo el viejo orden de cosas, enfurecieron contra él a todas las clases de la población, exasperaron al ejército, exterminaron a muchísimos de los viejos mandos .....................

 

 

 

[1] Lenin se refiere al Soviet de diputados obreros de Petrogrado, surgido durante los primeros días de la revolución de febrero. Las elecciones al Soviet se llevaron a cabo espontáneamente, en un principio en algunas fábricas y empresas, luego en el curso de algunos días abarcaron todas las empresas. El 27 de febrero (12 de marzo), antes de iniciar el Soviet sus sesiones, los mencheviques liquidadores K. A. Gvózdiev, B. O. Bogdánov y los miembros de la Duma del Estado N. S. Chjeídze, M. I. Skóbeliev, y otros, se autonominaron comité ejecutivo provisional del Soviet, tratando de retener la dirección. Durante la primera reunión del So­viet, en la tarde del mismo día, quedó constituido el Presidium (N. S. Chjeídze, A. F . Kérenski, M. I. Skóbeliev). E n el Comité Ejecutivo, además de los miembros del Presidium entraron A. G. Shliápnikov, N. N. Sujánov, I. M. Steklov, y no se llenaron las vacantes correspondientes a los representantes de los comités centrales y de Petrogrado, de los par­tidos socialistas. El partido socialista revolucionario, que en principio se manifestó contra la organización del Soviet, luego envió sus repre­ sentantes V. A. Alexandróvich, V. M. Zenzínov y otros.

El Soviet se declaró organismo de los diputados obreros y soldados y prácticamente, hasta el I Congreso de los Soviets (junio de 1917), fue un centro de dirección de toda Rusia. El 1 (14) de marzo el Comité Ejecutivo fue ampliado con representantes de los soldados: F. F. Linde. A. L. Paderin, A. D. Sadovski y otros. Integraron el Buró del Comité Ejecutivo Chjeídze, I. M. Steklov, B. O. Bogdánov, P. I. Stuchka, P. A. Krásikov, K. A. Gvózdiev y otros. N. S. Chjeídze y A. F. Kérenski fue­ ron delegados al Comité de la Duma del Estado.

El 28 de febrero (13 de marzo) se publicó un llamamiento “A la población de Petrogrado y Rusia” exhortando a cohesionarse alrededor del Soviet y a tomar en sus manos la dirección de todos los asuntos loca­les. El 3 (16) de marzo se formaron las comisiones del Soviet: de abas­tecimiento, militar, de orden público, de la ciudad y de prensa, de cuyo conjunto surgió el núcleo primitivo de la Redacción de Izvestia (N. D. Sókolov, I. M. Steklov, N. N. Sujánov, K. S. Grinévich, luego V. A. Bazárov y B. V. Avílov).

En las reuniones del Comité Ejecutivo participaban con voz pero sin voto, los grupos socialdemócratas de la Duma del Estado de todas las legislaturas, cinco representantes de la comisión de soldados, dos representantes del Buró Central de los sindicatos, delegados de los So­viets regionales, la Redacción de Izvestia y otros.

El Soviet designó delegados especiales para organizar los Soviets de distrito y comenzó a formar la. milicia (cien voluntarios por cada 1.000 obreros).

A pesar de que la dirección del Soviet estaba en manos de los con­ ciliadores, bajo la presión de los obreros y soldados revolucionarios llevó a cabo una serie de medidas revolucionarias como arrestar a los repre­sentantes del antiguo poder y liberar a los presos políticos.

El 1 (14) de marzo el Soviet editó el “Comunicado núm. 1 a la guarnición del distrito militar de Petrogrado” que cumplió un enorme papel para llevar el espíritu revolucionario a las masas. De acuerdo con este Comunicado las divisiones militares debían subordinarse al Soviet en sus acciones políticas, las armas de todo tipo debían pasar a dispo­ sición de los comités de divisiones y batallones y quedar bajo su con­ trol, las órdenes del Comité Provisional de la Duma del Estado debían cumplirse sólo en los casos en que no entrasen en contradicción con las órdenes del Soviet, etc.,

Pero en el momento decisivo, en la noche del 2 (15) de marzo, los conciliadores del Comité Ejecutivo cedieron voluntariamente el poder a la burguesía, ratificaron la composición del gobierno provisional de la burguesía y los terratenientes. Este acto de capitulación ante la burgue­ sía no se conoció en el extranjero porque se impedía que saliera del país toda publicación que fuera más de izquierda que las kadetes. Lenin se enteró de estas cosas sólo al llegar a Rusia (véase ob. cit., t. XXV, “Conferencia del POSDR(b) de la ciudad de Petrogrado” § 1 Actas). 338.

[2] Octubristas: véase la nota 23.

Demócratas-constitucionalistas: véase la nota 40

 

 

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